CAPÍTULO 7

—¡Otra ronda!

—No, por favor...

Robert Ludwig se sentía tan mareado en ese momento de la noche que, antes de llegar al momento de euforia que le proporcionaba llegar a las seis jarras de cerveza, miraba su quinto trago a punto de terminarse con cansancio y remordimiento. Tenía muy claro que al día siguiente iba a tener una resaca importante y esto le impediría poder ir a sus clases, lo que conllevaría a perder más temario que entraba en los exámenes y sus notas continuarían bajando, haciendo que su ansiedad fuese en aumento hasta llegar a su punto álgido a las ocho de la tarde, donde decidiría que para calmar los nervios debería ir al bar con los compañeros a tomar unas cervezas para poder centrarse.

Y eso es lo que se conoce cómo estar en un bucle.

Continuó mirando el fondo del vaso, ya vacío, esperando que allí estuviesen las respuestas a todos sus problemas; pero, cómo tantas veces antes comprendió, no las encontraría allí. Le colocaron otra cerveza al lado, tan fresquita y espumosa que era imposible resistirse y mientras la cogía pasaba con cansancio sus dedos por los rizos enmarañados que hacía un par de días que no peinaba.

—Gran Rob, ¿estás bien?

No lo estaba, pero en ese momento no le apetecía hablar con Rick sobre todas las preocupaciones que rondaban su mente, así que recompuso una sonrisa y sujetando la jarra de cerveza brindó con su amigo por las futuras victorias de su equipo.

Desde que terminó la temporada disponían de unos días de descanso en los que ni el entrenador ni nadie vigilaría ninguno de sus malos hábitos y hasta dentro de dos semanas no tendrían que volver a los entrenamientos para prepararse para las finales a las que se habían clasificado en la noche tan desastrosa donde el campo se vino abajo. Además todavía seguían las labores de reconstrucción de las instalaciones y ni si quiera podía despejarse yendo a entrenar en solitario.

En este tiempo se había dado cuenta del error que había cometido. Al contrario que su hermana Anna, que sufría constantemente por sacar las mejores notas para conservar la beca que le permitía entrenar en la Universidad Lawliet, él consiguió una beca deportiva por lo que solo con aprobar las asignaturas y jugar en el equipo de fútbol podría continuar en la carrera. El problema era que este año, siendo el último, ya que no estudiaría un master, se había relajado demasiado y estaba a punto de suspender tres asignaturas.

Tenía otras opciones, como esperar que algún ojeador lo viese en sus primeras finales y decidiesen ficharlo para la liga nacional. El entrenador le contó que algunos estaban interesados en él, pero no podía arriesgarse tanto. Si no salía todo bien podría quedarse fuera de la universidad, sin carrera y sin trabajo. Su plan siempre fue sacarse la titulación por si lo del fútbol no encajaba, era un chico pragmático y tenía bastante claro que no mucha gente podía ganarse la vida con el deporte, mucho menos para siempre.

También podía presentarse a las recuperaciones, cómo última opción, pero el verano iba a ser muy agitado si conseguían pasar las distintas fases de las finales del campeonato y no dispondría de tiempo para estudiar. O podría estudiar para los exámenes que le quedaban, dejar de salir de fiesta y ponerse en serio con el último empujón del curso, pero cómo todo el mundo sabe, es muy complicado salir de un bucle cuando estás metido hasta el cuello.

—Rob, ¿podemos hablar?

Se sobresaltó al darse cuenta que Stuart Rogers se había acercado a su lado mientras estaba sumido en sus cavilaciones. Era la última persona en el mundo con la que le apetecía hablar en ese momento, pero no por lo que la gente pudiese creer. Cosa que se confirmó al ver que todos sus compañeros se alejaban de ellos con sigilo y disimulo, creando una zona de seguridad alrededor para evitar que cualquiera interfiriese en una posible pelea.

Todos pensaban que Rob estaba enfadado con Stu por haber salido con su hermana, más aún después de terminar la relación con ella, pues como buen hermano mayor tendría que protegerla; pero no era así. Lo que de verdad le molestó es que ninguno de los dos le contase lo que estaba pasando.

Siempre había sido un chico bastante despistado, no se fijaba mucho en lo que pasaba a su alrededor con profundidad, prefería disfrutar de cada momento sin darle demasiadas vueltas. Sus problemas académicos hicieron que esto se acentuase durante los últimos meses y no vio que su mejor amigo y su hermana pequeña habían comenzado una breve historia de amor. Se culpaba a si mismo por no verlo y a Stu y Anna por no contárselo.

Sobre todo a su amigo, pues era normal que Anna tuviese vergüenza o fuese reticente a contarle a su hermano mayor sobre su vida amorosa, pero Stuart podía haber confiado en él. Lo conocía de verdad, sabía que a pesar de sus bromas protectoras confiaba plenamente en la capacidad de su hermana para tomar decisiones y nunca se inmiscuiría en sus relaciones a no ser que fuese algo grave. Es más, no le parecía mala idea que estuviesen juntos: eran dos de las personas más importantes de su vida.

—Stu, si te digo la verdad, preferiría clavarme alfileres debajo de las uñas.

El chico ignoró el comentario y, con una sonrisa triste, se sentó a su lado. Permanecieron unos minutos en silencio, ambos con los codos apoyados en la barra y la cerveza entre las manos, mirando a un punto indistinto en el fondo de la barra donde el cristal de las botellas de alcohol resplandecía tocado por los focos tenues del local.

—Lo siento mucho, de verdad. Quería contártelo, pero Anna no estaba segura y no quise fallarle. Estuvimos poco tiempo juntos y como no funcionó pensé que...

—¿Qué pensaste? ¿Qué me enfadaría? —dijo Rob mientras apretaba sus ojos con la yema de los dedos.

—Algo así —contestó Stu con un timbre de duda en su voz.

—No sé cómo no te has dado cuenta —empezó a decir con voz tensa— de qué no estoy enfadado porque lo dejaseis, ni porque estés con mi hermana... Dios, Stuart, estamos en el siglo veintiuno. No voy a enfadarme porque salgas con mi pequeña hermanita, ni porque la desflores ni...

—Alto, alto —cortó Stu levantando las manos—. No hemos llegado tan lejos.

Rob sonrió, pensando que si era verdad lo que su amigo le contaba sería la primera vez que estaba con una chica durante tanto tiempo y no tenía relaciones con ella. Aun así, no era algo que le molestase. Los dos eran adultos y podían hacer lo que les apeteciese con sus cuerpos.

—No quiero detalles, tío —dijo con una leve sonrisa—. Me hubiese gustado que confiaseis en mi. Sobre todo tú, eres mi mejor amigo. Nunca me habías ocultado nada y me ha dolido.

Stu sintió un ligero pinchazo de culpa mientras mantenía la compostura. Le había ocultado muchas cosas, algunas que puede que nunca llegase a averiguar, pero esa conversación no era necesaria ya que parecía que ni Anna ni ninguno de los del club de magia habían contado lo que pasó la noche del partido.

De todas maneras, nadie les hubiese creído.

—Tienes toda la razón, lo siento.

—Gracias —contestó Rob mientras le daba unas suaves palmadas a su amigo en la espalda.

Sus ganas de discutir se habían evaporado. El problema con Stu y Anna se había ido desinflando poco a poco, pues en ese momento no quería perder a sus dos grandes apoyos. Aunque seguía enfadado y no creía que olvidase todo esto tan fácilmente sabía que los iba a necesitar, no quería enfrentarse solo a lo que estaba por llegar.

—¿Te gusta? —preguntó mientras daba un trago a la cerveza.

—Mucho —contestó Stu mirando el fondo de su vaso.

—Anna me ha confirmado que no le has hecho daño, qué simplemente se ha acabado. ¿Por qué no intentas arreglarlo?

Una pequeña lágrima comenzó a recorrer su mejilla y la limpió rápidamente antes de que su amigo se diese cuenta. Intentó poner su mejor sonrisa mientras levantaba la mano en dirección al camarero, indicándole que sirviese un par de cervezas para ellos.

—Estoy en ello.

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