7• Todo y Nada.

Muy pocas veces ha estado en un hospital y siempre a sido para sus vacunas regulares, o en las raras ocasiones que acompaña a su madre por sus píldoras e inhibidores de estral.

Todo le parece tan extraño. La luz blanca del pasillo distorsiona los colores y el eco de sus pisadas se confunde con el alocado latido de su pulso en los oídos.

Fue todo un enredo lograr salir del lugar de la competencia. Todo gracias a que la prensa los detenía a cada paso que daban; preguntando qué ocurrió y por la situación de Yuri Katsuki.

Bueno, si lo supiéramos no querríamos salir de aquí cuanto antes y seguirlo, ¿no? Pensó Yurio.

Ya hastiados de todos los que no le permitían salir para ir en busca de su mamá, tomó el micrófono más cercano y con voz clara y grave, que ni siquiera reconoció como suya, anunció:

— Su nombre es Yuri Nikiforov, como si les parece y da igual si no. Y me encantaría saber cómo está, pero ustedes estorban en mi camino.

Devolvió el micrófono después de soltar un seco y discreto gracias a la sorprendida periodista. Un vistazo a su alrededor le bastó para saber qué los demás se encontraban en la misma situación y los lentes de las cámaras grababan atentamente su rostro.

Apretó los dientes — ¿No escuchan? ¡Muévanse! —Gruñó.

En todo el camino al hospital hizo todo lo posible por ignorar la voz de Yakov recriminando su actitud anterior. Realmente no le interesaba nada de eso, sólo quería ver a Yuri.

Tuvo que esperar más de una hora en la sala de espera. Hasta que Minako logró saber qué estaba pasando y por qué nadie venía a avisarles de nada.

La mujer habló discretamente con su entrenador y éste asintió a algo antes de dar vuelta en la esquina e irse.

Su profesora de ballet tomó asiento a su lado y le acarició la cabeza antes de suspirar.

— Debes estar cansado. Le pedí a Yakov que te trajera algo de beber y un poco de comida, si quieres dormir puedo pedir una cobija a alguna enfermera y...

— Tía Minako —Interumpió — ¿Cómo está mi mamá?

No quería saber nada más.

— Bueno...

Yuratchka vió la duda en los ojos castaños de la mayor. Es por eso que piensa que jamás lo entenderá nadie que no sean sus padres. Víctor y Yuri jamás le han mentido. Censuran las cosas, si. Pero le hablan con la verdad.

— No le des vueltas, tía. Sólo dilo.

Minako lo observa unos segundos antes de suspirar y asentir, derrotada.

— Yuri aún está en cirugía y Víctor está con él. Aún no comprendo como lo dejaron pasar, aunque... —Le sonrió ligeramente — Tu terquedad es producto de ambos padres, ¿eh?

Yurio intentó devolverle el gesto, pero más que sonrisa, piensa que hizo una mueca bastante fea.

— ¿Y Katsudon?

— Aún debemos esperar.

Yurio resopla.

— Tía, entiendo que no me digas nada porque soy un niño, pero si me explicas entenderé y será muchísimo más fácil esperar. Dime la verdad.

Una pequeña batalla de miradas se creó en ese momento. En una se leía bastante claro el "Cállate, mocoso" y en la otra algo como "Habla de una vez".

— Al parecer hubo un desprendimiento de placenta —La voz grave de Yakov le provocó un ligero salto.

Yurio no tiene ni la más remota idea de que es lo que eso significa, pero agradece que el mayor le responda.

Yakov suelta un bufido al ver su turbación.

— Eso provocó el sangrado de tú madre. Tú hermano no podía respirar.

La sangre se heló en sus venas y bebió del vaso que el hombre acababa de poner en sus manos. Chocolate caliente.

— No tenías que decirle eso.

— No, tía, está bien. Gracias —Dijo, a nadie en específico — Pero, ¿Mamá estará bien?

Yakov y Minako compartieron una mirada seria.

— Aún debemos esperar —Fue Yakov quien lo dijo en esa ocasión.

Pasaron un par de horas más hasta que por fin un médico salió, seguido de su padre aún con bata azul.

Ambos con semblante cansado.

— ¡Papá! —Corrió hacia él y Víctor le abrió los brazos.

Yurio siente como Víctor reafirma el abrazo, casi haciéndole daño, pero no le interesa. Él también lo necesitaba. El terror que invadió su cuerpo al verlo irse con su madre de esa forma fue... matador.

Yuratchka suspira al sentir como su padre olfatea su cabello de la misma forma que Yuri suele hacerlo.

Puede escuchar los murmullos del doctor y los otros adultos tras su espalda.

— ¿Papá? ¿Cómo está, mamá?

Cuando Víctor se separa, el pequeño corazón del rubio se oprime ante la vista de los bonitos ojos de su padre inyectados en sangre, productos del llanto.

— Nuestro Cerdito estará bien —susurra como si le costará hablar en voz alta, pero sonríe—. Ahora duerme gracias a la anestesia, pero habrá que esperar un poco.

¿Por que rayos todos los adultos decían lo mismo?

Decidió no presionar más, por el momento. Su mamá está bien y eso es lo único que importa. O casi.

— ¿Y Katsudon?

La ligera sonrisa de Víctor tembló.

— Aún no lo he visto porque se lo llevaron muy pronto y yo solo podía pensar en Yuri, pero —Y la sonrisa se agranda —, Ellos dijeron que es un niño sano.

Yurio también sonríe y vuelve al refugio en los brazos de su padre.

— Quiero ver a mamá.

— En cuanto sea posible.




Fue posible hasta la mañana siguiente. Pasaron la noche en el hospital. En cuanto mandaron a Yakov a su hogar y a Minako devuelta al hotel, ellos decidieron dormir en los incómodos asientos del hospital.

Yurio comprendió un poco lo que su mamá quería decir cada vez que comentaba algo sobre los celos que sentía por su padre cada vez que no estaban juntos.

Las enfermeras prácticamente se acercaban a Víctor babeando y Yurio les gruñía cada vez que alguna invadía el espacio personal de su padre.

¿Qué demonios les pasaba? Su madre recién salía de una operación para traer a su hermano al mundo y éstas tipas sacudiéndose frente a ellos.

Aunque fue gracias al atractivo de Víctor que consiguieran un par de cobijas y una almohada.

Fue despertado gracias a un beso de su padre en su nariz.

Al abrir los ojos se topó con las orbes azules brillando en todo su esplendor.

— Gatito, mamá está despierto y quiere verte.

Yurio prácticamente saltó de su improvisado lecho y tomó la mano del mayor.

Caminaron por todo el pasillo hasta encontrar una puerta con el número 202 colgando en lo alto.

Yurio tragó, apretando con más fuerza la mano de Víctor. Sin embargo, no espero ni tocó, simplemente tomó el pomo y lo giró.

La pequeña nariz del rubio crujió al ver a su madre conectado a tantos aparatos, parecía doloroso. Pero toda preocupación se fue en cuanto sus ojos se encontraron en las hermosas gemas chocolate que tanto adora.

Su labio inferior tembló y tuvo que morderlo para no soltar un sollozo.

Había estado tan preocupado.

Las orbes menta se iluminan al ver como Yuri le extiende los brazos, pero la preocupación vuelve al ver como los baja al instante y hace una mueca de dolor.

Yurio se adentra y se acerca con pasó inseguro.

— Lo siento —Es lo primero que su madre dice y su voz suena débil —No tengo mucha fuerza, pero realmente me gustaría que me abraces ahora, gatito.

Y como si esas fueran las palabras mágicas, Yurio hace malabares para subir a la camilla, pero no lo abraza. Demasiado asustado por lastimarlo, se limita a enterrar el rostro en el regazo de Yuri y llorar todo lo que no se permitió desde que el oro fue colgado en su cuello.

— Shh... estoy bien, cariño. De verdad. —Dice Yuri, acariciando sus hebras doradas — Lamento lo que pasó. Tu padre y yo no pudimos felicitarte como es debido. Pero tu actuación fue maravillosa, Yurio. Sin duda serás mejor que tú padre en la pista.

Yurio sonríe en medio de las lágrimas al escuchar a su padre refunfuñando.

— Me asusté mucho, mamá —Confieza, elevando la mirada.

Yuri sonríe con dulzura y pellizca juguetonamente su nariz.

— Estoy seguro de que sí —dice —Eres idéntico a Víctor en eso.

Su padre iba a decir algo, pero fue interrumpido por un par de golpes suaves en la puerta.

Su madre permite el paso y una enfermera entra con un pequeño bulto en brazos.

— Lo traigo para que lo conozcan.





Los ojos cafés se clavan de inmediato en el pequeño capullo de tela que la enfermera sostiene en brazos mientras se acerca.

Yuri le sonríe a Yurio, quien se levanta y se aleja de la camilla, antes de regresar su atención al bebé.

En cuanto la mujer lo coloca en sus brazos un calorsito invade todo su cuerpo, originándose en su corazón.

Es vagamente consciente de que la enfermera a salido y de que Víctor llega a su lado y le coloca los lentes en el puente de la nariz.

Con cuidado, descubre la carita del bebé y parpadea un poco para que las lágrimas lo dejen ver.

Está ligeramente hinchado y tiene las regordetas mejillas y nariz rojas. Pero puede apreciar que sus diminutos labios tienen forma de corazón, igual a los de su esposo y una pelusita negra cubre su cabeza.

— Hola, bebé —Susurra y acaricia con un dedo la mejilla roja —Eres tan hermoso...

Yuri sonríe al escuchar el sollozo ahogado en la garganta de su marido y su corazón se llena de más felicidad, si es posible, al ver los ojos azules inundados en lágrimas.

— Hola bonito —Su esposo sonríe. Es una de las pocas veces que Yuri ve a Víctor quedarse sin palabras.

Quiere hacer un chiste para aligerar las cosas y es entonces cuando se percata de que su pequeño cómplice no está junto a él.

Sus ojos viajan por la habitación, preocupado, hasta que lo encuentra.

Su bello Yurio está en la esquina más alejada del cuarto, viéndolos con completa atención. Su rostro es todo un poema y su expresión es completamente nueva para Yuri. No sabe que es lo que pasa por la cabeza de su hijo, pero no debe ser un genio para saber qué el niño está aterrado con las nuevas emociones.

El azabache suelta un pequeño quejido al sentir sus brazos perdiendo fuerza y sonríe cuando Yurio da un paso en su dirección, preocupado, pero regresa a su posición original cuando ve que Víctor rodea su cuerpo para sostener al bebé con él sin quitárselo.

— Ven, mi amor ¿No quieres conocer a tu hermanito?

Yuri casi esperó que su gatito le dijera que no y saliera corriendo. Sin embargo, el niño se acercó. Con pasos cortos, lentos e inseguros, Yurio llegó a su lado e hizo lo mismo que hace unos minutos. Subió a la camilla, pero no se acercó hasta que él le extendió la mano.

— Ven, gatito.

Yurio tomó sus dedos y Yuri frunció el ceño ante la frialdad en las pequeñas manos de su hijo. ¿Tanto miedo tiene?

Víctor hizo todo el trabajo que sus adoloridos brazos no podían, sosteniendo al bebé, lo inclinó un poco para que Yurio pudiera apreciarlo.

— ¿No es bonito, Yurio?

Fue entonces cuando los adultos sintieron que se enamoraban, de nuevo, de su primer hijo.

Yurio sonrió con el rostro bañado en lágrimas. Le sonrió al bebé y con una mano temblorosa tomó los diminutos deditos de menor, besando el dorso de la pequeña manita.

— Bienvenido —Sollozó — Soy Yurio, tu hermano mayor —Se presentó de forma tan adorable, que Yuri sentía que podría morir de tanto amor —. Te prometo que cuidaré de tí, Katsudon.

La risa de Víctor rompió por completo el ambiente, al menos para él porque Yurio seguía viendo tan ensimismado y con total devoción a su hermanito.

— No lo llamaremos así — Sentenció.

— Pero, amor...

— Ay, mamá...





[12 años]

— ¿Qué esperas? ¡Abrelo!

Yurio ríe al igual que su madre ante la emoción del Ruso.

Es cerca de media noche y su cumpleaños está por terminar. Katsudon ya duerme en la habitación de sus padres.

Víctor y Yuri insistieron en acompañarlo a su cuarto para desearle las buenas noches y fue entonces que su padre sacó un pequeño paquete con envoltura brillante de color aqua.

Yurio intentó abrir el paquete sin romper la envoltura, fracasando estrepitosamente. En el interior un dije dorado y ovalado colgaba de una fina cadena de oro.

Levanta la mirada asombrado cuando su madre se sienta junto a él y le quita el regalo de las manos para ayudarle a ponérselo.

El dije cae en su pecho, justo junto al corazón.

— Feliz cumpleaños, gatito.

Yurio lo toma para examinarlo. El óvalo tiene grabado su nombre con letras finas y elegantes. Al abrirlo se le llenan los ojos de lágrimas.

En una de las caras, una foto que su abuela tomó semanas atrás: sus padres tras él, quien lleva en brazos a su hermanito; Los Nikiforov sonríen a la cámara.

Y del otro lado una inscripción en ruso.

Nuestro amor. —Cita.

— Eso eres para nosotros —Dice Yuri y lo abraza al tiempo que Víctor se acerca para envolverlos a ambos en sus brazos.

— Nunca lo olvides, Yuratchka

— Yo también los amo.




Yurio pone los ojos en blanco ante las miradas que recibía.

Admite que al principio fueron intimidades, pero ahora le perece ridículo.

Su debut como Junior fue lo que planeó y se esperaba de él.

El mundo entero esperaba un solo error de su parte para irsele encima a él y a su familia.

Después de la catastrófica premiación de su triunfo del Novel B, los rumores de la delicada salud de su madre e inminente pérdida del segundo bebé de Víctor Nikiforov fue la noticia más sonada. ¡Por meses! En esa ocasión toda la familia se sintió ofendida. Y aunque su padre quiso salir y callarles la boca todos, Yuri no lo permitió.

Demostremos quién es la familia Nikiforov en la próxima competencia, dijo. Y tanto Yurio como Víctor estuvieron de acuerdo.

Llegó a su primera competencia con Katsudon en brazos, burlándose de quienes decían que su hermano había muerto antes de nacer. Fue una forma épica de presentar a Yullian Nikiforov al mundo.

Desde el primer skate hasta la final, se mantuvo como número uno. Con la leyenda del patinaje como su entrenador personal y padre orgulloso.

Ganó por sobre un tal Leroy de Canadá y el hijo del Pichit Chulanount, amigo Tailandés de su madre: Zet Chulanont. Éste último mayor que él por un año, bastante agradable y con quién había convivido un par de veces cuando era más chico. A diferencia del Canadiense que no hacía mas que fastidiarlo cada vez que abría la boca.

Estaba saliendo del recinto con su pequeño hermano en brazos y ciertamente quería gritarles a todos que se metieran en sus propios asuntos - no lo hace porque su madre caminaba unos pasos detrás de él y sabe que lo regañará por decir malas palabras frente a Yullian-, cuando el tipo apareció frente a él, causándole nausas con solo verlo.

— Vaya, pero si es la gatita...

— Desaparece de mi vista, JJ.

Yurio quiso patear al moreno por ensuciar el cariño con el que sus padres lo llamaban. Aunque pensándolo bien todo era culpa de su padre por andar subiendo fotos a las redes sociales con su apodo en el encabezado.

Jean-Jacques Leroy, 16 años. Ésta fue su última competencia como Junior.

Yurio agradece que no tendrá que verlo en las siguientes hasta que lo deba enfrentar como Senior y entonces, está seguro, le ganará de nuevo.

— Vaya, ¿Qué tenemos aquí?, ¿No es el pequeño Ian, resurgido de las cenizas?

Yurio gruñe y aleja al bebé del toque del mayor.

Ian, es como llaman al pequeño en casa, por aquello de que llamarlo Yulli es confuso para su madre.

— No lo toques —Advierte y pasa de largo con Leroy pisándole los talones —. Y no resurgió de nada , que los idiotas como tú se crean todo lo que las páginas de chismes dicen es su problema.

— La gatita tiene garras —JJ ríe y Yurio de verdad desea patearlo cuando siente el aliento del mayor en su oreja — Osea que eso que dicen de tí siendo adoptado por los Nikiforov, ¿Tambien es mentira?

Yurio reafirma su agarre del bebé con un brazo y con la mano libré empuja a JJ contra la pared de concreto.

En cuestión de segundos su hermano comenzó a llorar por el susto y los adultos llegaron a calmar las cosas.




— No quiero que pelees con nadie, cariño ¿Cuantas veces debo decírtelo? Mucho menos si estás cargando a Ian, por Dios.

— Lo siento, mamá —Dice, sincero. Lo cierto es que, cuando se dio cuenta para su propio horror, tenía arrinconado a un tipo que le sacaba más de diez centímetros, con su hermano de casi un año llorando en su cuello.

— ¿Qué fue lo que te dijo Leroy para que te enojaras tanto, gatito?

Yurio despega la mirada de Katsudon, quién juega en su regazo, para ver a su padre.

Están en el hotel empacando sus pertenencias para, por fin, regresar a Japón.

Yuri viaja de un lado a otro en la habitación, reuniendo la ropa que él había tirado esa mañana. Victor, sentado en el pequeño sillón de la esquina lo observaba con preocupación.

Lo cierto es que él mismo se asustó de su ataqué de ira, pero no pudo evitarlo.

En el último año ha estado tan concentrado en su patinaje y en su familia que había olvidado en algún recóndito y oscuro rincón de su mente los miedos que lo han seguido desde su tierna edad.

Yuratchka observa a su hermano. Sentado en sus piernas, Yullian gira en sus diminutas manitas su nueva medalla de oro, observándola asombrado.

Katsudon ciertamente es todo lo que Yurio deseo ser y al mismo tiempo nada; todo lo contrario.

Yullian Nikiforov es la viva imagen de su madre, pero con los ojos azules de Víctor.

Los monstruos de sus pesadillas solían burlarse de él en sueños, diciéndole que jamás cumpliría su sueño de ser parecido a su padre y tener los ojos de Yuri.

Su hermano pequeño, su Katsudon, es la viva imagen de lo que Yurio no será y el comentario de JJ se lo recordó.

— Nada importante —Responde a la pregunta de su padre —. Nada que no me hayan dicho antes, en realidad.

Sonríe con tristeza.

Al menos agradece que Katsudon tampoco tenga los ojos de su madre.


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Muchísimas gracias por el apoyo a ésta historia, siendo honesta no creí que tuviera tanto agrado.

ByeByeNya🐾

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