CAPÍTULO 15

Vamos, no me hagas esto...

Por favor, no me dejes.

¡Despierta!

La luz entraba por la ventana, siendo molesta y confortable a la vez. La noche anterior había sido bastante movida porque, a pesar de prometer que haría lo posible para encontrar a la chica rubia que estaba haciendo que todo se pusiese patas arriba, otra vez, se había perdido entre vasos de cerveza y música estridente que le llamaban como los cantos de sirena. Intentó resistirse, pero su atuendo le hizo recolectar demasiada atención y, puede que movidos por la curiosidad, acabase hablando con todos los grupos con los que se fue cruzando.

Y Kevin nunca decía que no a una oportunidad para ser escuchado.

Se levantó tambaleante y fue directo al baño. Sentía que la cabeza le daba vueltas mientras intentaba no caerse de la taza donde estaba sentado. En esos minutos en los que la mañana comienza y no sabemos muy bien dónde estamos ni que tenemos que hacer con nuestra vida, los pensamientos del rubio se centraron en la voz que había escuchado justo antes de despertar.

Hacía mucho tiempo que no se levantaba con la voz angustiada de Lily. La primera vez se asustó muchísimo, pensando que había entrado en su habitación y algo malo estaba pasando. Cuando se dio cuenta de que estaba solo en su cuarto pensó que había sido nada más que sus sueños fundidos con el dolor de cabeza que, a veces, le causaban las regañinas de su mejor amiga.

En esa ocasión las palabras que le dirigió parecían más una reprimenda que un lamento, pero las que le habían hecho despertar ese día estaban cargadas de miedo. Eso hizo que se pusiese más nervioso de lo que era, pero consiguió acabar su rutina matinal sin desmayarse.

—¡Kevin! Espero que estés despierto, tenemos cosas que hacer.

—Ya voy —pronunció el rubio con voz ronca, seguramente debido a la poca agua que había bebido la noche anterior.

Peter parecía más huraño de lo normal, pues sus palabras pronunciadas desde fuera de la habitación habían resonado con fuerza en donde nuestro amigo se encontraba y le habían taladrado el cerebro como si de un grito en el oído se tratase. Pensó en que debería dejar de beber alcohol. O comenzar a beber más, pues el tomarlo tan espaciado en el tiempo hacía que cada vez que se emborrachaba su cuerpo se resentía al día siguiente.

Salió a la habitación sin ducharse y no hizo ni un intento en recoger el traje de la fiesta que, junto a la pajarita fucsia, adornaba el suelo de la habitación. Cogió del escritorio unos calzoncillos que parecían limpios, se puso encima los vaqueros y después cogió una camiseta verde que no estaba demasiado arrugada. Con los ojos aún entrecerrados entró en la sala común, donde su amigo Peter estaba esperándole apoyado en la puerta de salida con cara de no haber dormido en toda la noche.

—Vaya, si no fuese por el aura de mal humor que desprendes pensaría que has pasado la noche en vela con cierta hechicera torpe. —Pasó al lado de Peter que le respondió con una colleja—. ¡Oye! Tenéis una manía con pegarme cuando digo la verdad...

—Vamos, tenemos algo que hacer antes de ir a la habitación de Oscar —respondió Peter, ignorando las últimas palabras de Kevin.

—¿Conseguisteis secuestrarla?

—No digas eso, Kevin. Nadie a secuestrado a nadie —contestó Peter mientras salían al exterior—. Carol la encontró demasiado borracha y, cuando le propuso ir a ver a Silvio, aceptó sin dudarlo. Parece que la suerte está de nuestra parte, porque cuando llegaron a la habitación se quedó dormida en la cama de Oscar. Aún no se ha levantado y Lily ha ido a avisar al profesor para que vaya.

Kevin asintió y continuaron caminando en silencio. Todos los sonidos de la mañana le molestaban: los coches dirigiéndose al trabajo, los pájaros saludando al día, las voces de los pocos estudiantes con los que se iban cruzando... Además, mientras cruzaba sus brazos, se dio cuenta de que tendría que haber cogido algo más de abrigo.

El dormitorio de Oscar no estaba muy lejos del suyo. Sin embargo, Kevin se dio cuenta de que no se dirigían hacia ese lugar. Siguiendo a Peter se dio cuenta de que iban en dirección contraria, lo que le hizo sospechar. Su amigo no tenía una expresión muy serena y temió lo que pudiese estar pensando.

—Peter, ¿dónde vamos? —dijo mientras se detenía sintiendo como el frío se calaba más en sus huesos.

—Ya te lo he dicho —respondió mientras continuaba caminando—. Tenemos que hacer una parada antes y te necesito.

—¿Por qué?

—Porque puede que hagan falta refuerzos y, ahora mismo, eres la persona en la que más confío.

Encogiéndose de hombros Kevin continuó su camino. Odiaba meterse en peleas y discusiones, sobre todo con humanos. Su complexión pequeña y sus nulas artes para la lucha le habían hecho blanco de muchos de los matones con los que se había ido encontrando a lo largo de su vida. Había utilizado muchas veces la magia para defenderse, pero esto terminó el día en el que conoció al profesor, pues entendió que valerse de sus habilidades podría poner en peligro a todos sus compañeros.

Al final, tenía toda la razón. Haberse defendido de los deportistas ese día en la cafetería había contribuido a que los acontecimientos posteriores se hubiesen precipitado. O puede que no hubiese influido en nada, pero eso ya nunca lo sabría.

En ese momento estaba decidido a ayudar a Peter sin hacer preguntas, pues podía aguantar todo lo que le hiciesen a él sin pestañear, pues estaba acostumbrado; pero si un amigo suyo le pedía ayuda nunca se negaría.

Llegaron a la puerta de la casa de la hermandad, donde Stu y Lupin vivían, así que Kevin empezó a sospechar el tipo de problemas a los que se iban a enfrentar. Su amigo se quedó quieto, mirando la imponente casa desde la distancia, y el rubio permaneció a su lado. Se empezó a poner nervioso, pues no esperaba menos que una gran pelea con luces azules, rojas y fucsias en la que su amarillo quedaría eclipsado.

—¿Estás seguro de que quieres entrar? —preguntó Kevin.

Peter permaneció en silencio con el semblante serio. Parecía esperar alguna señal que le dijese como actuar. Kevin pensó que la personalidad tan apacible de su amigo le estaba haciendo sopesar si lo que estaba a punto de hacer era lo correcto y, en el silencio de la mañana, le parecía escuchar como su cerebro murmuraba todas las posibilidades a las que se podía enfrentar según la actitud con la que entrase en esa casa.

Sin pensarlo demasiado, Kevin decidió inclinar la balanza, a pesar de que su confesión podría traducirse en un incansable interrogatorio porque, la última vez que ocurrió y contó que la voz que había escuchado en sus sueños parecía haber sido una especie de premonición, su amigo fue el único que pareció tomárselo en serio. Incluso más que él mismo.

Justo cuando vio que Peter parecía decidido a acercarse a la casa y comenzar una pelea, pues sus luces fucsias comenzaban a brillar a través de sus puños apretados, lo tomó del brazo y, cuando este se giró, le dijo en voz demasiado alta.

—Está sucediendo. Otra vez.

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