14. El caos mayor. Parte 1
El frío y los temblores me despiertan. Abro los ojos y encuentro el cielo estrellado de Costa Santa que conozco aunque tiene algo raro; lo cruzan líneas de fuego y hay tres nubes de distintos colores; azul, violeta y naranja, en distintos puntos del firmamento. Noto que forman un triángulo. Me froto los brazos para sacarme el frío. Noto que todavía tengo el uniforme de la escuela, con el que me acosté transpirado. Miro alrededor. Estoy en la terraza de un edificio. ¿Qué hago acá? Hay un leve olor a quemado en el ambiente. Siento un temblor, luego escucho gritos y ruido a llamaradas y rayos debajo. Corro hasta la baranda.
Lo primero que veo es a la gente escapando de una criatura inmensa, de forma humana, pero hecha de fuego blanco y negro, que ruge mientras destruye un edficio a puñetazos. ¡Es el arcángel Cassiel! En la calle y volando a su alrededor, están los arcanos que conozco, todos transformados peleando contra ella: Bruno y Débora (bajo la forma con cuernos y escamas que le vi cuando me la crucé a ella y al colorado como el Fantasma), también Vanesa e Ismael. Escucho una voz en el cielo, pero no llego a distinguir lo que dice: levanto la mirada y encuentro a León que bate sus alas para hacer frente a unos demonios de tamaño humano que salen de la nube naranja... ahora comprendo que es un portal. Mackster lo ayuda cortando a los enemigos con su hacha. Gaspar, por su parte, proyecta un campo de fuerza para detener a unos seres que quieren salir del portal violeta. También son alados, pero comprendo enseguida que se trata de algo distinto a los ángeles; atacan el campo de fuerza con rayos multicolores que salen de sus frentes y unas armas que rezuman rayos eléctricos. Me parece que son esos seres que vi luchando contra Ismael en la foto borrosa de él que me mostró mi mamá.
Ahora que pienso en ella, la busco con la mirada en el paisaje, al igual que al resto de los yaltens. No están. Vuelvo a echar una mirada hacia Cassiel, que avanza y sigue con los destrozos. Bruno se ve mal, cansado y confundido, al igual que Débora. Perdí de vista a los demás... Algunas personas asomadas a los balcones de los edificios observan la escena aterrorizados. Otros están encerrados en sus hogares con las ventanas cerradas y las luces apagadas.
¡Tengo que hacer algo! No me importa lo que me haya prohibido mi madre ni los hechizos que me haya hecho... Me miro los brazos. Ya no tengo los sigilos de los yaltens; nunca fueron visibles a simple vista, pero puedo percibir su ausencia. Ya no tengo una conexión con Cassiel. De cualquier forma, no me queda otra que intentarlo.
Llevo mi mano hacia el cielo.
—¡En el nombre de San Yalten, invoco tu poder, arcángel Cassiel!
Nada.
—¡En el nombre de San Yalten, invoco tu poder, arcángel Cassiel! —repito.
Un viento frío me golpea y empiezo a tiritar. Nada, otra vez. Levanto la mirada y veo que Gaspar casi logró cerrar el portal violeta, del que ahora quiere asomar un ser alado con cara de calavera y cuernos. Sin embargo, no creo que resista mucho porque tiembla y le caen gotas de sudor por la frente. León se encuentra en una terraza que tengo enfrente, luchando contra demonios, mientras el edificio se sacude por los golpes de Cassiel. La gente escapa como puede, atropellada a través de la puerta.
Del portal azul, todavía no salió nada. Mackster lucha contra los demonios que salen del portal naranja, pero se está quedando sin fuerzas. Empieza a descender, pierde el conocimiento unos segundos para luego recuperarlo, y perderlo de nuevo.
Los demonios siguen entrando a este mundo desde el portal que ya queda muy por encima de él.
—¡Mackster! —lo llamo y agito mi brazo en el aire—. ¡Mackster!
El chico reacciona, casi a punto de que se desvanezca la energía que lo sostiene en el aire, y gira hacia mí. Se despabila y vuela hasta donde estoy.
—Eh... Javier. Me reconociste —me dice—. Yo... eh...
—Ya sé que son arcanos. Está todo bien.
Se sorprende, aunque solo un segundo. Después niega con la cabeza y hace media sonrisa.
—Siempre se lo dije a Bruno —afirma. Luego se tambalea y lo sostengo—. Ese ángel gigante me dio una paliza de la que todavía no me recupero. Es demasiado fuerte.
—Puedo ayudarlos.
—¿Cómo? —Frunce el ceño.
De pronto, unos demonios aterrizan frente a nosotros. Mackster los aparta con unos disparos y se alejan, entre risas y burlas.
—Ahora su mundo va a ser nuestro —grita uno, en un lenguaje distinto, pero que llegamos a comprender, antes de desvanecerse entre los edificios con su compañero.
Sentimos un temblor y los rugidos de Cassiel. Mackster mira hacia atrás, después hacia el cielo donde lucha Gaspar.
—Si sos un arcano también, un mago o alguna otra cosa rara de esta ciudad de mierda, más vale que actives tus poderes ya y vengas conmigo.
—Yo era el Fantasma.
—¿Qué? ¿El de la leyenda urbana?
—Sí.
—Pero, ¿no era un adulto?
—Sí, pero... era solo un hechizo. —Largo un bufido—. Un hechizo de los yaltens me daba los poderes de ese ángel gigante. Se llama Cassiel. No sé porqué se liberó, pero si me llevás con él... no sé, quizás el hechizo se debilitó y más cerca logro invocar su poder de nuevo. O puedo hablar con él y entrar en razón.
—Es un locura... —Mackster se lleva una mano a la nuca y niega con la cabeza—. Yo...
—¡No tenemos otra opción! —exclamo y señalo el cielo plagado de demonios.
Por suerte, Gaspar logró cerrar el portal violeta y mantener del otro lado a lo que fuera que quería entrar. León, por su parte, cayó en una terraza, exhausto. El portal que enfrentaba se cerró también, y los demonios que salieron de él ya se dispersaron por la ciudad. Gaspar aterriza al lado de León y lo ayuda a levantarse. Se toman de las las manos y, luego de que una energía recorra a León para sanarlo, comienzan a recitar algo que no llego a escuchar desde acá. Surge una luz blanca de los dos, que se divide en miles de fragmentos, como estrellas diminutas. Estas flotan hacia las personas de la ciudad que tratan de escapar, alteradas, y entran en sus corazones para calmarlas. Todas se alejan de forma ágil y ordenada de la zona atacada por Cassiel, envueltos en un aura blanquecina.
—Eso es nuevo —comenta Mackster, sorprendido. Sacude la cabeza y gira hacia mí—. Vamos. —Me levanta. Me aferro de sus hombros y su cuello antes de que despegue y siento vértigo mientras nos desplazamos sobre los edificios hasta la plaza, donde Ismael y Débora están parados disparando rayos a Cassiel. Vanesa logró detenerlo animando con sus poderes a los árboles de la vereda, que lo apresaron entre sus ramas, pero no van a resistir mucho.
—¿Qué hace Javier acá? —grita Ismael al verme.
Bruno , que estaba luchando contra un demonio en un tejado, acaba con él de un espadazo certero, y aterriza frente a mí antes de que el enemigo termine de consumirse en el aire.
—¡Javier! —Me dice—. Alguien llévelo a su casa, no puede estar acá en medio. Débora...
—Bru... eh... ¡nuestras identidades secretas! —dice la rubia y Bruno se lleva la mano a la frente, insultándose por lo bajo.
—Chicos, ya sabe todo, ¡no sean pelotudos! —advierte Mackster—. Me dijo que él era el Fantasma y que puede controlar al ángel.
—Javi... —Bruno abre bien los ojos—. ¿Eras el Fantasma? ¿El héroe legendario de Costa Santa? ¿En serio?
—No sé si legendario, pero sí...
—¿Y por qué no me dijiste nada?
—Yo...
—¡Eso no importa ahora! —grita Mackster—. ¡Dale, hacé algo! —me da un empujón y me aguanto las ganas de devolvérselo, solo porque es aliado de Bruno en todo este quilombo de los arcanos.
—¡No seas así con él! —le reprocha mi amigo.
—¡La ciudad está por hacerse mierda, Bruno!
El colorado asiente a las palabras de Mackster y suspira. Me mira a los ojos. Lo veo con su piel blanca como la luna, su cabello de un rojo más vivo, siento las uñas afiladas cuando me toma de los hombros, pero sus ojos azules siguen siendo los de un humano.
—Javi, ¿podés hacer algo?
—Creo. Dejame ver.
Asiente y se hace a un lado. Entonces, levanto mi mano.
—¡En el nombre de San Yalten, invoco tu poder, arcángel Cassiel!
Nada, de nuevo. Lo intento un par de veces más, sin éxito.
Mackster niega con la cabeza.
—Chicos, juro que yo podía invocar su poder...
—Ya no importa. —Bruno echa una mirada hacia el cielo, donde Gaspar y León luchan contra los demonios. Por unos instantes, posa su vista en el gigante Cassiel, todavía contenido por algunos árboles animados de Vanesa y un campo de fuerza azul generado por Ismael, y parpadea varias veces. Luego, se gira hacia el resto—. ¡Sigan peleando! ¡Protejan a Javier hasta que...! Que... —Abre bien los ojos. Luego empieza a convulsionar, todavía de pie.
—¡Bruno! —Débora chilla.
—¿Bruno, qué te pasa? —pregunta Mackster, alarmado.
Ismael deja de alimentar de energía el campo de fuerza que retiene a Cassiel y gira hacia nosotros. Vanesa también se distrae y el último de los árboles animados, prácticamente incendiado en el fuego blanco y negro del arcángel Cassiel, lo suelta y se cae a pedazos.
—¡Chicos, cuidado! Se va a liberar —señalo, justo cuando surge una ola de calor inmensa a mi lado que me hace apartarme de un salto.
Un fuego anaranjado recorre a Bruno de pies a cabeza y este se transforma en un gigante de más o menos tres metros, sin cuernos ni alas, de rostro inexpresivo. Ahora su ropa es de color roja y lleva el cabello largo y enrulado.
—¡Ya vi esto antes! —grita Mackster y se lleva las manos a la cabeza—. La primera vez que estuve en uno de los Infiernos con él, pero lo tenía bloqueado en mi mente hasta ahora. ¿Qué carajo es eso?
—Es... es la forma de su alma —digo—. Esto es... Bruno entró en modo...
—En modo arcano mayor —completa Mackster, con la voz quebradiza.
—¿Y eso qué significa? —Pregunta Débora, angustiada.
—Que es el arcángel —respondo.
—El arcángel Nathaniel —dice Ismael.
—Que se olvidó por completo de que es Bruno —aclaro.
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