Disfrazada de noche ha llegado a buscarme,

El viento me lo dijo cuando rodó la tarde,

Y su sombra admiré queriendo abalanzarse,

Por la flamante luna la observé deslizarse.

¡No dejes que me lleve, no es hora de marcharme!

Hazme sitio en tu lecho para así refugiarme,

Si me encuentro en tus brazos no podrá confrontarme,

La luz en tu interior ayudará a eclipsarme.

Tal vez querida mía te parezca un cobarde,

Pero no es por mí bien que pido que me guardes,

Es que te miro y pienso: ¡Tengo tanto que darle y el tiempo es tan escaso para poder amarle!

Pero es muy tarde: duermes, y la siento afirmarse,

Sobre mi corazón ha logrado posarse,

Y no hay nada que haga ya para confortarme,

Se me escapa la vida aunque quiera aferrarme.

Entonces un milagro: tus párpados se abren,

Y tu mano es el ancla que me empuja a quedarme,

Mas se alejan umbrías las sombras imperantes,

Mi corazón palpita, mejora mi semblante.

Te susurro "te amo", feliz de contemplarte,

Y te beso, te abrazo, ya no quiero soltarte.

No entiendes el por qué del júbilo exultante,

Pero, cómo explicarte que tu amor es escudo, que le impide a la muerte venir a reclamarme.