64: Sanando

19 de septiembre, 2022

El verano ya estaba por terminar, el otoño ya estaba a la vuelta de la esquina, y la fecha del pésimo día se iba acercando. 

Que rápido pasaba el tiempo. 

Había pasado la noche en la casa de Pablo. Me recordaba a cuando nos conocimos y nuestras citas eran lo más inocente del mundo, manos en la cintura sin subir, ni bajar. Pasó lo mismo esa noche y nos quedamos dormidos luego de quedarnos hablando hasta tarde.

Ya era mayor de edad, pero el hecho de vivir con Dany y a Margarita, me vi en la obligación de llamarlos para avisarles que me quedaría a dormir con Pablo y ellos aceptaron. Eran de mente abierta.

De igual forma no pasó nada. Yo estaba demasiado triste y también con ronchas, Pablo era mi payaso y enfermero personal. Me animo e intento convencerme de ir a una clínica, pero, yo le dije que las ronchas eran por el chocolate que comí, la medicina que tomé me calmó.

Me había despertado al sentir como alguien me empujaba. Salté del miedo y respiré tranquila al ver que se trataba de un Pablo dormido tratando de encontrar una cómoda posición. La mitad de su rostro estaba pegado en una almohada, su posición cómoda no se veía para nada cómoda y es que estaba de una manera diagonal que me causaba intriga. Aún así me quedé admirandolo, su rostro sereno y sumido en un profundo sueño, que ni siquiera sus propios ronquidos lo levantaban. 

—Pablo —susurré, moviéndolo suave.

—Val —Sus brazos me buscaron y tuve que sujetarme de la cama para no caerme por culpa de su pesado cuerpo.

Lo fui empujando y llegamos a una cómoda posición. Él acurrucado a mí. Era una imagen que no borraría de mi mente, ni de mi galería. Le tomé una foto.

No tenía ganas de despertarlo ni de levantarme yo de la cama, así que hice unas maniobras para alcanzar el libro que me regaló la noche anterior y el cual reposaba en la mesita de noche. Estuve leyendo y dejé de hacerlo al notar como se movía a mi lado. Lo miré de reojo, sus pestañas se agitaban y se me quedó viendo, embobado.

—Quiero despertar así todos los días —susurró, cerró los ojos y sonrió de oreja a oreja. Una sonrisa tan tierna, tan segura, que hizo que me derritiera por dentro.

Su tierna sonrisa cambió a una pícara que me hizo sonrojar y cerrar el libro (quizá también ya había empezado a apretar las piernas). 

—Son las ocho de la mañana y ya empezaste con tus guarradas. 

Pablo abrió los ojos, me miró pícaro y rápido se puso a horcajadas encima de mí, sosteniendo su peso con sus rodillas.

«Amaneció muy cachondo» pensé.

—¿Señorita Rosón, me deja revisar si las ronchas ya desaparecieron?

Me quedé muda y asentí sosteniéndole la mirada, deseando ese contacto que había evitado durante un tiempo.

Sus dedos levantaron el bordo de la camiseta, era su camiseta. Alcé los brazos y me la quito, no llevaba sujetador por lo que mis pechos quedaron al descubierto.

Vi cómo se mordió el labio y las yemas de sus dedos recorrieron la piel de mi abdomen. Me sentí rara ante su tacto en esa zona, donde antes tenía un moretón y ahora solo era la palidez de mi piel.

El golpe ya no estaba, pero cada vez que recordaba seguía doliendo y sus caricias me hacían olvidar en el momento.

La suavidad de su piel contra la mía me dio una sensación de paz que solo él lograba transmitirme. Sentí cómo una de sus manos comenzaba a moverse, trazando suaves círculos sobre mi cadera. Cada uno de sus movimientos era delicado, como si temiera a que fuera a decirle que parara, como últimamente lo venía haciendo por los golpes que tenía en mi cuerpo, pero ahora, ya libre de eso no tenía ni una excusa para decirle que se detuviera.

Sus toques eran una mezcla de deseo y cautela, primero con suavidad, como si temiera romperme. No había prisa en sus movimientos; se tomaba su tiempo, como si quisiera asegurarse de que cada caricia fuera sentida, apreciada. Pero pronto sus caricias se volvieron más firmes, más seguras.

Sus dedos continuaron con su camino y su boca se unió a la excursión. Lamió mi pecho derecho y apretó el izquierdo.

Su mano libre fue bajando mis pantis y yo me deshice de su bóxer. Ambos nos movimos de tal manera que quedáramos de costado y frente a frente, queriendo alargar el momento con caricias, susurros y besos.

Pablo me acercó más a él, y nuestras respiraciones se mezclaron en el espacio estrecho que nos separaba. Mis manos comenzaron a moverse por su pecho, sintiendo la firmeza de sus músculos bajo mis dedos. Quería tocarlo, quería sentirlo, como si de alguna manera eso pudiera compensar todo el tiempo que había pasado sin poder disfrutar de su cercanía. Deslicé mis dedos por su pecho y bajé lentamente, sintiendo cada contorno, cada línea de su cuerpo. Pablo respondió acercándose aún más, hasta que nuestros cuerpos se rozaron de una forma íntima y familiar.

Su boca se acercó a mi cuello, y sentí la calidez de su aliento antes de que sus labios tocaran mi piel. El beso fue suave, casi tímido, pero pronto se hizo más firme, más demandante. Su lengua trazó un camino por mi cuello, y no pude evitar dejar escapar un pequeño gemido que lo incitó a continuar. La mano de Pablo se movió de mi espalda a mis caderas, tirando de mí hacia él, mientras su otra mano se enredaba en mi cabello. Sentí un tirón suave que me hizo inclinar la cabeza hacia atrás, exponiendo más de mi cuello a sus atenciones. Mis manos, por su parte, exploraban su espalda, sintiendo cómo los músculos se tensaban bajo mi toque.

Con cada caricia, cada movimiento, mi deseo crecía, y sentí cómo una ola de calor se extendía por mi cuerpo. Pablo bajó sus manos, recorriendo la curva de mi cadera antes de deslizarse hacia mis muslos. Su toque era suave, pero había una determinación en sus movimientos que me hizo estremecer. Sentí sus dedos deslizarse por la parte interna de mis muslos, rozando suavemente mi piel, haciendo que mi respiración se acelerara.

Me moví instintivamente hacia él, buscando más de ese contacto, y sentí cómo él respondía a mi necesidad. Sus manos se movieron hacia mi pecho, y cuando sus dedos rozaron mis pezones, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Su boca dejó un rastro de besos ardientes desde mi cuello hasta mi clavícula, deteniéndose solo para morder suavemente mi piel. Sentí su lengua trazar pequeños círculos, y el placer que eso me provocó arquear la espalda, empujando mi pecho hacia él.

No había palabras entre nosotros, solo el lenguaje de nuestros cuerpos, expresando todo lo que no habíamos podido decir en tanto tiempo. Sus dedos se movieron con habilidad, acariciando mis puntos más sensibles, y no pude evitar gemir su nombre. Pablo sonrió contra mi piel, satisfecho por la reacción que estaba provocando en mí, y sus movimientos se hicieron más urgentes, más precisos.

Poco a poco, la mano de Pablo descendió hasta que sus dedos se deslizaron entre mis muslos. Sentí su toque firme pero cuidadoso en mi entrepierna, y un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo. Sin dejar de mirarme a los ojos, empezó a acariciar suavemente mis pliegues, explorando cada rincón con una habilidad que me dejó sin aliento. Su dedo índice trazó un camino delicado por mi humedad, y no pude evitar arquearme hacia él, buscando más de ese contacto que me estaba volviendo loca de deseo.

Sus dedos encontraron mi clítoris, y comenzó a frotarlo con movimientos lentos y circulares, haciendo que todo mi cuerpo se tensara de anticipación. El placer era tan intenso que tuve que morderme el labio para no gritar, mientras sentía cómo me humedecía aún más bajo su toque. Mis caderas se movían al compás de sus caricias, aumentando el ritmo, y no podía hacer otra cosa más que aferrarme a él.

Dejándome con ganas, Pablo se apartó ligeramente, buscando algo en la mesita de noche. Cuando vi lo que tenía en la mano y como rompía el envoltorio y sacaba el condón para ponérselo en su miembro, no pude evitar recordar el temblor de sus manos cuando intentaba ponerse el condón en nuestra primera vez. Sonreí por el recuerdo y volví al presente, deseando hacerlo ya.

Volvió a mi, me agarró de las mejillas y me besó profundamente. Su lengua se movía con la misma intensidad con la que sus manos exploraban mi cuerpo, y sentí que me perdía en él.

Pablo se inclinó sobre mí, y en un movimiento, me posicioné debajo de él. Sentí su peso, la firmeza de su cuerpo presionando contra el mío, y la sensación era abrumadora. Sus caderas comenzaron a moverse lentamente, y cuando finalmente entró en mí, fue como si todo mi cuerpo se encendiera. Sentí cómo se deslizaba dentro de mí con una lentitud agonizante, saboreando cada segundo, cada centímetro.

Mis piernas se enredaron alrededor de su cintura, atrayéndolo más hacia mí, y él respondió aumentando el ritmo de sus embestidas. Sentí cómo sus manos se aferraban a mis caderas, guiándome, mientras su boca buscaba la mía en un beso que mezclaba nuestra respiración.

Dejó en paz mi boca y rápidamente besó mi frente, Pablo me miraba intensamente mientras se movía dentro de mí, sus ojos fijos en los míos, llenos de un deseo oscuro y ardiente. Cada embestida era más profunda, y podía sentir cómo me llenaba por completo, la fricción de su piel contra la mía arrancándome gemidos involuntarios. Sus caderas chocaban contra las mías con fuerza, y el sonido de nuestros cuerpos uniéndose resonaba en la habitación.

De repente, se inclinó hacia mí y atrapó mis labios en un beso feroz, su lengua invadiendo mi boca con la misma intensidad con la que sus caderas se movían contra las mías. Su respiración era pesada, entrecortada, y sentí cómo su pecho se presionaba contra el mío, aplastando mis senos. Sus manos se aferraron a mis caderas, tirando de mí con fuerza, empujándome hacia él, profundizando cada embestida.

Pablo gemía contra mi boca, sus labios dejando un rastro caliente por mi mandíbula hasta mi cuello. Sentí sus dientes rozar mi piel antes de que murmurará mi nombre en un susurro ronco, y eso solo hizo que mi cuerpo se tensara aún más a su alrededor.

Sus ojos volvieron a los míos, llenos de una lujuria que me hacía sentir completamente expuesta, y a la vez, deseada.

Cada vez que se movía dentro de mí, su dureza llenándome hasta el fondo, podía ver el placer reflejado en su rostro, y eso solo avivaba el fuego dentro de mí. Los movimientos de Pablo se volvieron más rápidos, más desesperados, y el roce de su piel contra la mía era todo lo que podía sentir, todo lo que quería sentir. Estaba al borde, perdida en el placer que él me estaba regalando, cada embestida llevándome más cerca del abismo.

Y me dejé caer, cuando el placer explotó. Me aferré a sus hombros, dejando que mi cuerpo se rindiera por completo al suyo. Sentí como Pablo me seguía, como me dio un fugaz y ardiente beso, arqueandose contra mí. En ese momento, sentí que éramos uno solo, conectados de una manera que iba más allá de lo físico, y no había nada más en el mundo que importara.

Nos quedamos así, entrelazados, recuperando el aliento. Sentí el latido de su corazón contra mi pecho, y una paz profunda me envolvió. Sabía que no era solo haber follado, sino el hecho de que lo habíamos vuelto a hacerlo y sus manos en mi cuerpo no me habían dolido.

Unas lágrimas se escaparon de mis ojos. La ausencia de golpes y dolor me permitía sentir cada centímetro de su contacto, cada caricia y cada beso.

—¿Estás bien? —preguntó inquietante, con el ceño levemente fruncido y sus manos acariciando mis mejillas.

—Sí, solo... —Limpié mis lágrimas y sonreí inclinándome hacía él para besarlo—. El sexo estuvo maravilloso.

Lo callé mi mentira con varios besos y alabos al oído de lo bueno que había sido. Me salí con la mía y él me dio otro beso antes de salir de mi interior y acostarse a mi lado, poniéndose de costado para admirarme.

—Te he extrañado tanto, Val —susurró.

—Y yo a ti, Pablo.

Nos quedamos un buen rato ahí, abrazados, dejando que nuestros cuerpos se relajaran tras la intensidad del momento. La calidez de su piel contra la mía era reconfortante, y el latido de su corazón, una melodía tranquila que me quedaría a escucharla por mucho tiempo. Sentía sus manos recorriéndome con suaves caricias, sin prisa, como si no quisiera que ese momento terminara.

Después de unos minutos, nos levantamos dirigiéndonos al baño. Pablo abrió la regadera, dejando que el vapor llenará el espacio.

—Nada de hacerte el listillo —dije y lo señalé con mi cepillo de dientes.

Pablo me miró travieso y alzó sus manos.

—No prometo nada.

Sonreí por su expresión de angelito que no mata ni una mosca y empecé a cepillarme los dientes. Sintiendo como Pablo se ponía atrás mío y jugaba con mi pelo, por el espejo observé cómo él también se cepillaba los dientes a la vez que su polla rozaba mi trasero. Lo estaba haciendo a propósito y cada vez que intentaba separarme él seguía acorralandome.

Nos estuvimos empujando de una manera divertida y al terminar me metí bajo la ducha, y Pablo no perdió tiempo en empezar a jugar. Tomó el jabón y lo pasó lentamente por mi cuerpo, haciendo movimientos exageradamente suaves y provocativos, lo que me hizo reír.

—¿Sabes que esto es un baño, no un masaje, verdad? —le dije, fingiendo seriedad.

—¿Y quién dice que no pueden ser las dos cosas? —respondió, con una sonrisa pícara, antes de pasar el jabón por mi hombro y luego bajar lentamente por mi brazo.

No pude evitar reír cuando deslizó el jabón hasta mi codo con una seriedad fingida, como si estuviera realizando la tarea más importante del mundo. Aproveché el momento para tomar el jabón de sus manos.

—Déjame enseñarte cómo se hace —dije, guiñándole un ojo mientras comenzaba a devolverle la jugada, pasando el jabón por su pecho con movimientos deliberadamente lentos, y luego, de repente, dándole un empujón juguetón que lo hizo retroceder un poco bajo el agua.

Pablo soltó una carcajada, y en venganza, me rodeó con sus brazos y me arrastró bajo el chorro de agua, haciéndome reír aún más. Nos enredamos en un juego de empujones suaves y roces juguetones, nuestras risas resonando en el baño mientras intentábamos, a duras penas, terminar de asearnos entre bromas y pequeños desafíos que me hicieron darle una nalgada en el culo.

Me reí de cómo gritó y como volteo a verme con los ojos bien abiertos.

—Eso fue un golpe bajo —murmuró, sus ojos brillando con desafío.

—¿Tienes miedo de perder? —lo provoqué, sonriendo.

—Nunca —respondió, antes de acercarse de nuevo, y darme una nalgada, y antes de darme cuenta, estábamos enredados en otro juego, empujándonos y rozándonos, cada contacto encendiendo algo más intenso entre nosotros.

Sus labios encontraron los míos en un beso que dejó claro que el juego estaba subiendo de nivel. Me levantó, apoyándome contra la pared de la ducha, y, sin perder el ritmo, volvió a entrar en mí con un movimiento rápido y decidido.

La risa se convirtió en gemidos de placer mientras sus embestidas eran lentas y profundas, con el agua cayendo sobre nosotros, intensificando cada sensación. La mirada de Pablo era intensa, con una mezcla de deseo y ternura, mientras sus manos se aferraban a mis caderas, controlando el ritmo y jugando.

Nuestros cuerpos se movían juntos, el placer construyéndose rápidamente, hasta que finalmente, el clímax nos atrapó de nuevo, esta vez en una mezcla de risas y gemidos que resonaron en la ducha.

—Gané —dijo victorioso y aunque sentía las piernas hechas gelatina, le di otra nalgada.

—No, gané yo —dije y volvieron los jueguitos bajo el agua. Nos reímos por los peinados graciosos que nos hacíamos con la espuma del shampoo y no nos detuvimos hasta que nuestros dedos ya estaban lo suficientemente arrugados.

Salimos de la ducha y nos secamos con toallas, intercambiando sonrisas cómplices.

—¿Una revancha? —preguntó Pablo con su sonrisa pícara que amaba.

Le tiré la toalla con la que estaba secándome el pelo y negué, yendo a buscar algo de ropa que me había dejado.

Bajamos a desayunar y él seguía con sus jueguitos.

—Pablo, ya no tengo ronchas ¿Verdad?

—No —Apareció una sonrisa guarra y sospeché que diría algo sucio—. Solo me falto revisarte el culo, aún podemos ir a arriba a ver…

—¿Qué van a ver arriba? —preguntó Belén al escucharnos.

Me ardió la cara de la vergüenza.

—Valeria se dejó su libro —contestó Pablo abriéndome la silla para sentarme y salvándome de no morir de la vergüenza.

Me sonrió ladeado.

Tomamos asiento en el comedor y a los minutos apareció Aurora, junto a su novio, Javi. Pablo y yo no fuimos los únicos en tener unos muy buenos días.

—Espero que hayan dormido en habitaciones separadas —La faceta de hermano celoso de Pablo fue la que habló.

—¿Valeria y tú han dormido en habitaciones separadas? —contraataco Aurora.

—Touche —susurré.

Al terminar de desayunar y jugar con Pablo, ayudé a recoger el servicio y a lavar. Me gustaba estar en casa de Pablo, sentía la calidez de una familia. Me recordaban a lo que una vez tuve.

—Oye, paso por ti para llevarte a tu cita, ¿Vale?. Déjame llevarte —pidió.

Sospechaba de que siempre se ofrecía a llevarme porque pensaba que no iría y era mejor que él mismo me dejara para no tener ninguna duda.

—Me llevará Pedri —Debía de supervisarlo y hablando del rey de Roma, su coche se acercó. Seguía siendo el Uber personal de Gavi.

Dejé un costoso beso en la boca de Pablo y me subí a la vespa. Pasé por el coche de Pedri, él bajó la ventanilla al verme.

—¿Una carrera? —le pregunté y él era tan aburrido, maduro que se negó. No sé cómo aceptó enseñarle a manejar a Pablo y podía apostar mis libros a que mi novio le estrellaba el coche.

El resto de la mañana y tarde me la pase ayudando a Margarita y Dany con labores de casa, al terminar estuve escribiendo, pero dejé de hacerlo al debatir en mi mente si hacer mis cuentas públicas o dejarlas privadas.

Cambié mi foto de perfil a una actual que me tomó Carla, también archive las fotos con Pablo y borré algunas historias destacadas donde hacía el ridículo. 

Ya se acercaba la hora de mi cita y recibí un mensaje de Pedri, me avisaba que ya estaba fuera. Pablo también me envió un mensaje, él era el copiloto. Me despedí de mis dos abuelos adoptivos y salí de la casa. Me encontré con el coche de Pedri estacionado.

—Hola —Me subí a la parte trasera—¿Cómo les fue en su entrenamiento?

Me estiré entre los dos asientos y dejé un beso en el mentón de Pablo, volteé para ve a Pedri y despeiné su negro cabello.

—Bien.

—Tu novio me arrojó una pelota.

—¡Yo no…!

Dos calles después me puse mis audífonos para dejar de escuchar sus quejas y berrinches. Llegamos al subterráneo del edificio de los consultorios y me bajé, me acerqué a la ventanilla de Pedri.

—Ya que me esperaran una hora, porque no le enseñas a estacionarse.

Me reí al ver la cara de horror de Pedri y la expresión angelical de Gavi.

Mis pasos fueron lentos al llegar al consultorio. La doctora Jazmine ya me esperaba y con una taza de café.

—Hola…

Me devolvió el saludo.

Tome asiento en el blanco sofá. Era muy cómodo, estar sentada 1 hora dos veces por semana (a veces 3) me lo hicieron saber. Las sesiones seguían, a veces hablaba, otras veces callaba y la mayoría de veces era una mezcla entre un loro y el silencio.

—¿Cómo has estado?

—Bien.

—¿Has vuelto a tener un ataque?

—No —mentí, para no hablar más sobre Christopher.

—Eso es bueno.

Apuntó en su libreta.

—¿Quieres hablar de algo en especial?

Tanto por decir…

Mire la taza de café. 

—¿Tiene azúcar?

Negó.

Agarré la taza y di un sorbo.

—¿Cuál es tu color favorito?

—¿Mi color favorito? —repetí la pregunta, era una pregunta muy sencilla. No dude en contestar—El marrón, es mi color favorito.

—Puedo preguntar ¿Por qué?

—Me recuerda al café, a mamá y a sus ojos…

—¿Sus ojos? ¿De quién?

—Pablo, sus ojos son marrones.

Escribió en su libreta.

—¿Gavi? —Asentí—¿Vas bien con él?

Su pregunta era como si quisiera escarbar en mi relación. Como si algo mal estuviera entre los dos.

—¿Pregunta por lo que dicen en Internet? —salté a la defensiva.

—Pregunté para saber de ti, te hará bien.

—Estoy bien. Pablo me hace feliz.

—¿Te hace feliz?

—Lo hace. Soy feliz con él.

Apuntó en su libreta.

Miré la libreta ¿Qué era lo que tanto escribía? Necesitaba leer lo que escribía.

—¿Qué más te hace feliz?

Resople con ganas de irme —Mis amigos, la música, leer, escribir y Pablo…

—¿Tu familia?

—No tengo familia.

—Lo sé, pero, una vez dijiste que tu papá vivía en New York ¿Te has puesto en contacto con él?

—No —Moví mi pierna nerviosa—. Él me ha buscado, pero yo no quiero saber nada de él.

—¿Por qué?

—No voy a contestar.

—Valeria, te intento ayudar. Pon de tu parte.

Puse mi parte. Lo intenté. Lo hice, pero siempre seguía cayendo.

—Me abandonó —La voz se me quebró—. Hace un año no lo aceptaba, pero ahora lo acepto y no quiero ni necesito saber de él.

—El rencor no es bueno.

—No le tengo rencor. Paso de él.

Mentía. Le tenía rencor, hasta podría decir que le odiaba. Odiaba que nunca hubiera estado para mí y que cuando pensé que por fin me tomaba en su vida, entendí que él solo vino a recuperar a mamá.

La doctora Jaz me miró como si hubiese leído mi mente. Supo qué decir.

—Eres buena escribiendo ¿Y si le escribes algo y luego lo quemas?

Me tendió una hoja y un bolígrafo. Apoyé en la hoja en la mesita y dudosa empecé a escribir, las palabras salieron por sí solas. Las tenía atoradas y cuando la punta del bolígrafo chocó contra la hoja, fueron liberadas.

Christopher, hay tanto que decirte y solo tengo una hoja, intentaré ser lo más breve posible.

Desde que era una niña supe que no tenía algo que el resto de las niñas tenían. Un papá. Me preguntaba si algún día vendrías de visita o si tus llamadas serían constantes. No viniste de visita, llamabas, pero no todos los días. Me quedó en claro y así te comprendí, me decía que quizá tenías algo más importante que hacer. Yo no era algo primordial en tu vida y lo entiendo, no quisiste una hija.

El año pasado, viniste. Me sentí feliz y creí que por fin podría tener un papá. Un verdadero papá y no un padrastro. Fue lindo saber que te gustaba la f1 y que eras amante de los libros. Fue lindo saber que compartimos algo, fue lindo pensar que podíamos hablar de ello y crear un vínculo. Fue lindo "creer".

Te escribo esto para decirte que no te amo, que no eres mi papá y que hay un gran porcentaje en mí que te odia. Te odia por todo lo que no me diste, te odia porque quizá si hubieras venido de visita, si tus llamadas hubiesen sido más constantes, quizá esta historia fuera diferente, quizá podría llamarte papá.

Te odio. Y te lo has ganado.

Te agradezco por haberme dado la vida, quizá ese fue el propósito de encontrarte con mi madre. Le diste el mayor regalo que no pidió, pero que de igual formas acepto y amo con todo su corazón.

Fuiste y eres un padre ausente, tu mayor acto de amor sería irte, porque después de todo, nada me falto, hubo una persona que interpretó el papel de madre y padre a la vez. Y fui y seré feliz.

Finalizó esto para decirte que estoy bien, perdí a mi familia, pero estoy construyendo otra con un hombre que realmente me ama.

Te escribe Valeria M. Rosón B.

Con el dorso de mi mano limpié mis mejillas. Jaz me brindó un pañuelo de papel, lo acepte y limpie mis lágrimas.

—¿Quieres quemarlo?

Mire el encendedor plateado. Doble el papel y cuatro y negué a su pregunta.

—No.

Acabaría con esto, de una vez por todas.

La cita terminó y como era de costumbre estaban esperando por mí. Pablo me abrió la puerta trasera, subí al coche y ambos notaron mi cara de haber estado llorando. No preguntaron al respecto y lo agradecí. El coche se puso en marcha y miré lo que tenía entre mis manos, la carta. Una carta que se llevaba parte de un fantasma.

Saqué mi móvil y le mandé un mensaje al número desconocido que me llamaba todos los días. Recibí su respuesta.

—¿Pedri, me puedes llevar a esta dirección por favor?

La dirección era un hotel a las afueras de la ciudad. Conté hasta 10 y abrí la puerta del coche. Antes de bajar, Pablo me preguntó:

—¿Quieres que te acompañe?

—Yo puedo sola.

Me bajé del coche y el viento agitó mi cabello, me hice una cola y entré al edificio. Christopher me esperaba en el lobby, se acercó a mí al verme.

—Gracias por venir… ¿Quieres…? ¿Quieres merendar?

Negué —Solo vengo a entregarte esto.

Le tendí la carta y él la aceptó.

—Val…

—Déjalo. Solo déjalo así…

Di media vuelta y regresé por donde vine. Tuve esa necesidad de llorar.

Llegamos a casa de Dany y Margarita, luego de detenernos a cenar en un restaurante. Tuvimos que entrar por la puerta trasera para no ser reconocidos. Carla se nos unió y al terminar, Pedri nos dejó en casa.

Saludamos a los dos viejitos y vimos una película los cuatro. Aún no era media noche cuando Pablo pidió permiso para quedarse a dormir, prometió dormir en la alfombra.

Entramos a la habitación y encendí la luz. Me entró nostalgia al ver los dibujos de mi madre.

—Val…

—Dime… —Me senté en la cama y me quité los tenis.

—Estaba pensando que… tú y yo… 

Se quitó los zapatos.

—¿Qué piensas?

—Tengo días libres…

—¿Irás a Sevilla?

Joder. Ya lo extrañaba.

—No. Estaba pensando en ir de viaje

—¿Te irás de viaje?

—Nos iremos de viaje —corrigió y las comisuras de mis labios se curvaron.

—¿A dónde? —pregunté emocionada.

—¿Dónde quieres ir?

—No me lo preguntes —Se me salió un mohín —Quiero ir a muchos lugares.

—Te llevaré a todos, lo prometo —Besó mi mejilla y se acercó a mi oído para susurrarme: —¿A dónde quieres ir, Valeria Páez?

«Valeria Páez»

Muchos lugares pasaron por mi mente, dejando en segundo plano mi tristeza.

—Mónaco.

Pablo hizo un puchero —Lo haces por Charles Leclerc —murmuró resentido.

—No.

—No me miras a los ojos —sentenció—. Estas que mientes.

Pase mis brazos por su cuello y lo atraje hacia mí.

—Lo confieso, lo hago por Charles —admitió—. Y como buen novio debes de ayudarme a darle un beso —añadí para joderlo.

Abrió la boca y la cerró, me dio el semblante de un niño enojado y triste. Me reí.

—Un beso en la mejilla.

—¿No te conformas con un autógrafo?

—Noup.

—¿Una foto?

—Un beso y otras cosas. Le seduzco —Lo empujé y caminé por la habitación—. Soy su tipo, castaña de ojos oscuros…

—Tus ojos no son oscuros —corrigió.

—No ayudas, Pablo. Soy castaña, de ojos marrones, solo me falta ser amiga de Charlotte. Esas son su tipo.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque lo amo y sé todo de él.

—Joder, yo veía esto como un adelanto de nuestra luna de miel.

Le tiré una almohada.

—Guarro.

—Guarra, tú… que te imaginas en la cama con Charles roba novias.

Las mejillas se me tiñeron de rojo.

Pablo me tiró una almohada.

—¡Valeria!

—No me juzgues.

—¿También piensas guarradas conmigo?

Me acerqué a él y me puse a horcajadas —Siempre, la diferencia es que contigo si cumplo mis fantasías.

Besé la punta de su nariz y me puse de pie.

—Joder. Desearía estar en mi habitación para follarte.

—No te imagines guarradas, que Gavi se levanta —Miré su entrepierna y le tire otra almohada.

—Entonces… —Cambió de tema—¿Si es Mónaco?

—¡Sí!

—Sacaré los boletos —Fue a mi escritorio a por mi ordenador.

Me senté a su lado —Pagamos el viaje entre los dos ¿Vale?

—Dejame consentirte.

—Me consientes con un libro —Besé su mentón y compartimos la silla para sentarnos.

Estuvimos viendo boletos de avión, un lugar donde quedarnos. Charlamos sobre lo que haríamos y seguí contándole "molestando" sobre mi plan para conquistar a Charles Leclerc.

Ya era medianoche y empecé a desvestirme para ponerme el pijama. Me quedé en ropa interior y todo se volvió oscuro. Pablo me tiró su camiseta y esta me tapó toda la cara.

Quite la prenda de mi rostro. Lo miré molesta y él me sonrió angelical. Tirarme su camiseta era su manera de decirme "usa mi ropa como pijama" y yo encantada la usaba.

Pablo se quedó en ropa interior y yo le lancé mi short rosa del pijama. Me dio risa que se lo pusiera, a mí me quedaba ancho y a él apretado.

—Que culo.

Me guiñó y me lanzó un beso volado. Apague la luz y me acosté abrazando una almohada.

—Buenas noches, Val. Sueña con Charles.

—Buenas noches, gruñón. Sueña con tu novio el balón.

Cerré los ojos y luego de varios minutos sin poder dormir, pensando en si papá ya leyó la carta, si ya se fue o si ignorara mi petición. Abrí los ojos y me bajé de la cama. Me acosté junto a Pablo en la alfombra, lo abracé como si fuera mi almohada y él escondió su rostro en mi pecho, pasando uno de sus brazos por mi cintura.

—Buenas noches.

Estaba sanando ¿verdad?

















💌💌💌

























21 de septiembre, 2022

Fingí estar animada se me daba bien. El fingir se quedó atrás cuando me reuní con Pablo. Era verdad que él me hacía olvidar todo, él estaba conmigo y yo era la chica más feliz del mundo.

Me agarraba de la cintura. Íbamos en la vespa dirigiéndonos a la playa. Al llegar nos pusimos unas gorras, gafas de sol y caminamos hasta detenernos en una parte donde no había muchas personas. Era raro, no hacer tonterías como dos niñatos, para no llamar la atención y así Pablo tenga un respiro. Estuvimos charlando, nos robamos besos y pasamos tiempo juntos. Me daba besos que provocaban un colapso en mi corazón, besos que buscaban convencerme de invitar a Pedri y a Carla a nuestro viaje. No había nada de que convencer, Carla era mi mejor amiga y me llevaba muy bien con Pedri, no le veía razón por la cual negarme o bueno, sí había una razón, pero yo no era nadie para impedir que algo sucediera.

—Vale, pero si la hace llorar le corto los huevos —amenacé—. Y a ti también.

—No lo harás porque amas mis huevos.

Razón no le faltaba.

—Entonces nada de sexo.

Abrió la boca y empezó a dudar entre las intenciones de su amigo hacia mi amiga.

—Mejor olvidémoslo.

—¿Estás dudando?

—No, pero Carla es una llorona.

—Carla no es llorona, es sentimental —Le di un golpe en el hombro—. Y solo lo dices porque no puedes aguantar una semana sin sexo.

—Sí puedo.

—No.

—¿Me estás retando?

—Tómalo como quieras.

Me puse de pie y empecé a ir hacia donde dejamos la vespa. Pablo me seguía y se le notaba que tenía palabras en la punta de la lengua.

Al llegar, se puso el casco y me acorraló.

—Hacemos una apuesta.

—¿Qué clase de apuesta?

—Sí tú eres la primera en decir "Pablo, follame" yo gano y si yo soy el primero en decir "Val, déjame follarte" yo pierdo.

¿Cómo le digo que ya me calenté al escucharlo decir "Val, déjame follarte"?

—¿Y qué gano yo?

—Lo que sea.

—¿Lo que sea?

—El perdedor hace lo que le pide el otro.

Ya se me ocurrían muchas cosas.

—Acepto.

Extendí mi mano y él la apretó.

—Vas a perder.

Me subí a la vespa.

—Ya lo veremos.

Se subió detrás de mí y me agarró de la cintura como otras veces, salvo que esta vez sus manos se metieron por debajo de mi camiseta. Me estaba provocando.

Esto sería muy difícil.

Margarita y Dany estarían fuera de la ciudad, según me dijeron irían a un retiro en el campo. Lo que significaba la casa sola y Pablo ya se había invitado solito.

Decidimos preparar la cena y como una pareja normal fuimos de compras a una tienda a las afueras de la ciudad.

Pablo como un niño pequeño iba subido en el carrito.

—¿Pizza o pasta? —pregunté.

Ambos no éramos expertos en la cocina. Nos íbamos por lo más fácil.

—Pizza ¿compramos la masa hecha?

—Será divertido hacerla.

Y sí, fue divertido. Jugar con la harina, ponernos serios y hacer una pizza en forma de corazón.

22 de septiembre, 2022

Había quedado con Carla para desayunar. Le conté sobre el viaje que haría con Pablo y ella me preguntó si ya tenía pensando en lo que llevaría. La antigua Valeria estuviera pensando y sobre pensando acerca de qué outfits planear, pero esta versión de mí no le importaba mucho. Carla me convenció de ir de compras y yo acepté por la mera razón de que no tenía la ropa adecuada para Mónaco, vendí la mayoría de mis cosas en el "closet sale" y solo me quedé con lo básico.

Me di cuenta de que una parte de mí extrañaba ir de compras. Mamá era mi compañera de compras. Vinieron los recuerdos y el sentimiento de nostalgia se apoderó de mí. Traté de no pensar en ello, pero, era imposible. 

Seguimos con las compras y podía ver lo emocionaba que estaba Carla, y no era solo por estar de compras.

Quise preguntarle acerca de lo que le estaba pasando, pero no la presione. Sino me lo quería decir era por algo.

Me dolía un poco, pero si ella era feliz, yo la apoyaría en todo.

Es por eso que seguí el plan de Pablo y mientras él estaba hablando con Pedri, yo estaba invitando a Carla a nuestro viaje.





















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23 de septiembre, 2022

—¡Ya voy! —grité al escuchar el timbre.

Pablo se fue hace unas horas, a hacer su maleta. Nuestro vuelo salía en unas horas y él recién iba a alistar sus cosas.

Nadie me venía a visitar, por lo que deduje que mi novio se olvidó de algo importante. Su móvil.

—¿Qué te olvidaste? —pregunté al abrir la puerta. No era Pablo, era Christopher—¿Qué haces aquí?

—Regreso a Estados Unidos.

—Genial —Iba a cerrar la puerta, él puso el pie.

—Me iré y está bien —Saco una tarjeta de su bolsillo—. Están los datos de tus abuelos, si algún día quieres conocerlos puedes ir a visitarlos, llamarlos, si necesitas algo… ellos te lo pueden dar.

—No necesito nada.

Me tendió la tarjeta, lo miré con duda y recelo.

—Acéptala por favor.

Él seguiría insistiendo si no la aceptaba. La acepté, para que se fuera.

—Adiós.

Vi en su rostro un debate entre sí darme un abrazo o no. Eligió la segunda opción y se fue. Cerré la puerta e iba a tirar la tarjeta a la basura. La guardé en mi diario.

Pedri vino a recogerme, junto a Pablo. Saludé a los dos chicos y pasamos por Carla. Al llegar a su casa, ella nos estaba esperando. Sus padres estaban a su lado. Su papá no se veía feliz.

Baje la mirada y le susurré a Pablo: —Baja tú.

Él también notó que el papá de Carla nos mataba con la mirada, ya que dijo: —Pedri, baja tú.

—¿Por qué yo?

—Porque eres el mayor.

—¿Y qué se supone que le diga?

—Que la traerás sana y salva.

Pedri bajó y tuvo esa charla incómoda, el papá de Carla aún seguía mirándonos mal. Pero, dejó venir a su hija.

Y empezaba una aventura en Mónaco, donde un corazón se rompió.




















































































































Xoxo. Hiiii besties ¿Cómo están?

Me encanta ver feliz a Pablo y Val. Pero de igual forma quiero abrazar a Val.

La apuesta entre los dos. Va a salir mal ❤️‍🔥❤️‍🔥❤️‍🔥 y me refiero a mal de ❤️‍🔥❤️‍🔥❤️‍🔥

No se olviden de comentar que les pareció el capítulo. Y de votar si les gusto.

Btw esta historia está catalogada para +18 ¿cuántas ilegales hay?

Cabe señalar que en este punto de la historia los protagonistas ya son mayor de edad.

Nos leeemos

Ig: ancovi12
Tiktok: ancovi12

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