Aterradoras sospechas
La sobrecarga emocional y el exceso de alcohol del día anterior habían drenado por completo la energía del muchacho. Para terminar de empeorar su precaria situación anímica, la terrible pesadilla de la madrugada le había arrebatado la poca fuerza que lo mantenía en una sola pieza. Tras escuchar las sentidas palabras de la jovencita, las últimas defensas internas del varón se hicieron añicos. No fue capaz de pronunciar ni siquiera una sílaba en respuesta a la emotiva declaración de Maia. ¿Cómo podía desear que estuviese junto a ella, si él le había arrebatado lo más valioso que tenía?
El cuerpo del chico había empezado a estremecerse de la misma manera en que su alma lo había estado haciendo desde hacía muchas semanas. Apretaba la quijada como si estuviese intentando destrozarse los dientes mediante la presión muscular. No se atrevió a mirar a la violinista, pues estaba seguro de que el dolor en su corazón se derramaría a través de sus ojos y terminaría por delatarlo ante ella. A pesar de aquel comportamiento tan extraño y distante sin señales visibles de mejoría, la muchacha permaneció a su lado de muy buena gana.
Maia colocó su mano derecha sobre la de Darren, mientras con la otra le acariciaba la cabeza, el cuello y los hombros. Poco a poco, tanto la respiración como los latidos del joven Pellegrini comenzaron a sosegarse hasta llegar a la total relajación. La tierna calidez en los dedos femeninos se llevó consigo una buena parte de la angustia que carcomía las entrañas del varón. Aunque él jamás se hubiese atrevido a pedírselo, aquella generosa dosis de contacto físico era lo que más necesitaba en ese preciso momento.
Al contemplar el somnoliento semblante del chico, Maia supo que había llegado la hora de permitirle descansar. Con un suave empujón en el pecho, ella lo invitó a recostarse otra vez sobre el sofá-cama. En cuanto su cabeza tocó la almohada, se quedó dormido sin ningún esfuerzo. La chica tuvo intenciones de irse a dormir en su habitación, pero reconsideró la idea y prefirió permanecer en la sala. Si algún dolor u otro mal sueño lo atacaban, quería estar ahí para ayudarlo a recuperarse.
La muchacha se sentó a la orilla de la cama y se mantuvo en total silencio durante un rato, observando el sueño tranquilo de Darren. Aunque pretendía mantenerse despierta para cuidarlo, la oscuridad y el silencio de la estancia comenzaron a hacer mella en su organismo agotado. Decidió recostarse un rato, con la idea de reponer un poco de energía para luego retomar la vigilia. No obstante, ni su cerebro ni sus párpados colaboraron con el propósito inicial del breve reposo, pues el sueño se apoderó de ella de forma rotunda.
Al despuntar el alba, una rendija en la cortina permitió que los rayos de sol se colaran por la ventana de la sala e iluminaran los serenos rostros durmientes de Darren y Maia. La jovencita se había hecho un ovillo al lado izquierdo del lecho, de manera tal que le daba la espalda al varón. Aunque él solía descansar boca arriba, daba mil vueltas cuando dormía en sitios desconocidos y terminaba colocándose en posiciones inusuales. Por dicha razón, el muchacho también había quedado recostado sobre su lado derecho, con el brazo izquierdo rodeando la cintura de la chica.
A las siete de la mañana en punto, la alarma en el teléfono móvil de Maia empezó a sonar. Los suaves acordes del piano en Mad World, interpretada por Gary Jules, inundaron la estancia. Los ojos de la violinista se abrieron de par en par antes de que la voz del cantante estadounidense empezara a entonar la primera estrofa de la canción. Debido al gran cansancio que sentía, le resultó difícil encontrar el botón que debía presionar para desactivar el dispositivo. "¿¡Pero en qué mierda estaba pensando cuando programé una alarma para hoy!? ¡Qué tarada soy!"
Solo hasta que acalló el molesto aparato en su bolsillo, el resto de sus sentidos logró ponerse al corriente de la situación en que se encontraba. Se había olvidado por completo de la imprudente decisión tomada hacía apenas unas horas. Su corazón se aceleró enseguida al recordar que se había quedado dormida al lado del muchacho. Sin embargo, ese no era el detalle que más la inquietaba. Al sentir el peso y el fuerte agarre del brazo masculino sobre su delgado talle, el rostro de la joven López se cubrió de rubor. ¡Darren la tenía abrazada!
Maia empezó a deslizarse hacia delante con cuidado. No deseaba despertar al muchacho, pero tampoco podía actuar como si nada estuviese pasando. Sentir el calor corporal del varón sobre su piel la alteraba de mil maneras distintas. Lo último que deseaba era propiciar alguna tontería de la que luego ambos se arrepintieran. El joven Pellegrini estaba atravesando un mal momento y la chica no se aprovecharía de su vulnerabilidad emocional de ninguna manera. "Si algún día llegamos a tener una relación seria, quiero que tomemos la decisión cuando los dos podamos pensar con claridad", razonaba ella.
Cada vez que la chica trataba de alejarse, el brazo masculino la asía con mayor fuerza que antes. "¿En serio estará durmiendo todavía?" La jovencita volvió a tomar impulso para soltarse, pero un fuerte quejido de protesta por parte del varón semiconsciente la hizo renunciar a sus intentos de retirada una vez más.
—Vos ya estás despierto, dejá de hacerte el dormido —afirmó ella, en voz baja.
—Perdoname, por favor, perdoname —declaró él, con un perturbador tono de angustia.
Todos los dedos de Darren se crisparon de inmediato. Su ritmo respiratorio comenzó a acelerarse al tiempo que se aferraba a la muchacha, como si su propia vida dependiera de ello.
—Por favor, perdoname... No te vayas, te lo suplico —susurró el chico, arrastrando cada sílaba.
—¿De qué me estás hablando? ¿Adónde me voy a ir yo? Y no hay nada que deba perdonarte, ya te lo dije.
—No podía ver bien con tanta lluvia... Fue un accidente, ¡te lo juro! Yo solo...
En cuanto lo oyó pronunciar las palabras 'accidente' y 'lluvia', los oídos de Maia se rehusaron a escuchar el resto del mensaje. Estaba experimentado la misma sensación que había vivido después de hablar con doña Lucía en el cementerio. Un potente espasmo le recorrió el cuerpo entero. ¿Cuál era esa recurrente verdad que todavía no era capaz de entender? Su mente trabajaba de manera admirable para bloquearle el acceso a los recuerdos más dolorosos, como de costumbre. La muchacha se levantó de golpe, sin importarle nada más que escapar para recluirse en su cuarto y meditar a solas.
El tirón en el brazo y el golpeteo de los pies femeninos al correr sobre el piso de madera finalmente sacaron a Darren de la dimensión de los sueños. Apenas abrió bien los ojos, el reflejo de los rayos solares le irritó la vista al instante. Se cubrió la cara con una mano y trató de incorporarse para abandonar el lecho, pero las náuseas hicieron su aparición estelar. Dicho malestar, aunado al floreciente dolor de cabeza que le martillaba las sienes, le quitaron el impulso.
—Maia, ¿andás por acá? —preguntó él, a voz en cuello.
Los sollozos de la muchacha eran inaudibles para Darren debido a la distancia que separaba al dormitorio del resto de la casa. Ella lo había escuchado llamarla, pero no quiso contestarle nada. Haría lo posible por evitar que la viera llorando de nuevo, así que debía serenarse antes de encararlo. Por suerte para la chica, abrazar a su labradora negra siempre le hacía mucho bien. "Él ya tiene una lista interminable de problemas con todo este quilombo de Matías. No necesita una preocupación extra, mucho menos si es por una pavada mía. ¿Qué le voy a decir? Ni siquiera sé cómo explicarle bien lo que me pasa", pensaba para sus adentros.
Kari no comprendía nada con respecto a los problemas de los seres humanos, pero sí entendía bastante acerca de sus sentimientos. A pesar de que Maia trató de retenerla, la perra se soltó y corrió hacia la sala.
—¡Hola, Kari! ¿Qué hacés, lindura?
El animal se aproximó al varón y le lamió ambas manos con gran efusividad. Luego de saludarlo, el can comenzó a tirar del borde de la camiseta del visitante con insistencia.
—¿Querés que vaya a jugar con vos? No puedo ahora, ¿sabés? Estoy que ya se me parte la cabeza.
La cachorra hizo caso omiso a la explicación del chico y siguió adelante con la misión. Aunque Darren no quería moverse de aquel sitio, tampoco tenía ganas maltratar a la perra para que lo dejara en paz. Haciendo un esfuerzo excepcional para controlar el mareo, el muchacho se incorporó. Kari corrió hacia la habitación de Maia y se quedó parada enfrente de la puerta, mientras agitaba la cola de un lado a otro. Un minuto más tarde, el joven Pellegrini finalmente llegó al lugar. El can trató de empujar la puerta con las patas delanteras varias veces, pero la estructura no cedía. Su dueña la había cerrado.
—¿Qué te pasa, Kari? ¿Querés que entremos ahí?
La persistencia de la impetuosa labradora produjo curiosidad en el muchacho. Antes de intentar cualquier otra cosa, acercó la oreja a la plancha de madera. A pesar de lo débil del sonido, logró escuchar una serie de suspiros ahogados que salían del interior de la habitación. "Esa debe ser Maia. ¿Se habrá puesto mal otra vez? ¿Será que hice o dije alguna boludez que ya ni recuerdo? ¡Ay, no puede ser! ¿Hasta cuándo voy a dejar de lastimarla?" Sin perder más tiempo, el chico giró el pomo e ingresó a la estancia. La jovencita estaba sentada en el suelo, a un costado de la cama, con la frente apoyada sobre sus brazos.
—Maia, ¿qué tenés? No me digás que está todo bien porque no es así.
Al darse cuenta de que la aludida no tenía ganas de hablar, Darren se aproximó a ella a paso lento. Con sumo cuidado, puso ambos brazos en el mueble, para luego deslizarse sobre este hasta llegar al piso. De esa forma, fue capaz de acomodarse junto a la violinista sin tropezar o caerse a causa de la falta de equilibrio.
—No recuerdo todo lo que pasó anoche, pero hay algo de lo que sí estoy seguro. Me dijiste que confiara en vos. Y bueno, ahora yo también quiero pedirte justamente eso: confiá en mí, ¿puede ser? Contame por qué llorás.
Maia levantó el rostro, pero no se atrevió a mirar al muchacho. Cuando tenía que tratar temas delicados, evitaba encontrarse con los ojos de la otra persona. Eso siempre le facilitaba un poco los asuntos.
—Vos hablás mientras estás dormido, ¿lo sabías?
—¿En serio? Creí que ya se me había quitado esa maña.
—De entre todas las cosas que me dijiste en mitad del sueño, volviste a pedirme perdón. Te agradecería mucho que me explicaras por qué decís eso.
La mente de Darren se transformó en un amplio lienzo vacío. Aquella incómoda pregunta lo encontró con la guardia baja. El momento para hacer la más grande de las confesiones en su vida aún no llegaba, o al menos así lo creía él. "No quiero mentirle, pero tampoco puedo decirle la verdad completa todavía. ¡Necesito más tiempo! Tendré que recurrir a una de esas famosas verdades a medias. Solo espero no estar equivocándome". Respiró profundo un par de veces antes de tomar la palabra.
—Te pedí perdón en nombre de mis medio hermanos, quienes tanto te han lastimado y también te lo pedí en mi nombre. Solo vine a traer mis traumas y problemas a tu vida. Vos no tenías por qué cargar con mis estupideces. Mirá todas las molestias y las preocupaciones que te ocasiono. Mi familia y yo te hemos hecho mucho daño. ¿Cómo no te voy a pedir perdón?
—¿¡Y a vos cómo se te ocurre echarte la culpa por las cosas que hace esa panda de imbéciles!? No tenés nada que ver con lo que son ellos. Vos no me hacés ningún daño, sino todo lo contrario. Aparte de mi mamá y de doña Rocío, nunca había tenido a alguien que buscara estar cerca de mí, que de verdad estuviera pendiente de mí... Te quiero, Darren, en serio te lo digo.
Las emociones del varón estaban a flor de piel. Si intentaba decir algo, no le cabía duda de que su voz temblaría. Por dicho motivo, eligió transmitir sus sentimientos mediante un fuerte abrazo, el cual fue correspondido sin dilación. La culpa, el arrepentimiento, el dolor, la gratitud y el amor se fundieron en un solo ente multicolor que viajaba a través de los brazos cansados del atormentado muchacho. Varios minutos transcurrieron antes de que el abrazo mutuo fuera desecho. Aquel gesto de afecto le otorgó el valor necesario para hablar de nuevo.
—Estuve muy equivocado durante meses. Creía que ya no quedaba nada bueno para mí en ninguna parte del mundo. Pero entonces llegaste vos para darle alegría a mi existencia. Pensaba que el accidente me lo había arrebatado todo. Por fortuna no fue así... Yo también te quiero mucho, Maia.
La hermosa revelación del chico se vio empañada de forma instantánea cuando una de las palabras malditas hizo acto de presencia. "¡No, no, no! Debe ser una simple coincidencia. Hay miles de accidentes todos los días. No es posible, ¡simplemente no!" La violinista estaba empecinada en alejar las aterradoras sospechas que se iban haciendo cada vez más definidas dentro de su cabeza. Sin embargo, le resultaría imposible detener el meteoro que estaba por colisionar contra ella. Lo deseara o no, la confirmación absoluta de su espantoso presentimiento llegaría cuando menos la estuviese esperando...
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