Renacimiento sincronizado
Las manos de Maia estaban inusualmente frías cuando el día en general era cálido. Faltaban treinta minutos para que llegara su turno en aquella audición que la había obligado a ensayar tan duro. La chica no estaba segura de cuál podría ser el origen del descenso abrupto en su temperatura corporal, pero no tenía tiempo ni ganas para ponerse a pensar en ello. Su propia salud nunca había sido una prioridad para la jovencita y lo era aún menos cuando existían tantos asuntos relevantes en los cuales pensar.
La muchacha tenía que dar lo mejor de sí en la prueba por dos grandes razones, eso lo sabía muy bien. Su futuro como violinista dependería, en gran medida, de los resultados en esa serie de audiciones. Y, además, la mitad atolondrada de su ser se había adelantado a los hechos al pedirle a Darren que cantara mientras ella tocaba el violín. ¡Todavía no sabía si lograría pasar a la ronda final y ya había conseguido un sí de parte de él! Recordar el momento en que había recibido la respuesta del chico la hizo sonreír como una perfecta demente de inmediato.
Sacó el celular de su bolsillo y se puso a ojear, por enésima vez, uno de los mejores mensajes que había recibido en toda su vida. "Estaré encantado de cantar cualquier canción que vos querás. Mi voz es toda tuya, hacé lo que querás con ella". Un rubor coloreó sus mejillas al tiempo que se mordía el labio inferior luego de pasear sus ojos por aquellas líneas. No tenía intenciones de dejar escapar aquella oportunidad de ninguna manera.
Pero, ¿por qué lo había invitado a él? Por mucho que le agradase la idea, estaba consciente de que el chico no se dedicaba al canto. Ni siquiera había tomado lecciones formales para perfeccionar su técnica. Todos sus compañeros, sin duda alguna, estarían pensando en contratar a puros artistas profesionales para que se presentaran junto con ellos en la gala final. A nadie se le cruzaría por la mente la idea de ir a buscar la colaboración de un simple cantante amateur para un evento tan importante como ese.
¿Y si él se ponía tan nervioso que olvidaba alguna parte de la letra? ¿O qué tal si desafinaba, se adelantaba o se atrasaba en los tiempos? Cualquier error del acompañante le bajaría el puntaje a ella. Eso podría llevarla a perder la anhelada beca para estudiar fuera del país. ¿Aún quería mudarse al extranjero? Sacudió la cabeza para apartar ese extraño pensamiento invasor. ¡Por supuesto que lo deseaba! Aquella había sido su meta más importante durante muchísimos años y eso no iba a cambiar a último minuto, ¿o sí?
—Señorita Maia López Rosales, ha llegado su turno. Por favor, pase adelante —anunció un hombre bajito de voz grave.
Justo antes de ingresar a la estancia, su mirada se cruzó con la de Mauricio, quien acababa de hacer su presentación. El muchacho la contempló con la misma carga de repulsión que acostumbraba. Sin embargo, esta vez había un sentimiento adicional detrás de la usual capa desdeñosa. El joven parecía estarse preguntando algo con respecto a Maia, casi como si él conociera una verdad que le provocaba detestarla todavía más que antes. La muchacha no tenía idea de lo que el varón pretendía transmitirle a través de sus gélidos ojos, pero no tenía ganas de averiguarlo.
Una vez que entró al recinto en donde llevaría a cabo la prueba, la chica dejó toda fuente de distracción afuera de la habitación. Necesitaba que todas sus neuronas se tomaran de las manos y se decidieran a colaborar entre sí de manera impecable. Ya luego tendría tiempo suficiente para dedicárselo a las locuras de su mente. Las imágenes mentales que le ocupaban los pensamientos últimamente solían provocarle una serie de reacciones involuntarias poderosas. No podía darse el lujo de lidiar con dichas sensaciones en ese momento crítico, pues debía darlo todo en el escenario.
Maia sujetó sus largos cabellos en una cola de caballo. Después de eso, tomó el estuche y sacó el instrumento musical con sumo cuidado para afinarlo. Unos minutos más tarde, colocó su cuerpo en la posición más adecuada, respiró profundo un par de veces y luego ejecutó el primer movimiento del famoso concierto de Sibelius. Sus ojos se cerraron de forma espontánea. Parecía que su organismo entero estaba buscando la concentración total del sentido auditivo.
Tradicionalmente, aquel concierto se llevaba a cabo con la presencia de flautas, oboes, clarinetes, fagotes, cuernos, trompetas, trombones, timbales y cuerdas. Al no ser ese el caso para los estudiantes de la institución, cada uno debía tocar una versión recortada del mismo durante esa audición. La joven López tocaría un fragmento de cada uno de los tres movimientos que conformaban aquella obra clásica. Los había organizado de manera tal que sonaran como un todo en vez de asemejarse a un rejuntado de pedazos inconexos.
El ritmo de la melodía parecía lento y suave al principio pero, poco a poco, la intensidad en los movimientos de sus manos y la gran pasión que la chica les imprimía a cada una de las notas iban en aumento. La composición era un océano de sentimientos que pasaba de ser un pintoresco paisaje en calma a convertirse en una tempestad relampagueante en cuestión de segundos. Se notaba que los organizadores habían elegido aquel concierto debido a esa amplia gama de posibilidades para demostrar la pericia de cada participante.
Maia se había convertido en una experta a la hora de transmitir cualquier tipo de emociones mediante la música. Incluso había adquirido una cierta fama entre los distintos jueces que la habían evaluado antes sin siquiera saberlo. Destacaba por la maestría en todas sus ejecuciones, pero ese no era el factor principal que la distinguía de los demás estudiantes. Lo más llamativo de sus presentaciones era que siempre echaba a volar una gran parte de su alma con la ayuda de cuatro cuerdas y un arco.
Tanto los conocedores de la música como los simples aficionados podían sentir la impresionante carga emocional en las actuaciones de la muchacha. Y la ejecución que estaba en curso no resultaba ser la excepción. Algunos de los jueces allí presentes pensaban que Jean Sibelius de seguro estaría sumamente orgulloso si fuera capaz de presenciar tanta dedicación y belleza en una sola presentación. No todos los músicos tenían la capacidad de conmover a la audiencia como ella lo estaba haciendo en ese preciso momento.
En cuanto Maia terminó con su trabajo y se retiró de la sala, una de las mujeres que integraban el jurado sacó un pañuelo desechable y se enjugó unas cuantas lágrimas que se le habían escapado mientras la escuchaba. Al menos en lo que a ella le concernía, aquella jovencita menuda y pálida ya había obtenido la nota máxima con la cual se podía calificar a los estudiantes. Y sus compañeros en la mesa evaluadora no se quedaban atrás. Cada quien manifestaba, a su manera, la profundidad de la huella que les había quedado en mitad del pecho tras mirar y escuchar a la muchacha.
Dos presentaciones más se llevaron a cabo después de que Maia saliera. Luego, todos debían esperar una hora para recibir los resultados. Cinco de los diez jóvenes estarían sonriendo como chiquillos emocionados en unos cuantos minutos, mientras el resto de ellos se deshacía en llanto y reclamos a diestra y siniestra. Esa era la cruda realidad implícita en todas las competiciones: nunca había lugares para todos. La chica le imploraba a Dios que se apiadara de ella y la dejara seguir adelante. Necesitaba obtener un resultado positivo más que ninguna otra cosa en su corta vida.
El mismo hombre bajito que los había estado llamando cuando les llegaba el turno fue quien se presentó con una hoja de papel entre sus manos. El señor se acercó a uno de los tableros de anuncios y le colocó dos pares de chinchetas al folio para que este se sostuviera en su lugar. No había terminado de hundir los clavitos metálicos cuando los ojos de la mayoría de los muchachos ya estaban devorando el contenido del documento.
Maia no podía ver nada desde donde estaba debido a su tamaño físico pero, para su buena suerte, no tuvo que esperar mucho tiempo para tener acceso a la información. Antes de que pudiera revisar la corta lista por sí misma, escuchó su nombre en medio de los improperios que le dedicó Mauricio.
—¡Me cago en la puta que te parió! ¡Maldita, inmunda, turra de porquería! ¡Te odio, Maia! —exclamó él, entre dientes.
La muchacha se acercó para confirmar el porqué de aquella inspiradora retahíla de insultos. No pudo evitar sonreír de oreja a oreja en cuanto vio su nombre ocupando la cabecera entre los cinco finalistas. Pero también se puso contenta al ver que el joven Escalante también estaba en la lista. A pesar de la ruindad de aquel chico, la chica estaba complacida por su éxito, pues eso le aseguraba que doña Rocío estaría presente en la gala de cierre para mirar su presentación.
—¡Felicidades, Mauricio! Aunque no lo querás creer, me alegro en serio de que vos vas a estar en la final —afirmó ella, mientras comenzaba a caminar a paso rápido.
—¿¡Por qué no te metes tus felicitaciones por el orto!? ¡Callate, estúpida! —contestó el varón, al tiempo que levantaba el dedo corazón.
—Sí, yo también te quiero, Mau —declaró la joven López, a gritos, pues ya estaba a varios metros de distancia.
Una vez que estuvo fuera del alcance de la vista de los demás estudiantes, Maia se echó a correr. Quería cesar de mirar aquellos rostros agresivos y llenos de resentimiento hacia ella, pero también deseaba dejar en libertad una fracción del tsunami de felicidad que fluía en su interior de esa manera. La aceleración en su corazón y el flujo sanguíneo aumentado la hacían sentir más viva que nunca.
La velocidad de sus zancadas no disminuyó hasta que llegó a una parada de autobuses. Allí abordó el primer colectivo que se apareció en su camino. Ni siquiera se preocupó por el destino hacia el que este la llevaría. Lo único que deseaba era sentirse libre y tranquila mientras miraba el paisaje a través de la ventana. Iba riéndose a carcajadas sin motivo aparente y no le importaban los comentarios de los demás pasajeros al respecto.
En un arranque de euforia, la chica sacó el teléfono móvil y pulsó el botón de llamada de su contacto favorito sin detenerse a pensarlo. Apenas unos pocos segundos habían transcurrido cuando la nerviosa pero animada voz de Darren apareció al otro lado de la línea.
—¿Maia? ¿De verdad sos vos? ¡Qué sorpresa! No me esperaba una llamada tuya, pero me alegra que querás hablar conmigo. Decíme para qué soy bueno.
—Por favor, vení al parque en una hora, o apenas podás. Te voy a estar esperando en el lugar de siempre. Hay una noticia increíble que quiero compartir, pero prefiero hacerlo en persona.
—Está bien, no me tardo. ¡Nos vemos en un rato, entonces!
El joven Pellegrini enseguida se puso de pie para ir a darse una ducha. Quería ir bien fresco a su encuentro con Maia. Luego de salir del baño, se afeitó la barba y después peinó sus rizos rebeldes con esmero. Le dio una ojeada rápida a su armario y escogió una camiseta roja de cuello redondo, unos jeans azules y unas zapatillas blancas. Como último toque antes de marcharse, se puso una colonia que mezclaba diversos aromas del bosque, una de sus esencias predilectas. El chico salió sin tener que dar explicaciones de ningún tipo, ya que su madre se encontraba fuera de casa a esa hora.
Conforme avanzaba hacia el sitio acordado, el pulso ya empezaba a acelerársele. "¿Qué podrá ser tan importante para ella como para que quiera decírmelo en persona? Bueno, la verdad es que no importa mucho de qué se trate. Si eso hace que nos veamos, ¡bienvenido sea!" Una vez que cruzó la calle, se dio cuenta de que su boca estaba seca a causa de la ansiedad. Tenía un nudo en el estómago y le temblaban un poco las piernas. Por primera vez, agradeció tener las muletas a su disposición, pues sentía que sus extremidades inferiores estaban por fallarle.
La figura delicada de Maia ya se distinguía a la distancia. La jovencita llevaba puesto un vestido negro ceñido hasta la cintura, para después abrirse en una falda amplia, a la altura de la rodilla. La parte de arriba no tenía tirantes y el escote que exhibía era en forma de corazón. Sus pies iban calzados con unas sandalias bajas de estilo romano, cuyo tono era idéntico al de la ropa. Lucía como una dama que estaba lista para asistir a una fiesta elegante.
El aliento de Darren se atoró a mitad de su garganta apenas se dio cuenta de que ella venía corriendo a su encuentro. Sin previo aviso, la chica dio un salto y sus brazos se entrelazaron en torno al cuello del varón. Se colgó de él como lo haría una niña. Entretanto, el muchacho rodeó la cintura de la jovencita con ambos brazos de inmediato, como un acto reflejo. A pesar de lo ligera que era la violinista, el joven no estaba preparado para aguantar ese peso. El desbalance lo hizo soltarse de las muletas. Sus articulaciones terminaron por flaquear y los dos se vinieron abajo.
Quedaron abrazados de rodillas, mirándose con una expresión de total sorpresa. Maia comenzó a carcajearse sin control, tanto por lo ridículo de la escena que protagonizaban como por los ríos de felicidad que se desbordaban desde su pecho. El chico no tardó en hacerle eco a la contagiosa risa femenina, pues no había manera de permanecer callado cuando alguien especial estaba pasándolo tan bien justo en frente de él. Además, eso le ayudaba a olvidarse un poco de lo inquieto que se sentía al estar tan cerca de ella.
—¡Pasé a la final! ¿¡Lo podés creer!? ¡Voy estar en la gala de cierre de mi escuela! Es decir, ¡vamos a estar en la gala de cierre! —clamó Maia, con los ojos resplandecientes de emoción.
El cerebro del joven Pellegrini estaba procesando la información en cámara lenta. Ella no le había comentado nada acerca de aquella dichosa gala, así que no tenía idea de su significado. Sin embargo, no necesitó pedirle explicaciones sobre ello para deducir cómo eran las cosas en realidad. Estaba seguro de que la presentación artística en la que él había aceptado participar era nada más y nada menos que esa famosa gala de cierre.
—¿Y? ¿No pensás decirme nada? ¡Vas a cantar junto a una finalista! Eso no te sucede todos los días, ¿eh? —declaró ella, a voz en cuello.
La aguda voz de Maia lo sacó de su ensimismamiento momentáneo. La sola idea de cantar en una actividad tan importante le producía pánico. No obstante, su miedo hacia los grandes escenarios y las multitudes de gente distinguida quedó relegado a un segundo plano al percatarse de que sus cuerpos todavía seguían unidos. El varón tragó grueso y fue incapaz de detener el avance del sonrojo que se apoderó de su semblante. Quería hablar, pero su voz no reconocía el camino de salida al exterior y le retemblaba la quijada.
El calor que provocaba la proximidad entre los dos no le resultaba indiferente a Maia, pero su percepción al respecto estaba produciendo unos efectos muy distintos de los que producía en el muchacho. Aquella cercanía, lejos de generarle intranquilidad, le estaba infundiendo el valor que necesitaba para dejarse llevar y cometer una pequeña locura. Su organismo entero le gritaba que era justo ahí en donde había deseado estar desde hacía bastante tiempo. Una amplia sonrisa decoró su rostro durante los instantes previos a la llegada de lo inevitable. La muchacha se dio un ligero impulso con las rodillas y, al mismo tiempo, tiró del cuello del chico. El resultado de aquella inesperada maniobra femenina fue la perfecta unión de los labios de ambos.
Al principio, la boca de Maia se acercó con cierta timidez a la de Darren. No sabía si él iba a aceptar o a rechazar aquel gesto atrevido y eso la hacía contenerse levemente. Sin embargo, la fuerza que la hacía refrenarse se esfumó como el vapor bajo el sol abrasador en cuanto percibió el ímpetu con el que el chico le estaba respondiendo. Poco a poco, sus bocas comenzaron a sincronizarse para llevar a cabo una extática danza de labios y lenguas que se acariciaban entre sí.
Las manos del joven Pellegrini asían la cintura de la violinista con mayor fuerza y la halaban hacia su torso, en tanto que las de ella habían empezado a juguetear con la cabellera masculina. De un pronto a otro, la boca de Darren abandonó la de Maia y decidió irse de viaje por su atractivo cuello descubierto. Un sendero de besos profundos, cargados de anhelo, fue trazado sobre la blanca piel de la muchacha. La embriagante sensación de los labios varoniles en aquella área tan sensible le arrancó un gemido suave. Ese provocativo sonido femenino renovó las energías del muchacho, quien continuó recorriendo la apetitosa ruta, pero ahora lo hacía de manera ascendente.
Una vez que la boca de Darren llegó al lóbulo derecho de la oreja de ella, le dio un ligero mordisco en esa zona y luego pronunció su nombre en voz baja. Un largo suspiro entrecortado emergió desde lo más profundo de la chica. El corazón estaba martillándole el pecho, no podía controlar la respiración y cada vez sentía más deseos de utilizar sus manos para emprender una excursión por la piel del joven Pellegrini, ¡toda su piel! No obstante, cuando escucharon algunos silbidos acompañados de risas y unas cuantas frases que los instaban a buscar un cuarto, la burbuja de dicha en la cual se hallaban refugiados estalló.
—Yo... bueno... eh... mirá... esto... fue... algo... —balbuceaba Maia, sin lograr hilar una idea coherente.
—Sos increíble —murmuró Darren, al tiempo que se apartaba un poco para poder verla a los ojos.
Ambos estaban ruborizados y un tanto agitados todavía, pero ninguno hizo intentos por huir del agarre del otro. Los dos exhibían una sonrisa resplandeciente, digna de un premio. Mientras tanto, a través de sus miradas se transmitían la atracción y el anhelo mutuo que tanto se habían empecinado en mantener a raya durante todo ese tiempo. Con pasmosa lentitud, comenzaron a ponerse de pie y luego caminaron de la mano hasta una de las bancas más cercanas de ese sector del parque.
Permanecieron sentados allí por un buen rato, con los dedos entrelazados, charlando de cualquier cosa y riéndose por todo. Por fin se habían atrevido a permitir que sus verdaderos sentimientos aflorasen y ambos parecían estar encantados de haberlo hecho. ¿Qué sucedería de ahí en adelante? Ninguno de los dos tenía ni la más remota idea, pero estaban resueltos a averiguarlo...
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