Sentimientos desbordados, revelaciones inesperadas
Tras la partida de Matías, Darren tuvo que hacer un esfuerzo considerable para que su madre se calmara. No fue sencillo convencerla de que el hombre no la estaba abandonando de nuevo. Ni siquiera el chico estaba tan seguro de que esa afirmación fuese verdadera, pues aún desconocía cuáles eran los planes del señor Escalante. No entendía por qué su padre no le había contado casi nada acerca de lo que pensaba hacer mientras se mantenía alejado. El muchacho odiaba quedarse sin hacer nada, pero no había más remedio que esperar.
¿Estaba Matías escondiéndoles algo? De ser así, ¿qué podría ser? ¿Acaso se encontraba envuelto en asuntos turbios? Darren deseaba estar equivocado. "Ese diario que le dejó a mamá, ¿revelará algo importante sobre su pasado?", se preguntaba él. Sin importar lo que fuera, el muchacho solo deseaba que su papá resolviera los problemas pendientes tan pronto como pudiera. Aunque aún no tenía razones de peso para confiar en aquel hombre, el joven quería darle una oportunidad de redimirse.
Cuando el chico volvió a salir de la habitación, la expresión apagada en su mirada y el porte desgarbado de su cuerpo denotaban auténtico agotamiento físico y mental. Sin embargo, se las agenció para obsequiarles una amplia sonrisa a las demás personas que todavía estaban esperando la oportunidad para ver a doña Matilde. Con total amabilidad, invitó a Jaime, Raquel y Rebeca a ingresar en la habitación. Una vez que ellos cerraron la puerta tras de sí, el varón se acercó a Maia para tomar asiento a su lado.
—Imagino que tu mamá no tiene ganas de verme todavía, ¿verdad? Al fin y al cabo, no soy más que una desconocida. Y en un momento tan delicado como este, es normal que solo quiera ver a la familia y a los amigos cercanos —declaró la joven, cabizbaja.
—¿Pero qué decís? ¡Nada que ver! ¡Mamá tiene muchas ganas de conocerte! —afirmó el varón, con una mueca de incredulidad.
—¿Ah sí? ¿Y por qué no me pediste que entrara junto con los otros chicos? —preguntó ella, en tono triste.
—Si no te invité a pasar ya es porque quise dejar a la mejor visitante para el final. Mi mamá concuerda conmigo en eso —dijo él, mientras le depositaba un suave beso en la frente.
El gesto sombrío en el semblante femenino se diluyó enseguida. Un atisbo de curvatura ascendente empezó a dibujarse en su rostro.
—¿Eso me lo decís en serio o lo hacés solo para subirme el ánimo? —inquirió ella, con una ceja arqueada.
—¡Es obvio que te lo digo en serio! ¡Sos la mejor! De eso no te quepa la menor duda nunca —contestó él, al tiempo que la rodeaba con los brazos.
Maia giró la cabeza para mirarlo directo a los ojos. Unos instantes de atenta contemplación silenciosa fueron suficientes para que las preocupaciones de los dos quedaran relegadas a un segundo plano. La chispa de la pasión comenzó a arder en las pupilas de ambos. Casi sin percatarse de ello, la distancia que había entre sus rostros fue reduciéndose de a poco hasta desaparecer del todo. Al saberse tan próximos, sus labios se atrajeron como si estuviesen imantados. No hubo vacilación en aquel impetuoso beso que estaba siendo guiado por el deseo.
Había empezado a gobernarlos un anhelo profundo que parecía haber estado reprimido por demasiado tiempo. Los dedos de la joven López se posaron sobre la nuca de Darren para atraerlo aún más hacia ella. En ese instante, un suspiro ronco emergió desde la garganta masculina. Después de escuchar aquel tentador sonido, la chica se encargó de que la danza de las lenguas fuese más profunda. De no haber sido porque se hallaban en un lugar público y por la imperiosa necesidad de respirar, ninguno de los dos hubiera pensado en la posibilidad de apartarse del otro.
—Eso fue... —susurró el chico, claramente sofocado.
La respiración agitada del varón le dificultaba la tarea de seguir hablando y casi anulaba su capacidad de pensar. A Maia se le escapó una risilla inquieta cuando observó el semblante salvaje del muchacho. Una cascada de sensualidad brotaba desde su mirada oscura para colisionar de manera violenta contra la claridad en la de ella.
—¿Cómo fue? —inquirió la joven, sin apartar la vista.
—Fue exquisito —respondió él, al tiempo que acariciaba el contorno del rostro femenino con las dos manos.
La violinista suspiró cuando los dedos de Darren descendieron hasta rozar su cuello. Un escalofrío de placer la recorrió entera en cuestión de segundos. A pesar de la somnolencia tras pasar la noche en vela, sus sentidos parecían estar más despiertos que nunca antes. Las sensaciones que ese chico le producía trastornaban todas las funciones de su cuerpo con pasmosa facilidad. Un ligero sonrojo le tiñó las mejillas cuando, sin planearlo, una vívida fantasía subida de tono llegó hasta su mente. Parte de aquellos pensamientos comenzó a reflejarse en el cielo despejado de sus grandes ojos.
—Si insistís en mirarme así, yo...
El chico cortó la frase a propósito, pues quería que la jovencita le siguiera la corriente. Esa dinámica de lanzar preguntas y respuestas aderezadas con picardía empezaba a gustarle.
—¿Qué? ¿Qué vas a hacer? —dijo ella, con gesto travieso.
—Si no dejás de mirarme así, no voy a poder resistirme.
El sonido de la respiración alterada de Darren ejercía un efecto embriagador en la muchacha. A pesar de eso, la artista logró mantenerse en sus cabales por un momento. Iba a jugar con fuego de forma deliberada, pues podría obtener una respuesta embarazosa. Aun así, Maia se arriesgó a formular la dichosa pregunta.
—¿No pensás terminar la frase? ¿A qué cosa no te vas a poder resistir?
El varón esbozó una amplia sonrisa juguetona. Acto seguido, se acercó al oído de la chica para que nadie más pudiera enterarse de lo que le diría a continuación.
—No voy a poder resistirme a vos. —Hizo una breve pausa para liberar un suspiro seductor—. Me muero por hacerte el amor...
Tras escuchar aquello, el corazón de Maia dio un vuelco. La marcada osadía que había impulsado sus acciones previas se diluyó entre la bruma de los nervios. El frenesí de los latidos que martillaba su pecho iba en total sincronía con el creciente caos en su cerebro y el arrebol de su cara. Por un lado, sentía un ardiente deseo por Darren pero, por el otro, el temor a revivir su desastroso pasado aún la mortificaba.
"¿Por qué diablos le dije esas cosas? ¿Qué me pasa? ¿Qué estoy haciendo?" A pesar de todo, la chica no sabía lo que en realidad significaba hacer el amor. La escasa experiencia que tenía en el campo de las relaciones de pareja la había adquirido mediante Nicolás. Aunque ya habían pasado varios años desde la ruptura, el trauma todavía no se borraba. Aunque ella se esforzara por vencerlo, su antiguo miedo seguía ahí, obstaculizando sus acercamientos.
¿Acaso estaba realmente preparada para dar el siguiente paso? Si bien la jovencita no pretendía apresurar o forzar las cosas, tampoco deseaba que sus viejas inseguridades la dominaran y terminaran por sabotear su felicidad. La posibilidad de tener verdadera intimidad con un hombre tan especial para ella la emocionaba y la asustaba a partes iguales. ¿Qué debía hacer?
El debate emocional que sembraba confusión dentro de su cabeza se tradujo en una mirada azorada que esquivaba la del varón. Un repentino mutismo se había adueñado de la chica atrevida de antes. Aunque ella sentía que su piel estaba en llamas, la quijada le retemblaba como si la consumiese la hipotermia. El muchacho no tardó en captar el mensaje implícito en aquella inesperada conducta. Las palabras sobraban cuando las dramáticas reacciones en ella eran tan elocuentes.
—Perdoname por lo que acabo de decirte. Me gustás mucho y solo me dejé llevar. Te dije cosas sin detenerme a pensar en cómo podrían afectarte —Colocó la mano derecha sobre antebrazo izquierdo de ella—. Prometo que entre nosotros nunca va a pasar nada que vos no querás que suceda. De verdad no fue mi intención hacer que te sintieras incómoda.
La muchacha se cubrió el rostro con ambas palmas y luego expulsó una larga bocanada de aire por la boca. Permaneció un instante en esa posición mientras reunía el valor necesario para hablar sin tartamudear.
—No tenés que disculparte conmigo porque en realidad no dijiste nada malo. Lo que pasa es que todavía necesito algo de tiempo. No sé si me entendés...
—¡Claro que te entiendo! Las cosas no deben darse de manera forzada, no tenemos por qué correr.
—Es que yo misma te doy todas las señales y luego me acobardo... ¡Soy un desastre!
—¡No sos un desastre, para nada! Mirá, si hay algo que odiaría es que te sintieras presionada a hacer algo solo porque pensás que me molestaría si no lo hacés. Te quiero muchísimo y lo que más me importa es que estés bien.
Aquellas sinceras declaraciones de Darren calaron hondo en el alma de Maia. Una oleada de gratitud se llevó consigo toda la ansiedad y dejó tras de sí una alegre sonrisa en el rostro femenino.
—Por cierto, hay algo muy importante que me gustaría hacer y que debí haberlo hecho antes.
El varón se puso de pie para luego acomodarse de rodillas frente a la muchacha. Puso sus manos grandes sobre las pequeñitas de ella, al tiempo que la miraba fijamente a los ojos.
—Maia López Rosales, ¿querés ser mi novia?
La violinista reía como una chiquilla en una tienda de dulces, mientras sus brazos rodeaban el cuello del chico con gran efusividad.
—¡Por supuesto que sí! ¡Ay! ¡Sí, sí, sí, sí, recontra sí!
Tras acariciarle los cabellos, la chica decidió estamparle un ruidoso beso en la mejilla derecha a su novio. El joven Pellegrini soltó una divertida carcajada.
—¡Me vas a dejar sordo, loquita!
El afectuoso gesto de ella fue correspondido con un fuerte abrazo a su cintura delgada. Justo en ese momento, el estruendoso carraspeo falso de Jaime estalló la burbuja de ternura que envolvía a la pareja.
—¡Dejen de comer pan en frente de los pobres! —exclamó el fotógrafo, con una mueca de fingida indignación.
Lejos de sentir molestia ante la brusca interrupción de su amigo, la pareja se echó a reír con muchas ganas.
—Andá a traer a Carolina y así dejás de andar en plan envidioso —declaró Darren, al tiempo que sacaba la lengua en una clara monería infantil.
Una fugaz expresión de pena, casi imperceptible, transitó por el semblante del joven Silva, pero fue encubierta de inmediato por una sonrisa ladina.
—¿Por cuánto tiempo más va a tener Maia a la suegrita esperando, eh? ¡Vaya modales los suyos! —interpeló él, frunciendo el ceño como si estuviera indignado.
—¡Uy, es verdad! ¡Vamos ya! —exclamó la aludida, mientras se ponía en pie de un salto.
La artista tomó la mano derecha del muchacho y la haló de manera amable pero firme, invitándolo a seguirla. Ella tenía un brillo especial en todo el rostro, de ese que llega en forma natural cuando se han recibido excelentes noticias. Ni siquiera el propio hijo de la señora Espeleta lucía tan entusiasmado como parecía estarlo la jovencita ante la perspectiva del encuentro. Ese significativo detalle no pasó desapercibido para los observadores ojos de Jaime, quien sonrió con auténtica satisfacción. Presentía que, a pesar de los problemas presentes, vendrían cosas buenas para sus amigos en un futuro no muy lejano.
—La enana y yo vamos a ir a descansar ya. Pero si llegaran a necesitar algo, no duden en llamarnos, ¿de acuerdo? —declaró el muchacho, mientras dirigía su mirada hacia la pareja.
—Vayan tranquilos, no se preocupen por nada más. Raquel y vos ya han hecho muchísimo por nosotros —respondió Darren, al tiempo que le daba un abrazo al fotógrafo y luego un beso en la mejilla a su hermana.
—Por favor, no te olvidés de mantenernos al tanto de todo, ¿eh? A doña Matilde la queremos un montón y siempre nos interesa saber cómo está —manifestó la chica, con dulzura.
—Claro, nos mantendremos en contacto con ustedes, lo prometo.
Tras despedirse también de Maia, los jóvenes Silva se encaminaron hacia la salida del hospital a paso lento.
—¡Cuídense mucho, nos vemos! —dijo la violinista, emocionada.
Por su parte, Rebeca se acomodó en el asiento y abrió un paquetito de alfajores blancos. Empezó a comérselos como si fuese un conejo famélico en medio de un campo repleto de verduras frescas.
—¿Qué hay de vos, Beca? Deberías irte a descansar apenas terminés de comerte eso. Pero por favor no te atragantés, ¿de acuerdo? —dijo el muchacho, entre risas.
—Mmhmm, dejame —masculló ella, con la boca llena.
—Está bien, te voy a dejar en paz por ahora. ¡Nos vemos!
Una vez que el joven Pellegrini se despidió de su prima, se encaminó hacia el cuarto de Matilde con la mano de la violinista sujetando la suya. Los latidos en el pecho masculino asumieron un ritmo irregular sin que él pudiera hacer nada para ralentizarlos. "¿Qué irá a decir mamá ahora? La única vez que se cruzó con Maia, las cosas salieron mal. Ojalá que eso no se vaya a repetir", pensaba el chico, mientras en vano intentaba deshacer la repentina sequedad en su boca.
En cuanto Maia giró el pomo de la puerta, Darren inhaló profundo e hizo un gran esfuerzo para mostrarse tranquilo, aunque fue en vano. Ni él mismo entendía por qué las piernas le temblaban o por qué le costaba respirar. Para su buena suerte, la jovencita que lo acompañaba era más perspicaz de lo que él se imaginaba. Percibió el aura de nerviosismo que rodeaba al varón en un instante. Si bien no le dijo nada al respecto, imprimió más fuerza al lazo que se había formado con los dedos de ambos. Giró la cabeza para dedicarle un simpático guiño.
—¡Hola, cariño! —exclamó la señora, mientras una sonrisa curvaba sus labios.
—¡Hola, mamá! —respondió él, con la voz desafinada.
El chico empezó a aclararse la garganta de manera aparatosa. Sin embargo, en lugar de apartar el exceso de saliva mal acomodada, sentía que su faringe estaba aún más obstruida que antes. No parecía haber manera de acabar con la irracional ansiedad que lo dominaba. "¿¡Qué carajos pasa conmigo hoy!? ¡Es solo mi mamá! ¿Qué tan difícil puede ser presentarle a mi novia?"
La abrumada mente del muchacho todavía no lograba interpretar la realidad de manera correcta. Se sentía nervioso porque estaba profundamente enamorado de la joven López y, como era natural, deseaba que doña Matilde viera su relación con buenos ojos. La dama había querido muchísimo tanto a Lía como a Adriana, ¿querría por igual a Maia? El chico anhelaba, con cada fibra de su alma, que así fuera.
—¿Qué sucede? ¿No piensas presentarme hoy a esa jovencita tan linda que está sosteniéndote la mano? —preguntó la mujer, al tiempo que una chispa de diversión se asentaba en sus ojos.
—Maia —El chico carraspeó por enésima vez—. Ella se llama Maia.
—¡Encantada de conocerte, mi niña! Yo me llamo Matilde —La mujer sonrió con sinceridad—. Por favor, perdona a mi hijo. Siempre se porta como un tonto cuando una chica de verdad le gusta.
—Pierda cuidado, ya me había dado cuenta de eso —La violinista dejó salir una risa suave mientras se acercaba a la cama—. A mí también me da mucho gusto conocerla, señora.
La chica extendió el brazo derecho hacia la madre del varón, invitándola así a saludarla con un apretón de manos. La mujer negó con la cabeza e hizo un ademán manual para indicarle que esperara un momento. De forma lenta y cuidadosa, Matilde cambió la posición de su cuerpo. Una vez que estuvo sentada, levantó ambos brazos.
—Por favor, dame un abrazo. ¿Harías eso por mí? —manifestó ella, al tiempo que el tamaño de su sonrisa crecía.
—Claro que sí —contestó la artista, sin atisbos de vacilación.
Las extremidades de ambas se unieron en un mimo de corta duración, pero no por ello dejó de ser afectuoso. Tras separarse, la dama reanudó la conversación.
—Discúlpame por haber sido grosera contigo antes. No tengo justificación alguna para haberte tratado así. Ni siquiera te conocía.
—No se preocupe por eso, no fue nada.
—Si hay alguien que merece cariño eres tú, muñeca. Si no fueras una buena persona, mi hijo no habría cambiado de la forma en que lo hizo. Desde que empezó a conocerte, cambió mucho, pero fue para bien.
—¿Usted en verdad cree eso?
—¡Por supuesto que sí! Después de verlos juntos sobre ese escenario, me quedó más que claro que ustedes dos se adoran... Siempre he querido cosas buenas para Darren y no me cabe duda de que eres buena para él. Lo haces feliz. Si él es feliz, yo también lo soy.
Maia tuvo que morderse el labio inferior para suprimir el gritito de emoción que amenazaba con escapársele. Dio varios parpadeos rápidos para deshacer las lágrimas de alegría que comenzaban a formarse en sus cuencas. Mientras tanto, el joven Pellegrini contemplaba la escena con fascinación, boquiabierto. De entre todos los escenarios extraños que habían llegado a su mente, ni en sus mejores sueños podría haber creado uno mejor que ese.
—Mamá... eso que recién dijiste fue... ¡hermoso! ¡Gracias, muchas gracias! —clamó él, para luego correr hacia los brazos de la señora y estrecharla con fuerza.
Todo rastro de nerviosismo fue reducido a una simple mota de polvo que los vientos del cariño se llevaron consigo. Tanto el hijo como la madre tenían ante sí una segunda oportunidad y parecían estar aprovechándola al máximo...
♪ ♫ ♩ ♬
Diez minutos más tarde, Darren y Maia abandonaron la habitación. Las múltiples preocupaciones por todo lo que se avecinaba seguían allí, pero el excelente ánimo que habían adquirido después de ver a Matilde las mantenía a raya. Caminaban a paso lento, con una sonrisa amplia embelleciéndoles el rostro y los ojos cargados de gratitud. En ese preciso momento, no había espacio para pensamientos que fuesen negativos. Ya vendría el tiempo en que deberían encarar los problemas. Por ahora, preferían concentrarse solo en el presente.
Cuando llegaron a la sala de espera, una curiosa imagen los sacó del mundo de ensueño en el que se habían sumido. Allí, sentada muy cómodamente, los estaba esperando Rebeca. La chica bostezaba a cada instante y, aunque sus párpados batallaban contra la gravedad, se le cerraban una y otra vez. A pesar del cansancio que casi la vencía, la muchacha insistía en permanecer despierta.
—¿Qué hacés todavía por acá, Beca? ¡Tenés una cara de cansancio bárbara! ¡Andate a dormir! Yo te aviso en caso de que haga falta que volvás.
—No, Dar, perdoname, pero no me voy a ir a ningún lado si no es con ustedes. Le prometí a Matías que no me despegaría de la tía Matilde hasta que él regrese. Además, estoy segura de que a vos te va a hacer falta una mano extra en casa.
—¡Pará un poco! No entiendo qué me querés decir... ¿De qué estás hablando?
—¿En serio Matías no te dijo nada? Pensé que ya sabías que voy a quedarme a dormir en casa de ustedes hasta que la tía Matilde esté mejor.
—Mirá, no pretendo ser un pesado con vos, pero todo esto que me decís se me hace demasiado raro.
—¿Raro por qué? Ya sabés que tu mamá y yo somos bastante cercanas. ¿Ahora tiene algo de malo que quiera ayudarte a cuidarla?
Darren ignoró todo lo que ella acaba de mencionarle y fue directo hacia el punto que le producía mayor desconcierto.
—El tema no es si sos cercana o no con mi mamá. El tema es que parecés ser muy cercana con Matías también. ¿Cómo es que lo conocés tanto? ¿Por qué puede darte órdenes y vos le hacés caso? ¿Podrías aclararme eso?
—Antes de decir cualquier otra cosa, debo mencionar, en mi defensa, que me callé porque hice una promesa seria y soy una persona de palabra, ¿de acuerdo?
La frente del varón se llenó de arrugas, al tiempo que sus ojos le dirigían una mirada inquisitiva a la joven. Al percibir que él no le diría nada más hasta que ella se explicara mejor, la chica decidió proseguir con su inesperada declaración.
—Lo mejor es que empiece desde el principio, como se debe. Verás... Matías es uno de los principales accionistas de la empresa para la que yo trabajo. Hasta hace poco, él no era mi jefe directo. Probablemente nunca lo hubiera visto si no fuera porque un buen día se le ocurrió ser el anfitrión en una de las fiestas de la compañía. ¡Casi escupo el corazón por la boca cuando lo vi! ¡No podía creer que se pareciera tanto a vos! ¡De inmediato pensé que podía ser tu papá!
—Creo que eso mismo nos pasó a todos —manifestó Maia, en voz baja, como si hablara consigo misma.
—Obvio que no le dije nada acerca de lo que pensaba cuando me lo presentaron. No teníamos confianza alguna y tampoco soy tan desubicada como para meterme en donde no me llaman. El asunto es que, un tiempo después de esa fiesta, supe que no andaba tan perdida con mis sospechas... Sucedió que me encontré de frente con Matías mientras él iba saliendo de la casa de tu mamá. No sé qué pensó en ese momento, pero se puso pálido cuando me vio.
El muchacho exhaló con pesadez. Ir descubriendo cómo habían sido las partes oscuras del pasado de su padre no iba a ser una tarea fácil. Sin embargo, Darren eligió permanecer en silencio. Necesitaba saberlo todo, aunque quizás doliera.
—Tuvimos una conversación muy rara esa vez. Aunque ya no la recuerdo del todo, sí sé que le conté sobre mi parentesco con Matilde. Después de ese encuentro, no lo vi más por ahí. Pero no había pasado ni una semana cuando me notificaron que me iban a otorgar un mejor puesto en la empresa. Pasé a ser la asistente personal de Matías Escalante.
—La verdad es que no me sorprende. Mi viejo seguro quiso congraciarse con vos para que no revelaras en público que lo habías visto con mi mamá.
—Supuse que él quería mantenerse más cerca de mí por ser familia de Matilde, pero nada más. No quise sacar conclusiones apresuradas sobre eso. Esperé hasta que pude hablar con tu mamá acerca del asunto para estar segura. Así fue como me di cuenta de todo. No le resultó nada sencillo al principio, pero terminó por sincerarse conmigo. Me contó que ellos habían estado viéndose en secreto y que Matías era tu papá.
—Imagino que no tardaste en ir a contárselo a él...
—En eso te equivocás. No le conté nada porque mi tía me hizo prometerle que no lo contaría. Aun así, a mí me parecía injusto que Matías y vos no supieran la verdad. No pude quedarme de brazos cruzados. Empecé a buscar una solución y encontré la oportunidad perfecta cuando tu mamá se torció el tobillo.
—¿A qué te referís con eso de que un accidente fue la oportunidad perfecta?
—Ese día, yo estaba en la oficina y aproveché el receso de la tarde para hacer una videollamada y charlar con tu mamá. Es una costumbre que tenemos. Y bueno, mi tía tuvo el accidente justo cuando estábamos hablando. En ese momento, me encontraba en horario laboral, muy lejos de ahí, así que no podía ir a ayudarla. Entonces, le aconsejé que cortara la conexión conmigo para que te llamara, porque seguro vos sí podías llevarla al hospital.
—Todavía me acuerdo de ese día... ¡Dios mío! ¡Fue de locos! —afirmó el chico, mientras negaba con la cabeza.
—En cuanto mi tía colgó, se me ocurrió una idea súper loca. No me detuve a darle vueltas, solo actué. Llamé a Matías y, entre algunas pavadas del trabajo, le conté lo que le había pasado a tu mamá. Él decidió que iba a irse para el hospital, sin importar que estuvieras ahí. Eso me puso muy contenta, porque entonces cabía la posibilidad de que ustedes se vieran en persona.
—¡Así que eras vos la que hablaba con Matías! ¡Yo estaba ahí con él cuando atendió tu llamada! —declaró Maia, asombrada.
—¡Estoy flasheando con esto que me decís! ¡Pasó exactamente lo que vos pensaste que pasaría! Fue gracias a que nos encontramos ese día que me enteré de que Matías es mi viejo... ¡Jamás se me hubiera ocurrido que vos pudieras estar detrás de todo eso!
—Ustedes seguro iban a darse cuenta tarde o temprano. Yo solo les di un empujoncito para que no fuera tan tarde —manifestó ella, mientras le dedicaba un guiño cómplice.
Las sorpresas en el mundo de Darren continuaban apareciendo en los sitios menos pensados. ¿Hacia dónde lo conduciría el loco rumbo que estaba tomando su vida? Una nueva encrucijada se abriría ante él dentro de unos cuantos días...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top