Capitulo 14
No me cambie la ropa ni nada. Solo busqué un perfume de Ringo (suele tener muchos perfumes de ricos olores dulces), me puse un poquito de cada lado del cuello, detrás las orejas.
Akito escribió que me buscaba tipo cuatro, que le pasara mi dirección. Se la pasé. Y no zozobré.
Ahí estaba sentada en la barra desayunadora sin entrar en pánico tamborileando mis dedos sobre la madera rústica. No entraba en pánico pero tampoco estaba en calma, así que pensé en el piano. Hacía un par de semanas que no tocaba, me quedaba como una hora hasta que pasara Akito, subí a mi cuarto y me encerré a tocar, aunque estaba sola.
Una de las únicas formas en el mundo de que me quedé quieta; piano y yo. Amo. Y a la vez no me imagino siendo música. Es algo íntimo lo mío con el piano. Ringo me decía la otra vez que por qué no estudio en el conservatorio. Mamá se puede morir si llego a decirle que voy a estudiar música. Maiko música, música yo, es demasiado para esa mujer. Pero ni eso me estimula. A veces la gente piensa que porque uno haga algo más o menos bien debería dedicarse a eso, y no es a eso a lo que me quiero dedicar. Tampoco sé a qué. A veces pienso que tal vez el día que vuelva a ver a Maiko ya no toque más el piano, que seguir tocando es mi forma de convocarlo.
Toqué hasta que sonó el timbre. Me asomé por el balcón y lo vi, remera blanca, rubio, jean. Me asomé y miró hacia arriba como si tuviera un radar de Seirens. Sonrió. Y sonreí.
Él y su skate. Y me salió sin pensarlo, cosa que me sigue sorprendiendo bastante.
-¿Voy con mi bicicleta?- le pregunté.
Asintió con la cabeza y desaparecí del balcón.
Fui al baño. Me miré en el espejo. Pupilas dilatadas. La piel encendida.
Dejé una nota sobre la barra avisando que me iba, busqué la bici en el balcón y salí.
Y ese momento fue incómodo. Ese segundo de volver a estar solos y mirarnos. Le di un beso para saludarlo. No me dijo ni "hola", ni "cómo estás", ni "qué tal". Nada de lo socialmente establecido.
-¿Qué se hace en esta ciudad?- me preguntó. Me reí.
Como si yo supiera.
-Ni idea- le dije.
Y se lo dije así sin medir, sin pensar. Si había imaginado que yo podía ser una buena guía, estaba bastante confundido. A ver, pibe, estás diciéndole de hacer algo a una invisible. Lo que me llevó a pensar que la compañera de Simón con la que hablaba ese día a la salida del colegio no le debía haber mostrado mucho. Todo eso puedo pensar en un segundo.
-Inventemos algo- me dijo.
Me volví a reír. Estaba nerviosa, pero también porque es gracioso. Inventemos algo. Y sí.
Y él en su skate y yo en mi bici dibujamos la ciudad.
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