21. Ataduras
Mackster
Abrazo a Tomás, descansamos recostados sobre su cama. Le acaricio el pelo rubio despacio y con los ojos cerrados. Disfruto de su perfume a manzanilla.
—¿Y? ¿Qué hiciste con Ismael? —pregunta.
—Ideamos el tema de la escena para Teatro.
—Ah. —Nos quedamos en silencio unos instantes, en los que casi me duermo—. ¿Por qué tenés que hacer esa pelotudez de Teatro? —añade, enojado.
—Porque me gusta.
—Contame todo, Mackster. ¿Qué te dijo Ismael? ¿Qué hicieron? —Alza la voz.
—Pará un poco...
—¿Te preguntó sobre nosotros?
—¿Qué decís?
—Que si ese pelotudo te preguntó si vos y yo estamos juntos.
Me separo de él, molesto por escucharlo hablar así de Ismael. ¿Cómo adivinó que me preguntó eso?
—No. —Miento.
—Te gusta el puto ese, ¿no?
—¡No! ¿Qué te pasa? ¿Por qué le decís puto?
—Porque es lo que es.
—Ah, ¿sí? ¿Y a nosotros no nos decís putos?
—¿Por qué me volvés a preguntar eso? A mí me gustan las minas —dice, con la frente arrugada—. Algún día esto se va a terminar, me voy a casar y voy a formar una familia con una mujer.
Por primera vez entiendo qué significa que te destrocen el corazón. Sus palabras son tan crueles que no puedo responderle, siento náuseas. Tampoco puedo llorar.
—Lo normal, ¿no? —dice como si fuera obvio.
Estoy en shock. Me quedo sin voz. ¡¿Por qué no puedo reaccionar?!
Quisiera levantarme de la cama e irme a mi casa, pero sigo clavado al colchón, como sujeto por grilletes invisibles. ¿Qué me pasa? No sé qué hacer...
Me invade un cansancio inmenso y cierro los ojos. Es la única forma que encuentro de escapar: hacia adentro.
Me duermo.
Veo una cuerda que une mi pecho al de Tomás. Pareciera ser rosada, aunque está tan manchada que no puedo asegurarlo. Extiendo mi mano y la toco.
Es un cable.
La oscuridad a nuestro alrededor toma forma. Estamos en un edificio de paredes sucias, con huecos que dan al vacío. Lo único que nos alumbra es la luz de mi pecho... Una luz que fluye de mí hacia él.
De pronto, me veo desde afuera. El brillo en mi cabeza es mínimo, casi se apaga. Mi cuello, la parte superior de mis brazos y mi abdomen titilan, proveyendo el fulgor que atraviesa la cuerda que alimenta a Tomás, ahora envuelto en las sombras.
Noto más cables que salen de su espalda y su cabeza y se conectan a mí. Estoy completamente atrapado. Durante un instante, la pared a sus espaldas desaparece y llego a ver un desierto con un cielo casi vacío, con algunas estrellas rojas y amarillas. Desde ahí, sobre una plataforma flotante, nos observan unas figuras de baja estatura, similares a los duendes. No puedo distinguirlas bien, son solo siluetas entre la penumbra, pero noto que se conectan a Tomás a través de los cables.
¡Tengo que liberarme! Invoco el poder de mi familia de dioses, pero no sucede nada. Tomás se ríe. ¡Necesito transformarme!
El poder sigue sin responderme. Asustado por su carcajada maniática, aprieto el cable que nos une por el pecho y hago fuerza para desconectarlo de mi ser.
Me produce un dolor inmenso. ¡Dioses de Agha, ayúdenme!
«—Agha stengia».
Escucho los coros del Ghonteom a lo lejos. La luz me recorre, aparece mi traje rojo, mi capa blanca, la nube cósmica en mi pecho que ahora es de color gris.
Grito y disparo a Tomás, alejándolo, aunque sigo conectado a él: todos los cables, incluido el de mi pecho, se estiraron sin romperse. Continúo atacándolo con mis rayos, pero los esquiva o solo se aleja un poco más.
Respiro con dificultad, agitado. Junto mis manos y me concentro.
Entonces, por fin, aparece mi hacha. Sonrío. Su calor me salva del frío que busca debilitarme. Un brillo late en los cristales rojizos que forman su mango. Su vibración me da el último impulso que necesito para cortar el cable en mi pecho. Hago lo mismo con los que estaban en mi cabeza y siento algo tibio que cae por mi rostro. ¿Estoy llorando? De una vez por todas, puedo sacar toda mi angustia.
La nube que está en mi traje, a la altura del pecho, recupera su color anaranjado.
De pronto, escucho un chillido horrendo y me tapo los oídos. Es lo más espantoso que oí en mi vida. Me invade un poder inmenso desde el interior de mi ser, y exploto en luz. Tomás y aquellas extrañas siluetas desaparecen. El lugar comienza a temblar y se derrumba.
Me estremezco y abro los ojos. Estoy en la cama de Tomás, en su cuarto. Lo miro con recelo y me levanto de la cama como un rayo. Él también sale despedido. No puede ocultar una mueca extraña, más allá de la inquietud que finge. Esa mirada... sabe que ya lo descubrí sus secretos.
—Tengo que irme. —Le doy la espalda y me visto rápido.
—Pará Macks, ¿qué pasó? —Me toma del brazo.
—¡No te hagas el boludo! —Me suelto—. ¿Qué carajo fue todo eso? ¿Qué mierda sos?
—¿Qué decís? Estás delirando.
—Claro, yo estoy loco y vos sos el normal, ¿no?
Se ríe. No siente angustia por lo que le estoy diciendo, no le importa.
—¿Qué soy yo para vos? —continúo—. ¿Algo con lo que experimentás? ¿Una cosa descartable?
—No, pará. ¿Qué te pasa? A vos también te gustan las minas, ¿no? —De pronto, habla con otro tono de voz, como si fuéramos de nuevo aquellos amigos inseparables de principio de año, como si nunca me hubiera dicho que me quería como se quiere a un novio—. ¿O te hiciste gay como Ismael?
—¿Hacerme gay? —Cierro los puños y siento que me brota un calor intenso— ¡¿Hacerme gay?! ¿Estás hablando en serio?
No me contesta. Me mira de arriba abajo y percibo que los cables quieren volver a atraparme desde el otro plano.
—¿Qué tenés contra Ismael? —suelto y siento que la energía de mi voz aparta su poder oscuro—. Le decís puto y gay, haciéndote el canchero, el macho. Lo cargás como un forro en clase de Gimnasia. ¿Qué mierda te creés? ¿Pensás que sos mejor que él?
—Mirá, Mackster... No me importa ese taradito. Yo a vos te quiero, pero esto es solo una etapa, después voy a tomar otro camino, salir solo con chicas y...
—... y no te conviene decir que salís conmigo para no quedar como un puto.
—Claro. A vos tampoco te conviene, ¿entendés?
Se me queda mirando con la misma sonrisa de siempre. Es como si la tuviera pintada, sin importar el nivel de crueldad que alcanzan sus afirmaciones.
—Tomar otro camino... —repito sus palabras—. Decís lo mismo todo el tiempo, como un disco rayado. ¿No será que te da un cagazo terrible que el resto se entere de que te gustan los tipos?
—No me gustan los tipos, solo vos, nada más.
—Mentira. Sos bisexual y le escapás como una rata. Te hacés el canchero, pero lo único que te importa es cómo te ve el resto. ¡Me voy!
—Pará. —Tomás me agarra otra vez del brazo—. Mackster, nosotros podemos elegir. ¿No te das cuenta?
—No se trata de elegir una cosa u otra. Somos esto y punto. ¿Pensás que nunca más te va a gustar otro tipo? —consulto y él se pone pálido—. En serio, ¿pensás que somos siths, que estamos del lado oscuro de la Fuerza y que, no sé, podemos pasarnos a la luz apretando un botón?
Tomas se ríe y se lleva una mano a la nuca.
—Algo así. Mirá, Mackster, siempre supiste que esto iba a ser algo temporal...
No quiero escucharlo más.
—¿Cómo podés ser tan forro? ¿Cómo podés tratarme como si fuera... como si fuera una mierda que vas a usar y dejar tirada en el camino? Enfermo. ¡Vos querés las dos cosas! ¡Por eso le hiciste ese cuadro a Catalina! Te hacés el boludo pero me querés cagar con ella.
—No, Mackster yo... —Suspira y baja la mirada por unos instantes, después me observa fijo—. ¿Querés que te diga la verdad?
—Sí.
—Estoy confundido, me gustan los dos.
—¡¿Qué?! —No lo puedo creer.
—Me gustan los dos, Mackster.
—No te entiendo.
—Me gustan los dos. Catalina y vos.
—Abrime la puerta.
***
No sé hace cuánto observo el mar, sin poder pensar en nada. Es de noche y la playa se encuentra vacía. Estoy sentado sobre la arena fría. Lo único que impide que me congele es mi traje de dios de Agha.
Las escenas brotan en mi mente, a veces acompañadas de sonidos, otras mudas.
En una de ellas, mamá y Jacobo gritan desde detrás de la puerta de mi cuarto, que se sacude por sus golpes. Yo arranco un póster de los Globetrotters de la pared y lo rompo en pedazos. Después busco entre los libros de mis estantes y arrojo algunos por el aire. Voy hasta la vitrina y tiro al piso varias estatuillas de dioses antiguos. Abro el cajón del placard y revuelvo la ropa hasta sacar dos remeras, una roja y otra azul. Me transformo y hago aparecer mi hacha para destruirlas.
¡Auch! ¡Siento como si me clavaran una aguja inmensa en mi cabeza! Tengo náuseas. Mis piernas ya no pueden sostenerme y me arrodillo, lloro. No sé en qué momento mi vieja y Jacobo logran abrir la puerta. No entiendo por qué no me encuentran con mi traje de dios... Debo haber cambiado sin darme cuenta. Mamá me abraza, huelo su perfume. Jacobo pierde toda formalidad y nos abraza a los dos.
No escucho lo que me preguntan. Me siento un poco mejor, aunque las puntadas continúan y un zumbido ataca mis oídos.
Levanto la mirada hacia el cuadro, desde el que mi doble pintado en acuarela me mira y sonríe.
Vuelvo al presente, a la playa bajo el cielo estrellado. ¿Por qué me quedé en shock cuando Tomás me confesó que también le gusta Catalina?
Hubiera querido insultarlo, gritarle... decirle que me lastimó. Pero no hice nada.
Aprieto con tanta fuerza el hacha en mis manos que comienzo a temblar.
Mackster y Tomás se sinceraron bastante en este capítulo, no? :O
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