Extra II: Y todo era amarillo

En algún punto de la reunión en casa de Natalia, Darren y Jaime se habían dado a la fuga de la manera más disimulada posible. No le avisaron a nadie que se retirarían temprano ni mucho menos dijeron hacia dónde se dirigirían. Afinarían los últimos detalles de la sorpresa de esa noche como lo habían hecho hasta ese momento: en secreto. No deseaban que Maia, la chica homenajeada, siquiera sospechase algo acerca de sus planes. Querían dejar una huella imborrable en ella, un acontecimiento que llegara a convertirse en uno de sus más felices recuerdos conforme fuesen pasando los años. Por lo tanto, los cuidados para no destapar ninguna pista al respecto habían sido extremos.

Cuando la joven López salió del baño tras lavarse la cara para refrescarse, enseguida se percató de que ni su novio ni tampoco el mejor amigo de ambos se encontraban presentes en la estancia. Frunció el ceño, extrañada, pero no tardó en restarle importancia al asunto. Pensó en que tal vez habían salido a comprar más comida o refrescos en algún supermercado cercano. Se encogió de hombros y tomó asiento sobre un amplio sofá junto a Raquel, quien estaba charlando muy alegre con Rebeca. Se unió a la conversación con facilidad, pues las tres chicas congeniaban a pesar de ser tan distintas entre sí.

Conforme el tiempo avanzaba, la muchacha comenzó a inquietarse debido a la prolongada ausencia de los varones. "¿Y si les pasó algo mientras iban de camino? ¿Estarán bien?" No quería pecar de paranoica y arruinar el rato de sus amigas con suposiciones disparatadas, así que decidió esperar un poco más antes de hacer alusión al asunto. Con sutileza, sacó el teléfono móvil del bolso de mano que traía consigo. Tenía intenciones de enviarle un mensaje de texto al joven Pellegrini para así saber cómo estaba, pero sus dedos se detuvieron de repente sobre la pantalla. "¿Pensará que soy una controladora si le escribo para preguntarle en dónde está? Tal vez sí, la verdad es que estoy exagerando".

Más de una hora después, el nivel de ansiedad en la violinista había alcanzado el punto más alto. El corazón le golpeaba el pecho con furia, le sudaban las manos, sentía un malestar en el estómago y unos fuertes mareos la estaban dominando. Si todo estuviera en orden, ya habría tenido noticias acerca de ellos, pero no sabía lo que les ocurría. A nadie más que a ella parecía importarle el tema. Sin previo aviso, se levantó del asiento, aclaró su garganta y comenzó a hablar en voz alta.

—¿Alguien tiene idea de lo que pasó con Darren y con Jaime? Se fueron sin avisar y no he recibido mensajes de ninguno —declaró ella, con un ligero toque trémulo que no pudo disimular.

—Deben andar tonteando por ahí. Vos sabés que esos dos muchas veces se comportan como nenes cuando están juntos. No me sorprendería encontrarlos súper concentrados en las máquinas de videojuegos del centro comercial —dijo Natalia, mientras sonreía, despreocupada.

—¡Ay, ojalá sea eso! Pero ¿y si tuvieron un accidente, los asaltaron o algo peor? ¡Me muero! —inquirió la jovencita, al tiempo que ejercía presión sobre las sienes.

—¡Bajá un cambio, por favor te lo pido! Te estás calentando la cabeza por nada —aseveró Raquel, con una risilla traviesa.

Acto seguido, la chica tomó su teléfono para mostrarle a Maia la breve nota electrónica que había recibido hacía treinta minutos de parte de Jaime. "Enana, avisales a todos que salimos a hacer una diligencia importante. Por favor, no nos esperen para cenar". La lectura de aquel mensaje desató una ola de tranquilidad en el cuerpo de la artista casi de inmediato. Sin embargo, el enfado vino corriendo a ocupar el lugar en donde antes residiera la angustia.

"No puedo ser que Jaime le esté dando explicaciones a su hermana y que Darren no haya querido avisarme nada a mí. ¡Yo acá muriéndome de la preocupación y él allá afuera como si nada pasara!" Apretó la mandíbula, bajó la mirada y se cruzó de brazos, tal como una niñita enfurruñada. La joven Silva negó con la cabeza y sonrió, al tiempo que le daba un golpecito amistoso en el brazo derecho a Maia para sacarla de su repentino ensimismamiento.

—¡No te pongás así, nena! ¡A lo mejor nos van a dar una sorpresita!

—¿En serio pensás eso?

—¡Obvio! A mí esos dos no me pueden engañar. Desde hace rato que vienen planeando algo, estoy segura.

—¿Por qué lo decís? ¿Jaime te lo contó?

—La jirafa ha tenido una cara de imbécil ultra sonriente todos estos días, bueno, un poco más idiota que de costumbre. Ya sabemos que no es por Caro porque la pobre ni siquiera pudo venir... Debe estar tramando alguna locura con Darren, casi podría apostarlo.

—Puede que tengás razón... ¡ay! ¿Por qué soy tan dramática a veces?

—Porque lo querés como loca a Darrencito, te preocupás por él, eso es todo.

Maia inhaló profundo para luego soltar el aire por la boca. Un atisbo de alegría decoró la comisura izquierda de su boca.

—¡Muchas gracias, Ra! Me hizo mucho bien hablar con vos, de verdad.

—¡Para eso estoy, mujer! Vamos por un mate, así se te olvida que te enojaste y te relajás, ¿te parece?

—¡Dale, vamos!

Apenas unos minutos más tarde, mientras las muchachas compartían bebidas y anécdotas graciosas, el mensaje que la violinista tanto había esperado de parte de su novio por fin llegó. Se trataba de una breve nota de voz en WhatsApp en donde el chico le dejaba unas peculiares indicaciones.

—Por favor, encontrame en el muelle de Promenade des Anglais, en donde está el faro que visitamos hace unos días. Estaré esperándote, mi amor. ¡Nos vemos!

La joven López se quedó mirando el aparato con perplejidad, al tiempo que levantaba la ceja izquierda. "¿En el faro? ¿Por qué querrá que nos veamos ahí?" No tenía idea de lo que pasaba por la mente del varón, pero no por ello iba a abstenerse de acudir a la cita. Además de la curiosidad natural que le despertó aquella invitación, las palabras de Raquel aún resonaban dentro de su cabeza. Sin más tiempo que perder, la chica se levantó del sillón, tomó su bolso y se despidió de los demás invitados con rapidez, para después encaminarse hacia la salida de la vivienda y pedir un taxi.

♪ ♫ ♩ ♬

Al llegar al muelle, Maia esperaba ver la silueta del chico a la distancia, quizás sentado a la orilla del estrecho camino de concreto que podría llevarlo hasta el faro. No obstante, el muchacho no se encontraba ahí ni en ningún otro punto aledaño visible. "Dijo que me estaba esperando por acá, entonces, ¿en dónde está?" La artista comenzó a caminar a paso lento para acercarse a la torre de la costa. Debía ir muy despacio si no quería arriesgarse a perder el equilibrio y caer al agua. Aunque sabía nadar bien, no tenía ganas de mojar el delicado vestido de encaje ambarino que traía puesto.

En cuanto la jovencita llegó al final del trayecto, decidió sentarse en el suelo, con la espalda recostada al faro. Tomó el teléfono para llamar a Darren y decirle que ya había llegado al sitio acordado, además de pedirle una explicación sobre su extraña ausencia. Odiaba que la dejaran esperando por mucho tiempo cuando ella había sido puntual. Pero más que molestia, en ese momento la chica estaba empezando a sentir preocupación otra vez. Sin importar de qué se tratase la excusa del joven, esperaba que al menos él se encontrase bien.

Cuando el pulgar izquierdo de la violinista iba descendiendo hacia el botón de llamada, el sonido de una guitarra interrumpió dicho movimiento de golpe. Los ojos de Maia se abrieron al máximo, mientras un agradable calor se instalaba en su pecho. La chica se levantó a toda prisa y enseguida se dio a la tarea de hallar la fuente de la música.

No tardó mucho en percatarse de lo que estaba sucediendo. En cuanto se asomó para mirar lo que acontecía al otro lado del faro, pues era de allí desde donde parecía emerger la encantadora melodía, se llevó ambas manos a la boca. Sus latidos se dispararon ante la inmensurable emoción que le despertó la hermosa imagen que sus pupilas contemplaban.

Abajo, al lado opuesto del faro, había una pequeña góndola cuya eslora estaba cubierta de pétalos blancos. Había velas azules redondeadas repartidas de manera estratégica en diversos puntos de la cubierta. Justo allí, en medio del armonioso arreglo de níveas flores y doradas llamas, se erguía la figura varonil de Darren.

El joven iba vestido con una elegante camisa blanca de mangas largas, unos pantalones negros y unos mocasines oscuros. El muchacho miraba a su novia con ternura mientras tocaba la guitarra al ritmo de una dulce canción que había decidido dedicarle. Jaime, vestido a la usanza de los gondoleros venecianos, movía la barca con parsimonia mediante un remo largo.

Look at the stars, look how they shine for you and everything you do. Yeah, they were all yellow. I came along, I wrote a song for you and all the things you do and it was called "Yellow"...

Aquella canción de la famosa banda británica Coldplay era una de las predilectas de la violinista. El bello mensaje que la letra transmitía y la alusión a su color preferido le habían llegado al corazón desde el principio. Además, le encantaba la voz de Chris Martin. Sin embargo, ahora amaba aún más la del joven Pellegrini. El canto del chico sonaba mucho más dulce de lo que lo hacía antes.

Después de la grabación del álbum que habían creado en conjunto, el muchacho había perfeccionado su técnica de canto. Era un deleite para los sentidos escucharlo. Y por si todo eso fuese poco, había añadido un nuevo talento a su currículum artístico. "¡Dios mío! ¡Aprendió a tocar la guitarra por mí!"

A medida que las estrofas de la canción comenzaban a llegar al final, Jaime acomodó la góndola frente a una hilera de peldaños de madera, los cuales estaban sujetos por una gruesa cuerda de yute. En cuanto Darren terminó de cantar, colocó la guitarra sobre una franela carmesí, para luego erguirse e ir al encuentro de los azulados iris de la joven López.

Mientras situaba el instrumento encima de la tela acolchada, el varón había acomodado de manera sutil un objeto pequeño entre los dedos de su mano derecha, sin que ella lo notara. Haciendo un esfuerzo para sus declaraciones sonaran fuertes y claras, el chico le dirigió una pregunta a la artista.

—Maia López Rosales, ¿me harías el gran honor de casarte conmigo?

Entre tanto, Darren levantó el brazo diestro y le mostró una pequeña cajita abierta, hecha de terciopelo rojo en forma de violín. En el interior de esta, había una reluciente sortija plateada. La muchacha se quedó petrificada durante unos segundos. Parecía haberse quedado muda del asombro. Sentía que su cuerpo entero flotaba. No obstante, la estupefacción terminó por perder la batalla contra el entusiasmo en apenas un parpadeo. La chica respiró hondo y pronunció un monosílabo repetidas veces a viva voz.

—¡Sí, sí, sí, sí, sí! ¡Ay! ¡No sabés cuánto te amo! —exclamó ella, al tiempo que una sonrisa sincera y amplia decoraba su radiante rostro.

Deseosa de reunirse con el chico, Maia empezó a descender por los escalones con cuidado. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca como para sujetarla, el varón la tomó por la cintura y la ayudó a estabilizarse sobre la cubierta. Al saberse bien apoyada, se volteó de inmediato, lo sostuvo por el cuello y fundió sus labios con los de él en un profundo beso nacido de sus más profundos sentimientos. El joven Pellegrini correspondió el apasionado gesto con total naturalidad, mientras una de sus manos acariciaba la suave cabellera suelta de la violinista. Cuando finalmente tuvieron que separar sus bocas para tomar aire, el muchacho aprovechó la oportunidad para mostrarle el anillo a su novia.

La parte exterior del aro tenía esculpidas en relieve las figuras de varios violines, en tanto que los costados de la pieza tenían unos bonitos grabados de varias notas musicales. En la parte interior de la sortija, las iniciales de cada uno de ellos aparecían entrelazadas, rodeadas por un círculo que simulaba la luna llena, junto a la fecha de ese día. Un brillante zafiro amarillo coronaba la montura de la hermosa argolla de compromiso. Sin duda alguna, se trataba de una joya única, muy llamativa a la vista.

Sin más demoras, Darren levantó el anillo con los dedos índice, corazón y pulgar derechos, ante lo que Maia reaccionó ofreciéndole su mano diestra. De manera lenta y delicada, el muchacho deslizó el aro de plata por toda la extensión del dedo anular de la jovencita hasta hacerlo llegar al punto correcto. Para ese instante, los ojos de la violinista ya habían liberado un par de traviesas lágrimas de felicidad que ahora empapaban sus mejillas.

—¡Es precioso, es perfecto, me encanta! ¡Este anillo es justo como vos: divino! ¡Te amo! —afirmó ella, mientras sus brazos rodeaban el torso del chico para estrecharlo con fuerza.

—¡Yo también te amo, Maia, muchísimo! No tenés idea de lo dichoso que me hacés al haberme aceptado como tu futuro esposo —aseveró él, al tiempo que se inclinaba para besar la frente de la chica.

—Tengo el placer de informarles que este empalagoso despliegue de romance ha quedado registrado para la posteridad en formato de vídeo, cortesía del capo de los capos, o sea, yo —dijo Jaime, con una mueca de simulada arrogancia.

Ante aquella inesperada ocurrencia, los tres se echaron a reír al unísono. La pareja casi había olvidado que su momento especial estaba sucediendo frente a los ojos del joven Silva. Darren había tomado clases de guitarra y él, unas cuantas lecciones para manejar la góndola. Afortunadamente para ambos, las cosas habían salido tal como las planearon.

Maia se había llevado una de las mejores sorpresas de toda su vida, la cual había culminado con la respuesta más deseada por quien ahora era su prometido. La vida seguía sonriéndoles y Jaime se sentía sumamente feliz por ellos. Pasara lo que pasara, él siempre estaría allí para apoyarlos y contribuir a su bienestar, pues los consideraba parte importante de su querida familia.


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