Del dolor a la cura.

Capítulo número veinticuatro

El dolor puede ser la forma más terrible de sentirte vivo, pero al final es la que más te enseña.
Elena Poe

Gymnopédie 1 de Satie 


Desperté viendo la luz del sol colarse por la ventana de cristal de mi dormitorio, me recordaba que aún estaba viva y que el día, por muy malo que puedo ser, había comenzado.

Obligué a mi cuerpo a caminar hasta la ducha para al menos con el agua tibia, borrar las huellas de la neblina y la asfixia del cementerio. Mi fúnebre alma estaba demasiado oscura hoy. ¿No os pasa que hay días en los que solo quieres estar tumbada en tu cama?

Pero debía abstenerme a la cruda realidad y poner mi vida en marcha, había faltado a algunas citas con el psicólogo, por lo cual, mi deber es ir y dar la buena cara de gilipolla que tengo.

Me vestí con las pocas ganas que mi cuerpo tenía reservadas y al bajar las escaleras choqué con un lugar vacío y oscuro, nevaba en Inglaterra y el día era demasiado frío. Entré a mi coche y prendí la calefacción para no morir de hipotermia.

Encendí la radio, ya que sería la única forma de escapar y volar a otra galaxia, tenía una pequeña lista con sonatas de piano y violín que siempre me subían el ánimo. Definitivamente consideraba que mi nacimiento surgió en la época equivocada y tenía suficientes planteamientos para afirmarlo.

Por fin, luego de veinticinco minutos llegué a la casa de mi querido y estimado terapeuta, el cual nunca me ayudará pero mis padres prefieren afirmar que sí.

Llamé a la puerta y una expresión de sorpresa y desconcerto me recibió, lo saludé con un apretón de manos, el silencio era insoportable.

— ¡Hacia mucho que no venías! — exclamó con poca felicidad y mucha hipocresía.

En el tocadiscos de la oficina principal se lograba escuchar Put your head on mu shoulder de Paul Anka, la melodía suave y delicada del jazz hacia que mis inhibiciones se aflojaran. El sonido de la tetera lista por otro lado me estresaba, ese incesante pitido era insoportable.

— Dame un segundo, es que no esperaba visitas — dijo rascando su nuca y dirigiéndose hacia la cocina, supongo que para apagar el fogón.

Esperé de forma poco paciente a que volviera de su confortable y pequeña cocina color verde chillón, con él traía una taza de té y una bufanda en el cuello que al parecer había encontrado.

— Cuéntame que ha pasado en estos últimos días, querida Alba — observó con mucha peculiaridad y tranquilidad en su tono.

— Las navidades fueron lindas, y visité a mi hermana — al decir esto último casi escupe su infusión, me miró cln ojos curiosos y bastante sorprendidos.

— ¿Qué tal? — preguntó sin sentido, mi hermana no vivirá por el hecho de que vaya a llorarle a su tumba.

— No ha sido tan malo, me sentí, mejor, después de ello — confesé sin que me quedase nada por dentro.

Hoy no tenía ningunos ánimos ni deseos de hablarle a alguien pero debía hacerlo si quería continuar cuerda.

— ¿Y ese chico, Lucas, qué tal todo con él? — el escuchar su nombre me provó algo extraño en mi interior, algo se removió.

— Estamos bien — respondí de manera gélida, sin pensar, como una mecánica, sentía mucho pero pensaba demasiado.

No quería volver a caer en el abismo de pensamientos sobre quién era esa chica y porqué estaba en toalla con Lucas en su habitación. Quería borrar esa imagen de mi cabeza, pero era difícil.

— ¿Estás segura, Alba? — dudó e interrogó a la misma vez, haciéndome sentir incómoda.

— Totalmente — admití, pues a pesar de todo, las cosas con el no han cambiado, empezando porque el no sabe que lo vi.

— ¿Qué haces aquí, Alba? — su pregunta me sorprendió pero intenté buscar las mejores palabras para responderle.

— No lo sé, supongo que para que mis padres se sientan feliz — contesté y el sonrió.

— Gracias Alba, por una vez has dicho la verdad. No tienes que venir si no lo deseas — su voz era más suave y calmada, como si estuviera orgulloso de mi.

— ¿Me puedo retirar? — preguntar y el asintió.

Ya iba a abrir la puerta cuando volteé y me dirigí a el, su nombre es Samuel, no me había interesado mucho porque lo veía como un enemigo, pero ahora me parecía un poco más cercano. Le dediqué un pequeño y corto abrazo, lleno de gratitud.

— ¡Feliz Navidad! — exclamé y me retiré más satisfecha y con una pequeña sonrisa en mi rostro.

Había superado uno de mis obstáculos, abrirme en terapia y lograr convencerme a mi misma de que no necesito llenarme de enemigos.

Necesitaba hablar con Lucas, y necesitaba hacerlo hoy. Aproveché que estaba en el coche y conduje hasta aquella casa número 125 que un día me recibió el sin camiseta y con resaca, lleno de timidez y una sonrisa que me alegró el día. No podía perder algo tan bonito por una simple equivocación.

Llamé a la puerta luego de suspirar par de veces, como de costumbre me abrió su compañero de apartamento,  esta vez con una mejor expresión en el rostro.

— ¿Qué onda, Alba? — preguntó a modo de saludo y yo sonreí.

— Todo bien ¿Lucas está aquí? — pregunté y el rascó su nuca con inseguridad.

— Si, está en su habitación, como siempre — contestó e hizo un ademán para que pasase.

Subí las escaleras y llamé a la puerta, sentí una afirmación desde el otro lado de la puerta, sabía que debía ser fuerte y formular bien lo que iba a decir. Pero también sabía que tenía unos sentimientos muy traicioneros.

— Hola — dije con suavidad al entrar en su dormitorio.

— ¡Hola, Alba! ¿Cómo estás? — preguntó con interés y una expresión llena de cariño.

— Estoy bien ¿Y tú? — respondí con otra interrogante.

— No tan bien como quisiera — contestó con amabilidad — quiero contarte algo.

— De echo, tengo algo que preguntarte — dije porque sabía que en cuanto comenzara a hablar iba a perder el hilo y me iba a hipnotizar con su voz.

— Claro

— Yo... — tomé aliento y me senté en su cama — Vine ayer para tu clase y, te vi con una chica, en toalla, aquí.

Eso fue todo lo que alcancé a decir porque podía llegar a llorar si seguía explicando la situación.

— Eso era justo lo que te iba a decir, ella es la hermana de mi compañero,  es como una hermana para mi — comenzó a decir — ayer tuvo un accidente de coche, estaba toda mojada y su mascota murió, la llevaba al veterinario pero chocó contra una roca.

En estos momentos estaba en un shock brutal, mi cerebro estaba asimilando todo lo que le había pasado a esa pobre chica y todo lo que yo había pensado.

— Y no estaba nada bien, así que le preparé chocolate caliente y le di una toalla —  terminó de explicar y me dedicó una mínima sonrisa.

— Oh, entiendo — el comenzó a reír y me tomó de la mano.

— ¿Pensaste que entre nosotros dos podría pasar algo? — insinuó y sonrió aguantando la carcajada.

— Puede...

— ¡Joder, Alba! ¡Leah es mi hermana prácticamente! — exclamó aún entre risas — pero sabes quien es la que en serio me hace volar.

— No lo sé — tenté y el se acercó a mi lentamente, tomó mi rostro con una mano y su dedo cálido se posó en mis labios.

— Tú

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top