“¿Qué puedo hacer para apoyarte?”
De la nada, alguien golpeó mi rostro con fuerza, provocando que impactara contra la pared a mi lado. El dolor me dejó mareado, pero no lo suficiente como para girar la cabeza y ver de quién se trataba.
Era un chico obeso, grande e imponente, con una cara mensa y notablemente estúpida. Se veía busca problemas, pues el golpe que me dio no fue muy amistoso, que digamos.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué me golpeas? —cuestioné, mirándolo a los ojos.
—¡PORQUE ERES SORDO! Ahora sal de ese puesto antes de que te rompa esa carita de porcelana que tienes.
¿Escuché bien? ¿Acaba de decir "carita de porcelana"? ¿Cuál es su problema con mi cara? Miré a mi alrededor: casi todos los puestos estaban vacíos.
—¿Por qué no te sientas en otro lado y ya? Tengo mis cosas aquí.
Él soltó una carcajada a propósito, volviendo a mirarme, esta vez con mucha más pinta de busca problemas.
—Déjame ayudarte a sacarlas —dijo para luego apoyar sus manos en mi mesa y batir al suelo todo lo que había en ella, incluído mi teléfono.
—Para ya, Jung.
Ambos —el obeso y yo— escuchamos esa última voz sin saber de dónde provenía.
Tras haber observado hacia el fondo, pude ver que que se trataba de un peli rubio alto, de piel blanca y ojos negros. Andaba de brazos cruzados, al pendiente de cada movimiento de nosotros. Ese tipo soltó una risita y vino hacia donde estábamos.
Se detuvo justamente frente al obeso, encarándolo, —Jung, Jung, Jung... Es que nunca aprenderás a dejar de ser envidioso, ¿verdad? ¿Para qué te metes con la tierna carita del chico si la tuya es una mierda?
—Esto no es asunto tuyo, Erick.
—Lo es porque están en mi salón, lo cual de hecho incluye a todos los presentes aquí. Así que déjate de tonterías y búscate otro puesto de los muchos vacíos que hay antes de que te parta la nariz de trol fea que tienes.
Se escucharon sonidos de burla hacia ese Jung de parte de los demás compañeros, quienes no paraban de reírse de él. Al final, fue y se sentó en otro lugar que quedaba súper lejos del mío. Me sentía "salvado por la campana", prácticamente.
Ese rubio volvió a mirarme, esta vez situado a mi lado. Tocó con la punta de su dedo el moretón en mi cara, el cual más no me podía doler.
—¿Por qué no te defendiste?
No supe qué responderle. Bajé la cabeza, decepcionado de mí mismo e incómodo por la corta distancia que nos separaba.
—A gordos problemáticos como Jung se les demuestra que no eres de porcelana. Si no lo haces, nunca te van a respetar. Para la próxima, que el que deje un recuerdo en el rostro del otro seas tú, ¿vale?
—V-vale —dije nerviosamente.
Hubo un pequeño silencio de momento, al cual él le puso fin.
—¿Qué piensas ponerte en eso? —se refirió a mi golpe en la mejilla.
—No lo sé, —admití— creo que hielo, o quizás vaya la enfermería.
—Mmm vale. ¿Necesitas que te acompañe?
—¿Sabes dónde queda?
—No, pero podemos buscarla juntos —bromeó con hospitalidad, causándome gracia.
—Está bien.
Ambos salimos del salón y avanzamos en línea recta por un largo pasillo hasta llegar a las escaleras, luego subimos al segundo piso a seguir buscando. Allí no estaba, así que proseguimos al tercero. Al encontrar la puerta que queríamos, entramos.
...
—¿Cómo te llamas? —me preguntó el chico rubio cuando salimos de la enfermería, ya con mi golpe tratado.
—Kang.
—Mucho gusto, Kang. Yo soy Erick —me sonrió, para luego ofrecerme su mano para que la tomara, lo hice, a lo que él cambió su expresión facial a una sorprendida—. Que manos tan frías, por Dios. ¿Y eso que no traes abrigo si tienes frío?
—No pensé que en esta parte de la ciudad habría una temperatura tan baja —admití.
—Ni yo, —rió para sus adentros— solo que, a excepción tuya, no tengo frío. ¿Quieres que te preste mi sudadera?
Me quedé en silencio, no me lo esperaba. ¿Cómo puede ser que alguien a quien acabo de conocer me empiece a tratar como si me conociera de toda una vida? Suspiré profundamente y acepté esa prenda cuando estuvimos de nuevo en el salón.
Unas horas más tarde, llegó la hora del receso, por lo cual todos mis compañeros salieron del aula. No quería hacer lo mismo, ya que —si salía— no iba a poder disfrutar la lectura del libro que actualmente estoy leyendo. Así que lo saqué de mi mochila, lo abrí en la página que marqué y me puse mis audífonos; listo para desconectarme del mundo.
—Hey, ¿qué haces?
Levanté la mirada de mi libro para observar al chico amigable de antes, parado frente a mi mesa.
—Tratar de leer, ¿por?
—Nada, tranqui. Te pones de mal humor rapidísimo, ¿eh?
—No, solamente cuando no me permiten hacer lo que me gusta.
Él soltó una carcajada y centró toda su atención en las páginas del librito, observando cada detalle. Al cabo de dos segundos, volvió a mirarme, esta vez con asombro.
—¿Qué? —le pregunté, dudoso.
—Esta es una edición en físico, mi hermana me dijo que valen mucho. ¿Cómo es que la tienes?
Reí para mis adentros, sin ganas de decirle que mis padres son ricos, —Digamos que soy fan al olor a papel.
—Wow, que curioso —le dedicó otra mirada a la página que yo leía, pensativo—. Te debe de gustar mucho la lectura como para no salir al receso. ¿Qué género lees?
Me quedé atónito con esa última pregunta, no me imaginaba que a alguien como él le interesaría eso, —Misterio y suspenso.
—Vaya, te gusta la intriga. No he leído muchos libros, pero en los que leí no aguantaba cada vez que el escritor terminaba un capítulo dejando la mejor parte para el siguiente, y para colmo tardaba una semana en publicarlo. No sé cómo te gusta eso a tí.
Me causaron cierta gracia sus palabras, se notaba que era un lector novato, —
Me gusta porque me atrapa el deseo de saber qué pasará, no como en otros géneros que te lo dicen todo de una.
Asintió, —Es cierto, ahora que lo pienso.
Sonreí para luego bajar la cabeza y volver a leer en donde me quedé. De la nada, mi hermano —Tae— entró al salón con dos de sus amigos, quienes llegaron a rodear mi puesto.
El pelirrojo apoyó sus manos en las esquinas de mi mesa y me dedicó una sonrisa sincera para luego preguntar:
—¿Qué tal tu segundo día aquí, hermanito? ¿Algo nuevo?
—No.
Él entrecerró los ojos, —Cuantos detalles, ¿eh?
—¿Qué quieres que te diga? No hay mucho que contar —confesé.
—Bueno vale —él dejó el tema y bajó su vista, contemplando a lo que me estaba dedicando. Por la cara que puso, no le agradó—. Kang, debes salir. No puedes quedarte todo el tiempo leyendo en este lugar, tienes que socializar. ¿Quieres que te morstremos la escuela?
No quería, pero la verdad es que debía ir con ellos; no podía quedarme el curso entero aquí, tenía que conocer la institución. Así que dije que sí y me levanté para salir. Invité a Erick, ya que es probable que él tampoco conozca nada de la preparatoria.
Al llegar al campus, Tae y los otros chicos se pusieron a mostranos los diferentes puestos de venta, áreas de recreación y lugares para descansar. Como era de esperarse, nos presentó a muchos de sus conocidos. Con "muchos" me refiero a prácticamente la escuela entera, lo que estaba tratando de evitar desde que llegué.
Erick y yo compramos un capuchino para cada uno y nos sentamos en un banco a tomárnoslo. Frente a nosotros estaba la cancha de básquet, y en ella habían alrededor de diez chicos jugando.
Me encanta ese deporte, es otra buena manera de desconectar temporalmente. En casa hay una cancha, papá nos enseñó a jugar a mí y a Tae cuando éramos pequeños, y nosotros dos enseñamos a Jaru. Cada vez que estamos los cuatro hombres en casa, echamos un partido —o jugamos en la PlayStation—. Eso es lo bueno de que en la familia predomine el género masculino.
—¿Kang? —me llama Erick, sacándome de mis pensamientos.
—Dime.
—Ya sonó el timbre, ¿no lo escuchaste?
—No —aseguré, poniéndome de pie y dándole un último trago al capuchino.
Ambos nos dirigimos hacia el interior de la escuela, pero al llegar al salón no había nadie dentro. Entonces recordé —según el horario— que los martes a esta hora nos correspondía natación. Cogí mi ropa de mi taquilla y fui a cambiarme. Después de hacerlo, me di cuenta de que el traje era de solo una pieza. Que incómodo; andaría semidesnudo frente a todo el mundo.
«Tranquilo, Kang. Todos estarán así» me recuerda mi subconsciente, calmándome un poco.
Respiré hondo para luego armarme de valor y salir del cubículo en el que me encontraba. Una vez en el pasillo que conducía a la piscina, bajé la cabeza —posiblemente sonrojado— y avancé en línea recta, con la toalla sobre mis hombros. Sentí muchas miradas hacia mí, pero preferí ignorarlas.
Mientras más rápido llegara, más fácil sería relajarme. No tardé mucho en estar junto a los demás. La entrenadora ya había comenzado a hablar, pero al darse cuenta de mi presencia paró, alzó las comisuras de sus labios y —para mi desgracia— dijo:
—Miren quién ha llegado.
Al instante recibí la atención de todos los demás, pero principalmente del mismo gordo que me golpeó. Su mirada viajó desde el desorden en mi cabello hasta las puntas de mis pies, contemplando con descaro partes que no debía observar.
Él torció una sonrisa, alzó la barbilla y gritó en voz fuerte:
—¡Nunca en mi vida había visto semejante esqueleto andante!
No pasó ni un segundo cuando todos los presentes estallaron en carcajadas, sus risas resonando por todo el lugar. Así, el ambiente cambió completamente. Ni siquiera la profesora hacía el intento de disimular su diversión.
Sentí mis mejillas arder, mis piernas temblar y mis puños apretarse, todo mientras trataba de evitar el contacto visual. ¡¿En qué momento pasó esto?!
Las risas, en vez de disminuir, aumentaban. Palabras hirientes como las de Jung eran pronunciadas por tantas personas...
No pude más. Giré sobre mis pies y, sin detenerme a mirar atrás, salí corriendo de allí. Anteriormente Tae me había comentado que en su escuela existía el dichoso bullying, pero jamás imaginé que yo iría a ser víctima de él.
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