El camino hacia la verdad
Un par de horas después de la última conversación telefónica de Darren y Jaime, ambos se encontraron en un restaurante que estaba cerca del estudio del fotógrafo. El rostro del joven Pellegrini se había cargado de nubarrones grises después de haberle dado tantas vueltas al tema del accidente. Se había esforzado por retomar los pensamientos felices que la imagen de Maia le traía, pero no le había dado resultado. Su amigo notó aquel decaimiento en el semblante de inmediato.
—Che, parece que te hubiera caído un elefante encima de lo desinflado que estás. Decíme, ¿qué te hizo pensar en todo este asunto así, tan de repente?
—Fue una cosa muy rara, ¿sabés? Iba con todo el entusiasmo a ejercitar las piernas en el parque, pero cuando estaba esperando al cambio de luces del semáforo para cruzar la calle, se me vino a la cabeza el recuerdo.
—Hacía bastante que no pensabas en eso, ¿cierto?
—Estuve tan concentrado en mí mismo, en mis problemas, que casi ni le había prestado verdadera atención al tema. ¿Qué clase de insensible soy?
—Pará un poco, nadie es insensible solo por ocuparse de su bienestar emocional primero. ¿Te pensás que sería posible ir y disculparte con esa familia, como decís que querés hacer, sin tener un poco de control sobre lo que sentís? Podrías terminar hundiéndote peor si no te has estabilizado antes. Por algo no quise acercarme a vos apenas despertaste. No estabas en condiciones de lidiar con nadie más que con vos mismo en esos días.
—Sí, tenés razón. Estuve tan mal que te hubiera mandado a la mierda sin pensarlo. No sé cómo mi vieja pudo bancarme todo ese tiempo. Yo era insufrible.
—Aunque ahora andás mucho mejor de ánimo, igual tenés que pensártelo todo muy bien. Para tratar temas tan delicados como este, cada palabra que digás va a pesar un montón. No podés llegar e improvisar nada más porque la cagás.
—Pero tampoco es que voy a aprenderme un discurso de memoria, sonaría forzado y patético.
—¡Obvio, loco! A lo que me refiero es que al menos tenés que llevar un esquema mental de las principales cosas que querés decirles a esas personas.
—Sí, entiendo la idea. Pero dejemos eso para después. Lo primero es hablar con el abogado. No sé nada de nada acerca de esta familia. ¿Podés creer que ni siquiera conozco el nombre de la señora fallecida?
—¿Tu vieja nunca te lo dijo? ¿No le preguntaste?
—Un par de veces saqué a colación el asunto, pero en ambas ocasiones desvió la atención y me pidió que me olvidara de eso.
—Supongo que te lo pedía para evitarte más estrés del que ya tenías.
—Sí, eso mismo pensé. Pero ya no soy un nene. Me gustaría que hubiera tenido la iniciativa de venir a contarme los detalles ahora que ya me recuperé.
—Sus razones tendrá, en esas cosas no me quiero meter.
—Eso no viene mucho al caso, de todas maneras. Por lo menos sí sé cuál es el nombre del abogado. Es un conocido de mi mamá desde hace años. Nos ayudó mucho con todo el papeleo para recibir pronto la herencia familiar que mi viejo nos dejó en su testamento antes de morir. Fue un tanto complicado, porque él estaba en Italia con mis abuelos cuando le dio el infarto, mientras mi mamá y yo estábamos acá en Argentina. El señor Rodríguez fue un gran apoyo para nosotros en esos días tan duros.
—Entiendo. Seguro se lleva rebien con vos, ¿verdad?
—Sí, es casi como otro miembro de mi familia. Entonces, ¿venís conmigo al despacho de don Pedro?
—Está bien, vamos.
Los dos muchachos se dirigieron hacia el estacionamiento trasero del estudio fotográfico, en donde se hallaba el vehículo personal de Jaime. Movieron los paquetes que el dueño del auto tenía en el asiento delantero a la parte de atrás y luego se subieron. Las calles no estaban muy congestionadas ese día, así que avanzaron con bastante rapidez. La suerte ahora estaba echada. Darren estaba a punto de recibir información valiosa que lo guiaría hacia una impactante noticia que le daría un vuelco absoluto a su vida una vez más...
♪ ♫ ♩ ♬
Maia aguardaba con impaciencia que las manecillas del reloj avanzaran más rápido. Estaba deseosa de que llegara su turno para la audición. Los nervios y la emoción crecían a partes iguales en su interior. Intentaba mantener el ritmo acelerado de su respiración a raya, pues la ansiedad descontrolada a veces la hacía temblar y agitarse, lo cual la desconcentraría por completo en su presentación. Además de ello, la chica temía que sus ojos dejaran de funcionar de pronto, como le había ocurrido hacía tres días. Aunque no estaba cien por ciento segura de cuál era la razón por la cual perdía la vista de manera temporal cada cierto tiempo, ella seguía asociándolo con los niveles elevados de ansiedad que tenía en ciertos momentos.
El último incidente desencadenante, según la chica, había sido la enfermedad de su labradora. Kari no había dejado de toser y vomitar en la misma noche en que ella había tenido su episodio de vista nublada. Había llorado como loca a causa de la angustia y del miedo que le producía la idea de perder a su amiga canina. "Nunca más voy a confiarme con respecto a la comida de Kari. Doña Anabel no examina bien lo que va a darle. Seguro ni se fijó en la fecha de caducidad. De ahora en adelante, revisaré todos los envases con mucha atención antes de dejárselos. ¡Vaya susto horrible me llevé!", pensaba ella, mientras sostenía a la cachorra sobre sus regazos. Para su buena suerte, la perra se había recuperado ya de la indigestión severa que le había producido la ingesta de aquel alimento descompuesto.
Por otro lado, seguía sin ser capaz de evitar que los recuerdos de la noche de las luces en el parque la visitaran en los momentos más inesperados. A menudo se sorprendía sonriendo como tonta en lugares poco inspiradores, como los baños de su academia o las concurridas paradas del autobús. La gran amabilidad y la aparente sinceridad de Darren seguían siendo un motivo de alegría para ella, aun cuando no quería reconocerlo abiertamente. Sin embargo, era imposible ignorar la realidad: no lo conocía de verdad, sabía muy poco acerca de él. Todo eso alimentaba su recelo en cuanto a las intenciones del chico. Por lo tanto, había decidido andar con pies de plomo en lo referente a ese joven con sonrisa de niño. Por más ganas que tuviera de empezar a charlar con el muchacho, prefería esperar para ver si podía confiar o no en él.
Una hora antes de la cita para su presentación, Maia ya se encontraba a las afueras del auditorio. Muchos de los estudiantes clasificados para esa ronda también se hallaban allí, algunos en silencio, otros charlando entre sí y unos cuantos más mirando sus teléfonos móviles. Por su parte, la joven López estaba enfocada en dos cosas: permanecer calmada y mantenerse bien alejada de Mauricio Escalante. Aquel chico no había dejado de taladrarla con la mirada desde el mismísimo instante en que ella había llegado al lugar.
El desdén que fluía a raudales desde los ojos de él era bien conocido para Maia y ya no la amedrentaba, pero no por eso dejaba de ser algo bastante incómodo. Deseaba irse de allí a toda prisa. Sin embargo, la muchacha no tenía intenciones de arriesgarse en lo más mínimo. Si se alejaba del grupo, el varón podría aprovechar la situación para seguirla, acorralarla en algún sitio apartado y hacerla pasar un mal rato, como tenía por costumbre. No provocaría un encontronazo innecesario. Y tampoco le dirigiría la palabra para pedirle que la dejara en paz con respecto al acoso visual, pues eso podría desencadenar una acalorada discusión grupal en la cual nadie más que ella saldría perdiendo. Ninguno de los presentes iba a ponerse de su lado, se lo habían demostrado en más de una ocasión. Prefirió enfocarse en las líneas divisorias del azulejo del piso para así no pensar tanto en quien la estaba observando.
—Maia López Rosales, por favor, ingrese a la sala. El jurado ya está esperándola —anunció una mujer de voz chillona.
La muchacha se puso de pie y caminó con paso firme hacia la entrada de la habitación. Iba repitiendo las notas una a una en su cabeza a medida que avanzaba. Solo pensaba en Paganini y en nada más, pues sabía que era mejor dejar sus múltiples inquietudes afuera de la audición. Justo antes de ingresar a la estancia, llegó a sus oídos una frase casi susurrada, pero muy clara.
—Más te vale fallar hoy, perra. Te vas a arrepentir si no lo hacés.
No se detuvo ni tampoco se molestó en girar la cabeza para comprobar algo que sabía con certeza. Solo Mauricio podía ser tan patético y desvergonzado como para amenazarla en frente de las autoridades de la institución. Al saberse amparado por el prestigio de su apellido, se daba numerosas libertades que no le correspondían con total descaro. A pesar de eso, Maia sonrió con el lado derecho de su boca y levantó su mano para mostrarle su dedo pulgar levantado, como si le agradeciera por el comentario despectivo. No se enteró de la reacción del chico ante ello, dado que la puerta de la sala se cerró de forma automática un par de segundos después de su ingreso.
El atuendo para dicha audición era gris en su totalidad. Llevaba unos pantalones abombados en la parte de abajo y un poco menos holgados en el área de la cintura. Su blusa era de mangas cortas, con cuello de tortuga, sin botones ni cremallera. Traía un relicario ovalado de plata colgando sobre su pecho. Allí tenía resguardadas las fotografías de sus padres. Quería tener una representación física de las dos personas que más había amado en su vida. Eso le daría más fuerzas para llevar a cabo su interpretación de la mejor manera posible. En cuanto llegó al área del escenario que le correspondía ocupar, se anudó el cabello en un moño flojo y se dispuso a sacar el instrumento de su estuche.
El jurado de aquella audición no conocía todavía la reputación de Maia. No había presenciado la impresionante fuerza que transmitían los movimientos de la chica una vez que se sumergía en el mundo de la música. Incluso la contemplaban con indiferencia absoluta. "Esta academia está plagada de niños mimados que no tienen ni idea de lo que significa la pasión al tocar", pensaba el señor Páez, uno de los jueces más influyentes, al tiempo que alistaba su cuaderno para tomar nota de los errores de la ejecutante. Se había predispuesto a que observaría una presentación mediocre más. Pretendía darles mayores puntajes a quienes resultasen ser un tanto menos insulsos, no a los destacados, pues estos no existían, o al menos eso creía él. Le bastó con escuchar las primeras notas para que despegase el rostro del cuaderno y concentrase su vista en la muchacha.
La mano izquierda de Maia sujetaba el arco y se deslizaba cual si fuese una ola en plena tempestad sobre las cuerdas del violín, al tiempo que los dedos de la mano derecha danzaban sobre el diapasón. La velocidad, la fluidez, la precisión y la pasión iban estampadas en la totalidad de sus maniobras. Cada acierto suyo demostraba la pericia que tenía como violinista. La esencia del virtuoso que había compuesto la vibrante melodía estuvo presente durante cada segundo que duró la presentación, pero el corazón de la joven López fue derramado también. Su característico balanceo acompasado revelaba lo mucho que disfrutaba generando aquella música tan exquisita.
La presentación llegó a su momento culminante cuando la chica decidió tocar utilizando únicamente sus dedos para rasgar las cuerdas. La expresión en su semblante hervía de entusiasmo. Muy pocos estudiantes tenían el valor de interpretar aquel capricho de la forma tan impetuosa en que lo estaba haciendo Maia. Cuando las notas en la partitura de Paganini se extinguieron, los miembros del tribunal estudiantil permanecieron en silencio, como solía suceder cuando la chica menuda tocaba. Algunos de ellos incluso tenían la boca ligeramente abierta sin siquiera percatarse de ello. Aunque todavía no habían deliberado en conjunto y todavía les quedaba la valoración de tres presentaciones más por delante, ya tenían muy en claro quién sería la persona que encabezaría la lista de clasificados.
—Apreciamos su esfuerzo, señorita López. Puede usted retirarse —declaró el señor Páez, con la voz casi temblorosa.
Un poco más de una hora después, la lista con los nombres de los diez jóvenes aprobados para la ronda semifinal estaba completa. En cuanto la vio, Maia dejó escapar un gritito de alegría. "¡Cumplí con mi promesa! El profesor Gómez estará orgulloso de mí", se dijo para sus adentros. Para su satisfacción, había obtenido el primer puesto. Más abajo, en el último lugar de entre quienes seguirían adelante, aparecía el nombre de Mauricio. La muchacha casi se permitió reír luego de notar ese detalle, pero se refrenó. "Ya me reiré junto a mamá durante la noche. Hoy, más que nunca, ella se merece mis sonatas. La he tenido muy abandonada en estos días". La chica no imaginaba que la decisión que acababa de tomar se convertiría en una pieza clave para el desarrollo de la cadena de acontecimientos venidera. Su camino se entrelazaría otra vez con el del joven Pellegrini, pero de una manera completamente inusitada...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top