Determinación renovada
Habían transcurrido tres semanas después de la inusitada noche en la cual se produjo el accidentado encuentro de Darren con Maia. La joven López no regresó al cementerio, dado que su extenso horario de estudio y algunos otros deberes personales no le permitían ir durante el día y ya no se atrevía a ir de noche. La chica tenía mucho miedo de reaparecer en el sitio porque el delincuente que la había atacado podría estar ahí, esperándola de nuevo.
Y si eso sucedía, no le iría nada bien, pues de seguro se desquitaría con ella toda la rabia producida por la paliza que le había propinado su valiente rescatador anónimo. No podía arriesgar su integridad física ni tampoco quería sufrir la pesadilla de perder el instrumento musical que la había estado acompañando desde la infancia. Sentía un terrible pesar al no visitar la tumba de su querida madre a diario, como solía hacerlo, pero era preferible dejar pasar un tiempo prudencial y así evitar alguna desgracia.
Por su parte, Darren sentía como si le hubiesen arrebatado una parte gigantesca del alma ante al cese abrupto de las conmovedoras sonatas nocturnas. Sus noches ya no eran las mismas sin las melodías de la muchacha. Lo entristecía la ausencia de la violinista, pero estaba casi seguro de que ella lo hacía para protegerse. De solo imaginarse aquel rostro de muñeca deformado a causa del miedo, por culpa de un tipejo malviviente, su sangre volvía a hervir.
"Nada de eso le hubiera sucedido si yo no hubiera sido tan inútil", se decía el chico, mientras golpeaba con su puño cualquier objeto resistente que estuviera a su alcance. Sin embargo, la terrible decepción que se había llevado no lo sumió en la depresión de nuevo, sino todo lo contrario: su determinación por volver a andar se renovó. Prefería esperar sin verla hasta que pudiera hacerlo de pie.
El muchacho se había estado esforzando como nunca antes con los diferentes ejercicios que su terapeuta le enseñaba durante las sesiones de rehabilitación. Trabajaba duro, tanto en el hospital como en su propia casa. Había logrado alcanzar un nivel de progreso asombroso en menos tiempo del esperado. El especialista a cargo de su caso estaba asombrado.
—Si continúas a este ritmo, dentro de unos pocos días podrás dejar la silla de ruedas y usar muletas. ¡Me alegro mucho por vos! No todo el mundo logra recuperar la movilidad completa y menos en un lapso tan corto. Lo tuyo es casi milagroso —afirmó Andrés, sonriendo de oreja a oreja.
—¿¡Me lo dice en serio!? ¡Júreme que no está jugando conmigo! No quiero hacerme ilusiones y que después las cosas no resulten como yo espero —contestó el joven, con la mirada fija en el rostro de su interlocutor.
—¡Por supuesto que hablo en serio! Es más, si quieres, puedes comenzar a probar cómo te va con las muletas ahora mismo. ¿Te gusta la idea?
El semblante de Darren se iluminó como lo haría el de un niño pequeño al recibir el juguete por el cual se estuvo portando bien todo el año. No pudo evitar que se le humedecieran ligeramente los ojos ante tan alentadora noticia.
—¡Me parece bárbaro, doctor! ¡Por favor, pásemelas ya!
El hombre se incorporó, avanzó unos cuantos pasos y abrió las puertas de un gran armario esquinero que se ubicaba detrás de las barras metálicas utilizadas para las terapias. De allí sacó el par de bastones especiales para el chico.
—Ponte de pie primero, luego yo te ayudaré a colocártelas de manera correcta.
El chico se sostuvo de los brazos de la silla de ruedas y se puso de pie con lentitud. Todavía tenía que hacer un esfuerzo considerable para mantenerse en esa posición, ya que los músculos de sus piernas no tenían toda la fuerza requerida para soportar el peso corporal de un adulto tan alto como lo era él. El terapeuta le colocó primero la muleta derecha y luego la izquierda bajo las axilas.
—Muy bien, ya estás en posición. Ahora, lo que tienes que hacer es apoyar la mayor parte de tu peso sobre las muletas. Tus piernas van servir como una especie de motor, pues mediante ellas vas a tomar impulso para desplazarte, pero ya no va a estar todo tu cuerpo recargado solo sobre ellas. Tus brazos van a trabajar bastante también. Tienes que coordinar bien los movimientos para que no te tropieces o pierdas el equilibrio. Veamos qué tal te resulta...
Darren comenzó a mover los pies con sumo cuidado, cual si fuese un bebé aprendiendo a dar sus primeros pasos. El especialista se posicionó en frente de él, a poco más de un metro de distancia. Conforme el chico avanzaba, el doctor también lo hacía. Estaba cerca en caso de que el joven necesitara de su ayuda, pero lo suficientemente lejos para permitirle desenvolverse con libertad.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... ocho pasos muy lentos y el organismo del convaleciente no resistió más el titánico esfuerzo. Las piernas le temblaban como un par de flanes y estaba sudando a mares. El experto corrió a sujetar a su paciente para que este no fuera a caerse de bruces.
—Sostente de mi hombro. Yo te voy a llevar de vuelta a la silla, no te preocupes. ¡Hiciste un trabajo magnífico!
Aunque estaba recibiendo palabras sinceras de ánimo, aquello no dejaba de saberle a derrota pura. No obstante, la férrea voluntad del chico se fortaleció después de ese incidente. La llama de su espíritu luchador estaba más viva y fulgurante que nunca antes. "Ella se merece a un hombre completo. No voy a parar hasta verme como un hombre completo otra vez", se prometió. Estaba decidido a convertirse en un ser humano distinto, mucho más agradecido y menos derrotista.
"Esperame, por favor, ya casi estoy listo", susurró entre dientes, como si le hablase a la violinista en secreto. "Me salvaste la vida, ¡tenés que saberlo! ¿Habrá alguna manera de retribuirte lo que hiciste por mí? Tiene que haberla y yo la voy a descubrir, ¡sabelo! Tenés mi palabra", pensaba él, mientras el doctor le ofrecía su hombro para que se apoyara. Darren sentía que la vida por fin había empezado a sonreírle de nuevo y él le estaba devolviendo la sonrisa...
♪ ♫ ♩ ♬
Los episodios graves de ceguera de Maia no habían regresado. Había experimentado mareos y visión borrosa por lapsos cortos, pero no se había quedado sumida en la invidencia total. Eso reducía su preocupación de manera considerable y le permitía recuperar la esperanza en un futuro mejor para ella. La segunda ronda de eliminatorias había pasado y su nombre había aparecido entre los primeros puestos de la lista de los estudiantes clasificados de nuevo, gracias a la magnífica interpretación que había hecho de "Dulce otoño", otra de las melancólicas sonatas compuestas por ella misma.
Le restaba clasificar en tres rondas más, con lo cual conseguiría su boleto para competir contra los destacados estudiantes que ya habían sido escogidos. Si lograba convertirse en la representante de su institución, tendría un pasaje asegurado para Alemania. La persona que ganara recibiría una beca completa para estudiar en el célebre Julius Stern Institut.
La chica estaba consciente de que, en el siguiente concierto, los estudiantes debían ejecutar el Capricho Nº 24 de Niccolò Paganini a la perfección para ser tomados en cuenta como los mejores violinistas de su institución. Eso siempre le había resultado mucho más complicado que tocar sus propias composiciones. Cuando sus sentimientos no habían estado presentes en la elaboración de una melodía, debía esforzarse el doble para recordar bien cada detalle de la misma.
Tenía que memorizar una compleja combinación de notas que había nacido de un alma ajena, lo cual era todo un desafío para ella. A pesar de ello, nunca se había sentido amedrentada por ninguna de esas cosas, pues la música era su pasión. El violín le devolvía los latidos a su corazón de hielo, casi marchito por la pena y la desesperanza. Además, el acto desinteresado del chico que la había defendido del maleante y la cálida mirada del chico en la silla de ruedas habían logrado devolverle un atisbo de fe en la humanidad. ¿Volvería a ver a alguno de esos chicos? No lo sabía, pero deseaba que así fuera.
♪ ♫ ♩ ♬
Los extenuantes ensayos diarios intensivos no le dejaban tiempo para nada más, así que las caminatas de Maia junto a Kari eran casi nulas. Había tenido que pedirle a una señora mayor, quien era vecina suya y también tenía un can como mascota, que llevara a pasear a su labradora, a cambio de un pago semanal. Odiaba tener tan abandonada a su amiga, pero no tenía otra opción. Tenía que clasificar para la competición final a como diera lugar.
A causa de sus pesadas responsabilidades relacionadas con el estudio, la joven no había transitado por el parque en esos días. Jaime había estado muy atento cada vez que él pasaba por ahí, mirando hacia todos los rincones con detenimiento. No quería que se le pasara la oportunidad de localizar a la violinista. Pretendía hablar con ella. Tenía ganas de convencerla para que se encontrara con Darren y así darle una gran sorpresa a su amigo, pero la búsqueda estaba resultando ser en vano.
—Estoy segurísimo de que esa mina vive cerca de acá. Si por lo menos supiera cómo se llama, todo sería mucho más fácil. Alguien debe conocerla, pero no se me ocurre quién —monologaba el chico, en voz baja, mientras caminaba a paso acelerado.
Como consecuencia de su ensimismamiento, el joven Silva no se percató de la imprudencia que estaba por cometer. De un momento a otro, se encontró mirando hacia el piso, pues se había tropezado de frente con la correa de un gran perro negro, el cual estaba ladrándole como demente, al tiempo que la persona a cargo del animal trataba de controlarlo.
—¡Fíjese bien por dónde va! ¿¡Acaso está ciego!? —exclamó la anciana, con una mueca de disgusto.
—Discúlpeme, señora, estaba muy distraído. No fue mi intención molestarla a usted ni a su perro.
—Eso es lo peor de todo, esta ni siquiera es mi perra. Si algo malo le llega a pasar a Kari, Maia me mataría. ¡Esa chica ama a este animal!
Al escuchar aquello, el muchacho abrió los ojos al máximo, como si hubiese recibido una revelación trascendental. Se apresuró a corroborar si sus conjeturas eran ciertas.
—Maia aún sigue vistiéndose toda de negro, ¿verdad? ¡No cambia más esa piba!
—¿Conoce a la dueña de la perra?
—Podría decirse que sí, pero hace rato que perdimos contacto. A lo mejor usted me puede ayudar a reunirme con ella.
—¿Y cómo es que, si en verdad la conoce, no tiene su número o alguna otra manera de contactarla usted mismo?
—Pues, verá, yo...
Jaime titubeó y se quedó en silencio por unos pocos segundos, pero eso dio pie a la desconfianza inmediata de la señora.
—Olvídelo, no doy información personal, mucho menos si es ajena, a extraños. ¡Con permiso!
La dama se retiró tan rápido como pudo, volteando a mirar cada cierto tiempo para cerciorarse de que el muchacho no la estuviese siguiendo. "¡Casi lo logro! ¡Estuve a punto! ¡Qué mala suerte! ¡Si tan solo se me hubiera ocurrido algo más!", se lamentaba el chico, en la privacidad de su mente. Suspiró hondo y sacó el celular que llevaba en el bolsillo derecho del pantalón. Comenzó a grabar un mensaje de voz muy breve, el cual resultaría ser sumamente impactante para el destinatario del mismo.
—¡Tu violinista ya tiene nombre, loco! No te imaginás cómo lo conseguí, luego te cuento. ¿Adivinás cuál es? Se llama Maia —afirmó Jaime, entre sonoras risas.
Veinte minutos después del envío, Darren vio la notificación de WhatsApp en su móvil y se dispuso a revisar el mensaje. En cuanto terminó de escucharlo, el teléfono se le resbaló de las manos y lo invadieron las ganas de reír a carcajadas, como lo había hecho su amigo mientras grababa.
—¡Qué hermoso suena! No podía ser de otra manera... ¡Maia, oh, Maia, tengo que encontrarte cuanto antes! —declaró el muchacho, al tiempo que unas traviesas lágrimas de alegría se le escapaban.
La principal motivación del joven Pellegrini para salir adelante ahora no solo tenía un rostro, sino también un nombre, uno tan pequeño y bello como lo era su portadora...
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