CAPÍTULO 19

—¿Qué narices está pasando aquí? —Fueron las palabras que salieron irremediablemente de mi boca.

Estaban cada uno a un lado del amplio salón, por el que parecía que había pasado un huracán. Stu se encontraba en el lado contrario a la puerta, con el pelo alborotado y gotas de sudor perlándole la frente. Peter estaba de espaldas a mí, pero podía ver como tenía unas rojeces en el brazo y su cuerpo estaba tensado. Los dos tenían bolas de luz en sus manos, fucsia y granate, que parecían a punto de ser lanzadas a su contrincante. Mi repentina presencia parecía haberlos disuadido de continuar con los ataques, aun así, permanecí en el umbral de la puerta. Se podía oler la testosterona en esa habitación.

—No me lo puedo creer. —Noté un movimiento a mi izquierda y vi un destello rubio intentar esconderse tras las escaleras—. ¡Kevin! ¿Qué estás haciendo?

El aludido abandonó su posición con una mano en la cabeza y la vergüenza reflejada en el rostro. Llegó a mi lado y se encogió de hombros mientras miraba hacia la habitación, donde mis dos caballeros andantes seguían si mover un pelo, temiendo la reacción del contrario.

—Estaba vigilando que no apareciese nadie, aunque parece que la casa está vacía. Todo el mundo estará en clase.

—¿Y si aparece alguien de repente? —respondí levantando la voz—. ¿No lo habéis pensado? Muebles volando por los aires sin explicación alguna mientras dos tíos mueven los brazos.

—Anna, yo... —comenzó a decir Stu, pero le interrumpí.

—No quiero escucharte, Stuart. Estamos en esta situación, principalmente, por tu culpa. —Miré a Peter, que seguía dándome la espalda—. ¿Y tú? ¿Es qué, de repente, quieres que todo el mundo se entere de nuestra existencia?

Me acerqué para ponerme entre ellos, quedando cara a cara con él. Su mirada estaba fija en Stu, ignorándome completamente. La altura que nos separaba no ayudaba a mis intentos para llamar su atención, por lo que tomé su mano. De repente, pareció ser consciente de que me encontraba en la habitación. Me miró mientras su rostro se suavizaba y noté como la tensión desaparecía de su cuerpo a través de las pequeñas descargas que producían nuestros dedos al tocarse. La luz fucsia que, hasta ese momento, pendía de su otra mano desapareció.

—Peter, por favor. Tenemos que buscar a Sonia —supliqué, esperando que esta discusión terminase.

—Él sabe dónde está —contestó señalando a Stu—, por mucho que lo niegue. Nos será más fácil encontrarla si le obligamos a decirlo.

—Nadie va a obligar a nadie a hacer nada. —Me giré hacia Stu, cortando mi contacto con Peter y cruzando mis brazos—. Stu, ¿dónde está Sonia?

—¡No lo sé! —gritó mientras levantaba las manos y su luz granate desaparecía—. Ya se lo he repetido a estos dos idiotas varias veces.

Noté como Peter se tensaba de nuevo ante la provocación de su hermano, pero volví a tomar su mano haciendo que se tranquilizase. Kevin seguía parado en la entrada del salón, con cara de preocupación y mirando hacia la puerta de la casa y las escaleras de vez en cuando. No parecía la misma persona de siempre: su nerviosismo habitual se había transformado en seguridad y esperaba pacientemente a que terminásemos la conversación. Fruncí el ceño, sorprendida, al ver esta nueva faceta suya. Aunque duró en mis pensamientos un segundo, pues tuve que volver a poner toda mi atención para que ninguno de los otros dos saltase al cuello del que tenía en frente.

—Stu —dije con el tono más calmado que pude mientras me acercaba hacia él—, tú eres la única persona, además de nosotros, que sabía lo de Sonia. ¿Quién, si no, ha podido contárselo a Lupin?

Mi pregunta pretendía no ser una acusación, pero por mucho que lo intentase es lo que pareció. El semblante de Stuart se volvió más serio, cosa que me enfadó, pues era el menos indicado para indignarse por ello. Después de todo lo que me había hecho...

—Anna, no voy a repetirlo más —comenzó a responder—: no sé dónde esta Sonia. Ni tampoco cómo ha podido saber Lupin que veía las luces, aunque sabéis tan bien cómo yo que seguramente se habrá enterado por ella o algún amigo, pues Sonia no es muy dada a mantenerse callada. Ni sé por qué se la ha llevado ni qué quiere hacer con ella.

—¡Mientes! —contestó Peter entre dientes.

—¡Podéis pensar lo qué queráis! No voy a seguir formando parte de esta guerra absurda. —Stu se dirigió hacia mí, haciendo que me pusiese nerviosa—. Te lo dije, he dejado de lado todo esto. Sé que lo que os hice estuvo mal e intentaré descubrir lo que está pasando. No os pido que me ayudéis, pero sí que no os interpongáis en mi camino. —Continuó hacia la puerta y se paró antes de llegar al umbral—. Ya no soy el enemigo, Anna.

Pasó al lado de Kevin, dándole un ligero empujón que hizo que el rubio se trastabillase, aunque intentó mantener la compostura. A los pocos segundos escuchamos un fuerte portazo que hizo que me sobresaltase. Nos quedamos los tres en silencio, Peter y yo mirándonos fijamente librando una tensa batalla que me estaba agotando. Al final consiguió vencerme, pues sabía que yo tenía algo de culpa en todo esto, por haber confiado en Stu y decidí ser la parte mediadora en esta discusión.

—Peter...

—Voy a ver a Oscar. Vosotros deberíais empezar a buscar a tu amiga. —dijo mientras se marchaba.

Odiaba que me dejase con la palabra en la boca, pero también agradecía no tener que afrontar este tipo de conversaciones personales a las que no estaba acostumbrada. Huir de los conflictos era mi especialidad y sabía que debía aprender a no hacerlo, pero no sería hoy. Kevin estaba mirando hacia el techo, siendo patente su incomodidad.

—¿Kevin?

—¿Sí? —respondió, haciendo cómo que se daba cuenta en ese momento de que estaba en la habitación.

—¿Alguna idea de por dónde podemos empezar a buscar?

Se encogió de hombros y salimos dos dos en silencio de la casa. La mañana continuaba fría, a pesar de estar acercándose el verano, aunque parecía que los rayos de sol daban un respiro. Me encontraba bastante perdida, no tenía ni idea de que hacer a continuación. Había aceptado que cualquier intento de acercamiento, en ese momento, a Peter sería una idea pésima y, aunque me fastidiase decirlo, teníamos que ponernos a buscar a Sonia.

Un ligero sentimiento de inquietud recorrió mi cuerpo mientras avanzábamos por la calle a paso lento. Solo imaginar en lo que podrían estar haciéndole a la rubia me ponía los pelos de punta, pues a pesar de no ser ya amigas, no quería que nadie pasase por lo mismo que yo. O incluso peor, pues yo tenía mis poderes para defenderme. Y aún no sabíamos por qué ella podía ver las luces.

—¿Vamos a su habitación? —preguntó Kevin, haciendo que saliese de mi ensimismamiento—. Puede que haya conseguido zafarse de Lupin y haya ido a esconderse o pedir ayuda.

—No creo que esté allí, pero me parece un lugar tan bueno para empezar como otro cualquiera.

Seguimos caminando, sabiendo que era una estupidez. Era imposible que Sonia hubiese podido escapar de un tío como Kenneth Lupin que, además, era un hechicero, pero no sabíamos por donde empezar y como dijo Sherlock Holmes: "cuando has descartado lo imposible, lo que queda, aunque improbable, tiene que ser la verdad".

—Anna, creo que tenemos una conversación pendiente —dijo rompiendo el silencio.

Asentí, sabiendo que era algo que debíamos solucionar. Nuestros sueños estaban jugando un papel importante en este momento de nuestras vidas y que los dos hubiésemos vuelto a tenerlos en ese mismo momento tenía que significar algo. Quizás, si lo hablábamos, podríamos comprenderlo mejor y anticiparnos a lo que, teniendo en cuenta las situaciones anteriores, podía significar un peligro inminente para nosotros dos.

Y puede que, esa vez, ninguno de nuestros amigos pudiese salvarnos.

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