3. Merienda de arcanos
Bruno
Aterrizamos en el jardín de la casa de Gaspar y nos volvemos humanos antes de que desaparezca la burbuja de invisibilidad que nos rodea.
Me llama la atención la identidad humana de la diosa Ghabia, quien viste un uniforme que me resulta conocido: pollera tableada de color azul y trama escocesa, camisa blanca, corbata verde y bléiser azul marino con un escudo en el que resalta una manzana verde frente a una puerta doble.
—Vas al Instituto Applegate, como yo —dice Mackster, justo cuando una luz verde recorre el pelo de la chica, tiñéndolo de marrón oscuro.
Los ojos de la joven siguen siendo color esmeralda.
—Sí. Mi nombre es Vanesa. Estoy en noveno, un año menos que vos —contesta—. Tengo catorce.
Sonrío al ver que Gaspar y León mantienen sus looks tan particulares: uno intelectual, con bigote largo y anteojos de marco grueso; el otro, de barba tupida, es un artesano hippie del siglo XXI.
Débora los observa, fascinada. Enseguida, da un paso adelante y vuelve a su forma normal. Me llama la atención notar que lleva su mochila violeta en la espalda. Imaginé que la había dejado en el bosque, como yo. ¿Cómo logró hacerla desaparecer al transformarse? ¿Dónde quedó todo este tiempo? Ahora que lo pienso... Mackster y yo podemos manifestar y ocultar a voluntad nuestras armas de otras vidas, ¿por qué no hacer lo mismo con mi mochila? Debería hablarlo con Gaspar.
—¿Quieren pasar? —León nos invita, abriendo la puerta de la casa.
Miro a Débora y le dedico una sonrisa para inspirarle seguridad mientras caminamos juntos hacia la entrada.
Dentro, nos acomodamos en el living. Débora y Vanesa se hallan algo inquietas, pero se tranquilizan al ver que Mackster y yo confiamos en Gaspar y en León.
Una vez que ellos traen algo para merendar, las chicas se relajan del todo y la rubia cuenta su historia. Luego, sigue Vanesa.
—Bueno... ya saben que soy la diosa Ghabia. Recuerdo varias cosas de mi vida pasada. Cuando Mackster abandonó el Ghonteom para nacer en algún planeta lejano, los dioses de Agha comentaron, incrédulos, su decisión. Yo sabía que se encontraba en la Tierra, aunque mantuve esa información en secreto. Por alguna razón que todavía desconozco, tenía que seguirlo. Y no fui la única. Abventerios vino conmigo.
—¿Dónde está? —pregunta Mackster, ansioso.
—No sé. Podría ser cualquiera.
—¿Creés que lo vamos a encontrar?
Vanesa se encoge de hombros.
—Yo no sabía que era una diosa hasta hace un mes atrás. —Frunce el ceño—. Fue horrible. Todos esos recuerdos tan de golpe... y los enfrentamientos con monstruos... Van a volver, ¿no? Ahora Dashnir va a perseguirme. —Los ojos de la chica se humedecen. Sin embargo, cierra los puños y endurece la mirada—. No voy a tener miedo. Vamos a vencerlo juntos —asegura, observando a Mackster.
Él asiente.
—Así es —interviene Gaspar—. Tenemos distintos enemigos, pero podemos ayudarnos entre todos para acabar con ellos. León y yo los vamos a entrenar para que desarrollen sus poderes.
Vanesa asiente y come un par de galletitas.
—¿Por qué quieren ayudarnos? —Débora se cruza de brazos—. ¿Qué ganan con eso?
Gaspar y León se miran.
—Somos ángeles encarnados, parte de nuestra misión es ayudar a otros arcanos —explica León—. Además, tenemos que proteger Costa Santa. Pasan cosas muy raras en esta ciudad y, como estamos cansados de ser los únicos que hacen el trabajo sucio, queremos preparar a otros que nos liberen de esa tarea.
Lo miramos en silencio, él se ríe.
—Es una broma, che —nos aclara—. Débora, Vanesa, a partir de mañana empiezan su entrenamiento con nosotros, sumándose a Mackster y a Bruno.
Las chicas asienten, emocionadas.
Después de arreglar nuestros horarios e intercambiar teléfonos, nos despedimos. Es casi de noche y tenemos que volver a casa.
—No te olvides esto —me dice Gaspar, trayéndome la mochila.
¡Uy! Cierto que la había dejado tirada en el bosque. Menos mal que la rescató, como aquella vez que la arrojé en la calle cuando me perseguían los ángeles y los demonios.
—Gracias —le digo y sonrío antes de girarme—. ¿Volvemos juntos? —le pregunto a Débora.
Ella asiente. Saludamos al resto y salimos.
—¿Todo bien con tus viejos? —consulto mientras nos adentramos en la calle de tierra que lleva hacia el centro.
—Sí. Los llamé desde lo de Gaspar. Piensan que me invitaste a tomar algo al Café Emperador para celebrar mi cumpleaños por adelantado —me cuenta—. Es mañana.
—Sí, me acuerdo.
—Me parece increíble haberme enterado que también eras un arcano y conocer a otras personas como nosotros justo un día antes de cumplir dieciséis. Siento como si fuera algo del destino —reflexiona—. De ahora en más, todo va a cambiar, de nuevo; como cuando usé mis poderes por primera vez.
—¿Eso es bueno o malo?
—No sé, supongo que un poco y un poco. —Se encoge de hombros—. Pasé momentos aterradores, pero también descubrí cosas increíbles. Como sea, me parece genial que compartamos esto y que Gaspar y León quieran enseñarnos.
—Sí. Vas a aprender muchísimo.
Caminamos en silencio hasta llegar al punto en que la calle de tierra se vuelve de cemento. Nos rodean casas grandes, con amplios jardines, veredas arboladas y cubiertas de agujas que caen desde los pinos. De pronto, el viento del mar nos golpea con fuerza, despeinándonos. Débora grita y se ríe, con una mano sostiene su pollera. Una vez que la brisa se detiene, me atrevo a preguntarle lo que más me aterra.
—¿Qué vamos a decir en el colegio?
—Pensé que íbamos a mantener nuestros poderes en secreto. —Débora se acomoda el cabello, nerviosa.
—Por supuesto. Te estoy hablando de otra cosa. Todos están seguros de que me iba a declarar... —Cuando termino de decirlo, siento el calor subir hasta mi rostro. La garganta se me seca.
—Ah... —La chica se queda mirándome, sonrojada.
Carraspeo antes de hablar.
—Débora, yo... hoy, en la plaza, te confesé mis sentimientos. ¿Te acordás?
—Sí... —responde, con un hilo de voz.
—Así que... ¿no te pasa nada conmigo? ¿No te gusto?
La chica se queda en silencio y mira hacia el piso. Mi corazón se destruye, cae en pedazos hasta mis pies, junto con toda mi sangre.
—Sí. Sí Me gustás —suelta.
¡¿Qué?! Mi corazón vuelve a recomponerse y a latir con una fuerza impresionante. Quiero abrazarla y besarla, pero no me animo a moverme.
—¿En serio?
—Sí.
Doy un paso hacia ella, pero retrocede.
—¿Qué te pasa? Me... ¿Me querés de verdad? ¿O es por todo esto de descubrir que somos arcanos?
—No, Bruno. Yo... ¿Te acordás de tu cumpleaños? Bueno, me gustás desde ese día, o antes, no sé. Pero pensaba que salir iba a ser complicado por todo esto de ser una arcana.
—¿Por qué tenés miedo?
—Cuando... —mira alrededor para asegurarse de que la calle sigue vacía—. Cuando me transformo... mi apariencia...
—Sos igual de hermosa. Yo te quiero, te quiero en cualquiera de tus formas.
Nos abrazamos. Débora llora en mi hombro y la acaricio. Siento sus lágrimas de alivio en mi mejilla.
Cuando se tranquiliza, nos separamos un poco y nos observamos. Su mirada brilla, irritada y llena de lágrimas. Acaricio su rostro despacio. Ella cierra los ojos enseguida. Yo también.
Nos besamos mientras asoman las estrellas. Llega un viento helado del mar que nos empuja y nos revuelve el cabello, pero no nos importa. Seguimos juntos.
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