CAPÍTULO 25
—Peter, ¡tienes que contarme lo que está pasando!
La voz de Lily se perdía entre el gentío que asolaba el campus. Era la hora punta y todo el mundo estaba o bien cambiando de clase o tomándose un descanso. Su amigo avanzaba deprisa, esquivando a todo el que se ponía por su camino, cosa bastante complicada teniendo en cuenta su estatura. Esto también dificultaba que la rubia pudiese alcanzarlo, pues ella no tenía esa ventaja genética que le hacía dar esas zancadas.
Peter no la escuchaba. Su mente estaba funcionando con rapidez e intentando ver cuales eran sus opciones en ese momento. Tenía claro que su padre había estado en esa casa dónde, seguramente, se habría encontrado con Anna. Además, había utilizado su magia y estaba seguro de que su finalidad no era, para nada, buena. Sin darse cuenta, acabaron en la puerta de la facultad dónde habían estado momentos antes, hablando con el profesor. Comenzó a subir hacia el despacho, con decisión, mientras Lily, sabiendo ya hacia dónde se dirigía su amigo, se quedaba rezagada intentando recuperar el aliento.
La puerta se encontraba cerrada, por más que Peter intentaba forzarla. Como Albus Sanderson había cambiado el hechizo, semanas atrás para que solo él pudiese abrirla, por mucho que este empujase no conseguiría nada. Sus nervios le impedían comprender esta lógica y empezó a golpear con fuerza hasta que, desde dentro, el profesor abrió, sorprendido.
—Pero qué... —comenzó a decir, pero se interrumpió cuando vio que Peter entraba como una exhalación.
—¡Tienen a Anna! ¡Tenemos que hacer algo!
La angustia que imprimió en su voz provocó un pequeño pinchazo en el pecho de Albus. Hacía mucho tiempo que no escuchaba a Peter Shein hablar así, como un niño asustado. Desde que consiguió alejarse de su padre, años atrás. Debido a esto, sabía más o menos como actuar y le señaló a Peter uno de los asientos del despacho. Este, al principio, pareció descolocado, pero tras unos segundos cayó derrotado en el sillón con las manos en la cabeza.
—Empecemos por el principio. ¿Qué ha pasado? Hace solo unos minutos que habéis salido de mi despacho. —preguntó el profesor mientras se apoyaba en su escritorio.
—He discutido con Anna y ella, a pesar de mis advertencias, ha decidido ir a intentar hablar con Stuart para convencerle de que nos ayude a traer a Sonia a nuestro lado.
—Entiendo.
Tenía que haberlo imaginado. Durante el poco tiempo que conocía a Anna se dio cuenta de que era una chica que estaba harta de que todo el mundo le dijese lo que tenía que hacer. Se imaginaba a unos padres estrictos metiéndose todo el rato en su vida, unas amigas manipuladoras que siempre la utilizaban y, además de eso, su última pareja le había engañado con tretas para intentar volverla loca y utilizarla en su beneficio. Albus se maldijo a si mismo por haber sido tan tajante con el tema o, al menos, no haber hablado con los chicos para ver como se sentían.
En su defensa, las cosas estaban avanzando demasiado deprisa y era complicado lidiar con tantos jóvenes cuyos sentimientos estaban a flor de piel. Pensó que intentar alejarlos de todas las cuestiones políticas relacionadas con los hechiceros sería bueno para ellos y podrían continuar con su vida normal. Pero, como tantas otras veces, se equivocó. Y no disponía de suficiente tiempo de maniobra como para subsanarlo.
—He ido a la casa de la hermandad, para intentar hablar con ella y estar a su lado, junto a Lily y cuando hemos llegado...
—Espera, espera, —cortó el profesor, nervioso— ¿dónde está Lily?
Cómo si el mero hecho de mentarla hubiese sido suficiente, la aludida atravesó el umbral de la puerta, que había quedado entreabierta debido a que Peter estaba pensando en otras cosas cuando llegó. La cara de Lily estaba un poco sonrojada, por el esfuerzo, y pequeñas gotas de sudor surcaban su frente. En su expresión se podía adivinar el enojo que le había causado esa pequeña carrera de la que no entendía muy bien la razón, pero, tras lanzar una de sus miradas a Peter, consiguió serenarse y se acercó a su padre. Colocándose a su lado se cruzó de brazos, esperando una explicación mientras miraba a su amigo.
—Como decía —prosiguió Peter con nerviosismo mientras miraba a Lily—, cuando hemos llegado he notado que algo no iba bien. Profesor, he podido notar el Don de mi padre. Ha estado allí.
Albus Sanderson asintió, comprensivo. Era el único que conocía esta habilidad de Peter y confiaba en ella, pues ya la había demostrado en otras ocasiones. Es cierto que no siempre conseguía utilizarla, pero cuando lo hacía era totalmente fiable.
—De acuerdo. Entonces, ¿crees que Anna está con él?
—Sí, me lo dice algo dentro de mí. Sé que no está a salvo.
—Entonces tendremos que hacer algo. —Se levantó, cogió su chaqueta y, con rapidez, se dirigió a la puerta—. Sé qué no va a servir de nada impedir que me acompañéis. Solo os pido que os mantengáis en un segundo plano. Por favor.
Lily asintió, decidida. Siempre confiaba en su padre y le comprendía. Peter no contestó, pero Albus decidió que lidiaría con ello en su momento. Sabía que el chico no podría evitar enfurecerse, sobre todo si sentía que Anna estaba en peligro, pero confiaba en que encontrarse cara a cara con su progenitor haría que se contuviese, apelando a los sentimientos tan confusos que provocaba en él.
Cogieron el coche y, en silencio, Albus condujo hacia las oficinas de Patrick, sabiendo que era muy probable que se encontrase allí. Esto era debido a que creía firmemente que su antiguo compañero esperaba este encuentro tras, si era cierto, haberse llevado a la chica. Tenía que prepararse mentalmente para la sorpresa que este le tuviese preparada.
Aparcaron lo más cerca que pudieron y, intentando aparentar normalidad, subieron los tres al despacho. Pudieron conseguirlo gracias a que todos en el lugar conocían a Peter y tenían orden expresa de dejarlo pasar en cualquier momento. Esta era una muestra más de la arrogancia de Patrick Shein, pues su hijo no suponía ninguna amenaza para él.
—Adelante. —La puerta se abrió, despacio, dejando ver la imponente sala.
—Buenos días, Patrick. ¿Qué tal todo? —preguntó con tranquilidad Albus.
El despacho, para cualquier humano, parecía el típico sitio aséptico con muebles caros y estilosos, pero los hechiceros se deslumbraban ante todas las luces rojas que adornaban la estancia. Patrick Shein se encontraba sentado en su escritorio, con las manos juntas en una postura relajada. Detrás de él estaba el ventanal por el que se podía ver toda la ciudad, agregando un toque a la estancia. Todo en esa escena estaba preparado para causar un efecto a los visitantes.
Albus se sentó en una de las sillas que enfrentaban el escritorio, mientras Lily y Peter se quedaban detrás de él en una postura tensa, esperando cualquier movimiento extraño.
—Bueno, ¿a qué debo esta agradable visita? —preguntó Patrick con una sonrisa—. Mi viejo amigo, su preciosa hija y mi hijo predilecto.
—Sabes perfectamente por qué estamos aquí —respondió Peter con dureza antes de que el profesor pudiese impedírselo.
—Patrick, estamos buscando a Anna. Creemos que tú puedes darnos alguna pista sobre su paradero.
—Anna, Anna... No me suena de nada —respondió con una expresión pensativa en el rostro.
—¡No mientras!
Peter gritó mientras se acercaba peligrosamente a su padre. Decenas de luces fucsias comenzaron a revolotear a su alrededor y tuvo que apretar los puños para controlarlas. Patrick solo amplió su sonrisa y pulsó un botón del teléfono de su escritorio sin dejar de mirar a su hijo.
—Thomas, puedes pasar.
La puerta del despacho se abrió y entró en él un hombre bajito y bronceado. Su tripa parecía querer escapar de la camisa tan cara que llevaba y se notaba a leguas que el pelo que adornaba su cabellera era artificial. Unos rodales de sudor adornaban sus axilas, pero su pose esa segura y decidida. La desagradable sonrisa que esgrimía su rostro provocó un escalofrío en Lily, que no podía apartar la vista de él.
—Buenos días, mi nombre es Thomas Crane.
—Deja el teatro, Crane —dijo Peter sin dejar de mirar a su padre, estando atento a cualquier movimiento que pudiese hacer—. Sabemos quién eres.
—Bien, eso nos ahorrará explicaciones. —Sacó unos papeles del maletín que, al principio, parecía escondido tras su cuerpo—. Aquí les entrego unos documentos, por lo que queda constancia de que están avisados de la orden de alejamiento que ha sido interpuesta ante ustedes por Patrick Shein.
—¿Qué?
Se quedaron paralizados, aunque Albus salió de su estupor y, colocándose las gafas, comenzó a leer los papeles que Thomas Crane le tendía. Lily no entendía que estaba pasando y seguía mirando con desagrado al hombre. Mientras tanto, Peter mantenía sus ojos puestos en su padre, que parecía divertido con la situación.
—Así es —comenzó a decir Patrick levantándose del asiento— estos últimos meses he notado que me encuentro en peligro cuando alguno de tus alumnos anda cerca. Soy un hombre de negocios y la policía ha entendido perfectamente mi petición.
—¡Qué estás diciendo! Si eres tú el que se ha inmiscuido en nuestras vidas. ¡Tú pusiste la vida de Anna en peligro!
Albus tomó del brazo a Peter, que parecía decidido a saltar al cuello de su padre. Continuó leyendo en silencio durante unos segundos, hasta que levantó la vista para enfrentar a Patrick, ignorando todo lo que había a su alrededor.
—Veo que me has incluido en la orden.
—Exacto, viejo amigo. Tengo la sensación de que eres el que dirige toda esta campaña contra mí y me parece prudente. Siento que las cosas hayan acabado así.
—Pero, ¿de verdad crees que alguien te va a creer? ¿dónde está Anna? —gritó Peter.
—Será mejor que os vayáis antes de que llame a seguridad. Espero no volver a veros cerca, si no me veré obligado a llamar a la policía o resolver la situación de la manera que crea conveniente. La autodefensa sigue siendo un motivo atenuante, ¿verdad, Thomas?
Este asintió sonriendo mientras Albus se levantaba de su asiento e impedía, de nuevo, que Peter atacase a su padre. Su Don fucsia estaba en tensión, lo notaba con el contacto, pero algo en su mirada hizo que el chico se calmase y retrocediese hacia la puerta, seguido de Lily que tenía cara de no comprender nada de lo que estaba pasando.
Cuando salieron del edificio y llegaron al coche continuaban en silencio, cada uno por un motivo. Se quedaron durante unos segundos sumidos en sus pensamientos mientras Lily estaba deseando preguntar que narices había pasado, pero fue Peter el que tomó la iniciativa.
—Profesor, ¿cómo puede dejar que se salga con la suya? ¿No ha visto su cara? ¡Estaba regodeándose!
—Peter, escúchame —comenzó a decir con una seriedad que pocas veces se veía en su rostro— ¿Hace cuánto que no utilizáis la casa de Hastings?
—Creo que bastantes años —respondió un poco descolocado por esa pregunta tan repentina—. A mi padre no le gustaba ir allí y yo tengo demasiados recuerdos de mi madre en ella. Si no está en ruinas, poco le falta. El bosque es muy frondoso y, si no se cuidaba, la naturaleza seguía su camino.
—Lo que imaginaba. Siempre se quejaba de que era un sitio horrible que solo mantenían por insistencia de tu madre.
—Pero, ¿qué tiene que ver esto con Anna? —preguntó Peter que se había quedado un poco descolocado.
—No lo sé, pero me parece muy sospechoso que un lugar que tu padre odia haya sido nombrado, entre otras propiedades, en la orden de alejamiento.
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