1. ¿Mejores amigos?

3 de noviembre de 2003.

Es un día hermoso, así que en cuanto Bruno me llamó y me invitó a ir a la playa con Débora y sus amigos del Instituto Applegate, no lo dudé. Busco hace un montón que me incluyan en su grupo selecto.

El colorado y yo siempre anduvimos juntos desde que se mudó a Costa Santa, supuestamente soy su mejor amigo (no me resigno a que Mackster me quite el puesto). ¿Cómo puede ser que no me cuente sus cosas?

Por suerte, pegué onda con los del colegio Applegate después de ir a ver la muestra del taller de teatro al que van Ismael y Mackster. En el mismo evento participó el taller del Instituto San Roque, mi escuela, así que Bruno, Débora y yo tuvimos que ver actuar a la insufrible Anabella. Aunque tengo que admitir que ahora la colorada está más tranquila. Y más linda.

En ese evento me crucé a Mackster, Vanesa e Ismael y pude hablar con ellos. Terminamos en el bar Enoc con Anabella, su hermana adoptiva Astrid y otros compañeros. Bailé con Vanesa y creo que me la levanté, porque Bruno me contó que después no dejaba de hablar sobre mí.

Ahora estamos en la playa, sentados sobre unas mantas. No vinimos en mallas, porque no hace tanto calor a esta altura del año. Sin embargo, hay un viento frío que no nos esperábamos. Débora insulta a Bruno porque la temperatura no es la que él pronosticó y el chico le echa la culpa al parte del servicio meteorológico que escuchó en la radio. Después le recuerda que la idea de ir a la playa fue de ella. La rubia se acomoda el pelo y le hace un gesto de indiferencia, mientras hojea una revista. Vanesa se ríe.

—¿Qué querías, venir como si estuviéramos en pleno diciembre? —Ismael le dice a Débora, mirándola de arriba abajo con disgusto; es obvio que a ese chico no le gustan las mujeres—. Recién empieza noviembre, faltan casi dos meses para el verano. —Se queja.

—Cuarenta y siete días —especifica Vanesa y sonrío.

—Solo quería que no hiciera tanto frío —Débora se frota los brazos—. Hacía mucho que no venía a la playa y la extrañaba. Bruno, ¿me pasás un mate?

El colorado asiente y le ceba uno. Llega a ver el vapor caliente de que dale de la yerba en el pocillo cuando Débora lo toma entre las manos para darle un sorbo a la bombilla, aliviada.

—Traje mantas, por si nos agarraba frío —dice Vanesa y las saca de un bolso que trajo para repartirlas.

—No la necesito —comento, cuando me alcanza una.

—Dale, que más tarde va a hacer frío. —Me hace una sonrisa dulce antes de colocármela sobre los hombros.

Esta chica es genial. Además, me encanta; las morochas son lo mío. El tono oscuro de su piel me vuelve loco, al igual que sus curvas. No me gustan las mujeres muy flacas. Por unos segundos, mientras termina de repartir las mantas, me quedo mirando su pelo negro y brillante. Lo lleva corto, a la altura del rostro.

¿Será verdad que gusta de mí, como me dijo Bruno? Lo malo es que le llevo un año de edad: once meses, para ser exacto. Tiene catorce.

—No puedo creer que todavía estemos cursando. —Débora comenta de pronto y larga un bufido—. Dos mil tres se me está haciendo eterno.

—Tal cual. Es como si este año no quisiera terminar más —comenta Bruno—. Yo también quiero que sean las vacaciones.

—Es entendible que nos parezca largo —exclama Mackster, emocionado—, con todas las cosas que pasamos, los monstruos con los que luchamos... —se calla de pronto.

Los demás le clavan la mirada, serios.

—¿Monstruos? —le pregunto.

—Eh... —Mackster se pone a balbucear.

—Está hablando de un video juego —aclara Bruno.

—Ah... podrían invitarme a jugar con ustedes —le digo.

—Obvio... la próxima —contesta.

—¿Qué video juego es? —Insisto—. Contame, si sabés que me encantan.

—Después te digo. —Bruno vuelve a evadirme, como siempre—. Che, qué bueno que trajiste protector solar factor sesenta —le comenta a Mackster, antes que yo siga insistiendo—. Yo tenía factor cuarenta y la otra vez me quemé feo. No me acordé cuando lo agarré.

—Sí, a mí me pasa igual —comenta Mackster, mientras se pasa un poco más de crema por el rostro. Trae puesta una gorra de los Harlem Globetrotters y entrecierra sus ojos rojos, observando el mar en silencio.

Suspiro. Son unos estúpidos. No sé cuándo se van a animar a decirme la verdad. Necesito que lo hagan ya, porque solo cuando ellos me lo cuenten voy a poder revelarles que también soy un arcano.

Al día siguiente, después de clases, Bruno pasa por casa a buscar mi carpeta de matemáticas. Es una de las materias que más odia. Este año reprobó un examen y, aunque logró aprobar el recuperatorio, se quiere preparar bien antes de que terminen las clases, para asegurarse de no llevársela a diciembre. Seguro le va bien, porque está yendo a clases particulares. Además, lo ayuda Débora, que es buena en todas las materias.

Una vez en mi cuarto, Bruno hojea la carpeta unos instantes y la mete en su mochila con un bufido.

—Ya sé que tenés que estudiar, pero, ¿no querés jugar una partida de Mortal Kombat? —le digo, mientras encendiendo la tele.

—Bueno, pero solo una —contesta, con media sonrisa. Le paso un joystick y se sienta a mi lado, en el piso de alfombra.

Hoy voy a contarle la verdad y todo lo que sé sobre nuestra ciudad, Costa Santa. No me importa la promesa que hice ni los riesgos que existen.

Prendo la consola y juego nervioso, con los latidos de mi corazón acelerado. Terminamos rápido y Bruno se queja, juntando fuerza de voluntad para irse. No se llega a levantar del piso, que lo interrumpo.

—Bruno... Necesito decirte algo.

Se queda paralizado, observándome en silencio. Después vuelve a sentarse y asiente.

—Okey. Podés contarme lo que sea, soy tu amigo. —Vuelve a sentarse.

Tomo aire. Voy a contárselo todo, desde el principio.

—¿Viste que no tengo mamá?

—Sí. —Se pone serio de pronto.

—Nunca la conociste porque... se fue cuando yo tenía dos años, más o menos. Nos dejó. —Carraspeo para deshacer el nudo en mi garganta—. Yo... no la recordaba para nada. Bah, tenía una imagen borrosa, aunque creo que la imaginé. Mi viejo nunca hablaba mucho de ella, solo me dijo que era una artista. Siempre supuse que había querido triunfar en su carrera y que no deseaba tener una familia. —Me encojo de hombros—. Y crecí entendiendo esa decisión. Una vez mi papá me mostró fotos de cuando eran novios y me contó anécdotas. Igual, para mí ella es una extraña.

Me quedo en silencio unos instantes, aguantando las ganas de llorar. Luego, retomo el habla:

—Hace muchos años, llamó a casa. Mi viejo se puso pálido y quiso pasarme el teléfono. Lo vi aguantarse... no sé, supongo que la tristeza, la bronca... todo por mí. Pensé en el esfuerzo que estaba haciendo y en lo que había sacrificado para criarme con mis abuelos. Le dije que no quería hablar con ella. En ese momento, me di cuenta de que no la necesitaba. Nunca lo había hecho.

Termino de hablar. Bruno corre la mirada y no dice nada por unos segundos.

—Javi... Lo siento mucho. Tu papá es un genio, ¿sabés? Vale por mil. No necesitás a nadie más.

—Ya sé —le digo y sonrío.

Por un momento, recuerdo los problemas que Bruno tiene con su viejo y me siento mal. Quizás en algún momento envidió la relación que yo tengo con el mío.

—Volvió —suelto de pronto.

—¿Tu mamá? —Bruno abre bien los ojos.

—Sí.

—¿Y? ¿Ya la viste? —pregunta, intrigado.

—Sí... hace rato. A principio de año. La estuve viendo desde enero.

Bruno frunce el ceño.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

Me encojo de hombros.

—No sé. Supongo que porque era algo privado... personal. Un secreto familiar.

—Entiendo —me dice y asiente.

Sé que su familia también tiene los suyos, pero no se lo comento. Quizás ya los descubrió... así como la verdad sobre nuestra ciudad, Costa Santa. Nos quedamos en silencio de nuevo. Quiero decirle más cosas, pero no me atrevo... ¡Ya fue! Tengo que superar el miedo. No me importa que me lo hayan prohibido... Necesito contarle todo.

Abro la boca y doy una inspiración, listo para hablar. En ese momento, me recorre una electricidad fría, una fuerza que me paraliza. Me quedo así unos instantes y Bruno me observa, inquieto.

—¿Estás bien, Javi? Tengo que ir a estudiar, pero si querés mañana charlamos de nuevo —dice mi amigo, por fin.

Sacudo la cabeza, saliendo de ese extraño estado.

—Sí, todo bien. Dale, te acompaño hasta la puerta.

Me despido de él y lo veo alejarse con la mochila al hombro. ¿Por qué no fui capaz de hablarle sobre mi otra vida? Si bien estuve asustado otras veces, nunca me pasó de quedarme mudo. Además, había algo familiar en esa sensación: esa electricidad fría...

La idea se forma poco a poco en mi mente, a medida que recuerdo lo que viví desde principio de año. No me paralicé por el miedo. Estoy hechizado.

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Hola, ¿cómo están? Por fin volví con Somos Arcanos. 

Ya saben que me encuentran en Instagram como @matiasdangelo
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Gracias por acompañarme con esta nueva historia de mi saga.

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