Capitulo 22

Me desperté tarde para lo que soy yo. A la una. Pero recién me pude dormir como a las ocho y media. Tampoco es que había dormido tanto. Por un momento pensé si no había tomado un poco de más la noche anterior, me dolía la cabeza y tenía una sensación resacosa. Pero no había tomado casi nada. Me había comido todo. Eso sí. Vi el pote de helado vacío sobre mi escritorio. Imposible negarlo. Me sentía como un globo aerostático. Además me estoy por indisponer. Todo junto. Antes de bajar pasé por delante del espejo y me puse de perfil. Saqué un poco de panza, tengo un embarazo de cuatro meses por lo menos. Me prometí mientras bajaba la escalera no comer casi nada en todo el día. Mates y fruta, bueno, alguna tostada a la tarde. A lo mejor a la noche hasta podía cenar liviano. En el último escalón me di cuenta de que no lo iba a poder sostener.

Hasta ahí, la vida misma. Hasta la barra desayunadora.

Porque cuando giré para buscar la pava para los mates, lo vi.

Arriba de la barra, un sobre blanco.

Un sobre blanco, con mi nombre escrito en negro.

Unas letras ondulantes que decían Seiren Hikari.

Me quedé helada, como en el juego de la estatua. Igual. Mientras mi mano se acercaba al sobre pensé en Shiro. Tenía que ser Shiro. ¿Quién iba a mandarme una carta?

Y así, con el pantalón piyama a rayas, la remera vieja blanca de mangas largas que uso para dormir, descalza, giré el sobre.

Rte.: Maiko Kido.

Maiko.

Mi Maiko.

Lo primero que pensé fue "¿qué onda?" Porque sí, ¿una carta?

Leí el nombre y sentí como una patada en el pecho. Feo.

Feo también pensar que era Shiro y que fuera Maiko. El regreso de los muertos vivos. Claro, cómo no asociarlos, si cuando las cosas se complican los dos tienen la fragilidad de desaparecer. Y hasta me dan ganas de desaparecer a mí. Esa es la cagada.

Me gusta tu corte. Carta. Qué liviano parecía. Qué fácil.

Y ahí me di cuenta de que estaba parada en la cocina, mirando un sobre con mi nombre, en el silencio de la siesta de domingo. Imaginé que mamá, papá y Ringo habían ido al club. ¿Quién había dejado ese sobre para mí? Porque tal vez la mamá de Maiko lo había llevado hasta casa, pero ¿Quién lo había dejado esperando a que yo me despertara?

Lo tiré sobre la barra. Y caminé hasta la bacha, llené la pava, la puse al fuego, y me lo quedé mirando apoyada contra la mesada. Como si estuviera vivo y pudiera emitir algún sonido o iniciar un movimiento. Pero ahí estaba, inmóvil.

Abrí el tacho de basura para tirar la yerba del mate y me encontré con otro sobre blanco. Parecía una búsqueda del tesoro. Lo agarré y, sí, tampoco había que ser Sherlock. La misma letra ondulante. Ringo Hikari. Ni siquiera lo había abierto. No me imaginaba un universo donde Ringo le diera una chance a Maiko. Ni media. Nada. Para Ringo, Maiko está muerta. Pensé en rescatarlo, solo por si algún día Ringo llegaba a querer leerlo, y decidí que no. Que esa era su decisión. Cada una que hiciera lo que le fuera orgánico. Preparé mate y me senté con el termo en la barra. Contrariamente a lo que hubiera esperado cuando todavía esperaba algo, no había alegría, no había alivio. Era amargo. Que apareciera así era porque un día había desaparecido. Y se sentía triste. No tenía la menor idea de qué podía decir. Podía ser una invitación de pijamada, una carta explicando lo que para mí no tenía mucha explicación, pidiendo disculpas, culpando a nuestra mamá, podía ser cualquier cosa. Pero mirándolo era plenamente consciente de que iba a cambiar mi vida. Y me parecía bastante violento que ella desapareciera y la cambiara y apareciera y volviera a cambiarla, todo cuando a ella se le cantaba. Y lo que nosotros tres habíamos necesitado, cada vez que la habíamos necesitado, ahí brillaba su ausencia como estrella feroz.

Me volvió a la cocina un mensaje. Pensé que podía ser Keiko (no sabia si hablarle de esto) queriendo novedades de la noche anterior pero era Ringo.

¿Te levantaste?, me escribía.

Sí Feliz Navidad, Año Nuevo, Reyes, cumpleaños y domingo, le respondí irónica. Perdón que no me pude quedar; tenía partido con las chicas y no podía dejarlas en banda.

¿Estás bien?, me preguntó.

No tengo ni idea qué quiere, le respondí.

No pienso leerlo. Es un extraño. No lo conozco. No lo puedo creer, ¿quién se creeque es?, vomitó en otro mensaje.

Me quedé en silencio y volvió a tipear, veloz:

¿Sabes cuál era el tema de mamá? Cómo aparece en domingo, sabiendo que ella tiene que ir al club, ¿Quién va a contener a Rafaela? Obvio que se autoconvenció de que vos vas a estar bien.

Me mordí el labio. Los dilemas de mamá.

Se autoconvenció de que ella está bien y es feliz, escribí.

Emoticón de Aitana, 🙄.

Nos vemos más tarde, te quiero, le mandé y cerré el chat.

Y ahí, el sobre. No lo pensaba abrir. No lo pensaba tirar pero no tenía ganas de saber.

Y a la vez siempre supe que este momento iba a llegar, un día u otro, a mis veinticinco, a mis treinta o a mis diecisiete como está pasando, un día de esos que parecen como todos los demás días iba a aparecer Maiko. Y se iba a abrir otro mundo. Jamás supe qué iba a hacer cuando eso sucediera. Ringo lo tenía clarísimo. Yo no. A veces pensaba que después de algunas charlas adultas y muy despacio podía acercarme a ella. Y otras, no quería saber nada.

Lo que sí tengo claro es que lo que hizo Maiko habla de quién es ella, aunque mil veces había pensado que la culpa la teníamos nosotros, mamá, Ringo, Keiko y yo. Lo que había hecho hablaba de ella, no de nosotros.

Lo mismo, exacto, aplica a Shiro.

Sonrío entre las lágrimas, me seco la cara. Muy infeliz coincidencia.

Y no puedo parar de llorar.

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