Capítulo 2: Los zorros nevados

Estoy en una mesa del Downtown Matías de Belgrano, esperando a Fernando. Habíamos quedado a las dos de la tarde y ya pasó más de una hora. Lo llamé varias veces al celular y no contesta. ¡Hijo de Puta! ¡Me dejó plantado! ¡Encima usé uno de mis francos para verlo! Me abrigo y salgo, furioso. Todo se vuelve gris. Un viento helado me envuelve y pareciera empujarme, alejándome del lugar. El cielo se nubla.

Pienso en Fernando, en su barba rubia y en sus ojos verdes, en su pecho caliente y sus latidos. Recuerdo los besos, cómo bajé mis manos y quise llevarlas más allá, descender por ese camino sedoso y tibio, hundirme. ¡Ya fue, Julio!, me digo, sentado en un banco de la plaza. Cada vez hace más frío, pero no me importa. Qué lindo era Fernando. ¡La puta madre! La habíamos pasado bien. Se ve que no le gusté tanto como él a mí. Una espiral de bronca comienza a subir desde mi estómago hasta mi garganta. ¡Mierda! De pronto, veo un relámpago y después se escucha un trueno tan fuerte que casi me hace saltar. Una señora grita. Quiero olvidarme de todo, pero salta en mi mente el beso que me dio en la parada de colectivo. "¡Mierda!", vuelvo a exclamar en mi cabeza; aparece otro relámpago y después el trueno. Hace mucho que estoy solo, necesito alguien a quien abrazar y besar, alguien que me acaricie. ¿Por qué me rechazan siempre? No puedo aguantarlo más. Lucho contra el nudo en mi garganta, ¡no voy a llorar! Empieza a llover, justo a tiempo para esconder mis lágrimas.

¿Es tan difícil conseguir novio? Siempre escucho que existen parejas gay, pero es como si fuera imposible armar algo, nadie quiere ponerse en serio. Entiéndanme: sé que para algunos es genial lo descontracturado del ambiente y que a los diez minutos de conocerte algunos te ofrezcan ir a garchar o a hacer un trío, pero no es mi estilo. Mis amigos dicen que soy joven, que ahora tengo que joder. No me importa, yo quiero formar una pareja. Aunque solo existe el matrimonio gay en países como Holanda, cuando pienso en mi futuro sé que me gustaría formar una familia. Espero que algún día la mentalidad cambie y pueda casarme.

La lluvia sigue golpeando. Aunque la campera impermeable me protege, el agua que se escurre de mi pelo me está mojando el pecho. Me pongo la capucha. Soy el único loco que se quedó en la plaza en medio de la lluvia. Debería volver a casa. Cuando me levanto y doy unos pasos la lluvia aumenta. Comienzo a temblar. Estoy confundido: el agua que cae diluyó el paisaje, que es una mancha a mi alrededor. Me mareo, pierdo el sentido de la orientación. No tengo idea de cómo salir de acá. Esto es muy raro... Escucho unos rugidos. Hay unas manchas blancas que me rodean. ¿Qué son? ¿Perros? ¿Qué está sucediendo? Tengo miedo. Enseguida, llevo la mano la billetera en mi bolsillo, donde tengo la foto de Mamá. No la recuerdo bien, porque murió de cáncer cuando yo era muy chico. Solo sé que me dijo: "los voy a cuidar siempre". Desde entonces, cada vez que tengo miedo le pido ayuda.

La lluvia disminuye y en cuanto desaparece la cortina de agua estoy otro lugar. ¡Dios, hace mucho frío! Es un bosque nevado. Me cercan unos zorros blancos, son pequeños pero feroces. ¿Qué pasa? ¿Estoy soñando? Debe ser un truco de mi inconsciente, ¡una alucinación! Observo a los zorros, que son demasiado reales: tienen patas cortas y unas colas de pelo largo y esponjoso. Se detienen y me gruñen. ¡Están por atacarme!

¡Dos de ellos se lanzan contra mí! Grito y levanto el brazo para defenderme. En ese instante, surge una especie vidrio irregular; del otro lado, los zorros chocan y se convierten en luz. Giro hacia los otros dos con la mano extendida, y algo sale disparado hacia ellos, que se esfuman con un destello. ¿Qué fue eso? ¿Qué mierda está pasando? Observo la pared de vidrio irregular, y la toco. Está congelada... ¡no es vidrio, es hielo! Voy hasta el lugar donde desaparecieron los otros zorros y encuentro dos estacas, también de hielo. Mis manos... ¡están llenas de escarcha! Esta empieza a derretirse cuando me golpea un viento tibio y fuerte que me hace girar. Cierro los ojos. Cuando los abro, vuelvo a estar en la plaza de Belgrano, donde acaba de dejar de llover.

***

Quise creer que me había imaginado todo, que había tenido un brote psicótico producto del estrés, que algo había quebrado mi estructura psíquica; pero ahora, después de repasar todos los hechos, (y mientras juego en el depósito con una bola de nieve que acabo de crear) estoy seguro de que es real. Tiro la bola de nieve en un tacho con agua y abro la puerta que lleva al local. Encuentro a Fernando parado frente al mostrador.

—Estaba por ir a buscarte —dice Rosana, y disimula una sonrisa mientras repone una campera en el exhibidor.

—Hola —me dice Fernando. Es un poco gordito, no lo recordaba así. ¿Acaso estaba muy borracho cuando me lo transé?

—Estoy trabajando, ahora no puedo hablar.

—¡Julio! —grita Rosana—. Perdón... Juli —dice, más calmada—. ¿Por qué no aprovechás tu hora de almuerzo y van a comer algo?

—Si ya almorcé...

—¡Que aproveches la hora de almuerzo te digo! —Rosana parece querer arrojarme una de las zapatillas del exhibidor—. ¡Vayan!

***

Nos sentamos en el patio de comidas. Fernando tiene una bandeja con un combo de Mc Donald's. Yo me compré un sándwich de atún en un local algo más saludable.

—Me robaron el celular y la billetera. No te tenía agendado en otro lado, por eso no pude avisarte cuando llegué a casa. Si me hubieras pasado tu MSN, te habría avisado por ahí. Disculpame que haya venido así de una; me acordé de que trabajas en el Salomon del Dot y pasé a ver si te encontraba.

En este año hubo muchas personas que no me llamaron más y siempre imaginé una escena así en la que perdían mi teléfono y venían a buscarme. Ahora que me pasó en serio, tengo demasiado en la cabeza como para poder disfrutarlo: ¡Soy capaz de congelar cosas! ¿Qué voy a hacer con estos poderes? Fernando me guiña un ojo y me produce muchísima ternura. Quisiera poder tomarlo de la mano, pero estoy en un lugar público. Qué bronca. ¿Por qué no puedo acariciar a la persona que me gusta?

—¡No me pusieron hielo en la bebida! —se queja, luego de dar un sorbo. Se encoge de hombros—. ¿A qué hora salís? ¿Querés ir al cine?

Estoy por contestarle, cuando escucho los susurros. Me golpea el aroma dulce en la nariz, ese que sentí en casa. La luz a nuestro alrededor parece disminuir, y percibo algo sobre mi cabeza, observándome. Raguel, Raguel... Un calor baja hasta mí y crece, ¡se vuelve un fuego invisible que me ahoga! Raguel, Raguel... Empiezo a transpirar, el cuerpo me quema, pero me esfuerzo para no hacer ningún gesto que revele lo que me pasa. ¡Dios mío! ¡Me estoy volviendo loco! ¡Basta! Grito en mi cabeza, y mi cuerpo vuelve a su temperatura normal.

—¿Estás bien? —Fernando me mira extrañado.

—Sí. Hoy salgo a las diez. Me encantaría ir al cine.

Sonríe. Parece un buen pibe, me gustaría salir con él, pero lo que me está sucediendo es muy complicado. ¿Podrá entenderlo? Todavía no sé si existen otros... ¿humanos? con poderes, si estas voces que escucho son una verdadera amenaza, o si soy un psicótico. Me tranquilizo. ¿Para qué adelantarme? Recién conozco a Fer, y quizás esto se termine en unas semanas. Además, no voy a dejar que esta locura sobrenatural me cague la vida. Necesito distraerme. Sonrío, le quito su vaso y tomo un poco de gaseosa. Cuando se lo devuelvo y da un sorbo, frunce el ceño. Abre la tapa y observa el interior del vaso.

***

No voy a contarles de qué se trataba la película, porque era un tremendo embole. Lo importante es que ahora estoy entrando al departamento de Fernando, comiéndolo a besos. Prácticamente le arranco la campera de jean, que cae en las baldosas color arena. Llego a ver un equipo de audio, un mueble repleto de CDS y un póster de The X Files. Me saco mi abrigo mientras Fernando hunde su lengua en mi boca y siento el aroma a vainilla del lugar. Me arrojo al sillón y Fernando se sienta sobre mí, enfrentándome. Empieza a hacer presión, moviendo su cadera despacio de un lado a otro y lo sigo, mientras me saca la remera. Me invade un cosquilleo tibio, mi energía crece y lo abrazo, es como si un calor dulce me derritiera; siento que puedo envolverlo. Soy el ámbar que se desliza y lo cubre para formar una estrella dorada, somos la piedra de fuego que brilla y flota en la sal del mar. Acaricio la panza de Fer, que es una almohada tierna y caliente. Beso sus pezones y su cuello, él toma mi cara con sus manos hirvientes y sus ojos verdes entran en mi cabeza, juraría que con un rayo eléctrico, antes de besarme. ¡Un túnel de luz! Soy arrastrado por una corriente de energía con los colores del arcoíris, siento el vértigo y la velocidad, me pierdo en un mareo con aroma a resina y pasto. Cuando abro los ojos, estoy en otro lugar.

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