Los hilos del destino

—¡Felicitaciones, Mauricio! Yo ya sabía que mi hijo era perfectamente capaz de llegar a la gala final. ¡Eres un gran orgullo para esta familia! —declaró doña Rocío, mientras abrazaba a su hijo y sonreía.

—¡Muchas gracias, mamá! Acá está el sobre con las dos invitaciones para que puedas ir —dijo él, tan sonriente como lo estaba la madre.

—Lo voy a guardar en mi mesita de noche para no olvidarme de llevarlo conmigo ese día —afirmó la mujer, con un gesto tranquilo.

Transcurrieron unos cuantos segundos de silencio que el joven utilizó para reunir el valor necesario y atreverse a hacer una pregunta incómoda para ambos.

—¿Vendrá papá a verme? —preguntó el muchacho, observando a la dama con nerviosismo.

La señora Escalante se tensó enseguida. Era de esperarse que el muchacho quisiera tener a su padre junto a él en una noche de tanta importancia, pero... ¿acaso podría ella soportarlo? No tenía ni el más mínimo deseo de volver a ver el rostro de Matías tan pronto. Recibir sus gélidas miradas, acompañadas por ademanes mecánicos y sonrisas hipócritas, era una experiencia en extremo dolorosa para su pobre alma desvalida. Le bastaba con tolerar su presencia para los tres cumpleaños de los chicos, el aniversario de bodas, las fiestas de Navidad y el Año Nuevo.

Su marido siempre había pasado la mayor parte del tiempo fuera de casa por diversas giras de negocios. ¿Por qué no podía solo desaparecerse de sus vidas por completo, para así darle a ella una verdadera oportunidad de sanar? Y es que, a pesar del colosal rencor que albergaba en contra de aquel hombre, Rocío todavía sentía amor por él. Necesitaba deshacerse de ese remanente de afecto si pretendía acabar con la farsa de la pareja feliz y luego rehacer su vida.

♪ ♫ ♩ ♬

"Conocí a Matías durante unas vacaciones familiares en la Riviera Francesa. Me dejé arrastrar por su encanto juvenil y la facilidad de palabra que tenía. Fue allí en donde quedé embarazada de Darren, cuando estaba a solo dos días de marcharme... Pero él no me dejó ir así nada más. Me siguió hasta Argentina una semana después de mi partida y estuvo presente en mi vida por varios años. Nunca le conté que el bebé era suyo. Siempre creyó que era hijo de Fabricio, mi esposo". Todavía recordaba el espantoso ardor que sintió en mitad del pecho cuando escuchó aquellas palabras saliendo de la boca de Matilde Espeleta.

Al principio, Rocío se había negado a creer en el testimonio de la viuda de Pellegrini. Incluso le echó en cara que era una desvergonzada mentirosa caza fortunas en busca de enmendar las estupideces ajenas. Sin embargo, tuvo que tragarse cada una de sus acusaciones al mirar una fotografía del muchacho. Jamás había visto a alguien con un parecido físico tan obvio con respecto a su marido: aquel joven lucía como una copia al carbón de Matías. Ni siquiera sus propios hijos tenían tantos rasgos del señor Escalante como aquel chico desconocido. No estaba segura del porqué, pero aquello le había provocado aún más dolor y rabia que la infidelidad en sí.

"Si no quieres que tu marido sepa que Darren es hijo suyo, su verdadero primogénito, déjalo en paz, por favor. Te prometo silencio absoluto si tú no lo demandas. No volverás a saber de mí si dejas el asunto tal como está". Rocío jamás había sido testigo de tanto descaro contenido en una sola persona. ¿Cómo se atrevía esa mujer a amenazarla justo después de confesarle que se había estado acostando con su esposo por largo tiempo, justo debajo de sus narices? Quiso abofetearla y llevar a cabo la demanda sin importarle nada más, pero su gran orgullo la detuvo. Escucharía con atención todo lo que su enemiga tuviera para decirle antes de actuar.

"Mi hijo es una gran persona en todos los sentidos. Es altruista y siempre está pendiente de arreglar las cosas cuando lastima a alguien. Si llega a despertar, no se va a quedar tranquilo hasta saber qué pasó con la familia de la señora Julia Rosales, que en paz descanse. Estoy segura de que intentará buscarlos para ofrecerles una disculpa formal. Querrá compensarlos de alguna manera, así es él. Espero que eso no te moleste". La sangre le quemó las entrañas a la señora Escalante en cuanto escuchó aquellas declaraciones. El chico ya le había destrozado el mundo a Maia y ahora amenazaba con despedazar aún más el de ella también si se les acercaba demasiado.

Suficiente sufrimiento había tenido ya Rocío con la triste noticia de que su matrimonio estuvo destinado al fracaso desde antes de comenzar. Se prometió que le impediría a ese chico que se relacionase su familia y demás allegados. Después de todo, la muchacha era su protegida legal. No permitiría que Darren viniera a escarbarle las heridas. Además, dudaba de las intenciones de él. Le parecía irrisorio que pretendiese reparar el daño que le había causado a la joven López con una burda disculpa. Nada podría compensar la pérdida de una vida.

¿Y si lo único que el tal Darren buscaba era contarle la verdad a Matías solo para sacarle dinero y acaparar la atención de él como padre? Rocío no se perdonaría que sus hijos perdieran algún privilegio por culpa del trato preferencial hacia el retoño de Matilde. Casi podía jurar que Matías le daría lo mejor a ese chico solamente para hacerla sufrir más. Y se lo daría con gusto porque era el hijo de la mujer que se había robado todo el amor que debía haber recibido ella.

Eran numerosos los riesgos que se le presentarían si aquel joven buscaba a Maia. Por lo tanto, se había resuelto a mantenerlo lejos a como diera lugar, aunque debiera hacerlo por las malas. "Está bien, no lo voy a demandar, pero no quiero verlo cerca de Maia jamás, ¿lo entiendes?" Le había producido placer al ver la expresión de temor en el semblante de Matilde mientras ella le soltaba su discurso intimidante. "Si llega a acercársele, atente a las consecuencias. ¿Te quedó claro?" La señora Escalante creyó, en aquellos días pasados, que su ultimátum había zanjado la cuestión de manera permanente. ¡Cuán equivocada estaba!

♪ ♫ ♩ ♬

La mujer respiró profundo y revolvió entre el cajón de máscaras que siempre llevaba a cuestas, en busca de una careta que ocultase la tortura en su interior.

—Si así lo deseas, llámalo para invitarlo. Estoy segura de que regresará al país de inmediato —afirmó ella, con un gesto entusiasmado.

—Entonces, ¿no te molesta que él vaya a estar acá? ¿No hay problema?

—Todo este asunto es acerca de ti, no de Matías o de mí. Mereces que esté ahí presente quien tú quieras.

—Te lo agradezco, en serio. Esto significa mucho para mí.

—No tienes nada que agradecerme, Mau... Y es mejor que vayas a hablar con tu padre de una vez. Cuanto antes le avises, más pronto podrá hacer los arreglos para estar acá a tiempo.

—Eso haré. Nos vemos luego, mamá.

Cuando su hijo se retiró de la estancia, Rocío se quedó pensativa. Ya se había enterado, por boca de la propia Maia, de que ella también había clasificado para la gala de cierre. Aquella noticia le había alegrado el corazón, pues sentía afecto sincero hacia la hija de Julia. Incluso si resultaba ser ella quien se llevaba la beca en lugar de su muchacho, la señora se sentiría contenta.

Tal vez la chica se merecía y necesitaba mucho más aquel reconocimiento de lo que pudiera llegar a precisarlo Mauricio. La dama estaba deseosa de asistir a la presentación de ambos jóvenes, pues no le cabía duda alguna de que sería una bella experiencia para recordar. Sin embargo, quizás ella no hubiera deseado tanto el estar presente allí si hubiese conocido el principal motivo por el cual aquella velada llegaría a ser inolvidable...

♪ ♫ ♩ ♬

Maia sentía que sus pies estaban pisando cúmulos de algodón en lugar de concreto. No había rastro de tensión en sus músculos ni malos recuerdos que pretendieran invadirla y arruinarle el momento. Sus neuronas se habían engalanado con brillantes trajes ambarinos para bailar al compás de los raudos latidos que hacían de su pecho una caja de música. Los colores a su alrededor parecían ser más intensos, como una montaña rusa polícroma que le infundía deseos de reír. El aire le llenaba los pulmones cual un elixir vigorizante y la invitaba a girar, saltar y correr hasta que sus piernas ya no aguantaran más.

Todavía percibía el delicioso calor de los labios y las manos de Darren en todos los escondites de su piel que ahora solo vibraba para él. Un escalofrío de placer se unía a los incontables suspiros que brotaban cual capullos tras el invierno al rememorar la mirada anhelante del varón. No estaba acostumbrada a sentirse deseada y protegida a la vez, pues solo había conocido la rudeza casi animal de Nicolás. Jamás imaginó que derrotar a los crueles demonios en su cabeza, aunque fuera por un instante, podría producirle tanta dicha.

¿Por qué había hecho aquello? ¿Qué cambio se había dado sin que ella misma se percatase? ¿Desde cuándo tenía control sobre el miedo? ¿De dónde había sacado esa extraña valentía para desnudar el alma y mostrar sus verdaderos sentimientos? La muchacha todavía no tenía respuestas claras para esas interrogantes, pero no tenía prisa alguna por hallarlas. Era la primera vez que no sentía culpa, ansiedad ni desconfianza por haberse dejado llevar. Quizás por fin estaba lista para salir de la jaula emocional autoimpuesta.

Con cada dulce beso del joven Pellegrini, una huella de las fantasmales zarpas del pasado se borraba. En medio de aquellos oscuros ojos masculinos, Maia había descubierto un vasto horizonte de posibilidades que destilaban esperanza y calidez hogareña. ¿Estaría su instinto en lo correcto esta vez? ¿Qué les tenía reservado el futuro? La chica había decidido darle una oportunidad a su corazón y enfocarse en vivir aquel presente que, por primera vez, lucía prometedor.

En cuanto a Darren, él no lograba dejar de mirar, una y otra vez, las imágenes de la violinista inmortalizadas en las fotografías tomadas por Jaime. Todavía le costaba trabajo creer que no lo había soñado todo. ¡Maia lo había besado! Esa dulce muchacha que le desordenaba los pensamientos a su antojo había reposado entre sus brazos y se veía radiante al estar ahí. De solo recordar la provocativa sinfonía de la voz femenina cuando su boca había entrado en contacto con el cuello de ella, distintas partes en el cuerpo del varón se levantaban para celebrar. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez que una mujer lo alteraba de esa manera? Casi se había olvidado de lo maravilloso que resultaba sonreír como un adolescente después del primer beso, pues era así como se sentía.

Tenía varios años de no experimentar un repertorio de emociones tan amplio a causa de una misma persona. Uno de los aspectos que más disfrutaba cuando estaba en compañía de Maia era escucharla hablar. La chica tenía un balance perfecto entre conocimiento y sencillez, ya que demostraba a leguas su erudición en las artes sin llegar a parecer una arrogante. El amor por la música le brotaba por los poros y resultaba encantador oírla transmitiendo su pasión en cada palabra que pronunciaba. Le encantaba que fuera auténtica en toda faceta de su diario vivir. Darren no cabía en sí de alegría al haber hallado a una muchacha que tenía tantas cosas en común con él y a quien, además, admiraba.

¿Cómo debería actuar la próxima vez que se vieran? Si de pronto comenzaba a tratarla como si fuera su novia, eso podría resultarle abrumador y el chico no tenía intención alguna de incomodarla. Sin embargo, ya no había manera de disimular la poderosa atracción que ella ejercía sobre él. Ambos habían confesado lo que guardaban en su interior sin necesidad de palabras. Si ignoraba aquello y actuaba como si nada hubiese sucedido, ¿acaso la desilusionaría? ¿Esperaba la joven que ahora fuera él quien tomase la iniciativa? El muchacho se ponía nervioso de solo pensar en el siguiente encuentro.

No obstante, había una cosa de la que sí estaba seguro: lucharía contra cualquier obstáculo que surgiera con tal de continuar a su lado. La seguiría adonde fuera, pues no volvería a permitir que la distancia le arrancara una parte del corazón. ¿Podría ella perdonarlo algún día por haberse llevado la vida de su madre? ¿Cómo reaccionaría cuando lo supiera? En caso de que ella decidiera perdonarlo, necesitaría un buen tiempo a solas para sanar. Darle vueltas al asunto siempre lo atormentaba, pero consideraba que bien valdría la pena esperarla por todos los meses que hicieran falta. Si llegaba a merecer una oportunidad para borrar las penas de Maia, sería el más dichoso de los hombres.

♪ ♫ ♩ ♬

—Sí, papá, el concierto va a ser en tres semanas. Vamos a presentarnos en el teatro. ¿Recuerdas en dónde es?

—Claro, podré llegar ahí con facilidad.

—Solo podrán ingresar las personas que lleven una invitación en mano, así que tendrás que entrar junto con mamá. Espero que no haya problemas por eso...

—Quédate tranquilo, Mauricio. Ahí voy a estar sin falta.

—Muchas gracias, papá. Nos vemos pronto.

Matías Escalante en realidad no necesitaba excusas para regresar a Argentina. Allí vivían su esposa e hijos por lo que, a simple vista, no habría nada de extraño en que él quisiera mudarse a la misma casa para estar con ellos, como solía hacerlo antes. Sin embargo, él sabía muy bien que esos días no regresarían, no después del día en que Rocío por fin conoció la verdad. ¿Quién le habría contado acerca de su relación con Matilde?

Su mujer nunca quiso revelarle la identidad del informante, pero el hombre intuía que podría haber sido la propia Matilde. De haber sido así, ¿qué la había motivado a admitir semejante cosa? ¿Sería posible que buscara provocar el divorcio que él alguna vez le prometió? ¿Todavía tenía sentimientos por él? Necesitaba recibir respuestas a esas preguntas, necesitaba a Matilde en su vida de nuevo. Y esta vez se aseguraría de que fuera para siempre...


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