Ineludible tormento
Entumecimiento, asfixia, desesperación, dolor, angustia e ira. Esos eran los ingredientes que ahora componían la ensombrecida esencia de Maia. Tras confirmar la aterradora verdad que ella misma había estado negando con tanta vehemencia, su organismo entero colapsó. Quedó sumida en una especie de catatonía, como si le hubiese caído un poderoso rayo. El lastimado corazón de la chica había perdido el calor y el vigor a la hora de latir. Cualquier movimiento suyo era una agonía que le oprimía el pecho.
La joven López ni siquiera lograba poner en orden la maraña de ideas que superpoblaban su mente. Cientos de pensamientos pintarrajeados de muerte le carcomían las neuronas cual furioso enjambre de polillas. El tupido follaje de la esperanza que hasta hacía poco tiempo revestía su alma se había marchitado por completo. Secas ramas cubiertas de lágrimas y sollozos permanecían como despojo entre la nieve del sufrimiento. Solo era un pálido cadáver que continuaba despierto, sin haberse enterado de la hora en que acaeció su propia muerte.
La muchacha casi podía sentir la opresión en sus pulmones, ese peso abrumador que no le permitía respirar con normalidad. Cada sonrisa esbozada para ella, cada alegre mirada correspondida y cada tierna caricia compartida ahora eran cúmulos de sal sobre su herida abierta. Todas aquellas maravillosas memorias se habían transformado en malignas espinas que le dejaron el espíritu hecho jirones. Sus manos crispadas recibían la cascada que manaba de sus ojos enrojecidos mientras susurraba el nombre de su atormentador.
El silencio en el entorno de Maia contrastaba con el pandemónium que llevaba en las entrañas. La cabeza femenina palpitaba con tal fuerza que infundía en su dueña el deseo de removerla para así acallar las voces del sufrimiento. "¿Por qué, Darren, por qué vos?" De entre casi ocho mil millones de seres humanos en el mundo, la chica se enamoró de quien había apagado la llama de la vida en doña Julia. El destino tenía mil maneras retorcidas para divertirse.
El hombre que la había apartado de su madre para siempre era el mismo joven dulce que le había devuelto el color a sus días. ¿Cómo podía ser eso posible? Cuando los nubarrones del incierto porvenir por fin comenzaban a disiparse, aparecía una nueva tempestad para arrasar con los cimientos de su frágil alma acristalada. No quería odiar a Darren, pero ya no estaba segura de poder amarlo de verdad. ¿Sería capaz de arrancar toda la amargura que oscurecía su interior y concederle el perdón?
Antes de tomar cualquier decisión, la chica necesitaba escuchar una explicación que saliera desde la boca del muchacho. Debían hablar cara a cara, con el alma al desnudo, sin más secretos de por medio. A pesar de lo difícil que aquello sería para ambos, no le parecía justo negarle al chico la oportunidad de aclarar los asuntos. Desde su punto de vista, resultaba indispensable conocer cuáles habían sido los motivos del joven Pellegrini para ocultarle la verdad por tanto tiempo. Estaba consciente de que unas simples palabras, por más sentidas que fuesen, no le devolverían el aliento vital a la señora Rosales, pero al menos apaciguarían un poco su creciente angustia.
"¿Desde cuándo empezó a esconderme cosas? ¿Será que lo sabía todo desde el principio? ¿Por qué dejó que lo quisiera tanto? ¿Acaso pretendía destruirme?" La jovencita comenzó a musitar una plegaria dirigida a Dios y a doña Julia. Les pidió que le mostrasen el camino a seguir, pues se sentía engañada, perdida y dolida. ¿Podría Darren haber sido capaz de trazar un plan para lastimarla? Maia deseaba creer que no había ningún tipo de crueldad en el interior del muchacho. Pero, si no tenía malas intenciones, ¿por qué se había quedado callado? ¿Era divertido lograr que ella confiara en él para luego burlarse en su cara?
Cada día, una gran cantidad de personas decidían ignorar las ofensas de sus parientes o de sus amigos para preservar sus valiosas relaciones con ellos. Desde nimiedades como mensajes de texto no respondidos hasta asuntos de mayor peso como infidelidades recurrentes, mucha gente perdonaba toda suerte de faltas en su contra con tal de no perder a quienes más amaban. ¿Qué pasaba cuando el ser más querido para una ya no estaba? ¿Merecía clemencia la persona que le arrancó una gran parte de su alma? En eso pensaba Maia mientras intentaba darle algo de sentido a sus complejas emociones.
¿Era normal extrañar a alguien con locura y, de manera simultánea, no querer mirarlo a los ojos nunca más? ¿Resultaba lógico que su corazón pudiera anhelar la cercanía y la lejanía de Darren al mismo tiempo? La muchacha no tenía forma de saber a ciencia cierta cómo reaccionaría cuando volviera a encontrarse con él. Solo había una cosa que sí estaba muy clara en su mente: debía encararlo. Tras varios meses de negación y evasión, ella finalmente había entendido que esa clase de comportamientos no la llevaban a ninguna parte. Los problemas debían manejarse de frente, sin importar cuan dolorosos pudieran llegar a ser.
Maia no podía dejar que pasara más tiempo sin hacer algo para aliviar la horrible tensión entre ambos. Se encontraría con el varón durante la noche, eso era un hecho, pero debían verse a solas para poder sincerarse. No se atrevía a llamarlo por teléfono para pedirle aquello porque sabía que sería incapaz de hablarle sin romper en llanto. Tampoco quería escribirle un mensaje de texto porque no tenía idea de qué escribir. Había digitado y borrado la nota una y otra vez sin poder transmitir nada de lo que deseaba. Por lo tanto, la chica decidió que convocaría el encuentro definitivo de la misma manera en que lo había hecho meses atrás. El melancólico sonido de su violín serviría como llamado.
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Darren tenía la sensación de que una manada de elefantes rabiosos acababa de pasarle por encima. La información fragmentada que había recibido el día anterior era apenas un reflejo risible de todas las cosas aún por conocer sobre Matías. Después de la extensa charla que sostuvo con su madre al llegar a la vivienda, fue la propia Matilde quien lo instó a salir de nuevo. Ella comprendía muy bien la magnitud del cambio que estaba dándose en la vida de su hijo a raíz de todo lo sucedido. Él, más que nadie, necesitaba muchísimo tiempo a solas.
El muchacho salió a las calles sin tener idea de cuál rumbo tomar. Había densa neblina opacando sus ojos y cien pensamientos desconcertantes a sus espaldas, esperando el momento oportuno para derribarlo. Los puños de su chaqueta se habían empapado con una mezcla salina entre sus propias lágrimas y las de la señora. Las almas de ambos se habían sincronizado para danzar al ritmo del sufrimiento. Él había imaginado que podría plantarse firme y pedir explicaciones sin desmoronarse. Pero la realidad siempre resultaba muy distinta, pues aún no se inventaba un escudo que detuviera el paso de las balas emocionales.
El chico se percibía a sí mismo como un cascarón vacío después del nacimiento de un pajarillo. La tranquilidad lo había abandonado para irse a volar junto a otras mil serenidades fugitivas. Su verdadero padre había estado allí fuera todos esos años, respirando y riendo lejos de él a causa de una mentira. Sin embargo, era incapaz de condenar a doña Matilde por la decisión que había tomado. Después de todo, la mayor parte del tiempo había estado actuando movida por el miedo. ¿Quién era él para señalar a los cobardes cuando se comportaba como uno? Comprendía la conducta de su madre mucho mejor de lo que esperaba.
¿Qué debía hacer de ahí en adelante? Por un lado, una fuerza ajena a toda forma de pensamiento lógico le indicaba que corriera en busca del señor Escalante. Desde muy temprano en la vida, Darren había descubierto que tenía ciertas características de personalidad y algunos talentos innatos de los que Fabricio y Matilde carecían. ¿De dónde los había heredado? ¿Cuánto de Matías le había sido transmitido a él sin que lo supiera? Ardía en deseos de conocer esa mitad de sus raíces que estuvo oculta a plena vista por más de dos décadas.
Por otro lado, había una familia completa al lado de aquel hombre, una esposa y tres hijos que se opondrían de manera rotunda a su acercamiento. Tenían sobradas razones para repudiarlo tanto a él como a su madre y no podía reprocharlos por ello. Después de todo, ambos habían contribuido al deterioro paulatino en las relaciones de los Escalante. El muchacho compartía una buena parte del sentimiento de culpa que experimentaba la señora Espeleta. A pesar de no haber hecho nada en contra de Rocío y sus retoños, el simple hecho de ser el fruto de una traición sostenida le producía tristeza.
Y allí, justo en el ojo de aquella tormenta cargada de sufrimiento y drama familiar, se encontraba una muchachita inocente. Maia había recibido daños irreparables por haberse visto obligada a vivir junto a los Escalante. Darren ahora entendía por qué su madre se había empeñado en que él se olvidara del accidente y de la persona fallecida. No era un asunto de indiferencia o insensibilidad, sino que había sido un intento en conjunto para protegerlo tanto a él como a la joven López. Los quebrantos que reinaban en su vida le demostraban al chico que, a pesar de todo, Rocío y Matilde no habían estado buscando el mal para sus seres queridos.
¿Cómo lograría sortear los numerosos obstáculos que se habían interpuesto entre él y Maia? ¿Debía desaparecer de su vida para así no lastimarla más? El joven Pellegrini no quería seguir evadiendo la responsabilidad moral que tenía para con la violinista, pero tampoco deseaba continuar metiendo el dedo en la llaga con su presencia. ¿Qué tan prudente era acercarse a Matías? Darren sabía que hacerlo sin duda alguna acarrearía nuevos problemas para varias personas. ¿Por qué tenía que haber tantas cosas en juego detrás de cada decisión suya? El peso sobre sus hombros estaba por destruirlo...
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El día se evaporó como la lluvia bajo el sol y la noche llegó con increíble rapidez. Jaime ya se encontraba en el estudio junto a Raquel, a la espera de sus amigos. Varios minutos transcurrieron y no había rastros de los artistas. Ninguno de los dos mencionó nada con respecto a cancelar el ensayo. Sin embargo, no hacía falta ser un genio para comprender los motivos que ellos podrían tener para no presentarse ni contestar el teléfono.
—¿Qué te parece si vemos una película mientras tanto? Así, si al final no vienen, por lo menos nos distraemos un poco —propuso el fotógrafo, al tiempo que encendía la televisión.
—¿Y si les pasó algo malo? No me voy a quedar tranquila sin saber nada —contestó la chica, con el ceño fruncido.
—Hay muchas cosas que no puedo contarte porque irrespetaría su privacidad. Lo que sí puedo decirte es que necesitan espacio y tiempo para aclarar varios temitas delicados que hay entre ellos. Vos y yo solo podemos esperar y estar atentos por si nos necesitan.
La muchacha suspiró profundo y asintió con un leve movimiento de cabeza. Preocuparse en exceso por un asunto que ni siquiera estaba en sus manos no tenía mucho sentido. Como bien decía su hermano, no les quedaba más que esperar y desearles lo mejor a Darren y a Maia.
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El joven Pellegrini había regresado a su casa tras muchas horas de meditación en solitario. No había comido casi nada y se la pasó recostado por largo tiempo en el lecho de su habitación, a puerta cerrada. Poco después de las nueve de la noche, el inconfundible lamento hecho melodía que brotaba del Stradivarius de Maia llegó a los oídos del muchacho. Sus aletargados sentidos se pusieron en alerta máxima de inmediato. El hecho de no haber recibido ningún tipo de mensaje de ella durante el día lo hacía sospechar que esa sonata era su manera de comunicarse con él.
"Hace un montón de tiempo que Maia no tocaba desde el cementerio. ¡Esto debe ser una señal para mí! Tengo que ir a verla, no podemos seguir así. Mi estúpida cobardía ya nos ha causado demasiado dolor", susurró para sí. Con el corazón latiendo cual tambor de guerra, el varón se levantó del lecho, tomó las llaves y abandonó la vivienda. Cada paso que daba se sentía como una condena de muerte, pero estaba decidido a dejar de posponer lo inevitable. Aunque el resultado de su confesión no fuera favorable para él, debía decirle la verdad a la chica y aceptar las consecuencias. La temida hora de las revelaciones era impostergable...
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