7. Primeros vuelos del Fantasma. Parte 2
30 de enero de 2003.
Los yaltens me habían enseñado lo básico de magia unas semanas antes del experimento que me convirtió en un arcano. Tras probar mis nuevos poderes en el bosque, Roque y Giuseppe decidieron continuar dándome clases. Dijeron que necesitaba esos conocimientos para patrullar Costa Santa y reconocer con qué me enfrentaba. Saber las fortalezas y debilidades de distintos fenómenos sobrenaturales iba ayudarme con mi misión. Mi madre, claro, les decía que exageraban.
El jueves por la tarde estaba con ellos en la biblioteca estudiando distintos tipos de ángeles, demonios, espíritus y magia oscura. Me fascinaba escucharlos.
—Los ángeles pueden tomar distintas formas, aunque suelen estabilizarse en una, más que nada si se hallan en los planos próximos a la Tierra, interactuando con humanos —me explicó Roque—. Pueden mostrarse como espíritus de fuego o con cuerpos físicos, generalmente alados, vistiendo ropas y armas de sus mundos. Es una apariencia muy similar a la que tendría un arcano. Es importante saber distinguirlos, para que si te cruzás con uno puedas reconocerlo: en promedio, los elohim son más altos que una persona común y emiten una energía intensa, no humana, que se expande a su alrededor varios metros.
—Tené en cuenta que son capaces de modificar su tamaño con facilidad, por lo que en medio de un combate, podrías encontrarte de pronto luchando contra un gigante. Si te los cruzás, lo mejor es huir o mantenerte escondido, al menos por ahora. No siempre son paz y amor —comentó Giuseppe y asentí.
—¿Por qué yo no me veo como ellos cuando me transformo? —pregunté—. Quiero decir, tengo la piel del mismo blanco fantasmal que describen en algunos de los testimonios de encuentros con ángeles, pero vuelo llevado por una energía. No me aparecen alas ni tengo espadas de fuego. Tampoco disparo llamas anaranjadas, las mías son blancas y negras. Además de mis rayos láser...
—¿Qué recordás del momento en que te convertimos en un arcano? —preguntó Giuseppe, inclinándose hacia atrás en su silla y levantando una ceja—. Llegaste a ver al ángel, ¿no?
—Sí... era como un torbellino de fuego o energía.
El hombre asintió.
—Esa es la forma primordial de los ángeles. La mayoría han evolucionado creándose distintos cuerpos y son los que solemos cruzarnos en esta dimensión. Los que se mantienen bajo la forma primordial, o regresan a ella, son los de mayor jerarquía. Entre ellos está Cassiel. Es uno de los ángeles Ofanim.
—Me suenan... son los que aparecen en el Libro de Ezequiel —comenté y asintieron.
—Son los ángeles que crearon y mantienen los universos, junto a los serafines. Por eso, al estar canalizando los poderes que te presta Cassiel, tus capacidades son diferentes a las de un ángel o arcángel común, ya sea que venga de otra dimensión o haya encarnado como un arcano —detalló Roque, mientras limpiaba sus lentes con un paño—. Están más vinculados a las estrellas y al espacio que al fuego y los elementos de la Tierra.
—Genial —dije con una sonrisa y me quedé unos instantes en silencio —. Al final, los ángeles no son mensajeros que llevan nuestras oraciones al cielo, ¿no? —reflexioné, un poco triste—. Son estas... fuerzas cósmicas ocupadas en lo suyo.
Giuseppe y Roque se miraron por un segundo.
—¿Hay algo que quisieras manifestar? —preguntó Giuseeppe.
—No, es que... estuve viendo esos libros con hechizos para pedirles cosas a los ángeles. Están llenos de advertencias sobre lo difícil que es. Me quedé pensando en que siempre fui ateo y ahora que sé que los ángeles existen, son... prácticamente inalcanzables. Es triste. Hay que ser un gran mago para que te presten atención y te ayuden. Es como si los humanos no les importáramos en lo más mínimo.
—No te voy a negar que muchas veces nos preguntamos lo mismo. Experimentar con nuestra magia, heredada del Santo, y ampliarla, fue la manera que encontramos los yaltens para poder hacer cambios efectivos en la realidad, cansados de pedirles a los ángeles o de no poder sobrepasar los límites de nuestros propios poderes. Pero hay una frase vieja, que muchos dicen que no es cierta, aunque la he visto consumarse algunas veces: no importa mucho el hechizo, el sistema de magia que se use, o el nivel de poder que tenga un mago: si un pedido es hecho desde un corazón sincero, y no contradice los planes fundamentales del cosmos, tendrá más fuerza que cualquier cosa y un ángel no podrá resistirse a cumplirlo.
Sonreí, conmovido.
—Eso suena bien, aunque es bastante cursi.
Nos reímos. Quería preguntarles más cosas, pero en ese instante entraron mi madre y Teresa, que traía un bolso cruzado.
—¿Cómo va ese estudio? —consultó mi mamá.
—Bien. Roque me dio un mapa de la ciudad donde marcó los lugares donde es posible que aparezcan los demonios —le conté, buscando el papel en mi bolsillo—. Esta noche voy a salir a hacer mi primer patrullaje —aseguré, alcanzándoselo.
Las mujeres lo examinaron durante unos segundos.
—Estuvimos pensándolo y creemos que es mejor acompañarte las primeras veces —dijo Teresa.
—¿En serio? —pregunté, tratando de ocultar el alivio que sentía. No iba a mostrarme como un cobarde—. Está bien...
—Primero vamos a ir nosotras y la próxima vez vas a salir con Giuseppe y Teresa —explicó mi mamá—. No vamos a intervenir, a menos que tengas algún problema. Tampoco es que Costa Santa está llena de amenazas sobrenaturales, así que quizás no encontramos nada y solo salimos a pasear un rato. Prometo comparte algo en el McDonald's cuando terminemos.
Sonreí, contento.
—Tampoco bajemos la guardia; eventualmente algo se va a manifestar en las zonas que marqué —advirtió Roque y asentimos.
Mi madre puso una mano en mi hombro y me guiñó el ojo.
—Esta noche empezamos a construir una nueva leyenda en Costa Santa —dijo—. Será la primera salida de su futuro héroe y protector.
Los demás celebraron el comentario y dimos por terminada la clase. Después cenamos con Amanda y una vez que terminamos, mientras mi madre y Teresa hacían los preparativos para nuestra salida y los yaltens varones rondaban en el sillón, me fui al jardín a mirar el cielo. Encontrarme con las estrellas se sentía diferente desde que era un arcano y conocía la magia. Ya sabía que había algo más, del otro lado del vuelo de la realidad cotidiana. Que incluso había ángeles en el espacio, cuidando las fronteras entre los mundos. Por un instante sentí miedo: ¿y si uno de esos seres me estaba observando, desde lo profundo del cosmos, y se ofendía porque utilizaba los poderes de uno de sus semejantes? Aunque los yaltens me habían asegurado que habían pedido permiso para conectarme con Cassiel, no terminaba de creerles.
Suspiré, negando con la cabeza, y regresé a la casa. Mi madre y Teresa seguro estaban esperándome en la entrada, donde habíamos quedado. Di los primeros pasos en la casa, que retumbaron en la penumbra. Una luz llamó mi atención. Venía del pasillo que daba a la biblioteca.
Me mandé para allá y una vez que entré noté que el resplandor salía del interior de la cámara secreta, que estaba abierta. Bajé rápido las escaleras, esperando encontrar a Roque o a Giusepe haciendo un hechizo extraño. Pero en cambio, hallé a Amanda, sentada en el piso y rodeada de volúmenes que noté que había sacado de las vitrinas. Pasaba las hojas de uno que se hallaba sobre sus piernas, acariciando cada tanto los sigilos mágicos.
—Amanda, ¿estás bien? —pregunté y se sobresaltó. Después se enderezó y empezó a guardar los volúmenes en las vitrinas—. ¿Estabas estudiando la magia original?
—Sí. Cada tanto vengo y pruebo si... no importa. Andá que mamá y Teresa te están esperando. Ya sabés que no tienen mucha paciencia —explicó y señaló hacia la salida de la cámara.
Asentí y subí las escaleras corriendo. Sin embargo, me quedé pensando en cómo se sentía Amanda viviendo entre los yaltens, siendo incapaz de hacer magia.
***
Corrí hacia el borde de la terraza y salté, superando la pared que servía de baranda. Debajo de mí pasaron a toda velocidad las cimas iluminadas de los otros edificios. Su brillo en medio de la noche me hacía pensar en las estrellas del cosmos que veía en mis sueños. La gravedad tiró de mí y empecé a descender hacia la próxima azotea. Aterricé y corrí hasta el extremo, impulsándome de nuevo. Esta vez despegué. Di unas vueltas en el aire y luego descendí para volar cerca de las calles y buscar el auto en el que mi madre y Teresa me seguían. Lo ubiqué enseguida, ya que me hicieron una señal con las luces. Sonreí, aliviado. Me había distraído jugando un poco y no quería dejarlas atrás.
Descendí todavía más, y disminuí la velocidad del vuelo, avanzando por una calle vacía, alejada de los ruidos y la música de la peatonal. No olvidaba el objetivo de esa primera misión. Había un invasor por ahí y tenía que hallarlo. No tardé mucho en hacerlo...
Algo me atrapó en el aire y me hizo caer contra la vereda. ¡Eran tres! Los aparté con una explosión de llamaradas y unas patadas y me incorporé, poniéndome en guardia. Mi madre y Teresa, que venían atrás, frenaron y salieron del auto. Los demonios se giraron a verlas.
—¡Yo puedo solo! —les grité y los enemigos se volvieron hacia mí.
Eran espantosos... tenían una piel de escamas verdes y tentáculos en lugar de cabello, agitándose en el aire. También unas alas de piel roja, que extendieron antes de lanzarse hacia mí. Disparé rápido, atravesando a uno en el pecho con un rayo láser. Se disolvió en el aire. Giré hacia otro y le di un gancho que lo arrojó hacia atrás, encendiéndolo en llamas blancas y negras. Quedó retorciéndose en el piso, mientras yo buscaba con la mirada al último, que tenía cuerpo femenino. Chilló con la boca llena de colmillos y dio un salto rápido, perdiéndose en el cielo. Despegué, buscándola entre las nubes y las terrazas de los edificios, pero no la hallé. Regresé hasta donde se hallaban mi madre y Teresa, que me tomaba fotos con una cámara.
Aterricé, justo para ver cómo se disolvía en el aire el demonio que había quedado carbonizándose.
—¡Hijo, lo hiciste mejor de lo que esperábamos! —gritó mi madre, abrazándome—. Ni siquiera te costó.
La ignoré.
—¿Por qué me sacaste fotos? —le pregunté a Teresa, que guardaba la cámara en su bolso cruzado.
—Es para el archivo de la orden. Es necesario dejar un registro de esto, nos va a servir en el futuro.
—Entiendo... —No me había convencido del todo, pero no quise discutir—. ¿Qué hacemos ahora? ¿Seguimos buscando demonios?
Las mujeres se miraron con una amplia sonrisa y luego voltearon hacia mí. Asintieron, emocionadas, y mi mamá hizo un chillido de felicidad.
Sonreí, listo para seguir siendo el héroe de Costa Santa.
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