Respira
Capítulo veintiuno
El miedo no evita la muerte. El miedo evita la vida
Naguib Mahfuz
Yo siempre supe que Lucas estaba solo, que el dependía de lo que era capaz de hacer, pero jamás imaginé que había perdido a sus padres en un accidente aéreo. Después de desatar el nudo de su garganta, logró conciliar el sueño en el lado derecho de la cama
Yo intenté dormir también, pero para mi era un poco más difícil. He sufrido de insomnio desde que tengo memoria. Y es una de las cosas más desagradables
¿Saben qué me ha enseñado este chico?
El me enseñó el significado de No te rindas, porque cada día tu voz interior te susurra al oído que tu no puedes, te demuestras a ti mismo una y otra vez las razones por las que no podrás lograrlo.
Pero esa no es la verdad, tu único límite es el cielo y tus fronteras tu imaginación, porque cuando todos están abajo, muchos dirán que están malgastando su tiempo, pero cuando llegan arriba, quieren usarnos de escalera.
Ese es el juego de la vida, en el que muchas veces debes de tomar la decisión que más odias, por tal de mantener tu lugar, otras veces dejas que pisoteen tus logros y otras, guardas silencio para que nadie sepa en qué punto estás ahora
Lucas me enseñó a creer, si, porque yo creía que jamás lograría cabalgar, y lo logré, no como una profesional, pero lo hice. El me dio un pequeño empujón hacia la vida. Me salvó.
Porque yo tenía una soga apretada en el cuello, y el no deshizo el nudo, el me enseñó como desatarlo. No podemos vivir esperando que alguien batalle por nosotros, las mayores guerras se encuentran en nuestro interior, y a veces, necesitamos luchar solos.
Porque si no, nunca sabremos qué hacer cuando nos falte ese alguien, y no sabremos como desatar el nudo. Lucas dormía, parecía un ángel al hacerlo, tallado por los dioses y esculpido por Afrodita.
No quería admitir que me gustaba, porque tenía miedo. No quería romper ese lazo de amistad tan bonito que hemos creado, pero como le explico que necesito sus abrazos, que ansío besarlo otra vez y que no soporto verle con otra que no sea yo.
Como le explico que ya no puedo ser su amiga, que siento el cielo con el, que acaricio las nubes y que por un momento, mi mente, parece no estar tan rota. El es como mi Kintsugi. Repara con oro aquello que está dañado, y aquellos que unen las piezas de algo que no rompieron, valen muchísimo más que todos los demás.
Había notado que arrugaba su nariz al dormir y que a veces se giraba en forma de bolita, como un niño pequeño. Podría pasar toda la noche mirándole de esta manera, pero al despertar, el seguirá siendo mi amigo, y yo una tonta ilusionada.
¿Qué vas a hacer Alba?
Me preguntaba una y otra vez, pero mi mente parecía no tener una respuesta clara de aquello que necesito. Porque las respuestas más claras, se dan en actos, y no en palabras.
Pasaron al menos dos horas hasta que logré conciliar el sueño. Me sentía más ligera al despertar, como si hubiesen retirado un yunque de mis hombros. Descansar es bueno.
Me giré buscando a Lucas pero no lo encontré, busqué en el cuarto de baño e incluso debajo de la cama, pero no lo vi. Asumí que se había marchado y me dirigí al baño a cuidar de mi higiene. Luego bajé las escaleras y lo encontré a él desayunando las famosas galletas con chispas de chocolate de mi madre.
No las preparaba desde que Melissa murió. Lucas parecía encantado con el dulce. Mis fosas nasales se inundaron del olor tan dulce del chocolate y me sentí de vuelta al 2013, cantando y ayudando a mamá a preparar la masa mientras Melissa compraba las chispas negras de chocolate.
Me recordó a mi infancia.
— ¡Buenos días estrellita! — dijo mamá replicando su frase preferida de Willy Wonka, es la única mujer que conozco que ame tanto esa película
— Buenos días mamá — respondí, un poco más gélida de lo que planeaba
Tomé asiento justo al lado de Lucas y el colocó lentamente su mano en mi muslo, al hacer contacto con mi piel, sentí su tacto cálido y algo sudoroso, sus manos sudaban, también lo sabía. Sentí una pequeña conexión entre ambas pieles, como si conectatamos.
El sonrió de lado y me pasó el terrón con gallegas de mamá, estaban deliciosas, la textura era perfecta, ellas las preparaba desde que tenía al menos 8 años.
— ¿Qué tal has dormido, estrellita? — preguntó Lucas en cuanto mi mamá se retiró de la cocina
— No tan bien como tú — respondí y el sonrió, para darle luego otro mordisco a su galleta
Serví mi cereal con leche básico de todo americano, aunque soy inglesa, buena traición a mi patria.
— Tu mamá, es la mejor repostera que conozco — admitió Lucas mientras ponía los ojos em blanco al masticar su galletita
— Me ofendes — bromeé y el sonrío, llevé mi mano al pecho para darle un poco más de drama al asunto — pensé que yo era la mejor para ti
— Es que....— dejó la frase a medias y siguió comiendo
— ¿Sabes algo que me encanta? — pregunté y el me miró a los ojos
— Los libros, el olor de la gasolina, el olor de la tierra húmeda, la mitología griega, el piano, tronarte los dedos, la gelatina, Queen — dijo muy naturalmente y yo quedé bastante sorprendida
— Y las galletas de mamá — añadí y el rió
— Te faltó algo — comentó y yo alcé la ceja con curiosidad — Yo también te encanto
Sentí todo el calor de mi cuerpo viajar directamente a mis mejillas, debo estar tan roja como un volcán en erupción o como un tomate, espera, la lava es naranja. ¡Ni siquiera sé lo que digo!.
— Era una broma — continuó y yo comencé a reír de manera nerviosa — ¿O no? — insistió aumentando mis ganas de callarle la boca con un jodido beso
¡Madre mía! ¡Estoy loca por Lucas!
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