Epílogo

Un poco más de trescientos sesenta y cinco días habían transcurrido desde la partida del joven Pellegrini, ese momento crucial en el cual tomó la decisión de cruzar las fronteras terrestres y marítimas para llegar hasta Alemania. Con una buena ración de miedo atenuado por grandes dosis de esperanza, el muchacho se había embarcado en una aventura que lo desafiaba en todos los sentidos posibles. Para su buena suerte, no había existido ni el más ínfimo motivo para arrepentirse de la decisión tomada. Con cada nuevo amanecer, Darren podía sentir cómo aumentaba la dicha en su interior. Había hallado su verdadero hogar.

Aquella tarde de cielo despejado y brisa refrescante, Maia caminaba despacio sobre la blanca arena de la playa, mientras su novio y la traviesa Kari iban siguiéndola muy de cerca. El intenso azul del mar de Niza parecía reflejarse en los iris de la chica, quien no cesaba de contemplar el panorama playero con la alegría propia de una niña pequeña. El resplandor del sol resaltaba la viveza del amarillo en el llamativo bikini que ella traía puesto. Aquella prenda parecía un campo magnético para los ojos del muchacho. Él la miraba embelesado, como si aún no fuese capaz de creer que esa chica tan maravillosa en verdad lo amaba.

Después de tantos meses de arduo trabajo, unas vacaciones cerca de las costas francesas junto a Darren, sus familiares y los amigos de ambos eran un auténtico placer para la joven violinista. Aunado a ello, el hecho de haber sido tomada en cuenta para formar parte de un acontecimiento significativo, el cual tendría lugar al día siguiente, la hacía sentirse agradecida y valorada. Al desenvolverse en un entorno sano y rebosante de amor, su estado de salud se encontraba mejor que nunca.

—Tu mamá escogió el lugar perfecto para la boda, en serio, ¡esta playa es bellísima! —aseveró la joven, mientras inhalaba el relajante aroma del océano.

—Sí, eso es cierto. Además de ser un sitio lindo, le trae buenos recuerdos... No sé qué pensés vos al respecto, pero yo la veo a ella aún más linda de lo que ya era antes. Tiene un brillo especial en los ojos y en la piel, ¿no te parece? —dijo el varón, al tiempo que una amplia sonrisa nacía en su apacible semblante.

—¡Claro que sí! ¡Se ve divina! Estoy segura de que vivir tan cerca de este paraíso ha tenido mucho que ver con ese cambio, pero no se puede negar que una porción considerable del mérito la tiene tu papá.

—Sin duda alguna. ¡No sabés cuánto me alegró recibir la noticia del compromiso de mis viejos! Es casi increíble que ya mañana sea el día del casamiento.

—Yo también me siento súper contenta por ellos. ¡Hacen una pareja preciosa! Y la manera en que se miran... ¡ay! Estoy segura de que serán muy felices.

—Pienso lo mismo. ¡Tienen una química impresionante! Pero bueno, vos y yo no nos quedamos atrás, ¿verdad?

La picardía invadió la mirada de Darren en cuanto sus brazos se estiraron para rodear la cintura de Maia desde atrás. Con delicada rapidez, el joven la atrajo hacia la tibieza de su cuerpo y comenzó a acariciarle el vientre. Entonces, los labios masculinos cubrieron de ávidos besos toda la extensión del cuello de la chica, arrancándole así un quejido suave pocos segundos después.

—¿Lo ves? Acabamos de comprobar que estoy en lo cierto —declaró él, con la voz enronquecida.

En ese momento, Kari empezó a ladrar a todo pulmón, al tiempo que su cola se movía de un lado a otro con gran entusiasmo. Haciendo uso de las patas delanteras, la perra empujó la espalda del varón para invitarlo a que jugara con ella. Darren liberó un resoplido frustrado mientras la muchacha se echaba a reír.

—Esta loquita todavía no supera la fijación que tiene con interrumpirnos.

—De vez en cuando, me da la impresión de que la condenada entiende lo que está haciendo... ¡Mirá la cara de malvada que pone!

—¡Nada que ver! Ella te adora y espera que les des bolilla, eso es todo.

—Yo también la adoro, pero a veces me entran unas ganas locas de matarla a esta boluda.

—¡Pero si fuimos nosotros los que pensamos en traerla! No podemos quejarnos ahora. Ella solo quiere divertirse.

—Dale, por esta vez, la voy a perdonar. Pero esta diablilla no va a hacer que me olvide del temita que acabamos de dejar pendiente, ¿eh?

—¿Y cuál es ese temita, si se puede saber?

—Bueno, en realidad, es un tema bastante amplio. Abarca muchos puntos importantes que deseo tocar hoy mismo...

Maia esbozó una sonrisa traviesa y, mirándolo a los ojos, le dedicó un guiño coqueto al muchacho, ante lo que él le respondió con una mueca graciosa y un enérgico ademán manual de celebración. Tal como en esa ocasión, cada día se les presentaban incontables oportunidades para reconquistarse y ambos estaban resueltos a seguir aprovechándolas todas.

♪ ♫ ♩ ♬

—¡Me fascina ese vestido! ¡Dios mío! ¡Quiero uno así para mi boda! —exclamó Raquel, mientras agitaba las manos con emoción.

—¡Parece una reina, le queda perfecto! —afirmó Rebeca, al tiempo que exhalaba un suspiro satisfecho.

Con la gracilidad propia de una bailarina de ballet, Matilde daba pasos cortos y delicados sobre la arena. Iba apoyada en el brazo izquierdo de su hijo, quien la sostenía orgulloso. Unos pocos metros adelante, se encontraban Matías y la jovencita López, esperándolos. De fondo, se escuchaban los agradables acordes de las canciones incluidas en "Sonata de medianoche", el álbum que Darren y Maia habían producido en conjunto tras el éxito del primer videoclip. Y, como era de esperarse, Jaime estaba a cargo de la grabación del emotivo evento.

El joven Pellegrini se había sorprendido muchísimo cuando su madre lo eligió a él como padrino de la boda. A su vez, Matías había escogido a Maia como su madrina. Para ambos muchachos, era un inmenso honor ser partícipes de un momento tan especial y memorable. Aunque no se trataba de una ceremonia suntuosa a la que asistirían decenas de invitados a degustar manjares costosos, se encontraban allí presentes todas las personas cercanas a los novios. Aquello era más que suficiente para que ellos estuviesen contentos.

Una vez que el oficiante de la ceremonia hizo la introducción protocolaria, le cedió la palabra a Maia, quien se encargó de leer un sentido poema que había sido escrito por ella misma para la ocasión. En cuanto la muchacha dio por concluida su declamación, el encargado prosiguió con la lectura de los artículos del código civil correspondientes. Luego de ello, se le brindó un espacio a Darren para que les dedicara un breve discurso a sus progenitores. Al término de dicha intervención, la etapa más esperada de la boda finalmente llegó. El oficiante tomó la palabra para dirigirse primero al padre del muchacho.

—Así pues, Matías Escalante Ocampo, ¿aceptas contraer matrimonio con Matilde Espeleta Velázquez y efectivamente lo contraes en este acto?

Exhibiendo una de las sonrisas más auténticas de toda su existencia, el hombre dio una respuesta afirmativa.

—Sí, acepto.

Acto seguido, el encargado enfocó su mirada en la novia, para luego formularle la misma pregunta que le había dirigido al hombre.

—Y tú, Matilde Espeleta Velázquez, ¿aceptas contraer matrimonio con Matías Escalante Ocampo y efectivamente lo contraes en este acto?

Con una fina capa de lágrimas de felicidad a punto de abandonar sus cuencas, la dama les hizo eco a las palabras del varón.

—Sí, acepto.

Luego de ello, el oficiante los instó a dedicarse los votos mientras procedían a colocarse las sortijas de oro. Matías tomó la mano izquierda de su pareja y, mirándola con fijeza, comenzó a pronunciar su juramento nupcial.

—Yo, Matías Escalante Ocampo, te tomo a ti, Matilde Espeleta Velázquez, como esposa. Prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

Una vez que el anillo fue colocado en el dedo anular femenino, la mujer pasó a recitar sus votos, al tiempo que sujetaba la mano izquierda del hombre.

—Yo, Matilde Espeleta Velázquez, te tomo a ti, Matías Escalante Ocampo, como esposo. Prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

En cuanto la reluciente sortija fue puesta en su debido lugar, los ojos del señor Escalante se encontraron con los de la mujer y el resto del mundo desapareció durante unos segundos. Las siguientes palabras del encargado llegaron a los oídos de ambos como una extraña reverberación amortiguada.

—En virtud de los poderes que me confiere la legislación de la república francesa, yo, Bernard Fablet, los declaro unidos en matrimonio. ¡Felicitaciones! Matías, ya puedes besar a la novia.

En ese momento, el hombre envolvió la cintura de su esposa con los dos brazos y su boca se fundió con la de ella en un beso profundo y tierno. Cada una de las cámaras allí disponibles inmortalizó aquel hermoso instante, tanto en fotografías como en vídeos, desde todos los ángulos posibles. Un minuto después, la pareja y los testigos se dispusieron a firmar el acta matrimonial.

Entretanto, los invitados se levantaron y comenzaron a ordenarse en dos hileras en dirección al mar. Una vez que los novios concretaron el último paso de la ceremonia, no tardaron en marchar hacia el sitio en donde los estaban esperando sus amigos y familiares. Todos ellos sostenían pequeñas cajas de madera en cuyo interior reposaban numerosos dientes de león cargados de fruto.

Conforme Matías y Matilde transitaban por en medio de los asistentes, estos soplaban con suavidad para desprender las ligeras semillas de los tallos. Aquel cúmulo de blancura flotante revoloteaba en torno a los enamorados, embelleciendo así el ambiente y llevando consigo el más ferviente deseo de todos los presentes para la pareja recién casada: que el amor, el respeto y la dicha los acompañasen hasta el final de sus días.

Aplausos, risas y vítores despidieron a los novios mientras ambos se dirigían hacia el yate privado que los esperaba a orillas del mar. Antes de que pudieran alejarse, una niñita de dos años salió de entre la concurrencia para aferrarse del pantalón del señor Escalante. Los ojos de la chiquilla lo observaban con suma atención, al tiempo que sus bracitos se elevaban para así solicitarle al hombre que la cargara. Matías no tardó ni cinco segundos en complacerla.

—¡Hola, muñequita! ¿Qué pasa? ¿Querés venir con nosotros? —preguntó él, mientras acariciaba la cabecita de la pequeña.

De pronto, una aguda voz femenina emergió de entre la multitud para reprender a la nena.

—¡Nadín! ¡Vení para acá ya mismo! ¿¡Cuándo vas a aprender a dejar a tu tío en paz!? —exclamó Adriana, con el ceño fruncido.

—Esta lindurita jamás me molesta, ya te lo he dicho mil veces.

—Con tanto mimo, la vas a malcriar. Ella debe aprender que existen las reglas.

—Pero si ella no hizo nada malo, solo quería venir a despedirse de mí, ¿no es cierto, preciosa?

El hombre miró a la chiquilla a los ojos mientras le hacía una mueca ridícula para divertirla.

—Sí, tito —respondió la niña, al tiempo que esbozaba una tierna sonrisa.

En ese instante, el joven Pellegrini se acercó a sus parientes y extendió los brazos hacia la pequeña.

—¡Hey, Nadín! ¿Por qué no dejás que el tío Matías se vaya a disfrutar de su luna de miel? Mejor vení a jugar con el primo Darren, ¿te gustaría?

Al mirar la alegre expresión facial del muchacho, la nena asintió con la cabeza y se estiró para alcanzarlo. El señor Escalante no dudó en cedérsela a su hijo.

—¡Ay! ¿Qué voy a hacer con ustedes dos? ¡La consienten demasiado! —afirmó la madre, sin poder ocultar el nacimiento de una sonrisa en su rostro.

—Con Antoine y vos, esta pobre criatura ya tiene regaños de sobra, ¡dejala respirar! —dijo el chico, para luego sacar la lengua y soltar una risotada burlona.

—Por favor, cuidalos mucho a todos mientras yo no estoy. ¡Nos veremos pronto! —manifestó Matías, mientras palmeaba la espalda del joven.

—¡Adiós, cariño! Te voy a echar de menos —declaró Matilde, al tiempo que abrazaba a su hijo.

—Papá te va a mantener súper ocupada en estos días. Créeme, no vas a tener tiempo de pensar en mí —susurró él al oído de la dama, entre risas disimuladas.

Un leve rubor coloreó las mejillas de la novia casi de inmediato. Con la ceja levantada y una sonrisa maliciosa, la señora le dio una advertencia al muchacho.

—A ti no se te vaya a ocurrir hacerme abuela todavía, ¿eh?

Un carraspeo forzado brotó de la garganta del chico, quien miró de soslayo a Matilde, sin dejar de lado el aire juguetón.

—Espero seguir siendo hijo único para cuando estés de vuelta.

La dama le dio un manotazo en el hombro izquierdo a Darren. El rostro masculino se deformó en un gesto de fingida indignación, lo cual propició las carcajadas de ambos. Un par de minutos más tarde, la pareja agitaba las manos en el aire para así despedirse de las personas tan queridas que presenciaban su partida desde la orilla de la playa. En cuestión de segundos, la silueta de los enamorados se perdió en el soleado horizonte.

De manera inconsciente, Maia liberó un largo suspiro cargado de anhelo. Nunca antes había estado presente en una boda, pero no porque le disgustara la idea, sino porque nunca la habían invitado a asistir a una. Y aunque no lo hubiese mencionado abiertamente todavía, el gesto entusiasmado de su rostro dejaba claro que había disfrutado mucho de la experiencia. Sin que pudiera evitarlo, ese primer acercamiento con dicha clase de ceremonia la había llevado a pensar en su propio futuro.

Por un instante fugaz, la chica creó una imagen mental de sí misma vestida de blanco, avanzando por en medio de un extenso pasillo que la llevaba hacia la esbelta figura del joven Pellegrini. Un escalofrío de profunda emoción la recorrió de pies a cabeza ante la vívida ensoñación. Su mirada azulina se había perdido en un punto indeterminado del océano hasta que la voz de Jaime la trajo de vuelta a la realidad.

—¡Tierra llamando a Maia! Natalia acaba de invitarnos a comer unos helados en su casa, ¿venís?

—¡Sí, claro! ¡Vamos!

Mientras la muchacha caminaba hacia donde los estaban esperando los demás, el joven Silva la observaba con regocijo. Al pensar en lo que le esperaba a la violinista en horas de la noche, una sonrisa complacida se dibujó en su semblante. De manera clandestina, el fotógrafo había estado colaborando con Darren para darle una sorpresa a la artista. Tal y como se lo había prometido a su amigo, no había revelado ni una sola pista al respecto a ninguna otra persona.

Todos los detalles de la velada habían sido preparados cuidadosamente por ambos muchachos. Ya solo restaba esperar un poco más para que el plan se llevara a cabo. A Jaime no le cabía duda alguna de que el resultado sería excelente. De solo imaginar la expresión en la cara de la chica cuando llegara el momento, le daban ganas de ponerse a saltar de alegría.

En el bolsillo derecho de los pantalones de Darren, un pequeño estuche de terciopelo con forma de violín resguardaba un precioso regalo para la joven López. Una importante pregunta sería formulada por el varón antes de entregarle la caja a la muchacha. ¿Qué le contestaría ella? La palabra que pronunciaría primero sería casi idéntica al nombre de la séptima nota en la escala musical, excepto por la presencia de una tilde.

Aquella respuesta había comenzado a gestarse a la luz de la luna, cuando una melancólica sonata de medianoche logró calar hasta las profundidades de un espíritu lastimado para ayudarlo a sanar. Después de haber derrotado al poderoso huracán de la culpa y del resentimiento, la calidez del perdón y de la esperanza comenzó a envolver sus corazones hasta hacerlos libres. Las hermosas sinfonías en las almas de Darren y de Maia por fin se habían sincronizado...


♪ ♫ ♬ FIN

La historia continúa en la segunda parte de la bilogía, la cual se titula Fiorella a cappella.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top