8. La sombra del otro

Mackster

Hoy me toca ir a entrenar a con Gaspar y Bruno. Me da un poco de fiaca levantarme del sillón después de haber vuelto de la escuela, pero hago el esfuerzo y salgo con la mochila al hombro. Las rejas de la mansión se cierran a mis espaldas y cruzo la calle para adentrarme en los terrenos llenos de vegetación que la separan de otras propiedades. Me escabullo entre los árboles para transformarme. Despego y vuelo hacia el centro.

Al llegar, aterrizo con sigilo en una terraza, cuidando que nadie me vea. Observo a la gente que camina por la vereda, demasiado ocupada en sus cosas como para andar buscando arcanos sobre los edificios o en el cielo. La mayoría son así, pero no puedo descartar excepciones como la de la periodista paranormal, Flavia Nermal. Miro a un lado y a otro antes de bajar a la calle de un salto y volver a mi forma humana.

Avanzo hacia Enoc, que queda a unos metros. Me parece increíble que ese bar al que fuimos con Bruno algunas noches ahora tenga en el piso superior un «centro cultural», la fachada perfecta para nuestra escuela arcana... Quién iba a pensar que, además de aprender sobre nuestros poderes, íbamos a escribir poemas y a hacer pulseras de macramé. Creo que es un castigo de Gaspar por haberme burlado la otra vez de los talleres que daban. Lo bueno es que, aunque pensaba que eran cosas aburridas, terminaron gustándome.

Nunca voy a admitirlo ante el resto.

Toco el timbre y aguardo unos instantes hasta que Gaspar me abre. Luego de saludarnos, atravesamos el bar y las escaleras para llegar a la puerta decorada con la imagen del Árbol de la vida. Al entrar en la escuela arcana veo a Bruno en la mesa de estudios. Anota en su cuaderno, rodeado por pilas de libros abiertos. Me acomodo frente a él y chocamos las manos.

—¿Trajeron sus mazos de tarot? —pregunta Gaspar.

Asentimos. Saco el mío de la mochila con prisa.

—Bien, quiero que practiquen leyéndose las cartas mientras voy a hablar con León. Ya vuelvo. —Se aleja.

Recuerdo que la clase pasada Gaspar nos explicó algo acerca de los arcanos del tarot y las energías del universo, pero no le pude prestar mucha atención porque tenía otros asuntos en la cabeza.

Suspiro y observo el mazo que elegí: es una versión futurista con naves espaciales, portales y criaturas mutantes. Está bueno, debería haber sido más responsable y estudiarlo.

Le leo tres cartas a Bruno, que las mira con mucha atención.

En la primera hay una mujer de tres ojos con la piel morada. Lleva un casco ovoide de cristal y descansa sobre un trono de cuarzo. La segunda muestra una atalaya flotante con una cúpula en la cima, que cae del cielo al ser atacada por una lluvia de meteoritos. En la última hay un astronauta suspendido de cabeza en el cosmos, en medio de un cinturón de asteroides.

—La sacerdotisa... ¿qué era? Visiones y sueños. —Empiezo a interpretar—. Bueno, supuestamente estás con una apertura espiritual. También te salió la torre, que habla de cuidar las cosas que nos rodean y valorar lo que tenemos antes de que el tiempo lo destruya. Y, por último, el colgado: no distraerse con fantasías y poner los pies en la tierra.

—Me parece que chamuyaste un poco. No recuerdo que la torre y el colgado significaran eso —dice Bruno.

Hago un pequeño gruñido y recojo mis cartas.

—Debería leer de nuevo el libro que traen —admito—. Igual, no sé por qué, pero no puedo conectar con esto. No me gusta leer el futuro.

Bruno me mira con los ojos entrecerrados, sabe que no tengo ni idea de lo que hablo.

—Ese no es el objetivo del tarot. Es una herramienta más compleja, un mapa de nuestra energía en el presente —explica—. Sirve para conectarnos con información oculta en el inconsciente y todo eso. Según Gaspar, puede despertar nuevos poderes en los arcanos.

—Okey, maestro Yoda. Las repaso en casa. —Hago una mueca, guardando el mazo en la caja. Bruno está re pesado desde que empezamos a entrenar—. Mirá si me sirve para lograr la oleada de poder tremenda que hiciste en la lucha contra el dios Ventaurus. Gaspar dijo que eso se llamaba «arcano mayor», ¿no?

—Sí, aunque no tengo idea de si soy capaz de repetirlo. Sea lo que sea ese superpoder, se sintió muy raro, como si fuera otro tipo de estado mental. No sé si quiero que pase de nuevo. Además, no me lo acuerdo bien.

—Yo tampoco. Solo llegué a ver una explosión de fuego inmensa.

—Che, ¿estás bien?

—Sí, ¿por qué? —frunzo el ceño.

—Te noto distraído.

No puedo contarle lo que me preocupa. No creo que pueda entenderlo.

—Estoy cansado nomás. ¿Cómo va todo con Débora?

—¡Re bien! Vimos juntos casi todos los especiales de Flavia Nermal. También se enganchó con mis libros de Lovecraft y con una maratón de Buffy. ¡Quedó fascinada!

Pobre piba, le tiene una paciencia... Aunque por ahí le gustan de verdad esas cosas, me da la impresión de que es una mina de las que solo salen de shopping y a bailar con amigas, como la mayoría de las chicas del Applegate. Quizás estoy siendo prejuicioso. Como sea, mi estrategia para cambiar el tema de conversación funcionó: Bruno sigue contándome las virtudes de su novia. Entiendo que está súper enamorado y que es su primera relación, pero una vez que empieza a hablar de Débora, no para más.

Cuando me canso de escucharlo, me sale la maldad. Sonrío con inocencia antes de preguntar.

—¿Ya te la cogiste?

—¿Qué?

—Si ya se acostaron —repito.

Silencio.

—Entendí lo que me preguntaste. —Me mira de costado, con los ojos entrecerrados—. Todavía no. Igual, no me importa. Voy a esperar lo que haga falta.

—Uy, estás hasta las pelotas.

—¡Callate, Mackster!

—El colorado: un chico tan enamorado de su novia, está decidido a esperarla —pronuncio con voz de narrador de tráiler de película romántica—. ¿Podrá cumplir con su promesa? ¿O sucumbirá ante la tentación y se irá con otra? Mientras tanto, lo único que le queda es hacerse la...

—¡Basta, pelotudo! —Me da un golpe en el hombro.

Empiezo a reír. Pega bien. No digo nada y me froto un poco para que se me pase el dolor, aguantándomela.

—Sos un boludo. Te va a llegar el día y no vas a tener forros encima —le advierto—. Mejor te los compro yo.

—¿Querés más? —amenaza, mostrándome el puño.

Me quedo callado porque, si abro la boca, voy a soltar una carcajada.

—¿Cómo les fue con las lecturas de tarot? —pregunta Gaspar cuando llega, poco después.

—Bien, acerté todo —miento.

Bruno se muerde el labio inferior.

—Vamos al jardín —sugiere Gaspar.

Bajamos las escaleras y lo seguimos hasta la puerta trasera del bar. Llegamos al patio y pasamos las rejas para adentrarnos en la vegetación. Hay más cosas de lo que se percibe a simple vista. Por ejemplo, un camino entre los árboles del fondo, que lleva a un estanque donde podemos meditar. Es impresionante. León y Gaspar me contaron que ambos saben construir, pero el lugar tiene algo especial: se nota que usaron sus poderes angélicos en él.

Gaspar avanza hasta un espacio despejado y se transforma. Miro hacia arriba y noto una oscilación transparente que recubre el lugar como una burbuja; es el campo de invisibilidad que mencionaron la otra vez.

La luz me cubre y el fuego recorre a Bruno, estamos listos para entrenar.

—¡Luchemos! —Gaspar se lanza contra nosotros.

Bloqueo sus ataques e intento responder, pero esta vez nos enfrenta con mayor velocidad y potencia.

—No tengan miedo, ya saben cómo pelear —indica—. Conéctense con los recuerdos de sus vidas pasadas.

Mientras esquivo sus ataques y hago aparecer mi hacha para embestirlo, vuelve a mi cabeza lo que me comentó Vanesa acerca de las habilidades que recuperó de su vida como diosa. Gaspar me evade y gira hacia Bruno. Con un golpe, hace volar su espada por los aires.

Nos detenemos. Bruno levanta su arma y lo observa. Ambos respiramos con dificultad. Cierro los ojos e inspiro con calma. Veo el paisaje del Ghonteom frente a mí. El templo con columnas de cristal pulido, el cielo rosado, la mezcla de bosques de árboles comunes y otros desconocidos en la Tierra... Me siento más grande y fuerte, más seguro.

Abro lo ojos. Recupero la compostura y me pongo en guardia. Bruno también abandona el trance y me imita. Corremos hacia Gaspar con nuestras armas en alto, listos para enfrentarlo.

***

Al otro día, en clase de Matemáticas, me duele la cabeza, pero no siento que sea por los problemas y las cuentas. La profesora también se ve molesta, me llama al pizarrón a resolver un ejercicio. Mis compañeros aplauden y silban cuando lo termino, aunque tardo un poco más que de costumbre.

—Profe, tengo frío. ¿Puede prender la estufa? —pregunta Astrid.

—Sí, profe —dice Sofía.

—Yo también tengo frío —agrega Jaime, y los chicos nos reímos.

Tomás lo imita con voz afeminada. Felipe aplaude.

Mientras la profesora trata de descubrir cómo prender el aparato eléctrico, Felipe empuja a Jaime, que se sienta frente a él. El chico no reacciona a las burlas, pero cuando Tomás le arroja un bollo de papel en la cabeza, se da vuelta y lo empuja.

—Cortala, boludo.

—¡Jaime! —grita la profesora, que deja la estufa y lo mira con furia—. A preceptoría —exclama señalando hacia la puerta.

Todos se ríen. En ese momento, las luces parpadean por unos instantes; las voces se deforman y regresa aquel zumbido, pero nadie más parece notarlo.

Jaime sale del aula y la profesora retoma la clase, olvidando por completo la estufa. Catalina pasa al pizarrón para resolver un problema matemático y se queda confundida a la mitad, por lo que la docente llama a Tomás, que no es de mucha ayuda. La profesora busca la colaboración del resto de la clase, nadie contesta sus preguntas. No sé qué onda el resto; a mí me martillea demasiado la cabeza y no logro pensar.

¿Qué está pasando?

Percibo un movimiento a un costado del aula y giro. Encuentro una forma transparente, una esfera que atraviesa la pared. Parpadeo y sacudo la cabeza.

Tomás y Catalina solo pueden terminar el ejercicio cuando se suma Astrid. La chica de pelo castaño los mira de costado, con los brazos cruzados, mientras los dos rubios chocan las manos y se abrazan para celebrar. ¿Por qué me da tanta bronca la escena? El sentimiento desaparece cuando siento nuevas puntadas en la cabeza.

Percibo que me observan y giro hacia el otro lado, donde encuentro a Ismael ocupando el banco de Miriam y Lucrecia, que faltaron por enfermedad. Uno de sus ojos está cubierto por su pelo negro; el otro es un pozo escalofriante, oscuro y profundo.

La docente, enojada porque casi nadie estudió para la clase, nos manda tarea extra. La anotamos, quejosos, y salimos al recreo.

—Necesitaba un poco de aire —dice Catalina, abanicándose con la mano al lado de Tomás.

—Sí, estaba re pesado —asegura Felipe—. Se me partía la cabeza.

—A mí también —digo—. ¿Estaremos incubando algo? Capaz Miriam y Lucrecia nos contagiaron la gripe.

—Permiso.

Escucho una voz a mis espaldas y me corro para dejar pasar a Ismael. Una vez frente a mí, se acomoda el pelo y me observa de reojo, como con asco, antes de alejarse a paso rápido.

—Para mí que ese pibe nos estaba embrujando —tira Sofía.

—¿Qué decís?

—¿No viste las runas y los libros de magia que trae? —me pregunta.

—A mí me leyó las manos una vez, y acertó todo —confiesa Astrid con una media sonrisa.

La miramos, nerviosos.

—Nunca me cayó bien —agrega Tomás.

—Faltó como un mes al colegio —comento, recordándolo de pronto—. ¿Qué le pasaba?

—Tenía mononucleosis —dice Felipe—. Desde que volvió está más raro todavía.

—¿Más raro todavía? —Tomás habla con una voz afeminada y todos nos reímos, aunque yo no me siento del todo cómodo.

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Texto publicado originalmente en mayo de 2019, cuando el libro 1 fue publicado por Editorial Vanadis:

Hola chicos! Debería haber publicado el viernes, pero estuve muy ocupado con los preparativos de la edición impresa del libro 1. Como ya deben haber visto en mi cuenta de Instagram  o la de la Editorial Vanadis, comenzó la preventa y estamos armando todas las sorpresas que vienen en las distintas opciones. Hay una #CajaArcana, un #PackArcano y el libro con las carta ilustradas de Bruno y Débora.

Todo está en la página de la editorial: www.editorialvanadis.com

El martes 30 de mayo fue muy importante para mí, viví muchas emociones porque fui a ver la prueba de impresión y quedó perfecta. Tenía ganas de llorar, reír, momentos en los que no me entraba la alegría en el cuerpo ni la ansiedad.

Y todavía hay más!

Les dejo algunas fotos, así pueden disfrutarlo conmigo.

www.instagram.com/matiasdangelo
www.instagram.com/editorialvanadis 

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