Otra pieza del rompecabezas
Darren y Maia caminaban en silencio hacia las afueras del hospital. La chica ya había agotado todas las formas que conocía para agradecerle a él por todas las maravillas que había hecho a su favor. No se trataba de un puñado de detalles bonitos que a la larga se hundirían en el mar del olvido. El muchacho había logrado devolverle una parte importante de la confianza perdida. La violinista había extinguido el deseo de acercarse a otras personas desde hacía varios años y creyó que jamás lo recuperaría. ¡Vaya sorpresa se había llevado!
Aparte de doña Julia, nadie más había estado dispuesto a acompañarla y apoyarla sin condiciones durante algunos de los peores momentos de su corta vida. No cualquiera sería capaz de aguantar tantos episodios de inestabilidad emocional sin quejarse. La mayoría de la gente de seguro pensaría en abandonarla como si ella no significara nada en absoluto, pero ese no parecía ser el caso del joven Pellegrini. A pesar de que tenían poco tiempo de conocerse, existía un nivel de cercanía emocional considerable entre ellos. Había llegado el momento de concederle permiso para acercarse un poco más.
—Sé que podés llegar sola a tu casa sin problemas, pero ¿dejarías que te acompañe hoy? De verdad me gustaría hacerlo —declaró él, mientras apretaba la mandíbula con fuerza y la miraba a los ojos.
En circunstancias distintas, esa misma pregunta habría recibido una negativa rotunda como respuesta. Pero la chica ya no era la misma de hacía unos meses. Ahora le parecía una auténtica atrocidad el hecho de rechazar la amable oferta.
—¡Dale, vení conmigo! Podemos caminar un rato y después buscamos un taxi —dijo ella, al tiempo que se mordía sutilmente el labio inferior.
Toda la alegría contenida en la Vía Láctea convergió en la sonrisa que se dibujó en el semblante de Darren en ese momento. La emoción se le desbordada por cada uno de sus poros y ni siquiera se molestó en disimularlo.
—¿¡En serio lo decís!? ¡Por fin se me hizo el milagro!
Sin previo aviso, el varón rodeó la cintura de la joven López para luego apretarla contra su torso. Segundos después, la levantó del suelo y empezó a darle varias vueltas rápidas. Cuando ella sintió que sus pies se despegaban del piso, un gritito de sorpresa se le escapó, seguido de carcajadas nerviosas.
—¡Bajame, por favor! ¡Nos vamos a caer! —exclamó la chica, con el corazón enloquecido.
El varón decidió hacerle caso a la petición. Detuvo las piruetas y permitió que las piernas de Maia regresaran a tierra firme. Sin embargo, sus grandes manos se mantuvieron firmes sobre la cintura femenina.
—No sabés cuánto agradezco que hayás confiado en mí —afirmó él, en voz baja, muy cerca del oído izquierdo de ella.
El chico se irguió para contemplar el rostro de la muchacha por un instante. La mirada bondadosa de ella lo inspiró a dedicarle uno de sus pequeños arrebatos de locura. La joven López de pronto sintió una cálida lluvia de besos cortos y ruidosos en la frente.
—¡Darren! ¿¡Qué hacés!? —preguntó la chica, entre risas.
Las mejillas de Maia enseguida adquirieron un fuerte matiz rojizo. Al ver que había conseguido el resultado deseado, el joven por fin la liberó de su agarre.
—Pienso que te ves adorable cuando te sonrojás —manifestó él, usando un tono suave, casi susurrado.
Aquellas bonitas palabras y la simpática expresión facial que las acompañaba no hicieron más que reforzar la intensidad del arrebol en la cara de la violinista. Aún no terminaba de acostumbrarse a experimentar sensaciones agradables con tanta frecuencia. Nunca antes se había encontrado con un muchacho tan amable como lo era Darren. Sus cumplidos siempre eran dulces, sin incluir groserías, doble sentido y demás cosas similares.
Nicolás solo había sabido usar frases subidas de tono para referirse a ella. Ponía especial empeño en destacar algún aspecto de su atractivo físico. Eso la llevaba a creer que sí la quería, pues al menos la hacía sentirse bonita. No obstante, sus acciones le demostraban que no había afecto. Se encargaba de extirpar todo rastro de ternura que pudiera existir en los abrazos y los besos. Por lo tanto, el tipo de atenciones que el joven Pellegrini le prodigaba realmente la sorprendían.
—¿Sabés qué? Me estoy muriendo de hambre. ¿Por qué no pasamos a comer algo antes de ir a mi casa? —propuso la muchacha, haciendo un claro intento por cambiar de tema.
—Hay una cafetería muy buena cerca de acá. ¡Tenés que probar el chocolate caliente que sirven ahí! ¡Es buenísimo!
—Dale, vamos a ese lugar. Pero yo te invito, ¿te parece?
Darren asintió con la cabeza y sonrió. Luego de ello, levantó el brazo derecho y extendió la palma abierta hacia Maia.
—¿Puedo sostener tu mano mientras caminamos?
Ejércitos de seres alados organizaron un baile en el vientre de la joven. Casi podía escuchar el rápido golpeteo que producía su hiperactivo músculo cardíaco. En medio de una batalla contra el nerviosismo, los trémulos dedos femeninos se entrelazaron con los del varón. Por más extraño que pudiese parecerles a muchos, ella nunca había hecho algo como aquello. Era la primera vez que alguien deseaba caminar a su lado de esa forma. Con cada paso dado en sincronía, un retoño de esperanza brotaba desde lo más hondo del alma de la violinista. Y aunque todavía no lo declarase abiertamente, ya había comenzado a soñar con caminar junto a Darren por muchos años más...
♪ ♫ ♩ ♬
—¿A que está riquísimo? Estoy seguro de que flasheaste con el primer trago.
—Pues sí, tenías razón, ¡está rebueno este chocolate!
Antes de que el muchacho pudiese agregar algo más a la conversación, el timbre del teléfono que reposaba bocarriba sobre la mesa interrumpió el momento. De no haber sido porque el nombre y la fotografía en pantalla le correspondían a su madre, él habría ignorado la llamada sin reparos. Cuando Maia observó a la señora rubia tan risueña en aquella imagen, recordó el episodio con Kari en el parque y la frialdad en el trato de la señora. Se preguntó si alguna vez esa mujer podría sonreírle a ella de la misma manera en que lo había hecho para la foto.
—Disculpame, por favor, es mi mamá. Tengo que contestarle, pero vuelvo enseguida.
—Claro, no hay problema, andá tranquilo.
Darren tomó el teléfono, se levantó del asiento y salió del local para atender a doña Matilde en privado. Un rato después, el joven regresó a la mesa, tal como lo prometió. Sin embargo, la sonrisa de antes ya no estaba en su rostro. En su lugar había aparecido una mueca de aflicción.
—¿Pasó algo malo? Parecés triste.
—Tengo que irme directo a casa. Mi mamá se cayó y se torció el tobillo. No puede caminar. Voy a tener que llevarla al doctor.
—¡Uy, qué mal! Ojalá que no sea nada grave.
—Eso espero yo también. Voy a pedir un taxi para llegar más rápido... Si las cosas no se complican demasiado, nos vemos en la noche.
—Sí, pronto nos vamos a ver de nuevo, así que relajate. Seguro que todo se arregla.
El chico marcó el número de la central más cercana y solicitó el servicio de transporte. Unos minutos más tarde, el conductor del vehículo de alquiler anunció su llegada mediante dos discretos toques del claxon. En cuanto lo escucharon, ambos jóvenes se pusieron de pie para salir de la cafetería.
—Perdoname por no poder acompañarte hasta tu casa.
—Mirá si yo me iba a molestar por eso. No te preocupés, en serio, estoy bien.
—Andá a descansar un poco, ¿sí? Prometeme que vas a dormir un ratito.
—Lo voy a intentar al menos, ¿de acuerdo?
Maia se inclinó hacia delante para dedicarle una reverencia al varón. Siempre le había parecido bonito despedirse a la usanza japonesa tradicional. Lo único que le disgustaba al adoptar aquella posición era que el cabello se le amontonaba frente al rostro. No obstante, ya estaba acostumbrada a ejecutar un movimiento rápido pero delicado con su cuello, el cual le permitía apartar su larga cabellera sin tener que usar las manos para conseguirlo. Darren sonrió al contemplar ese detalle.
—Tal vez te suene medio raro lo que voy a decirte, pero es que justo ahora me recordaste un montón a mi mamá.
La expresión de desconcierto mezclada con curiosidad en el semblante de la violinista hizo que el muchacho riera.
—Se mueve igual que vos cuando el pelo le estorba en la cara.
Tras mencionarle aquello, el chico se acercó para tomar las manos femeninas entre las suyas y luego estamparles un suave beso en el dorso. Inmediatamente después de eso, subió al vehículo y se despidió de ella a través de la ventana abierta del copiloto.
—¡Hasta pronto! —exclamó él, al tiempo que agitaba la mano.
Maia intentó esbozar algo parecido a una sonrisa para no preocupar más al varón. Ni siquiera el afectuoso gesto que había llevado a cabo el joven Pellegrini pudo apartar la extraña idea que se instaló en su mente. Una fuerte oleada de inquietud había comenzado a crecer en el interior de la chica. Lo que acababa de escuchar por boca del joven la dejó perpleja. Hacía apenas unos cuantos días, Matías también había hecho alusión a sus movimientos mediante una descripción similar a la que recién había utilizado Darren.
"Acabás de recordarme a una chica preciosa que conocí hace muchos años. Hacía justo como hacés vos para quitarse el pelo de la cara. Es más, creo que todavía lo hace. Tiene el pelo lacio y brillante, como el tuyo, pero el de ella es rubio", le había dicho él. La mente de la chica no tardó en asociar aquella explicación del señor Escalante con la imagen de la mujer que había visto en el teléfono del muchacho. Era una dama bastante atractiva, de eso no le cabía duda. Y a juzgar por el tono de la piel y de los ojos, parecía ser una rubia natural.
—¿Será posible que Matías me estuviera hablando acerca de la mamá de Darren? —pensó ella, en voz alta.
El parecido físico que existía entre el esposo de Rocío y Darren era, en sí mismo, algo impresionante. Y ahora salía a la luz el detalle de que ambos varones habían encontrado similitud entre sus gestos y los de alguien más. Ese alguien muy posiblemente fuera la señora Pellegrini. Todo ese asunto puso a trabajar las neuronas de Maia a mil revoluciones por minuto.
—¿Y si Matías fuera en realidad el papá de Darren? Ninguna de estas cosas me parece que sean pura casualidad —susurró la chica, mientras se mordía las uñas—. Si fuera así, entonces los tres imbéciles que han hecho de mi vida una mierda son medio hermanos de Darren... ¡Ay, qué horror!
La violinista no contaba con pruebas tangibles más allá de sus corazonadas. ¿Sería prudente compartir sus alocadas conjeturas con el implicado directo? Probablemente fuera una pésima idea. Como bien sabía, el muchacho no llevaba el apellido Escalante, sino que era Pellegrini. Tal vez estuviese cometiendo un error garrafal al pensar que sus conclusiones tan apresuradas eran correctas. Podía ser que los varones en cuestión no tuvieran ni un solo gen de parentesco y ella estuviera inventándose todo un drama familiar sin bases sólidas. Pero ¿y si no se equivocaba?
Quizás Matías no había querido reconocer a Darren como hijo suyo y por eso sus apellidos diferían. ¿Qué otro motivo podría existir para justificar aquello? Maia sentía que su cabeza reventaría en cualquier momento. A pesar de que no tenía derecho a inmiscuirse en asuntos ajenos tan delicados, no podía eliminar el deseo de conocer la verdad al respecto. Después de todo, los Escalante habían estado presentes en su vida desde siempre. Los señores le reiteraban, con cierta regularidad, que ella formaba parte de su familia. Si tomaba esas palabras en serio, tenía derecho de saber sus secretos, ¿o no?
"Posiblemente sea mejor esperar hasta que haya averiguado algo más... Sí, eso voy a hacer. Hablaré con Darren solo si llego a tener información concreta", se dijo la muchacha. Por suerte para ella, las señales que confirmarían sus sospechas vendrían a tocarle la puerta mucho más rápido de lo imaginado.
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