28. El mensaje de Dantalion. Parte 2

Bruno

Miro a Gaspar, que asiente, y nos acomodamos junto al demonio. Noto unos símbolos trazados en la arena, alrededor de las brasas, pero no los reconozco. Deduzco que son sigilos.

—Preguntale lo que necesitás saber.

—¿Por qué te veo en mis recuerdos?

—Porque luchamos juntos —contesta Dantalion con pasmosa tranquilidad.

Eso ya lo sé. Miro a Gaspar, frustrado, pero logro controlarme. Ensayamos esto, sabía que Dantalion podía ser tramposo.

—Queremos información sobre los demonios de piedra que aparecen en Costa Santa —me atrevo.

—Son parte de las legiones que comando. Pueden invocarse para protección, para acumular o guardar poder y también para acechar a los enemigos.

—Los está invocando Sebastián, ¿no?

—No soy un soplón. Tenés dos preguntas más. Me estoy cansando.

Mierda, no puedo perder esta oportunidad. Sin embargo, me cuesta concentrarme; me distrae escucharlo hablar como una persona moderna de Argentina. Los otros demonios que me crucé se expresaban de una forma antigua. Al menos eso recuerdo. Sacudo la cabeza, justo cuando Dantalion se gira hacia Gaspar.

—¿No le enseñaste a tu alumno que los demonios hablamos todas las lenguas y cada una de sus variedades? —Se ríe a carcajadas—. De hecho, ni siquiera es hablar lo que hacemos. Así lo ven las criaturas inferiores como ustedes.

Cierro los puños, furioso.

—No te distraigas ni lo enfrentes, Bruno —advierte Gaspar—. Está jugando con vos. No dejes que la conexión se rompa.

Asiento y me recompongo. ¿Qué le pregunto a Dantalion? Necesito saber más sobre mi origen, también sobre mi relación con este demonio y nuestro pasado en común. Sin embargo, sé que ahora lo importante es proteger a Costa Santa.

—¿Para qué están siendo usados tus demonios en nuestra ciudad?

Gaspar asiente, hice una buena pregunta.

—Guardar energía, hacer más magia y proteger a una persona. Contener una fuerza.

¿A quién querría proteger Sebastián? Además de a sí mismo... ¿Y qué es eso que quiere contener?

—A una mujer —agrega el demonio, y se pone a avivar las llamas.

—Dantalion, conocés los pensamientos de todos los hombres —afirmo—. Sé que Sebastián pronto va a invocar a otro dios de los clanes del infierno. Decime cuándo y dónde.

Gaspar sonríe. Parece que volví a hacerlo bien.

El demonio mira el fuego con expresión seria. Después, se levanta y nos da la espalda.

—En el nombre de Samael, a quien pedimos permiso para convocarte, contestanos, Dantalion —dice Gaspar, presionándolo.

El demonio se vuelve hacia nosotros con las manos cerradas. Hace una mueca, molesto.

—No puedo decírselos directamente, por la magia que me vincula al mago. —Me mira—. Pero puedo guiar a ese futuro posible a uno de los miembros de tus huestes.

¿De qué me está hablando? Giro hacia Gaspar, que me observa y asiente.

—Está bien —digo, sin saber qué va a pasar. Entonces, el demonio señala hacia mi izquierda.

El aire en ese lugar se mueve y surge una llamarada transparente, que cobra forma humana. Es Nuriel. Avanza hacia Dantalion, quien se inclina hacia él y parece susurrarle algo al oído.

Dantalion mencionó a mis huestes... Eso significa que tengo ángeles bajo mi comando y que Nuriel es parte de ellos...

El demonio termina de hablar con la figura transparente, que regresa a mi lado y luego desaparece.

—Esa fue tu última pregunta. —Las alas del demonio se convierten en un manto—. Ahora, tengo algo que decirte —afirma, antes de ponerse una capucha que deja su rostro tras las sombras.

Tiemblo de arriba abajo mientras él avanza despacio hacia mí. Mi cuerpo, sentado en el sillón de nuestra escuela arcana en Enoc, se cubre de un sudor frío. Me armo de valor.

En el plano mental, me incorporo y me planto ante el demonio, que se detiene cuando nos separan unos centímetros de distancia.

—Te escucho. —Mi voz sale firme.

—Hay muchos futuros alternativos, los tengo frente a mí. —Mueve su mano en el aire y crea algunas burbujas de fuego que me encandilan durante un instante. La mirada del demonio se pierde en ellas. Muestran varias imágenes antes de apagarse.

En una me veo más grande, transformado, peleando contra monstruos junto a un arcano que viste de azul y dispara hielo de las manos. Tiene alas de plumas blancas y el cabello plateado.

Otra de las esferas me muestra una ciudad destruida, que recorro con mi forma humana. Por la luz que me rodea, parece ser de tarde. Cargo un tridente de mango azul y hojas blancas. Tengo la barba crecida, el cabello largo y despeinado, y estoy más grandote. Escucho el sonido del mar. ¿Es Costa Santa?

En la última esfera encuentro una ciudad distinta y es de noche. Durante un instante, me parece ver un obelisco. ¿Es Buenos Aires? ¿Por qué los edificios son diferentes? Muy pocas personas caminan por las calles, llevan barbijos y guardan distancia, asustadas. Miran alrededor, también hacia arriba. Todas se dirigen apresuradas hacia alguna parte, supongo que a sus casas. Entonces, veo unas figuras cubiertas por las sombras, que vigilan a los ciudadanos desde arriba. La mayoría tiene alas, a veces de piel, otras de plumas.

Me aparto de la imagen, encandilado. Parpadeo hasta que recupero la vista.

—Intento que elijamos el mejor destino —continúa Dantalion—, pero es muy difícil. No puedo hacerlo en soledad. Debes elegir un bando. Yo ya lo hice, y estoy siguiéndote de cerca. Nuestros caminos se cruzan siempre.

—No voy a dejar de estar con los ángeles... o con los elohim que hagan el bien —respondo.

El demonio se ríe.

—No te estoy hablando de eso. Así que ahora te llaman Bruno... Pobrecito. —Hace una mueca triste—. Perdido entre tantos nombres, tantas máscaras. —Se acerca, quiere tocarme la cara, pero me alejo—. Así nunca vas a descubrirte. Va a ser mejor que yo tome la iniciativa.

El demonio me da la espalda y se queda mirando el fuego.

—Bruno —dice Gaspar, en el mundo físico y en la travesía mental—. Tenemos que volver.

—Eh... está bien.

Quiero hacerle más preguntas a Dantalion, o enfrentarlo, pero me contengo.

—Repetí conmigo: gracias, Dantalion. Gracias, Samael —indica Gaspar.

—Estoy aquí, pero no estoy —interrumpe el demonio, sin voltearse—. Acabas de verme, pero ya me viste. Soy así o asá...

—Gracias, Dantalion. Gracias, Samael —pronuncio y me quedo pensando en ese acertijo final.

—Ahora, visualizate en el desierto en el que estábamos al inicio. —Me guía Gaspar—. Tomá conciencia de que regresamos al punto de partida. Vaciá tu mente y pensá en que dejamos todo lo visto atrás. Tomate tu tiempo. Cuando lo sientas, abrí los ojos.

La imagen debería desvanecerse, sin embargo, mi imaginación me lleva a otro paisaje. Estoy en un claro, en medio de un boque de eucaliptos. Frente a mí hay una cabaña de madera mal construida y con signos tallados en la madera. Me acerco y puedo leer, a pesar de ser un lenguaje que hasta ahora desconocía. Son distintos nombres, escritos una y otra vez con mala caligrafía: Semdael. Midamyz. Semyazdael.

Recorro el exterior de la casa y encuentro más variaciones, hasta que descubro su origen. Son dos nombres, a partir de los que surgen las combinaciones: Semyaza y Midael.

Los conozco: son un demonio y un ángel.

¿Por qué veo esto? ¿Qué significa? Miro los árboles de eucaliptos que rodean el lugar. Este bosque... ¡es el de Costa Santa!

Aparece una figura a mi lado, a pocos pasos de la cabaña. Es alto, viste un traje rojo con piezas de armadura negra. Por momentos se transparenta, lo que me hace comprender que se trata de un espíritu. Su piel es blanca como el papel, con algunas cicatrices en el rostro. Lo reconozco. Jamás podría olvidar esos ojos negros con iris rojizos y brillantes: el Demonio Blanco, uno de los primeros guardianes de la ciudad.

Lo vi fue cuando invadí los recuerdos de Gaspar. En ellos, me encontraba en una ciénaga frente a este ser, que vestía harapos hediondos. Su pelo, largo hasta la cintura, estaba quebradizo y enredado. Ahora lo tiene limpio, liso y brillante.

Esta vez no le tengo miedo. Me mira fijo. ¿Quiere decirme algo?

La imagen cambia y siento una explosión de calor frente a mí. Ahora es de noche, la cabaña está incendiándose y el Demonio Blanco desapareció. Veo a un hombre joven arrodillado de espaldas a mí, a varios metros de la construcción, con la cabeza gacha. Me acerco. Es menudo y flaco, tiene el pelo oscuro. Cuando lo miro de frente, encuentro un rostro lampiño de ojos color azul turquesa. Llora.

Trato de hablarle, pero el hombre no me registra; tampoco puedo tocarlo. Soy como un fantasma en este lugar.

Por unos instantes, el tiempo se mueve más rápido. Una figura borrosa camina de forma entrecortada hacia él y le apoya una mano en el hombro. El hombre gira asustado.

—¡¿Quién sos?! —pregunta, mientras trata de levantarse y alejarse a la vez. Se cae.

—Tranquilo. —La figura avanza y le extiende una mano. Su imagen se vuelve nítida: es un tipo de más o menos treinta años, con ojos verdes y pelo castaño, corto—. Sé a quién perdiste. Sé quiénes son los responsables de lo que pasó; también sé que sos un arcano. Puedo ayudarte.

El hombre de ojos azules se limpia las lágrimas y lo mira de arriba abajo. Toma su mano y se levanta del piso lleno de hojas secas.

—Me llamo Gaspar, ¿vos? —dice.

—Sebastián.


***


Abro los ojos en el salón de estudios de Enoc y encuentro el rostro de Gaspar frente a mí; más ancho, con algunas arrugas en la frente y al costado de los ojos, con su bigote curvo y la barba de varios días.

—¿Qué pasó? ¿Viste algo más?

—Sí. Te vi a vos con Sebastián; eran jóvenes y se estaban conociendo.

El arcano abre bien los ojos. Después, mira hacia un costado y se levanta, quedándose en silencio.

—Cuando Mackster y yo los conocimos a ustedes, León y vos mencionaron que estudiaron con Sebastián. Después, él nos dijo lo mismo. Pero ninguno nos contó su historia —insisto.

—Eh... —Gaspar se lleva una mano a la nuca—. Sí, son recuerdos dolorosos.

—Y necesito que me los cuentes. Por alguna razón me los está mostrando el Demonio Blanco, ¿no?

—¿Lo viste a él también? —Se pone pálido.

—Sí. Y había una cabaña con nombres extraños en las paredes, mezclados... Pude descifrarlos igual: Midael y Semyaza. ¿Cómo se relacionan con vos, conmigo y con el Demonio Blanco?

Se refriega los ojos durante unos instantes.

—No sabía si estabas preparado para esto, pero tenés razón: por algo empezaste a verlo. Como sea, ya se hizo tarde —dice Gaspar, tras mirar el reloj de pared antiguo de Enoc—. Volvé mañana y te cuento todo.

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