6. La sangre de Yalten. Parte 1
27 de enero de 2003.
El lunes, desperté temprano y bajé a desayunar con papá antes de que saliera para el diario.
—Buen día, Javi. ¿Cómo te está yendo con los yaltens? —me preguntó, antes de pasarme un mate.
—Bien —contesté, antes de dar unos sorbos por la bombilla.
—¿Bien? —preguntó con una risa nerviosa en cuanto le pasé el pocillo. Agarré unas medialunas que había en la mesa y las unté con manteca—. ¿Podés darme más detalles?
—Estudiamos sobre ángeles, demonios e invocaciones. Me enseñaron hechizos de protección. También la historia de San Yalten. La magia original del santo y la que crearon después —le expliqué, antes de empezar a comer.
Tenía miedo de que si se enteraba del experimento que me dio mis poderes me prohibiera seguir convirtiéndome en un arcano.
—Esa es la formación básica. Te va a servir para defenderte de algunas molestias sobrenaturales.
—¿Seguiste haciendo magia después de dejar la orden? —le consulté.
—No del todo. A veces me protejo y hago lo mismo con vos y con la casa, aunque no tan seguido como antes.
—¿Y no pensaste en retomar? ¿Volver con los yaltens?
—No —aseguró y luego dio unos sorbos de mate—. Esa etapa de mi vida se terminó cuando crearon al Demonio Blanco... ¿Tu madre te contó sobre eso?
—Más o menos...
—Fue un experimento que salió mal. Conocíamos la leyenda de los arcanos: ángeles, dioses y demonios que iban a nacer como humanos. Decidimos crear uno artificial, atrayendo las almas de un ángel y un demonio en un cuerpo fabricado con magia.
—Increíble... ¿cuál fue el resultado?
—Era un monstruo espantoso, incluso cuando nos obedecía. Quizás siempre le tuve repulsión, porque nunca estuve de acuerdo con ese experimento. No pasó mucho tiempo hasta que se salió de control y empezó a matar a los yaltens. Por eso un grupo escapó de la ciudad, mientras que otros nos ocultamos.
—¿Y qué pasó con él? —le pregunté, después de que sirvió agua caliente en el mate y me alcanzó el pocillo.
—Se volvió una leyenda de Costa Santa. Años después, murió. Me enteré por rumores. Yo ya estaba afuera de la orden. Como sea, no confíes del todo en ellos, hijo. Si hacen un experimento, ni se te ocurra participar —me advirtió y se me secó la garganta. Di unos sorbos de mate, para disimular—. Aprendé lo que te parezca. En cuanto te sientas incómodo, podemos buscar otras sendas mágicas para que explores, si es que estás interesado en eso.
—Está bien...
—Algunas son más tranquilas y armoniosas, pero no por eso menos poderosas. Fui Wiccano un tiempo, pero también lo dejé. Llevaba su tiempo y quería dedicarme a vos y al periodismo.
—Entiendo.
—Bueno... ya es hora de irme. —Me dio un beso en la cabeza y tomó su maletín.
—Chau, pa —lo saludé, cuando se despidió de mí y salió por la puerta.
Me quedé tomando mate solo, pensando en lo que me había contado y decidí que no iba a decirle nada sobre mis nuevos poderes.
***
Esa tarde, luego de pasar un rato por casa de Bruno, me fui para lo de los yaltens. Al colorado le metí la excusa de que había quedado en ordenar la casa y prepararle la cena a mi viejo. Lo cierto era que en vez de eso me hallaba en la cámara secreta, transformado en un arcano.
Los yaltens tenían sus trajes mágicos y me disparaban sus ataques de humo oscuro. La primera vez que uno me golpeó, sentí angustia y desorientación, pero de forma muy leve. Me despabilé enseguida y los derribé disparándoles mis llamas de color blanco y negro. Teresa y Giuseppe tardaron más en apagarlas y tuvieron que rodar un poco en el suelo. Los ayudé a levantarse.
—Cada tipo de llama se siente distinta... Las negras te atacan con un frío que quema como el hielo y te rodea de sombras, quitándote las fuerzas —describió la mujer—. Las blancas son calientes, te enceguecen y desesperan.
—El ataque combinado de ambas es muy desgastante —concluyó Giuseppe, recuperando el aliento.
Evidentemente, mis habilidades como arcano eran muy superiores a las de los magos.
—Creo que es hora de pasar al siguiente nivel —comentó mi madre, sacudiéndose el polvo y los demás asintieron—. Vamos a hacerte luchar contra unos demonios menores.
—Okey... —Me puse en guardia.
Los yaltens juntaron las manos y surgieron varias figuras hechas de fuego anaranjado. Me rodearon. Estaba listo para hacerles frente, cuando un viento me levantó del suelo. Se trataba de un grupo distinto de demonios, hechos de corrientes de aire, que me sostuvieron de los brazos y las piernas, mientras los primeros me lanzaban fuego.
Resistí. Grité, enfurecido, y surgieron llamas de mi pelo y mis brazos, apartándolos. Comencé a golpearlos, pero era inútil: mis puños atravesaban sus cuerpos fantasmales.
—¡Concentrate, Javier! —indicó mi madre—. Si dirigís tu energía mental vas a poder sintonizarte con ellos y atacarlos.
Le hice caso y pensé en que esta vez iba a lograrlo. Mis puños fueron recorridos por un cosquilleo y hubo un fogonazo cuando logré encajarle un golpe a un demonio de fuego, que se disolvió en el aire.
—¡Muy bien! —festejó Roque, mientras seguí luchando con las criaturas.
Las disolvía una tras otra con mis golpes y patadas, también con disparos de fuego. En un momento, emití unos rayos-láser de las manos, de color blanco. Me sirvieron para acabar con los enemigos que restaban.
Agitado, me acerqué hacia mi madre, que me abrazó.
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