Confesiones insospechadas
Además de las sesiones de ensayo para el recital de cierre, Maia no tenía ninguna asignación pendiente para los días venideros. Como era lógico pensar, los estudiantes clasificados quedaban eximidos de las demás responsabilidades académicas. Sin embargo, el exceso de tiempo libre nunca la relajaba, sino todo lo contrario. Si había algo que le desagradaba a la violinista era quedarse quieta. Tener la mente desocupada la llevaba a divagar entre pensamientos que prefería mantener a raya. Aunque le había prometido a Darren que se iría a casa para tratar de dormir, las ganas de ponerse a trabajar ganaron la batalla.
La muchacha tomó un taxi y le pidió al conductor que la llevara hasta su instituto. Quería aprovechar la oportunidad de practicar un poco de alemán en el club de conversación. Aunque en muchas ocasiones no se presentase nadie más que ella en el salón de clases, siempre había un tutor disponible para atenderla. Todo el alumnado tenía derecho a recibir ese servicio en cualquier momento del año, aun si no tenían que asistir a ninguna otra lección durante el día. La joven López no pensaba desperdiciar el privilegio de obtener una clase conversacional completa para ella sola.
Una vez que cruzó la puerta principal de la academia, sus sentidos se pusieron en alerta. De sus compañeros podía esperar cualquier cosa, así que era mejor no confiarse demasiado. Comenzó a caminar a paso rápido hacia el pabellón asignado para los cursos de idiomas extranjeros. Cuanto menos tiempo pasara fuera del alcance de la supervisión de sus profesores, menos insegura se sentiría. Así habían sido las cosas desde que tenía memoria.
Para avanzar hacia su destino, la chica debía pasar frente a la oficina del director de la institución. Era una sala amplia que permanecía cerrada la mayor parte del tiempo. El señor Torres solía pasar muchas horas fuera de su despacho, pues odiaba encerrarse detrás de montañas de papeles o de un aburrido monitor de computadora. Él prefería concentrarse en organizar y supervisar las diversas actividades escolares en persona.
Sin embargo, ese día en particular, el hombre sí se encontraba allí. A juzgar por lo que se escuchaba desde afuera, parecía estar enfrascado en una importante discusión con otro varón. Sus voces graves hacían eco en el pasillo vacío por el cual transitaba Maia. En circunstancias normales, la muchacha no le habría prestado mayor atención a aquella conversación. No obstante, se detuvo en seco cuando escuchó que uno de los interlocutores pronunciaba nombres familiares.
—¡Los Escalante nunca nos hemos olvidado de ustedes! Espero que vos no te vayás a olvidar de Mauricio, ¿eh? —dijo uno de los hombres, al tiempo que giraba el pomo de manera brusca.
Matías abandonó la oficina con el semblante desencajado. Cerró la puerta tras de sí utilizando más fuerza de la que era necesaria. Resopló y miró hacia el techo, mientras se mesaba los cabellos. Estaba haciendo todo lo posible para calmarse. La joven López se limitó a observar la inesperada escena en silencio, a tan solo unos pocos metros de distancia. En cuanto el varón se percató de ese detalle, la evidente molestia que sentía se disolvió en un abrir y cerrar de ojos. Sus músculos faciales enseguida se relajaron y la reluciente sonrisa de galán que lo caracterizaba hizo su aparición estelar.
—¡Maia! ¡Qué linda sorpresa! No esperaba verte hoy por acá. ¿Cómo estás?
—Estoy muy bien, señor Escalante, gracias por preguntar. ¿Y usted?
—¿Cuántas veces tendré que insistir para que dejés de usar esas formalidades conmigo? Podés decirme Matías y ya está. ¿Acaso me veo tan viejo que solo pensás en mí como un señor?
El hombre le dedicó un guiño y luego se echó a reír. La chica solo pudo esbozar una sonrisa educada, pero en el fondo deseaba salir huyendo de ahí. Además del escaso trato que había tenido con él, la chica no podía evitar incomodarse al mirar ese tipo de gestos coquetos en un rostro tan parecido al de Darren. Además, no se sentía en capacidad para sostener una conversación con Matías después de sus recientes hallazgos. Las manos femeninas estaban comenzando a sudar cuando el timbre del teléfono del varón inundó el pasillo.
—Perdoname, tengo que tomar esta llamada. Dame un segundo, por favor —dijo él, sin abandonar el buen humor.
El hombre le dio la espalda y luego deslizó el pulgar derecho sobre el botón verde de la pantalla.
—Te dije que no me llamaras hasta dentro de una hora, más te vale que sea algo importante... No, todavía estoy acá... Sí, es correcto... Decile que no puedo... Sí, paso por ahí luego... ¿Cómo decís? No te entendí bien eso último, repetímelo... ¿¡En el hospital!? Ay, Dios... Sí, ya te oí. ¡No me importa que su hijo esté ahí! ¡Voy para allá!
Aunque Maia no podía escuchar lo que decía la persona al otro lado de la línea, la mueca de angustia en el semblante del señor Escalante tras colgar la llamada anunciaba malas noticias. A pesar de la obviedad del asunto, la jovencita decidió preguntarle hacerle un par de preguntas discretas, como muestra de cortesía.
—¿Se encuentra bien, señor? ¿Puedo ayudarle en algo?
—No te preocupés, estoy bien, pero voy a tener que dejarte. Una amiga mía se torció el tobillo y acaba de ingresar al hospital por eso. Quiero ir a verla ahora. ¡Hasta luego!
Acto seguido, el hombre dio un giro sobre sus talones y se dirigió hacia la salida tan rápido como pudo. Conforme la silueta masculina iba alejándose, el cerebro de la violinista había empezado a darle vueltas a las palabras del esposo de Rocío. No le tomó mucho tiempo atar los cabos sueltos. "La amiga de Matías se torció el tobillo y está en el hospital. A la mamá de Darren le pasó exactamente lo mismo. Y Matías dijo que el hijo de su amiga estaba ahí. Esto no puede ser mera coincidencia... ¡tienen que estar hablando de la misma persona!" Varios minutos pasaron y la chica seguía inmóvil en el mismo lugar, sin saber qué hacer con su reciente descubrimiento.
Solo el ruido de la campanilla para señalar el cambio de lección logró disipar la nube del letargo que la envolvía. "¡Tengo que contárselo!" El corazón casi le horadaba el pecho mientras sus manos temblorosas buscaban el teléfono móvil a toda prisa. En cuanto lo halló, de inmediato presionó el botón de llamada para comunicarse con el joven Pellegrini. Varios timbrazos se escucharon, pero no hubo respuesta alguna. Llena de frustración, la chica volvió a pulsar el ícono verde. Tras un minuto de espera que a ella le pareció una eternidad, la voz del chico finalmente llegó hasta su oído.
—¿Qué pasa, Maia? ¿Estás bien?
—Sí, estoy perfectamente. Pero contame, ¿cómo sigue tu mamá?
—Por desgracia, lo de ella no es solo una torcedura de tobillo. De acuerdo con el especialista que la revisó, también tiene una fractura en el peroné. En un rato la van a enyesar.
—¡Ay, pobrecita! Espero que se recupere rápido. Además de aguantarse el dolor, tener que cargar con un yeso debe ser algo muy molesto.
—Sí, claro. Y es aún peor tener un yeso en la pierna. Así no va a poder caminar por varios días.
La muchacha de pronto se quedó muda. Si sus cálculos eran correctos, en cualquier momento podría llegar el señor Escalante al sitio y ella todavía no le había dicho nada acerca de eso al chico. "¡Maldita sea! Lo llamé para contarle sobre Matías, ¿por qué no lo estoy haciendo?" La joven López quería gritar a los cuatro vientos todo lo que en realidad pasaba por su cabeza en esos momentos, pero no se atrevía a hacerlo. Era mejor prestarle atención a la voz de la prudencia.
"¿Qué le digo? Mirá, hoy vas a conocer a tu viejo, ese tipo millonario que te abandonó y no quiso darte su apellido. ¡No puedo decirle semejante cosa! Ni siquiera estoy segura de eso", pensaba para sus adentros. El espacio de silencio ya había sido tan prolongado que se estaba tornando en algo incómodo, pero ella parecía no percatarse. Su mente seguía intentando hallar una manera de sacar el tema a colación sin meter la pata en el proceso.
—¿Maia? ¿Seguís ahí?
—Sí, acá estoy, es que me quedé pensando, disculpame.
—Me encantaría quedarme a charlar, pero le dije a mi mamá que no iba a tardar mucho contestando esta llamada. Me está esperando. Si querés, te llamo más tarde, ¿está bien?
—¡No! ¡Por favor, pará! ¡No me colgués todavía!
—¿Me podés decir qué te sucede? Es obvio que vos no estás bien. Y yo me voy a quedar muy preocupado si no me decís la verdad.
—Es que no sé cómo decírtelo.
—Podés confiar en mí para lo que sea, en serio.
—¿Te acordás del hombre que te mencioné el otro día, Matías Escalante?
—Sí, por supuesto que lo recuerdo. Por poco me da un infarto cuando encontré una foto de él en Internet. ¡Sentí como si me viera en un espejo futurista, fue reloco todo! Pero... ¿por qué me preguntás eso ahora?
—Yo creo que estás a punto de conocerlo en persona.
—¿Me estás cargando? ¡Decime que es joda!
—En un rato lo vas a comprobar por vos mismo. Ya me contarás después si tuve razón o no, ¿de acuerdo?
—¿Cómo podés estar tan segura de que ese tal Matías va a estar acá?
—Confiá en mí, ¿puede ser? Más tarde te lo cuento todo, ¡prometido! Ahora sí, ¡andá! Tu mamá está esperándote.
Darren no tuvo tiempo de agregar ni una sola sílaba más a la conversación, dado que Maia le colgó de golpe. Los músculos faciales contraídos del muchacho reflejaban la terrible confusión que bullía en su interior tras haber tenido aquella peculiar conversación con la violinista. "¿¡Qué diablos fue esto!? ¿Será que pasar por tanto estrés me está haciendo daño? Me siento un poco más tarado cada día. ¡No entiendo nada!"
El chico había experimentado demasiadas emociones fuertes en el transcurso de un mismo día. Sus nervios ya empezaban a exigirle unas buenas vacaciones. Sin embargo, aún debía prepararse para asistir a su madre accidentada. Tenía que mantenerse tranquilo, tanto por el bien de ella como por el suyo. El chico cerró los ojos, liberó un largo suspiro e hizo un esfuerzo por relajar la expresión de su semblante. No quería regresar con cara de lunático a la habitación.
Mientras el joven caminaba de vuelta al pabellón en donde se encontraba doña Matilde, escuchó el timbre que anunciaba la llegada de un nuevo mensaje de texto a su celular. Sacó el aparato de su bolsillo y lo levantó para mirar la pantalla. Se movía con cierto recelo, como si se preparase para recibir otra mala noticia. Al ver que la nota electrónica provenía de su madre, de inmediato se tensó. "¿Podrías ir a comprarme algo rico de comer antes de regresar, por favor? ¡Me muero de hambre! Vos sabés lo que me gusta".
Darren soltó el aire muy despacio. Una sensación de alivio se alojó en su pecho cuando se percató de que no se trataba de nada malo. Dio media vuelta y se dirigió hacia la salida del hospital. Conocía varios sitios cercanos en donde podría hallar la comida predilecta de su madre: los mariscos. No era muy difícil complacerla, pues doña Matilde solo necesitaba un buen plato de arroz con camarones para estar contenta por el resto del día.
Mientras el muchacho abandonaba las instalaciones hospitalarias, una batalla verbal se gestaba en la habitación de la madre. La mujer estaba intentando convencer a Matías para que se marchara de la habitación. No tenía ninguna intención de armar un escándalo innecesario, pero no dudaría en hacerlo si no conseguía su objetivo por las buenas. No contaba con mucho tiempo, pues debía asegurarse de echar al visitante antes de que su hijo estuviera de regreso.
—¡Andate ya, en serio! ¡Estamos en un lugar público! ¿Querés que Rocío se entere de que viniste a verme? ¡No podés quedarte!
—¡Me importa un poroto lo que pase después! Yo solo quiero estar con vos, preciosa. ¿No lo entendés?
El señor Escalante se acercó a la dama y la rodeó con ambos brazos, al tiempo que sus labios se fundían con los de ella en un beso desesperado. A pesar del intenso deseo que aquel acto le despertaba, Matilde se obligó a apartar el rostro.
—¡Andate! Si no te importa tu reputación, allá vos. A mí sí me importa la mía. ¡Por favor, dejame en paz!
—Por hoy te voy a complacer, ya me voy. Pero eso de dejarte en paz está fuera de discusión porque nunca va a suceder.
Matías comenzó a levantarse de la cama con pasmosa lentitud. Sus ojos oscuros sostuvieron la mirada de la mujer en todo momento mientras se incorporaba. Una vez que estuvo de pie, se recompuso el nudo de la corbata y reacomodó el desordenado puñado de rizos de su cabeza con los dedos.
—¡Hasta pronto, hermosa! —susurró él, justo antes de marcharse.
En cuanto cerró la puerta de la habitación, el varón se dirigió al elevador. A pesar de que estaba apenas en el segundo piso, esa tarde no le apetecía utilizar las escaleras. Una vez que estuvo dentro de la cabina, presionó el botón de la planta baja y enseguida se puso a tararear una melodía alegre. Ver a Matilde siempre lo ponía de buen humor.
Luego de unos cuantos segundos, el semblante risueño de Matías apareció en frente unas enfermeras que estaban esperando su turno para usar el ascensor. Las dos observaron con fascinación el porte elegante y la expresión orgullosa en su cara. Aunque ya no era un muchacho, el señor Escalante seguía atrayendo muchas miradas femeninas adonde quiera que iba.
Le faltaban unos pocos metros para llegar a la salida del hospital cuando su teléfono sonó de nuevo. Suspiró con algo de fastidio y luego contestó la llamada. Toda su atención se concentró de inmediato en aquella conversación, pues se trataba de un cliente muy importante con el cual estaba a punto de cerrar un trato.
Sus distraídos ojos pasaron por alto el rostro boquiabierto de un joven que lo miraba fijamente. Siguió caminando con absoluta despreocupación hacia el sitio en donde había estacionado su automóvil. Para él, aquel día seguiría su curso normal sin ofrecerle ningún tipo de novedad. Para Darren, ese preciso momento marcaba el inicio del camino definitivo hacia su verdadero padre...
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