3. Los yaltens. Parte 1
Dejamos el patio atrás y atravesamos una arcada, después una galería, para adentrarnos en la parte posterior de la casa. Seguí a Amanda y mi madre hasta una biblioteca con aparadores vidriados repletos de libros antiguos. Pasamos unos escritorios de madera oscura y lámparas verdes. Se detuvieron en una esquina del lugar. La mujer hizo un gesto con la mano y el piso de madera se abrió como una puerta doble.
—¡Guau! —exclamé, al ver las escaleras de piedra que descendían, iluminadas por faroles.
Mi madre hizo media sonrisa y se adentró rápido junto a mi hermana. Fui tras ellas, invadido de pronto por el olor a polvo y humedad. No faltaban las telarañas y algunas lagartijas que dispararon ahuyentadas por nuestras pisadas.
Llegué a una cámara grande, con vitrinas en las paredes donde observé lo que parecían ser libros o diarios viejos, abiertos. Me acerqué a ellos y encontré anotaciones en una letra ilegible, debajo de unas formas geométricas hechas con círculos, cruces y triángulos, combinados de distintas maneras. Muchos de ellos se entrelazaban de forma lineal, como si fuera una guarda decorativa... o tal vez un código alfabético.
También vi libros en armarios vidriados, donde además había frascos que contenían plumas inmensas; uñas como de humano, pero filosas y trozos de telas metálicas que nunca había visto y que por momentos brillaban. Todo se hallaba envuelto en una niebla que parecía conservarlo.
Giré hacia mi madre, que aguardaba con Amanda en el centro, iluminada por la araña central.
—Traé al gato —ordenó la mujer.
—Vas a tratarlo bien, ¿no? Lo prometiste —pidió la niña.
—Sí, hija, tranquila. Él puede resistirlo...
La chica se fue por un pasillo y volvió enseguida con una jaula en la que descansaba un felino anaranjado. El animal bufó al ver a mi madre.
—Tranquilo, Ikey, tranquilo... —dijo Amanda y levantó una tapa para acariciarlo—. Es un ratito nomás, después te voy a soltar. —Lo ubicó a unos metros de mi madre.
—¿Qué vas a hacer? —exclamé, avanzando hacia la mujer—. Llegás a lastimar a ese gato y juro que...
—Shhh. —Mi madre se llevó un dedo a los labios—. El animal va a estar bien. Lo voy a usar para esto porque solo los felinos pueden resistirlo sin secuelas.
En ese momento, unas penumbras la envolvieron y retrocedí. Durante un instante, vi que la rodeaba algo parecido a un texto de caligrafía siniestra, escrito con sombras en el aire. Primero creí que se trataba de los signos que había en aquellos libros expuestos, pero después noté que eran otros: su forma se parecía a la de los insectos y arácnidos; de hecho, se movían como ellos.
Unas sombras cubrieron las ropas de mi madre y estas cambiaron. Llevaba una armadura de un violeta oscuro y una capa roja y gastada, que le llegaba hasta los tobillos. Parpadeé un par de veces, creyendo que era una ilusión. Las corazas estaban un poco deslucidas, atravesadas por lo que en un principio pensé que eran rajaduras. Me acerqué despacio y noté que se trataba de formas venosas. Quizás ese traje estaba vivo... Emitía una mala vibra.
Retrocedí cuando la mujer hizo unos movimientos en el aire con las manos. Después señaló al felino. Un aura oscura salió disparada de sus dedos hacia el animal y lo cubrió durante unos segundos, antes de esfumarse. El gato empezó a maullar de forma aguda y lastimera y se encogió en la jaula, temblando.
Mi madre relajó los brazos y el animal volvió a la normalidad, aunque mantenía sus ojos vidriosos. La mujer arremetió de nuevo y cuando la nube impactó en Ikey, este bufó y miró hacia un lado y hacia el otro sin cesar.
—¡Hasta ahí, mamá! ¡Cortala! —gritó Amanda.
El efecto se desvaneció. Mi madre atacó de nuevo.
—¡Basta! ¡Pará! —le grité.
Deseaba correr hacia ella y empujarla, pero estaba paralizado por el terror que me producía la escena. El animal se hizo un bollo y tembló, hasta perder el conocimiento. La mujer giró hacia mí y sonrió, satisfecha, mientras Amanda iba rápido hacia la jaula a ver cómo estaba Ikey.
—¿Qué te pareció?
—Tus poderes son horribles —le dije, con la rabia atragantada—. ¡Siniestros! No hacés nada bueno con ellos. No los quiero.
—¿Qué no hago nada bueno? —Mi madre rio con indignación—. ¿Qué esperabas que hicieran los yaltens? ¿Disparar flores y luces de colores? —Negó con la cabeza—. Sos tan inocente... ¿Para qué pensás que tenemos poderes? Hay demonios y monstruos allá afuera. Necesitamos fuerzas y destrezas tan violentas como las de ellos para dominarlos.
»Si la gente puede ir feliz por la vida, ignorando que estuvo por ser raptada y devorada por esos seres al pasar por un callejón, es por estos "poderes horribles", que tenemos. Luchamos contra gigantes con alas, cuernos, garras, armas y sed de sangre humana. Lo hacemos para salvarnos a nosotros, al resto de las personas y al mundo en el que vivimos.
—No terminás de convencerme —le dije, echando otra mirada al gato, que maullaba consolado por las caricias de Amanda.
—Claro... vos querés ser un héroe. Mantener tu pureza —dijo mi madre con un suspiro, y en ese momento su traje fantástico se disolvió en sombras, restituyéndole su vestimenta normal—. Está bien. —Me palmeó en los hombros—. Es lo que necesitamos. Disculpá mi exabrupto, pero son años y años de batallar contra esos monstruos, sacrificándolo todo. Y a veces equivocándome. —Me miró a los ojos y en ese instante creí sentir su dolor y su arrepentimiento por dejarme—. Los yaltens no queremos entrenarte en nuestra magia. No voy a dejar que pases por lo mismo que yo y te corrompas. Solo quería mostrarte que estos poderes eran reales... Esa pureza que aún tenés es la que puede salvarnos a nosotros, a los arcanos y a esta ciudad del futuro que se avecina. Tal vez incluso al planeta.
—¿Qué poderes ibas a ofrecerme, entonces?
—Los de un ángel.
La sonrisa en el rostro de mi madre era inmensa. Su mirada, brillante. ¿Hablaba en serio?
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