4: Secreto de hermanos. Parte 2
Esa noche me quedé a dormir en casa de Bruno. Como queríamos hacer maratón de películas, en vez de quedarnos en su cuarto, armamos el sillón cama en el living. Más o menos a mitad de la segunda película de la saga de Volver al futuro, me puse a pensar en cuánto había cambiado mi vida desde el sábado. Todavía no se cumplía una semana y ya conocía la magia. Pronto, si todo salía bien, como aseguraban los yaltens, iba a ser un héroe igual a los de las historietas que leía con mi amigo.
Durante un rato, me quedé observando un cuadro que la familia de Bruno tenía en el living, de una casa que estaba frente al mar. Bruno me contaba siempre que lo odiaba y que no podía entender qué le veía su padre. Tenía un punto; la casa se veía siniestra, parecía ser el hogar perfecto para algún mago oscuro de esta ciudad. La peor es que existe en el mundo real, acá en Costa Santa, aunque está un poco alejada de todo. Recuerdo que en aquel momento pensé en peguntarle a mi mamá si era de algún yalten.
Luego me quedé pensando en la historia oculta de Costa Santa y en el ritual que los yaltens iban a hacer conmigo. ¿Y si salía mal? ¿Y si terminaba luchando contra los ángeles? O peor: transformándome en uno de ellos. Había leído descripciones de esas criaturas tanto en textos bíblicos como de los yaltens y no todos eran humanos de luz y fuego; había monstruos que me habían dejado los pelos de punta. Sacudí la cabeza y me repetí mentalmente que todo iba a estar bien, como mi madre y los otros yaltens habían asegurado.
—¿Te pasa algo? —preguntó Bruno, sentado sobre el colchón. Ya habíamos terminado la maratón de pelis y ahora leíamos cómics. Sus ojos azules asomaban de una historieta de Batman.
—No, nada.
Mi amigo tenía puesto un pijama de verano verde con navecitas, que le marcaba la panza. Es gordito y a veces lo cargan por eso. Y por colorado. Yo le digo que no se preocupe tanto y él se calma enseguida. En ese momento, deseaba tanto decirle la verdad. Estaba seguro de que iba a entenderlo.
Yo vestía una remera vieja de Wolverine, que amaba profundamente, y unos shorts.
—Che, ¿qué onda? ¿Ya no dibujás? Hace mucho que no me mostrás nada —comentó.
No podía decirle que estaba ocupado con las cosas de los yaltens... y que mis dibujos habían cambiado. Eran más oscuros.
—No me gustó nada de lo que me salió —aseguré—. Cuando haga algo bueno, te lo muestro.
—Pensar que este año empezamos el primer año del polimodal en ciencias naturales... —comentó.
—Menos mal que elegimos la misma orientación y seguimos juntos —dije.
—Sí. No sé si voy a ser médico o psicólogo de grande... Me extrañó que no hicieras el de arte y diseño, con lo que te gusta dibujar.
—Ya te conté que quiero ser biólogo marino... o alguna orientación que me sirva para cuidar el medio ambiente —le expliqué—. Igual, si cambio de idea, puedo estudiar otra cosa en la facultad.
—Sí, menos mal. Yo no estoy muy seguro de lo que quiero seguir —confesó Bruno—. Lo mejor de esto es que también va a estar con nosotros el grupo Débora —expresó y se arrojó de espaldas a la cama, abrazado a la historieta—. Ayer la vi caminando por el Paseo del Bosque.
—Qué raro, si eso queda cerca de su casa y andás todo el tiempo en bicicleta por ahí —dije, poniendo los ojos en blanco—. Dejá de acecharla.
Me echó una mirada ofendida.
—No la estoy acechando. Admito que voy seguido para ese lado, pero es porque tiene mejores paisajes.
—Seguro... Los paisajes de su cuerpo... —comenté, riendo.
—¡Basta, forro! —Bruno me tiró su almohada.
Me reí todavía más fuerte al ver su cara, completamente roja, y él volvió a acostarse muy serio y de brazos cruzados.
—Alcanzame la almohada... —me pidió, después de un rato.
—Bueno, pero no me la arrojes de nuevo.
En cuanto lo hice me traicionó y tuvo tan buena puntería que me golpeó en la cara. Aunque sabía que podía darle una lección, no la quise seguir. Al menos había logrado que dejara de hablarme de Débora. Se ponía insoportable cada vez que mencionaba a la rubia, contándome cada detalle.
Le devolví la almohada y me quedé esperando otro ataque, pero se calmó. Cerré los ojos y Bruno apagó la luz. Luego de unos minutos, noté un calor que venía de su lado, en forma de ondas de energía. ¿Me lo estaba imaginado o acaso las reuniones con los yaltens me habían despertado un sexto sentido?
—¿Sentís olor a quemado? —preguntó Bruno y abrí los ojos, justo para verlo sentándose en la cama.
¿Qué era esa luz que se hallaba en la pared? Logré distinguir una llamarada inmensa que salía de la base del cuadro de la casa siniestra. Bruno y yo saltamos del sillón cama y nos pusimos a gritar. Sus padres vinieron y el viejo prendió la luz mientras buscábamos cómo apagar el fuego, que se extinguió enseguida, aunque llegó a consumir la mitad del cuadro. La pared debajo de este había quedado negra.
El hombre nos observó extrañado, mientras le explicábamos todo en voz alta y hablando al mismo tiempo. Le juramos que no habíamos hecho nada, pero no nos hizo muchas preguntas. Abrimos las ventanas para ventilar el humo y la madre de Bruno tiró el cuadro a la basura. El colorado se veía triste y confundido.
—No entiendo porqué se quemó... no había ningún enchufe cerca, como para que hiciera cortocircuito. Fue de la nada... —decía una y otra vez.
Al final dormimos en el cuarto de Bruno, donde armamos una cama en el piso para mí con un colchón que trajo el padre. Una vez acostados, mirando el techo sombrío, planteamos distintas teorías por las que el cuadro podría haberse encendido, una más rara que la otra. Terminamos hablando del fenómeno paranormal de combustión espontánea. Poco a poco se nos fue pasando el susto y Bruno empezó a roncar. Cuando cerré los ojos vi a mi amigo en mis sueños, parado en el bosque, abrigado con una campera de jean. Estaba más alto y más serio, como si fuera más grande, y me miraba como queriendo advertirme de algo. Su pelo colorado brillaba con luz propia, bajo la luna llena y las estrellas, mientras era sacudido por el viento. De pronto, ya no estaba la corriente de aire, pero su cabello seguía moviéndose. Poco a poco, fue transformándose en unas llamas, que se expandieron hasta cubrirlo por completo. Pero no terminaron ahí: las llamas crecieron aún más, se volvieron un tornado. Quería escapar de él, ya sentía su calor listo para calcinarme, pero todo fue demasiado rápido. El tornado de fuego siguió creciendo y solo pude gritar cuando me incineró, arrastrándome, al barrer con todo a su alrededor.
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