3• Así es.

[1 año]
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Si alguien llegara a preguntarle si es feliz; Víctor Nikiforov te responderá que sí, que no hay nadie más feliz en el mundo que él. Si le preguntas h acerca de sus sueños y metas en la vida; él te dirá que a crecido en una pista de hielo y que su vida la dedicó a llegar al lugar más alto del podio con la medalla de oro colgando de su cuello, y sonreía al presumir que lo ha logrado cinco veces seguidas.

Porque así es él. Nunca te dará más información de la que, él considera, mereces. Porque para Víctor la única persona que merece respuestas claras y honestidad sobre todas las cosas, es su esposo.

Esposo que duerme tranquilamente después de una batalla bestial para intentar dormir a Yurio gracias a que la mayor de los Katsuki, Mari, le dió un par de trozos de chocolate al rubio. Por supuesto, eso hizo estragos en el delicado sistema nervioso del bebé de casi 12 meses.

Yurio despertó cerca de las 4 de la madrugada y Nikiforov decidió apiadarse de su lindo esposo lo suficiente como para dejarlo dormir y ser él quien vaya a calmar a su hijo.

Su hijo...

Sentado en una mecedora blanca, en el centro de la habitación del bebé, Víctor se mece suavemente con Yurio en sus brazos.

Mientras más crece, más claro es el parecido con su madre biológica. El mismo tono rubio pálido de cabello, el mismo color de ojos. Ese verde mentolado que enamoró a su mejor amigo. Víctor se pregunta si el rostro de Yurio se parecerá a Mathew cuando crezca o si, por el contrario, seguirá siendo la viva imagen de Yulia.

Ha tenido nueve meses para hacerse a la idea de que su mejor amigo no volverá y que gracias a eso ahora él es padre.

Mathew Plisetsky y él se conocieron cuando eran niños. La casa de acogida donde Víctor vivía quedaba justo frente a la casa donde Mathew residía junto a su viudo padre. Hablaron por primera vez durante las clases de patinaje a las que Víctor se inscribió para pasar el menor tiempo posible en el pequeño lugar que tenía que compartir con tres huérfanos más y los dos hijos del matrimonio que los acogió.

Mathew era un poco más avanzado, Víctor no tardó mucho en llegar a su nivel. Se hicieron amigos gracias a la pista de hielo. Plisetsky fue su primer amigo y el único en muchos sentidos. Escalando juntos hacia lo más alto del patinaje artístico.

A los 10 años conocieron a Yakov, amigo y entrenador del padre de Mathew quien no dudó en enseñarles todo lo que sabia.

Cuando cumplieron veinte años, Yuratchka Plisetsky falleció y fue en medio del dolor que Víctor acompañó a su mejor amigo, quien deambulaba de bar en bar. Meses después, preocupado por que su mejor amigo fuera a arruinarse, sacó a la fuerza a Mathew de la bola de miseria que era a mitad de la sala y lo convenció de entrar al Ballet Bolshio. Había escuchado que el London Ballet tendría presentaciones ahí, y ellos habitualmente acudían a ballets y tomaban ideas para sus propias rutinas.

Fue cuando los vieron por primera vez. Bailando como si fueran los mejores del mundo, la delicadeza y belleza brotando de cada poro y al son de la elegante música. Yuri y Yulia hechizaban a todo el público con una actuación perfecta. Víctor jamás creyó que El Lago de los Cisnes se volvería su favorito. Era demasiado cliché.

Sus esfuerzos fueron recompensados al ver que Mathew estaba tan embobado en el espectáculo como las demás personas.

Una semana después corrió a una cafetería cerca de la pista de patinaje porque Mathew le había enviado un mensaje urgente. Debía ser algo realmente importante si su amigo le pedía verlo en su día de descanso, días en los que Mathew se dedicaba a imitar a los perezosos en el sofá.

Cuando llegó se encontró a su mejor amigo riendo -tan feliz como no lo había visto desde la muerte de su padre- junto a una atractiva rubia. Y frente a ellos el chico más lindo que había visto en su vida. Cabello azabache; ojos de color del más delicioso chocolate, ocultos tras el cristal de las gafas; piel clara, tersa y aparentemente suave; mejillas y nariz ligeramente sonrojadas por el frío.

Los reconoció al instante como Odette y el príncipe.

Encajaron tan bien y tan naturalmente que fue casi mágico. Mathew y Yulia comenzaron su relación al instante, aún cuando Yulia y Yuri tuvieron que regresar a Inglaterra, los rubios lograron mantener su noviazgo de forma eficaz.

Claro que Yuri hizo esperar a Víctor por un año, hasta que se volvieron a ver, para darle el sí.

El japonés y la inglesa se mudaron a Rusia dos años después, cuando se decidieron por abrir su propia escuela de ballet. Y Yulia y Mathew se casaron, importándoles muy poco todas la habladurías sobre la condición de Omega de la mujer Plisetsky.

Desgraciadamente, fueron él y Yuri quien se llevaron la peor parte. Víctor, el medallista de oro, el soltero más codiciado había sido domado. Realmente le importó en lo más mínimo lo que la gente decía y mientras no atacaran directamente a Yuri todo iría bien. Y se las arregló para casarse con el amor de su vida sin mayor problema.

Aún recuerda las veces en las que Yuri le preguntaba, al borde de las lágrimas, si estar con él valía la pena. Todo porque su esposo, en ese entonces su novio, era una pequeña cosa de corazón frágil y sin confianza. En esas ocasiones, Víctor se encargaba de dejarle claro lo mucho que le importaba y cuán grande era su amor por él.

Ahora piensa que creó un monstruo chiquito, porque cuando llegaron al altar Yuri Katsuki se detuvo a su lado con la frente en alto y la sonrisa más grande y feliz del mundo. Incluso tomó la custodia del pequeño Yurio sin pizca de miedo. Ahora Yuri va por la vida mostrándose seguro y capaz. Y es eso lo que la gente no ve; no ven la fuerza, el alma pura, el corazón frágil y la amabilidad de Yuri Katsuki. Esa gente solo ve al Omega.

Lo cual es un alivio porque si vieran lo maravilloso que es su esposo él tendría que andar preocupado cada segundo del día.

Víctor se distrae al escuchar los balbuceos del bebé en sus brazos. Ese bebé por el que su mejor amigo luchó.

Mathew mencionó, un par de horas antes de su boda, lo emocionado que estaba por formar una familia. Su propia familia. "Una bella esposa y dos hijos, eso quiero", había dicho.

Sin embargo, se fue. Partió del mundo con su bella esposa y dejó atrás a su mayor sueño.

Víctor no entendía muy bien ese deseo. Para él, estar con Yuri por el resto de su vida era suficiente y lo que más podía desear en la vida. Claro, se planteó la posibilidad de tener hijos, pero nunca lo vio como algo indispensable.

Es a éstas alturas de su vida, con Yurio entre sus brazos y Yuri durmiendo plácidamente en su cama, qué lo entiende. Entiende a Mathew.

Si le preguntas a Víctor Nikiforov si alguna vez pensó en formar una gran familia; él te dirá que no, pero que da gracias cuando se levanta todos los días, por su maravilloso esposo a quién ama con cada latido del corazón. Y por su precioso hijo, que llegó sin aviso alguno, pero a quién protegerá con cada aliento de vida.

Porque es la persona más feliz del mundo. Y por honor a su mejor amigo.

Víctor Nikiforov formará una gran y bella familia.







Es aterrador que todo vaya tan bien. Tanta felicidad debe ser mala.

Yuri suspira al ver la carita de Yurio manchada con restos de comida, al igual que la camisa de Víctor. Desde que el rubio comenzó a ingerir alimentos un poco más sólidos, ha sido todo un espectáculo la hora de la comida. Quizá por eso toda su familia se reunía sólo para verlo tomar la papilla del plato y lanzársela a su padre, quién batallaba para meterle la pequeña cuchara en la boca.

Usualmente Yuri espera a que ambos se vean ligeramente frustrados para relevar al Ruso y alimentar a su hijo mientras Víctor se cambia de ropa.

—Por favor, Yurio —lloriqueó Víctor —, come. —El bebé se limitó a sonreír y sacudir sus manitas, provocando la risa de todos los presentes y la aceptación de derrota por parte del ojiazul.

Yuri tomó el suspiro de su esposo como grito de salvación y se acercó a la silla alta donde Yurio reinaba —Bien, dejemos de burlarnos de papá.

—¡Yuri~! —Fue la ignorada protesta.

En cuanto el pequeño rubio escuchó su voz se giró para verlo, rió y aplaudió como quién sabe que el juego a terminado y recibirá sus sagrados alimentos.

Pasados unos minutos y mientras Víctor hablaba por teléfono con su entrenador, Yakov; la familia Katsuki se embelesa al ver a Hiroko jugando con su nieto.

Viéndolos ahora, el susto de hace medio año valió la pena.

En cuanto todos estuvieron en la sala, el incómodo silencio reinó acompañado de miradas de soslayo y carraspeos de garganta forzados.

—Es bueno que estén de regreso, Yuri —Habló su madre y cuando el nombrado buscó la mirada de su progenitora supo que todo estaría bien. Los ojos chocolate de su madre, idénticos a los suyos, brillaban con aceptación y calidez.

Si, todo estará bien. Son familia después de todo.

—Estoy en casa —soltó todo el aire que no sabía retenían sus pulmones y sonrió —Tenemos algo que informarles.

Aún si sonó fuerte y decidido buscó la mirada de su esposo. Víctor sonreía y lo veía como si fuera su cosa favorita en el mundo entero; en sus brazos, un recién despierto Yurio los veía a todos con sus grandes y curiosos ojos verdes.

—Nos casamos —dijo y clavó los ojos en sus padres —. Víctor y yo estamos casados.

Toshio sonrió, los ojos de Hiroko se llenaron de lágrimas, un jadeo salió de labios de Minako y Mari reventó una burbuja de su goma de mascar.

Después de la primera reacción fue Víctor quién se enfrascó en el resumen de su historia; desde la decisión de fugarse con sus dos mejores amigos y casarse en Barcelona; hasta la muerte del matrimonio Plisetsky y la adopción del pequeño Yuri.

Ya más relajados y con el bebé en brazos de la profesora de ballet, jalándole el cabello mientras su padre reía y su hermana intentaba llamar la atención de Yurio, la mujer mayor los abrazó.

—Entonces, ¿Su nombre también es Yuri? —Preguntó Minako mientras le daba el bebé a Mari. Yuri vió este intercambio ligeramente asombrado. Yurio se estaba adaptando rápidamente a su familia siendo que el pequeño es demasiado quisquilloso con las personas desconocidas.

—Ah, si. Yuri Plisetsky —dijo y sonrió cuando el bebé intentó alcanzar la banda en la cabeza de su hermana —Ese era su nombre.

—¿Era? ¿Lo cambiaron por la adopción? —preguntó su madre al regresar con dos platos de comida. Los ojos de Víctor brillaron y Yuri sintió que su boca generaba más saliva de lo normal al ver el plato de Katsudon frente a él.

—Ah... Mmhn... —Fue su poética respuesta mientras alcanzaba los palillos.

Al ver que su cerdito acababa de perder el raciocinio y ganado hambre, Nikiforov decidió tomar la palabra —Era lo mejor. En el futuro, cuando el mundo conozca la existencia de Yurio, será cómo nuestro hijo legítimo. Mío y de Yuri. Íbamos a dejarle el nombre pero sería demasiado confuso tener a dos Yuri Nikiforov en casa. Aun así no queríamos que la presencia de sus padres biológicos desapareciera del todo, así que decidimos ponerle el nombre del padre de Mathew. Yuratchka Nikiforov, es su nombre ahora.

—¿Por qué lo llamas Yurio, entonces?

Yuri tragó y bufó —Es un apodo que Mathew y Víctor le pusieron para diferenciarnos en cuanto nació.

Todos rieron ante eso y decidieron que el apodo iba bien sin duda con el niño de ojos menta.

—Serán una buena familia. —Sonrió Hiroko, y la tormenta pasó sin mayor problema.







—¿Qué hacemos?

—¡Mamá, la cámara, la cámara!

—Yurio...

—¡Es un genio!

Shh. Mantengan la calma, lo están asustando.

Víctor los ignoró a todos, demasiado concentrado en no soltar el celular porque las manos le temblaban. Sabía que tenía la sonrisa más estúpida del mundo grabada en los labios por segunda vez en su vida -la primera fue cuando escuchó a Yuri decir "Si, acepto."-, pero no le interesa.

Estaban celebrando el primer cumpleaños de Yurio. La familia Katsuki, Minako, Yuuko y Nishigori, incluso Yakov estaba ahí -más que nada porque debía comenzar con sus práctica para el siguiente GPF-. Después de la comida y que Yurio se aplaudiera a sí mismo al conseguir apagar las velas de su pastel, sin percatarse que fueron sus padres quienes soplaron porque él no sacaba más que baba; Yuuko propuso que Yuri los deleitara con un pequeño baile, después de todo llevaban dos años sin verlo sobre el escenario.

Aún si Yuri ahora es profesor en la escuela de Minako, realmente no bailaba tan seguido como antes. Sin embargo, nada detenía a Yuri Nikiforov si de baile se trataba.

Fue en medio de su pequeña e improvisada rutina sobre la punta de sus pies cuando el mundo se detuvo una fracción de segundo.

Yurio, demasiado ensimismado e hipnotizado por los movimientos de su madre se levantó. Como si lo hubiera hecho millones de veces antes, como si aún no se fuera de lado cada vez que se sienta solo, se levantó sobre sus diminutos pies y sin tambalearse. Los ojos fijos en Yuri.

El japonés detuvo sus movimientos cuando escuchó el jadeo general y su primer instinto fue buscar a Víctor, quien tenía el celular en la mano pero ya no lo grababa a él. Y fue cuando lo vió.

Víctor siente que algo se derrite en su pecho, en el lugar donde está su corazón. Yurio por fin se percata de su posición y despega la mirada de un asombrado Yuri para verlos a todos, sus grandes ojos verdes llenos de miedo.

Y como si le hubieran dado un golpe en la nuca, Yuri reacciona, arrodillándose y estirando las manos hacia el rubio.

—Ven aquí, Yurio —Le dice, cerrando y abriendo las manos hacía su hijo.

Víctor no puede respirar. No sabe que clase de sentimientos son los que llenan su alma en ese momento, pero sabe que quiere gritar y reír, saltar y llorar, correr y abrazar a los Yuris frente a él, incluso decirle a Yurio que se apresure porque está demasiado ansioso.

Yurio de un año, en medio de una sala llena de su nueva familia, vestido con un mameluco de gato y con los ojos verdes clavados en Yuri, da sus primeros pasos. Apresurándose a los brazos de su madre.




[1 año 6 meses]


—P-pa...

—¿Eh? —Yuri baja su mirada achocolatada al bebé sentado en sus piernas.

En medio de una competencia, con todos los ojos puestos sobre su esposo en la pista de hielo, apunto de ganar la primera exhibición del GPF, Yuri siente que se le rompe el corazón y no es de tristeza, ni mucho menos frustración. Es la manera más bonita que alguien puede destrozar el corazón de alguien.

—¿Yurio?

—Papa... —balbucea el niño. Y es qué, desde que llevan a Yurio a las prácticas de Víctor en el Ice Castle, el bebé siempre parece absorto mirando al Ruso, la fascinación escrita en cada delicada línea de su redonda carita.

Pero Yuri jamás creyó que la primera palabra de Yurio sería esa. Sinceramente está celoso. El bebé rubio había estado tan cerca de decir "Mamá" en las últimas semanas que creyó que ganaría la apuesta contra Víctor.

Ya ha aceptado que es la peor persona del mundo, porque los primeros pasos de Yuri no deberían haber sido hacia él, sino hacia Yulia. Y el primer llamado de Yurio a su padre debió ser para Mathew, no para Víctor.

Pero, tal vez,  ya es hora de aceptar que sus amigos no están y no volverán. Y por el resto de su vida Yuratchka Nikiforov sólo tendrá a dos padres.

—¡Papá!

En medio de una competencia, con Víctor Nikiforov completando su último salto cuádruple perfectamente; sentado en medio de la primera fila, Yuri abraza a su hijo y sonríe rodeado de la gente que creía que Víctor y él no lograrían la felicidad.

—Asi es, Yurio. Ese es tú papá.

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