Antiguos fantasmas
Un buen rato después de que la muchacha se despidiera, Darren continuaba petrificado. La marea de emociones producida por los cálidos brazos de ella en torno a sus hombros lo había dejado sin capacidades para moverse o hablar. Todavía tenía la piel de gallina cuando Jaime le dio un manotazo suave en el hombro derecho.
—¿No te vas a fijar en lo que Maia te escribió en la servilleta? ¡Dejá de boludear y leelo ya! ¡Pasame el chisme, loco! —manifestó él, exhibiendo su típica sonrisa traviesa.
El muchacho parpadeó con rapidez y luego miró a su amigo. El significado de las palabras pronunciadas por el fotógrafo no causó efecto alguno en el aludido hasta que este se tomó un momento para reconstruir la escena completa en su mente. Fue entonces cuando palpó la parte interna del bolsillo de su chaqueta y descubrió que, efectivamente, había un papel plegado allí. Con dedos trémulos, el joven lo sacó despacio y desdobló los pliegues del mismo. La letra pequeña y redondeada de la violinista apareció frente a sus ojos, estampada con firmeza en unas pocas líneas capaces de arrebatarle el aliento.
—Disculpá que no haya podido preguntarte esto en persona. Quería saber si aceptarías hacer una presentación artística conmigo. Escucharte cantar siempre me llena de alegría. Me encantaría que cantaras acompañado por los acordes de mi violín. ¿Qué me decís? —musitó Darren, al tiempo que sus latidos se aceleraban.
Las expresiones en el semblante del varón se alternaban entre tímidas sonrisas y breves conatos de llanto que le producían un ligero ardor en los ojos. Su atribulado organismo no parecía tener claridad en cuanto a cómo debía reaccionar. Tras unos instantes de silencio que se le estaban haciendo eternos, la impaciencia de Jaime se incrementó. Al percibir que su compañero no tenía intención alguna de compartir las buenas noticias, el chico comenzó a ejercer presión.
—¿Y? ¿Qué carajos pasó? Tenés una cara de pirado que ni te cuento... ¡Decime algo! ¡No me podés tener en ascuas!
El joven Pellegrini extendió el brazo derecho y le cedió el papel al fotógrafo para él leyera la nota por sí mismo. Este último la sostuvo con gran delicadeza para no dañarla de ninguna manera. Una vez que terminó de leer el escueto texto, la expresión facial de alegría que ya tenía desde antes se hizo aún más manifiesta.
—¡Me caigo de orto! ¡Vos tenés una suerte increíble, che! Y es lógico que le vas a decir que sí, ¿cierto?
—No tengo idea. La verdad es que todavía no sé qué le voy a decir.
—¡Te reviento a trompadas si no aceptás!
El estado caótico en el interior de Darren continuó con su trayectoria ascendente. Por un lado, la propuesta que Maia le hacía era una oportunidad de oro para acercarse a ella. Ni siquiera en sus sueños más alocados podría el chico haberse imaginado algo mejor que esa posibilidad. Sin embargo, la felicidad que le producía haber recibido aquel mensaje se veía opacada de inmediato ante el recuerdo del accidente. No podía obviar el tema del terrible secreto que todavía le ocultaba a la inocente muchacha. Una parte del alma se le había deshecho en lágrimas hacía apenas unos minutos porque el peso de la culpa le resultaba abrumador. Esa contraposición constante de emociones estaba erosionándole tanto las neuronas como el corazón.
—¡Tierra llamando a un pelotudo! ¿Seguís en este mundo todavía? —preguntó Jaime, mientras le sacudía el hombro derecho.
—Dejame en paz un rato, te lo pido por favor —declaró el muchacho, al tiempo que cerraba los ojos e inclinaba la cabeza hacia atrás.
El joven Silva soltó un largo suspiro de frustración y luego se mesó el cabello. A pesar de que aún no había recibido explicaciones satisfactorias acerca de lo sucedido por parte de Darren, estaba seguro de haber identificado el detonante de la inquietud en su amigo. Por lo tanto, el fotógrafo tomó la decisión de cancelar por completo su interrogatorio de niño curioso.
—Dale, ya no te jodo más por hoy, pero por lo menos dejame llevarte a tu casa. Y para mañana, cuando hayas descansado, prometeme que vas a venir a mi estudio para charlar, ¿de acuerdo?
—Está bien, te lo prometo... Y perdoname por hacer tanto drama, es obvio que arruiné la noche como los grandes.
—¡Relajate, loco! Acordate que este papelito dice todo lo contrario —declaró Jaime, mientras le devolvía la servilleta doblada.
Darren sostuvo el papel con sumo cuidado, casi como si de un pajarillo recién nacido se tratase. Una sonrisa triste se dibujó en sus labios al recordar el afectuoso abrazo de Maia una vez más. Tan pronto como hubo colocado la servilleta de vuelta en su bolsillo delantero, recogió el par de muletas y se puso de pie. Luego, comenzó a caminar hacia las afueras del local junto con su compañero. Mientras avanzaba a paso lento por la amplia zona en donde se ubicaban las mesas, el sonido de una potente risa femenina alcanzó sus oídos y lo hizo detenerse en seco.
Aquellas ruidosas carcajadas hubiesen pasado desapercibidas como lo haría un simple ruido ambiental sin importancia de no ser porque tenían un timbre particular. Su tono era muy similar a uno que él había escuchado antes una infinidad de veces. Sintió un tremendo escalofrío que le heló hasta la última fibra y coyuntura en su cuerpo. "¿Acaso será ella? ¡No, no, no! ¡No puede ser Adriana!" Volteó a mirar en la dirección desde la cual provenían las risotadas y, para su buena suerte, no se trataba de la persona en quien él había pensado. Sin embargo, el daño en su equilibrio mental ya estaba hecho. Esa parecía ser la noche en que convergirían las peores reminiscencias de su vida.
♪ ♫ ♩ ♬
Desde el instante mismo en que había logrado salir del hospital, Darren estuvo tratando de establecer contacto con su ex prometida. Lo intentó por medio de llamadas y de numerosos mensajes en todos los formatos posibles. La buscó hasta el cansancio en las distintas redes sociales a través de las cuales solían tener comunicación antes de la desgracia. Quería creer que doña Matilde se había equivocado, que aquello solo se trataba de un terrible malentendido. No obstante, sin importar cuánto insistiera él en hablar con Adriana, jamás obtuvo ni una escueta respuesta de su parte. La chica se había desvanecido como cortina de humo tras una ventisca, sin brindarle espacio al joven Pellegrini para que aclararan las cosas entre ellos.
El muchacho no cesaba de preguntarse por qué la chica no quería que tuviesen ni siquiera una breve una charla de viejos amigos. ¿Qué había sucedido con ella? El varón se había dado cuenta de que la mayoría de los antiguos perfiles de la jovencita estaban inactivos o incluso cerrados. Jamás le contestaba el teléfono y, según le habían comentado algunos conocidos de ambos, la muchacha ya no vivía en el apartamento de siempre. ¿Qué la había impulsado a marcharse de manera tan abrupta? La relación que tuvieron había iniciado precisamente por la incansable insistencia de ella. Entonces, ¿por qué había huido y lo estaba evitando como si fuera una peste?
Él no pretendía acosarla ni reclamarle nada, solamente quería saber cómo estaba y desearle lo mejor con su nuevo novio. Quería cerrar aquel angustioso círculo con una despedida decente. Darren no era la clase de persona que dejaría a otra sin tener una razón de peso para hacerlo, y mucho menos llevaría a término una ruptura sin darle una buena explicación a su pareja. Para su desgracia, existían demasiadas personas en el mundo que no compartían sus valores morales ni respetaban los sentimientos ajenos. Con Adriana, era ya la segunda vez que le tocaba enfrentarse a la cruel realidad presente en muchas relaciones románticas.
Nada le había dolido más en la vida que perder a Lía, su primer amor. Había tenido unas cuantas novias antes de estar con ella, pero con ninguna de esas chiquillas tuvo sentimientos tan profundos como los que desarrolló por aquella pelirroja pecosa. Juntos habían hecho una infinidad de planes emocionantes para cuando se graduasen de la secundaria. Él realmente la amaba y creía haber hallado a quien llegaría a ser su esposa algún día. Darren no se imaginaba que sería la distancia la que terminaría por separarlos de manera definitiva.
Unos meses antes de graduarse, la muchacha recibió una beca para irse a cursar sus estudios universitarios en los Estados Unidos y no titubeó en aceptarla. Le juró al joven Pellegrini que hablaría con él todos los días y que regresaría al país para los periodos de vacaciones. Hasta le aseguró que vendría a vivir a Argentina otra vez apenas culminase con su carrera. No obstante, cuatro meses fueron más que suficiente tiempo para que él comprendiese la verdad. Ninguna de las promesas de Lía iba a cumplirse.
Poco a poco, la joven comenzó a olvidarse de escribirle correos y el gran número de videoconferencias que solían tener al principio fue reduciéndose hasta llegar a cero. Ella siempre se defendía con el mismo argumento: "no me alcanza el tiempo". Alegaba que tenía mucho material para estudiar e incontables tareas por hacer. No le daba pena alguna dejarlo en visto y solo se disculpaba cuando tenía una acumulación de, por lo menos, treinta mensajes de Darren. El amor que el varón sentía hacia Lía empezó a transformarse en dolor y, luego, en una fría daga que le dejaría el corazón maltrecho por años. Cuando la presencia de un tal Ethan en la mayoría de las fotos de la pelirroja se hizo frecuente, el joven argentino supo que ya todo se había extinguido entre ellos.
Transcurrieron dos años para que Darren se sintiera en capacidad de empezar una relación seria de nuevo. A pesar de que intentó dejar atrás el dolor de la ruptura con Lía mediante algunos encuentros casuales durante ese periodo, el fantasma de ella no lo dejaba en paz. Probablemente habría transcurrido un tiempo considerable en soledad si no hubiese aparecido aquella rubia tan persistente. Adriana lo había machacado por meses con insinuaciones de todo tipo para que él aceptara ser su novio. No cesó en sus intentos hasta que por fin le arrancó un sí. Y él, más por deseos de olvidar que por otra razón, había terminado por ceder. Nunca se le habría cruzado por la mente que, tras tantos esfuerzos de esa muchacha para que estuvieran juntos, sería justamente ella la que lo abandonaría de pronto y sin remordimientos.
♪ ♫ ♩ ♬
Al mirar el semblante tan pálido y sombrío de Darren, la preocupación de Jaime enseguida se hizo manifiesta.
—¿Estás seguro de que querés ir a tu casa y no a un hospital? Te ves muy mal —dijo él, con el ceño fruncido.
—Vos quedate tranquilo, no pasa nada —contestó el chico, al tiempo que inhalaba y exhalaba profundo varias veces.
—¿¡No pasa nada!? ¡Mirate, loco! Parece que te fueras a desmayar de un momento a otro.
—En serio, dejalo así. Esto no es nada nuevo, puedo aguantarlo.
—¡Estás remal y encima sos un cabezón! Maia tiene toda la razón de estar tan angustiada por vos.
A pesar del fuerte malestar físico y mental que estaba experimentando, el muchacho tuvo que sonreír ante aquella afirmación. El hecho de saber que él era importante para la violinista resultaba reconfortante. Quizás fuera buena idea dejar a un lado las penas de manera temporal y concentrarse obsequiarle momentos felices. Después de todo, esa jovencita menuda de mirada profunda le había ayudado a recuperar la risa y las ganas de vivir. Era un honor inmerecido el que le estuviese dando la oportunidad de subirse a un escenario para hacer una presentación formal junto a ella.
—¿Sabes qué, Jaime? Hoy mismo le voy a escribir un mensaje a Maia para decirle que sí.
—¿¡Me estás cargando!? ¿Quién te entiende? ¿No me habías dicho que todavía no sabías lo que le ibas a decir? Yo creo que a vos se te zafó más de un tornillo, pero me alegra que sea así. Una mina como esa no se merece un desaire.
La amenaza de la tormenta latente se había detenido al menos por lo que restaba de esa noche. Sin embargo, faltaba poco tiempo ya para que la tempestad liberase la furia contenida entre sus ensordecedores truenos de tristeza y sus renegridos nubarrones de soledad.
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