Enemigos/Amigos.
Arte de multimedias por AuroraLynne.
Era irónico que ahora mismo se encontrara de camino al lugar donde muchas veces dijo que jamás en su vida entraría, el lugar que siempre dijo que era una pocilga, ese sitio que le parecía lo más miserable del mundo.
Y que ahora mismo recurría al menos dos o tres veces por semana bajo la excusa de «Caridad» «Servicio social» «Compañerismo», pero en el fondo sabía que era otra cosa.
—Vaya, la reina abeja está de nuevo en esta pocilga. —expresó burlón Nathaniel al abrir la puerta de la entrada. —¿A qué debo el honor de su visita madame?
Ella soltó un leve "ja, ja" como respuesta para después extenderle un recipiente con comida en este y prosiguiendo a pasar dentro de la casa.
—Ni creas que me hace mucha gracia estar aquí. —dijo desdeñosa, o mejor dicho, intentando parecerlo. —Pero ya que soy una civil que sabe cumplir con el código de ética de su país; debo ser solidaria con los demás.
—Eso... O que te sientes culpable por mi accidente ¿No es así? —atacó con una sonrisa sobrada.
Era verdad, por ella ahora es que tenía una pierna rota y el brazo izquierdo fracturado. Y es que si no se hubiera metido en problemas con esas chicas, las cuales no se habían dejado y habían salido tras de ella correteándola, tal vez Chloé no hubiera tomado como atajo el salón de artes, no hubiera movido la escalera donde el se encontraba adornando el salón por las fechas decembrinas.
Por ende él; no se hubiera caído a tan alta altura.
—Sí, sí, como sea. —Respondió con un gesto de mano que intentaba restarle importancia al asunto. —¿Qué necesitas que haga hoy?
Preguntó yendo hasta el estudio del chico, sacando los materiales que necesitaba así como colocando un poco de música que servía como fuente de inspiración para el artista.
—En verdad no tienes que hacer esto Chloé. —insistió el chico de ojos turquesa. —me las estoy apañando muy bien solo.
Chloé tomó una escoba del pequeño armario que ahí reposaba, nunca en su vida había tenido la necesidad de tomar alguno pero no había rechazado el aprender acerca de las labores del hogar; Claro todo esto en secreto de sus padres y con ayuda de sus empleados junto a su fiel mayordomo.
—No es que me guste hacerlo, es que debo cumplir con mi deber civil, ya te lo he dicho. —explicó con una sonrisa que pretendía ser arrogante.
Pero más allá de sus palabras, la verdad era que todo este tiempo que llevaba yendo con el artista había sido un importante peso para su cambio, había aprendido muchas cosas, así como también disfrutaba su compañía aunque no lo iba aceptar.
—Además. —Prosiguió— no pienses que es de gratis, pienso cobrarme el favor.
Nathaniel tomó asiento cerca de su taburete de pintura y le sonrió.
—¿Oh sí? ¿Y que planea pedir la princesa? —alzó la ceja entretenido.
Chloé hizo a un lado la escoba y se sentó a un lado de él, justo en la otra silla que había ahí.
—Enséñame a pintar, tal vez puedas decirme los conceptos básicos del arte e irme dando uno que otro consejo y... —sonrió. —No sé, con el tiempo pueda convertirme en una gran artista.
—Sería interesante eso. —Río él—acepto el reto.
Ambos estrecharon sus manos y desde ese día Nathaniel comenzó a impartirle clases a la rubia aprovechando que ella le ayudaba en lo indispensable en su día a día.
Así los días fueron pasando, entre quehaceres, clases, peleas y alguno que otro momento incomodo. Aunque para cada uno en su interior todos esos momentos les servía para irse conociendo fuera de las facetas que portaban día a día.
—Debes dejar fluir lo que quieres proyectar. —instruyó Nathaniel portando los lentes que solía utilizar para dar clases.
—Lo haces ver tan fácil. —hizo un puchero pasando una mano por su frente. —honestamente pensé que sería algo muy sencillo.
Él sonrió posando una mano sobre el hombro de la chica.
—Solo piensa en algo importante en tu vida, algo que te inspire... Algo que te llene de vida. —le aconsejó.
La chica de ojos azules pensó por unos instantes pero nada llegó a su mente, cosa que le hizo sentir una gran aflicción en su corazón y sus ojos comenzaron a picar para momentos después soltar unas cuantas lágrimas.
—¿Chloé?
La voz de Nathaniel sonó realmente preocupada, la chica realmente se veía mal y su postura altanera hace tanto tiempo que ya había sido dejada a un lado, era más; ya no le parecía insoportable, ahora hasta le parecía adorable esos momentos de caprichos que ella tenía o cuando ella fingía enojarse, pero en definitiva verla así de vulnerable le ponía muy impotente.
Sin importar lo que ella pensara, tomó de su barbilla para levantarla, observando sus ojos color azul.
—Puedes confiar en mí. Dime ¿Qué te ocurre?
Ella desvío la mirada en un rápido movimiento negando repetidas veces al secarse las lágrimas.
—No, no es nada que te importe. —indicó queriendo darle vuelta al asunto.
Ambos guardaron silencio pero Nathaniel sabía que algo le ocurría a esa chica, no quería dejar las cosas así, entonces, haciendo esfuerzo se sentó junto a ella para abrazarla, logrando que la rubia diera un leve respingo en su lugar.
—Sé que no somos lo que se consideraría amigos. —comenzó. —pero te he observado estos días, y si no hubiera bondad en tu corazón no hubieras venido a verme aún si alguien te hubiera obligado a hacerlo. Sin embargo aquí estás; apoyándome y dándome la mano que necesito. —bromeó moviendo un poco el brazo derecho, el cual tenía lastimado. —Y por eso mismo quiero devolverte el gesto.
La chica soltó una risa de esas que te indicaban que no acababa de creérselo
—Por favor, no finjas. Yo te he tratado pésimo varias veces y te he dicho cosas muy feas. —amarró su cabello en una coleta alta. —No te vengas a hacer el samaritano conmigo, mis problemas son solo míos.
Nathaniel negó.
—Serían menos pesados si me dijeras de que se tratan, no es bueno guardarse las cosas Chloé. —aseguró. —Y con respecto a lo otro, yo podría decirte lo mismo pero no, aquí estoy dándote mi apoyo por que veo que esa Chloé que muestras es solo una capa para cubrir tus inseguridades.
—Tú que vas a sab…
—¿Crees que no sé qué traes moretones en los brazos, que intentas cubrirlos con maquillaje pero que en cualquier descuido se te despintan?¿Crees que no sé que prefieres estar aquí antes que estar en tu casa? ¿Crees que no he visto cómo se te deforma el rostro cuando haces cualquier movimiento?... O ¿Qué no veo el dolor que hay en tus ojos?
Chloé se quedó atónita ante las palabras de aquel chico y es que a nadie le había confiado nada de lo que sucedía en su día a día, ni siquiera a sus padres o a su mejor amigo Adrien. De pronto el rostro de la chica se deformó en una palpable mirada de dolor, de súplica y las lágrimas comenzaron a emerger como si fuera una interminable fuente de agua.
Él se puso de pie y ella corrió a abrazarlo.
—Mi vida es un infierno. —se desahogó. —Él me obliga a hacer cosas que yo no quiero, abusa de mí cada que puede, me dice cosas horribles. Ya no quiero sentir eso.
Al escuchar eso Nathaniel confirmó sus teorías sintiendo la rabia, el coraje y la angustia crecer en su pecho, acariciando la espalda de Chloé un par de segundos hasta que no aguantó más, apartándola de él para poder mirarla a los ojos.
—¿Quién? —quiso saber inmediatamente. —¿Quién te está haciendo daño?
La tenía sostenida por los hombros así que ella no tenía escapatoria, claro que podía mantenerse callada y ya no decir ni una sola palabra, sin embargo ya no quería ni podía seguir guardando lo que en su día a día tenía que soportar.
—Claude. —soltó sin tapujos.—Mi primo, él se mete a mi habitación cada noche para tocarme,besarme y hacerme un montón de cosas en contra de mi voluntad…lo hace desde que llegó a vivir con nosotros.
—Debes hablar Chloé, no puedes quedarte callada.
—No puedo… No puedo. —se recostó en el hombro del chico sollozando—Tengo tanto miedo.
Nathaniel la acogió en sus brazos a como pudo intentando calmar el llanto de la chica, no sabía que hacer para aliviar su dolor, quería que dejara de sufrir, que dejara de llorar, que dejara a un lado el miedo.
—No estás solas Chloé, me tienes a mí para todo. —besó su frente. —haremos lo que tú quieras, yo te apoyaré.
Ella sonrió débilmente.
—Gracias. No tienes por que hacerlo.
—Lo sé, pero lo hago porque quiero y por qué eso hacen los amigos—tomó la mano de Chloé. —Y eso es lo que eres para mí.
—¿Me consideras una amiga? —se sorprendió la rubia.
Él asintió ahogando una risa.
—Digamos que no eres tan insoportable como pensé.
—Ni tú un miserable ni un imbécil. —reconoció con las mejillas sonrosadas.
Ambos rieron para después callar unos instantes y él soltar un suspiro.
—¿Amigos? —Extendió su mano con la esperanza de que la chica la tomara.
Segundos transcurrieron en los que Nathaniel creyó que la chica no aceptaría su propuesta pero pronto vio como su mano era encajada con la de ella.
—Amigos.
Ambos se sonrieron, disfrutando de la sensación cálida que esa nueva amistad les ofrecía. Ella se sentía dichosa por contar con alguien que la entendiera, por haber encontrado en esa persona que jamás pensó, un gran apoyo para afrontar cualquier cosa que pudiera.
Y él había adquirido el compromiso de proteger a la mujer que en un principio le había caído tan mal pero que ahora entendía que sólo era una simple coraza para cubrirse de los demás, por lo tanto tenía una misión que cumplir; si de algo estaba seguro es que las cosas con aquel sujeto no se iban a quedar de esa forma.
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