Capitulo II: De tal palo, tal astilla.
Los misteriosos brazos negros que cargaban al pequeño Arthur lo llevaron a un lugar oscuro, caluroso y hermético: un gran calderon que de a poco aumentaba su temperatura.
El niño empezó a llorar del dolor en su cuerpo por las quemaduras de primer grado. Antes de que la sombra pudiera cenar vivo al bebé, una voz ronca lo interrumpió:
—¡Alejate de ahí, ahora mismo!—
— Mi señor, con todo respeto, está interrumpiendo mi cena.—
Aquel personaje de voz misteriosa golpea a la sombra y la manda a volar, luego se acerca al perol donde Arthur estaba gimiendo por el ardor. Esta figura que llevaba puesta una capucha que le cubría el rostro, lo sujetó con cierta repulsión, seguido de una expresión de rechazo:
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