Capitulo 47
-Lo nuestro son los domingos- dijo Akito en una esquina después de dar unas vueltas por la ciudad desierta.
Y descontracturó todo.
Sonreí. Habíamos dejado a Keiko. Y yo muda, otra vez. Le había escrito para que nos pasara a buscar, para que nos salvara, pero porque tenía ganas de verlo. Después, tarde, me di cuenta de que algo de lo que había pasado la noche anterior le iba a tener que decir.
Pero ahí estábamos delante de un semáforo en rojo en medio de la noche. Otro domingo más.
-Mi vida por un café —dije.
León meneó la cabeza con esa calma que tiene.
-¿No será mucho? la vida entera, digo- y dobló en la esquina.
Encaró por la avenida que lleva al parque hasta un par de cuadras antes giró a la derecha y se detuvo delante de un bar angosto. Me pregunté cómo conocía ese lugar.
El bar a media luz. La música suave. Nos sentamos cerca de un patio frente a unas mesas de pool. Lo bueno del lugar es ese patio y la enredadera que cubre todas las paredes. No había entrado nunca.
Nos atendió una chica divina y por un instante se me cruzó por la cabeza que con una chica como esa tendría que salir Akito. No conmigo. Él ni la miró. Se pidió un submarino y yo me pedí un café doble. El pensamiento sobre la chica me opacó todo. ¿Qué hacía Akito conmigo? Veneno tenía razón, ¿Qué me veía? Me da vergüenza escribirlo pero lo pensé. Miré el patio. El cielo. Las estrellas como tachas lejanas y brillantes.
Y como no me aguantaba más me levanté y fui al baño. Me paré delante del espejo, apoyé mis manos sobre la bacha. De repente tenía tantas ganas de llorar, con todo lo que ya había llorado parecía que podía seguir. Me miré y me dije en voz alta:
-Basta. Dale, pará un poco-.
Era la segunda vez en dos días que me estaba perdiendo de vivir un momento por pensar en otra cosa, es más, en cosas que no sumaban nada. En la fiesta mientras bailaba con Akito, pensando en Shiro. Alguna gente no vive pensando, alguna gente es. Y ahí, tomando algo con uno de los chicos que más me había gustado, pensando en que él debería estar con una chica como las que nos había atendido. Cualquiera. Él estaba conmigo porque quería. Nadie lo había obligado. No le sumaba puntos en ningún concurso. Es más todo lo contrario.
Me miré en el espejo y me dije que iba a salir y a vivir el momento. Pensar en otra cosa mientras estaba pasándome lo que había soñado siempre que me pasara se parecía bastante a quedarme en casa y ni salir, ni intentarlo, salía pero no estaba presente.
Me lavé la cara. Era un desastre. Sin maquillaje. Sin perfume. Después de todo un día de estar dando vueltas en la calle estaba bien vestida pero nada más. Pero nada más no. Estaba ahí. Respiré hondo. Me sequé las manos. Y me sonreí.
Salí del baño. Ni pensé. Caminé hasta la mesa. Pasos largos. Lentos. Él apoyado de espaldas contra la ventana que daba al patio. Empezó a sonreír al verme. Yo también. Di un paso hacia él, me agaché y le di un beso en el labio superior. Se estremeció y me di cuenta de que yo estaba temblando. Y por primera vez dejé mudo a Akito. Aunque ahora que lo pienso, no fue la primera vez. Creo que en su primer día del colegio también.
Tomé mi café, él su submarino. Nadie pide submarino después de las ocho.
Y entonces por primera vez lo vi.
A él.
Y me pregunté quién era. Su historia. Hasta ese momento todo había pasado por mí. Y me estaban pasando tantas cosas que era algo así como, bueno, ahora no puedo verte ni ocuparme de vos, estoy sumergida dentro mío.
Lo único que sé es que desde que apareció siempre está. Cualquiera podría decir que nos conocemos de hace dos minutos. Es verdad, pero los dos minutos quiso estar. Y no parece que se quiera ir a ningún lado.
Esperé que me preguntara qué había pasado con Shiro y quise decirle que nada pero no sabía cómo sacar el tema sin que pareciera que estaba dando explicaciones. No pude y él no preguntó. Cuán seguro tenés que estar para no preguntar. No de mí, de él.
En algún momento mientras lo miraba me preguntó cómo estaba. Le conté lo de Maiko. Su cara imperturbable. La misma cara que tenía el día que lo conocí. La misma cara que ponía delante de Shiro. Le conté todo.
Me dijo que se había quedado pensando en mi tema. Que él iría a escucharla a Maiko, que la vida es corta (¿que tiene, setenta?) y que tengo la posibilidad de hablar cara a cara con ella. Quiere verme y yo también. Nos quedamos en silencio hasta que terminó su submarino y me preguntó:
-¿Un pool?-.
Levanté Los hombros. Jamás había jugado al pool.
-Dale-.
Y si, la chica con más personalidad del colegio juega al pool aunque no sepa y casi la rompe. Bueno, tuve suerte de principiante en un tiro muy afortunado y después me dedique a hacer agua. Su cara mirándome. Sus ojos calmos. Pero intensos. Te mira y te está mirando. Lo siento hasta el lóbulo de la oreja. Se sacó la campera esa con capucha que usa debajo dela campera de cuero y se quedó en remera, una remera gris gastada. Me distraje al descubrirle un lunar de nacimiento en el brazo izquierdo, cerca de la manga. Me mordí el labio pensando que el día que lo había visto sin remera ni siquiera lo había registrado. No me alcanzaban los sentidos para registrar todo el resto. Me acerqué, le levanté la manga con el taco.
Amé su lunar.
Se bajó la manga, agarró el taco que yo sostenía y me acerco a él. Lo dejó sobre la mesa, me miró de cerca y me besó. De lleno. Tierno.
A mí.
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