Eternas contradicciones
Maia se había marchado del parque con una amplia sonrisa estampada en su cara. Estaba encantada de haber tocado el violín frente a Darren una vez más. Sabía que sus sonatas nocturnas lo habían estado ayudando a mejorar su estado de ánimo. Ella se sentía más que satisfecha de haberlo alegrado de nuevo, o al menos eso creía. El expresivo rostro masculino de él no había logrado disimular la tristeza que albergaba en su corazón. Pero, después de haberla escuchado, parecía tener un buen semblante otra vez. Era hermoso presenciar los buenos efectos que su música tenía en las emociones de las personas, sobre todo en alguien tan agradable como lo era ese muchacho.
La faceta optimista y risueña de sí misma que Maia creía extinta desde hacía muchos años estaba regresando, cual fértil brote floral en plena primavera. Sin embargo, aquella dulce sensación de felicidad no logró prevalecer en la frágil alma de la violinista. Los brutales reclamos constantes por parte de su consciencia atormentada no tardaron en hacerse manifiestos. ¿Por qué estaba permitiendo que un perfecto extraño se le acercase tanto? ¿Acaso se estaba permitiendo ilusionarse nuevamente? ¿Qué tenía de diferente este chico para haber provocado que ella bajara la guardia por completo?
Si lo analizaba con total frialdad, Darren no había hecho mucho más que hacerle unos cuantos cumplidos, hablarle con palabras amables, regalarle flores y sonreírle en cuanto la veía. Todas esas acciones eran comunes y hasta podían ser fingidas cuando se pretendía conseguir alguna clase de beneficio. ¿Sería posible que el muchacho estuviera mintiéndole para obtener algo de ella? Y, de ser así, ¿qué buscaba? ¿Quería lo mismo que la mayoría de los tipos en su escuela? ¿Podría ser que pretendiera usarla y luego la dejara tirada como si fuera un puñado de desecho? "No, ¡no puede ser! Él no se parece en nada al malnacido de Nicolás", pensaba para sus adentros. De solo recordarlo, le hervía la sangre y deseaba destrozarlo a patadas. "¿¡Por qué no dejás de pensar tantas pavadas, boluda!? ¡No todos los hombres son iguales!" La muchacha suspiró con infinita tristeza y se esforzó por contener las lágrimas. Aún no podía olvidarse del odioso patán que había sido su primer amor.
♪ ♫ ♩ ♬
Era una tarde soleada y ventosa, cargada de aromas dulces mezclados con risas. Ese ambiente le fascinaba a Maia y era justamente lo que le atraía de las fiestas de pueblo en las calles. Aunque asistía a dichos eventos sin la compañía de amigos, su bondadosa madre estaba siempre junto a ella, y eso le parecía más que suficiente. La flacucha quinceañera adoraba mirar las comparsas y las carrozas artesanales, cargadas de colores vivos, como los que a ella tanto le gustaba vestir. Su mirada se extasiaba en las lentejuelas brillantes de los disfraces y en las caras estrafalarias de los muñecos danzantes. Los carnavales eran un completo deleite para la curiosidad insaciable de la muchachita.
Y fue justo allí, en medio del jolgorio y la algarabía del baile de máscaras, en donde apareció el rostro varonil más hermoso que Maia hubiese visto en toda su corta vida. Se trataba de un chico de cabellos negros, tez morena y ojos verdes. En cuanto ella lo avistó, ya no fue capaz de mirar hacia otro lado. Seguía cada movimiento del chaval con la misma atención de un águila hacia su presa. Después de un largo rato de extasiarse en la esbelta figura de aquel muchacho, la hipnotizada mirada de la chica fue correspondida por la de él. El varón le dedicó una sonrisa que dejaba ver un par de hoyuelos bien marcados. Fue así como inició una emocionante aventura que terminaría por convertirse en una de las peores pesadillas de la joven López.
El chaval comenzó a dirigirse despacio hacia el lugar en donde se encontraba Maia. Ella podía notar a leguas las intenciones del chico. "¡Viene para acá! ¡Ay, me muero!" Se excusó de inmediato con su madre y le dijo que iría un momento al baño. Doña Julia estuvo de acuerdo y no le prestó mayor atención a la actitud ansiosa de su hija. La muchachita no tardó en llegar al encuentro de aquel atractivo morocho, quien seguía sonriéndole con galantería. Cuando lo tuvo enfrente, la jovencita se quedó muda ante la imponente presencia del varón.
Los acelerados latidos de su corazón estaban por destrozarle el pecho y su capacidad de respiración casi había desaparecido. La quijada le temblaba como castañuela y no tenía idea de qué clase de comportamiento se esperaba de su parte en esa situación. Nunca antes se había sentido tan atraída por un hombre. Y, para colmo, su inexistente vida social en la academia no le aportaba ninguna pista útil que pudiese aplicar en ese caso. Jamás creyó que alguien tan impopular y sencilla como lo era ella podría atraer la mirada de un hombre tan espectacular como aquel. "Esto tiene que ser un hermoso sueño", se decía para sus adentros. De repente, el varón la tomó de la mano y empezó a caminar. Ella no opuso resistencia alguna, pues estaba idiotizada, sumida en un extraño trance. Entonces, él se la llevó a un sitio mucho menos concurrido, bajo un árbol.
—Soy Nicolás, pero me podés decir Nico. ¿Y vos, preciosa, cómo te llamás? —preguntó el muchacho, al tiempo que la miraba a los ojos, sin dejar de sonreír.
—Yo... yo... yo... ah... Maia —contestó ella, tiritando de nervios.
—Ya me parecía a mí que una mina tan hermosa debía tener un nombre que hiciera juego con ella. Es un placer conocerte —afirmó él, mientras la halaba de las manos y la atraía hacia su cuerpo, con lentitud.
Al verse tan cerca del joven, la chica dejó escapar un débil suspiro y se mordió el labio inferior. "¡Andate ya! ¡Esto se está poniendo peligroso!" Su mente estaba en lo correcto, lo sabía muy bien, pero el cuerpo no le respondía. Entendía que aquello no era bueno para ella. No sabía nada acerca del tipo que tenía al frente y eso la asustaba. Sin embargo, su organismo se rehusaba a cooperar. La única cosa que recordaba cómo hacer bien era temblar. Antes de que Maia pudiese reaccionar y apartarse, Nicolás soltó una pequeña carcajada traviesa. La sujetó de la cintura con ambos brazos y luego la besó con suavidad en los labios.
—¿¡Qué hacés!? ¡Soltame! —espetó la chica, mientras trataba de empujarlo.
Él no hizo más que echarse a reír por un momento y, acto seguido, volvió a besarla, esta vez con furia y desenfreno. Al principio, la jovencita trató de separarse, pero su inútil forcejeo solo consiguió acrecentar la intensidad en el movimiento de los labios y la lengua del muchacho. Poco a poco, Maia abandonó el infructuoso intento de resistencia y se dejó llevar. El mar de sensaciones novedosas en cada rincón de su cuerpo la confundía sobremanera pero, al mismo tiempo, la impulsaba a explorar más. Cuando la embriagante unión de sus bocas por fin concluyó, ambos jóvenes se quedaron quietos, observándose, mientras la alteración en sus respiraciones se iba apaciguando.
Aquel apasionado beso en mitad de la feria había sido el primero para Maia, uno de muchísimos más que vendrían durante los dos meses siguientes. Después de lograr que ella le diera su número, Nicolás no paraba de enviarle mensajes de texto en donde la llenaba de cumplidos. Tanta atención repentina por parte de un chico que realmente le gustaba nubló por completo el juicio de la inocente jovencita. El rechazo generalizado en su escuela se había convertido en algo habitual para ella. Sabía cómo lidiar con el acoso verbal y las burlas recurrentes. Pero nada de eso la había preparado para manejar una experiencia tan distinta y placentera como aquella. Nicolás la trataba con gran amabilidad, regalándole palabras bonitas y halagadoras a cada instante.
No transcurrió mucho tiempo para que Maia comenzase a inventar mil tipos de excusas distintas que le permitieran escabullirse junto a Nico durante las noches. Desde tutorías grupales para los exámenes hasta extensos ensayos para presentaciones benéficas, la joven siempre encontraba alguna mentira nueva que le concediera un par de horas nocturnas en compañía de su amante furtivo. La muchacha amaba a su madre y le tenía confianza para casi todo, pero estaba segura de que no consentiría en que su hija tuviese a un hombre mucho mayor que ella como novio. Era algo lógico y razonable, así que Maia decidió mantener su relación siempre en completo secreto.
Cada vez que se veían, hablaban poco y se acariciaban mucho. Se encontraban con frecuencia en algunos bares de mala muerte. Nadie ponía peros cuando la chica ingresaba a dichos locales. A pesar de que era menor de edad, no le pedían identificación ni la cuestionaban. Todas las noches estaban presentes varios encargados del bar, quienes eran amigos de Nico, así que los dejaban pasar sin problemas. Aquellas veladas solían comenzar con breves ratos de baile alocado y unos cuantos tragos. Las cosas parecían ir de maravilla entre ellos, ya que reían de lo lindo durante esas noches de fiesta. Maia casi explotaba de felicidad al pensar que por fin le había llegado el turno para conocer a quien ella consideraba el hombre de su vida.
No obstante, la pareja siempre se iba apartando del tumulto en la sala de baile y acababa metida en algún cuartucho con muebles viejos e iluminación pobre. Una vez allí, el muchacho la besaba casi a empujones mientras la despojaba de su ropa en un santiamén. Entre aquellos besos frenéticos y varios manoseos descarados que le dejaban los pechos amoratados, el varón consiguió llevarse consigo la inocencia de Maia. Todos sus encuentros le producían terribles dolores e incluso la hacían sangrar, pero ella no se quejaba por nada de eso nunca. La muchachita ya había empezado a acostumbrarse a la brusquedad de él. Aquello parecía gustarle y lo impulsaba a decirle que la amaba. La ilusa chica le permitía que hiciera cualquier cosa con tal de que Nico quedara satisfecho y le pidiera un nuevo encuentro. Creía que de eso se trataba el verdadero amor y no dejaría pasar aquella oportunidad de oro para vivirlo al máximo.
Para desgracia de Maia, el ímpetu inicial de Nicolás fue evaporándose como agua en un desierto a los pocos días. Sus fogosos besos comenzaron a perder fuerza y ya no le sonreía con dulzura. Había noches en que ni siquiera la llevaba al cuarto de siempre y terminaba por ponerle mil pretextos para marcharse pronto. Y en un día de tantos, se esfumó como la brisa y no volvió a buscarla más. Dejó de responderle las llamadas y luego hasta cambió de número. La abandonó de la misma manera en que había llegado a su vida: de golpe. Aun así, la ingenua chica iba a los bares cada día a preguntar por él, pero nadie estaba dispuesto a revelarle el paradero de Nico. No fue hasta un mes después de la desaparición repentina del varón que ella se enteró de la triste realidad. Lo habían arrestado por tráfico de drogas ilegales, junto a una mujer rubia cuyo nombre era Luciana.
La muchacha se la pasó llorando a cántaros luego de recibir aquella noticia durante varios días. Comía poco y dormía demasiado. En cuanto le venían a la mente sus encuentros, no podía evitar sentirse sucia, como si fuese un retazo de tela usada y abandonada entre cientos de prendas mugrientas. Cada atuendo que se había puesto para deleitar la vista de Nicolás ahora lastimaba la suya. Empezó a sentir repulsión hacia los colores alegres que tanto solían gustarle. Cuando su lastimado corazón logró sobreponerse de la estocada del desengaño, su alma entera había quedado desteñida. La ausencia total de colorido en su espíritu empezó a verse reflejado en su nuevo vestuario. Se deshizo del festivo arcoíris y lo sustituyó por densos nubarrones de tormenta...
♪ ♫ ♩ ♬
Maia ya había dado inicio a las exhaustivas sesiones de ensayo para el venidero concierto de la penúltima ronda eliminatoria. Esta vez le correspondía ejecutar el famoso Concierto para violín en Re menor, del compositor finlandés Jean Sibelius. Era una obra bastante compleja, como era habitual en las melodías que se escogían para las audiciones clasificatorias. La muchacha no podía evitar sentirse estresada ante una prueba tan importante. Comprendía a cabalidad todo lo que estaba en juego y no podía fallar de ninguna manera. Debía asegurarse un boleto entre los cinco finalistas de la gala final. Aquella presentación se llevaría a cabo en frente de un público distinguido, entre el cual se encontrarían los familiares más cercanos de los seleccionados.
Cuando ella llegase hasta ahí, pues se sentía plenamente segura de que lo conseguiría, ¿a quién invitaría para que la acompañara? Su rostro se ensombrecía ante la perspectiva de no tener a ningún ser querido con quien compartir sus triunfos. Solo la animaba ligeramente la posibilidad de que Mauricio también pudiese clasificar. Si él lo hacía, de seguro invitaría a doña Rocío. Esa mujer era lo más cercano que la chica tenía a un pariente y le daría mucho gusto que estuviera presente. Pero, ¿si no era así? Es decir, si su hijo no obtenía el puntaje para pasar, ¿vendría la señora Escalante para verla a ella? Deseaba de corazón que así fuera. Anhelaba ver al menos una sonrisa sincera y familiar entre las decenas de caras desconocidas.
—¿Y si invito a Darren? —se preguntó ella en voz alta, mientras se miraba al espejo.
Una vez más, Maia se descubrió sonriendo como boba. Su perra empezó a ladrar y a mover la cola con aires juguetones al percibir la alegría de su amiga humana.
—¿Vos estás de acuerdo con eso que dije, Kari? Sos bien chusma, ¿eh?
La muchacha se agachó para rodear a la cachorra con ambos brazos. Por alguna extraña razón, le agradaba la idea de que su labradora aparentase darle su aprobación a la propuesta que acababa de hacer.
—Ya sé que vos no entendés un poroto de lo que estoy diciendo, pero igual te ponés contenta cuando ves que yo estoy riéndome, ¿verdad?
Maia acariciaba el vientre y la cabeza de Kari mientras le daba vueltas a la idea que se le acababa de ocurrir. "Tal vez Darren sí se merezca una oportunidad después de todo. ¿Debería confiar en él? ¡Ay, no sé qué hacer! Si decido seguir con esto que empecé, solo le ruego a Dios que no me esté equivocando espantosamente de nuevo", se dijo. El futuro de la joven López podía ser brillante y estaba en sus propias manos. No pretendía arruinarlo por tomar decisiones apresuradas. Todavía estaba a tiempo para cambiar de parecer y alejarse, pero ¿acaso lo haría?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top