CAPÍTULO 14

Anna... por favor...

Anna... despierta...

Por favor, no me hagas esto otra vez...

Me desperté, sobresaltada, con un sudor frío recorriendo mi columna. Estaba ocurriendo de nuevo y, viendo lo que pasó la última vez, no pronosticaba nada bueno.

No escuchaba la voz de Peter en mis sueños desde antes de la noche del enfrentamiento con Lupin y Stu. Seguía sin contarle nada a nadie sobre ello, porque al darme cuenta de que había estado soñando con el momento en el que conseguía mis poderes no sabía cómo explicarlo. Además, esas semanas habían sido un cúmulo de problemas y no quería añadir uno más a la lista.

O puede que fuese una tontería, que todos los hechiceros tengan ese tipo de poderes y nadie me lo había contado porque se les olvidó o no lo vieron importante. Era poco probable, pero mientras me metía en la ducha para intentar despejarme todos estos pensamientos rondaban mi mente.

La noche anterior seguía retumbando en mis oídos. La discusión con Peter, su cara de decepción, el haberles mentido a todos por Stu... Sabía que era difícil de comprender, que debería haber sido menos inocente, pero algo dentro de mí me decía que podía confiar en el que había sido mi amigo durante tantos años.

Me vestí con rapidez, cogiendo unas mallas negras y mi camiseta amarilla preferida, sin preocuparme por desenredarme el pelo, algo de lo que estaba segura que me arrepentiría al llegar la noche, pero quería intentar no encontrarme con nadie hasta el despacho del profesor. Estaba decidida a contarle sobre mis sueños, ahora que habían vuelto.

Llego a la puerta del despacho en poco tiempo y, para no variar, me falta la respiración debido a mi pequeña carrera. Pensé en que, cuando pasase todo eso, me pondría en serio con el deporte. Al menos lo intentaría, siempre se me había dado bien el tenis y no me sería difícil encontrar una pareja. Pareja... pensar en ello me llevó de nuevo a Peter y no quería que estuviese esa sensación de que le he fallado en mi pensamiento mientras hablaba con el profesor.

Intenté entrar, pero la puerta estaba cerrada. Me pareció extraño, aunque pensándolo bien el profesor Sanderson también tenía una vida y no iba a estar siempre metido en el despacho esperando a hechiceros adolescentes que están a punto de crear una brecha en la realidad de todos los humanos.

Estaba siendo dramática, lo que me pasa siempre que me pongo nerviosa. Cuando estoy a punto de irme escucho unos pasos que se acercan y el pomo de la puerta comienza a girar. Albus Sanderson apareció con su pelo entrecano en las sienes, su barba arreglada y unas arrugas que cada vez se marcan más en su rostro.

—Pasa, Anna —dijo mientras se hacía a un lado—. Habrás notado que no puedes abrir la puerta. Lo siento, pero he decidido que a partir de ahora todos tengáis que llamar o avisarme. Después de lo de Lupin...

—No puedes fiarte de nadie.

Me miró, asintiendo. Había dado en el clavo, aunque me parecía un poco sospechoso que fuese justo de mi confesión del trato con Stu. Seguramente Peter ya se lo habría contado. No lo culpaba, yo hubiese hecho lo mismo, pero en ese momento me gustaría saber si la idea de cambiar el hechizo de la puerta había sido del profesor o del hechicero fucsia.

—Siéntate, creo que tenemos que hablar. —Señaló el sofá y se colocó a mi lado.

—No se que te habrá contado Peter, pero no me vais a hacer cambiar de opinión.

—Mi intención no es esa, Anna. Por mucho que no confíe en Stuart, no tenemos otra opción que esperar. Oscar propuso un pequeño secuestro hasta que solucionemos el problema. —Al ver mi cara de preocupación empezó a agitar las manos—. No, no. No haremos eso, no es nuestra manera de actuar y una de las cosas que siempre he intentado seguir e inculcar es ser fiel a nuestros principios.

Suspiré, aliviada. No me gustaba la idea de ver a mis nuevos compañeros convertidos en unos criminales. Un pequeño silencio se instaló entre nosotros. Me vi tentada a contarle lo de mis sueños, pero sentí que quería decirme algo más del tema de Stu, así que esperé.

—Anna, quiero que sepas que puedes confiar en nosotros. Sé que te has guardado durante poco tiempo lo de Stu porque no sabías cómo íbamos a actuar, pero te prometo que no tomaremos ninguna decisión sin contar contigo. Te pido que, la próxima vez, nos lo cuentes cuando pase. Así podremos solucionar el problema teniendo toda la información.

—De acuerdo, lo siento. —Sentía que esta conversación me daba pie a hablarle del otro tema y me lancé—. Por cierto, tengo algo que contar y creo que debería habérselo dicho hace mucho tiempo.

Agaché la cabeza, avergonzada. No tendría que haber esperado tanto para hablar de este tema. En ese momento lo entendí, si no compartíamos toda la información se podría crear un desastre. Puede que no fuese algo importante, incluso que me tratasen de loca, pero tenía que arriesgarme.

—Te escucho, Anna. Y no te preocupes, errar es humano. Bueno, y de hechiceros también. Ya me entiendes. —Una risa escapó de mis labios, no había visto nunca al profesor liarse con las palabras.

—Bueno —comencé, poniéndome más seria—, desde el día antes de conocer a Peter, mucho antes de empezar a ver las luces, he soñado con él. Con su voz, para ser más exactos.

—¿Antes de conocerle? —Me miró, pensativo—. Eso es extraño, ¿estás segura de qué era su voz?

—Si, porque además... —Esta parte era la más complicada— cuando conseguí mis poderes y me quedé inconsciente las palabras que me decía Peter en su despacho eran las mismas que escuchaba en mis sueños. Y nunca le había contado a él sobre ello. Usted es la primera persona en saberlo.

El profesor se levantó del sofá y se dirigió pensativo a la estantería. No tardó mucho en volver con un libro que puso entre mis manos. Era precioso y antiguo, la portada tenía varios símbolos que no reconocí y tenía muchísimos colores.

—"Caleidoscopio" —dije leyendo la palabra que suponía era el título.

—Este libro se escribió hace muchísimos años por nuestros hechiceros más eruditos. En el se incluyen todos los datos de la aparición de los Dones de los colores y también se nombra a la profecía.

Lo sostuve entre mis manos con curiosidad. Sentía que un pedazo del misterio que rodea todo mi mundo estaba encerrado en esas páginas. Las páginas parecían cuidadas, pero aún así, se notaba que lo habían leído varias veces.

—¿Puedo leerlo? —pregunté, sabiendo la respuesta.

—Claro, pero no esta edición. Tengo una copia en PDF, nosotros también nos hemos modernizado. Te lo muestro porque todos mis alumnos lo han visto alguna vez y no quiero que contigo sea diferente.

—Gracias —contesté un poco desconcertada—. ¿Qué tiene que ver este libro con todo esto?

—En el se cuenta como la hechicera blanca, que murió sin descendencia, tenía pequeñas premoniciones. Como tú, Anna.

Me quedé sin palabras. Al principio me sentí engañada, pero luego me di cuenta de que le había ocultado información y el profesor no tenía por qué saber que yo tenía esos sueños. Puede que, al menos, esto arrojara un poco de luz sobre el tema.

—¿Qué tipo de premoniciones? —pregunté.

—Según describe el libro, del que tenemos bastantes indicios de que todo es verídico, soñaba con voces que le avisaban de eventos futuros, al igual que los que me has descrito. Cuando pudo dominarlo para anticiparse a los hechos... Bueno, fue demasiado tarde.

—¿Qué? ¿Y si me pasa lo mismo? —No me podía creer que fuese tan críptico conmigo.

—Anna, ya te lo dijimos. Los Dones blanco y negro desaparecieron con sus primeros portadores. No tuvieron la oportunidad de tener descendencia.

Eso quería decir que puede que mi destino estuviese ligado al suyo y daba igual lo que hiciese porque no podría evitarlo. Me inundó una gran tristeza al pensarlo. Me pareció que el profesor se dio cuenta de lo que pasaba por mi mente, pues puso una cálida mano en mi hombro mientras me daba tiempo a serenarme.

—¿No puedo hacer nada para cambiarlo?

—¿Qué? No, eso no es así. —Parecía desconcertado.— Que eso le ocurriese a la antigua hechicera no quiere decir que se repita. Tenéis el mismo poder, pero la situación es muy distinta. Nosotros te ayudaremos en todo lo que podamos. Además, no sabemos muy bien cómo funciona, puede que te esté avisando de una caída o un desmayo por no beber agua.

Reí ante su burdo intento para animarme. Sabía que, al igual que yo, estaba preocupado; pero bastante problemas teníamos ya con una Sonia impredecible dando vueltas por el campus que podía ser la persona de la que habla la profecía, una nueva hechicera o vete a saber qué.

—Bueno, creo que debería ir a contárselo a mis compañeros. Ya basta de secretos. —Me levanté dirigiéndome a la puerta.

—Me parece perfecto —contestó mientras me acompañaba—. Gracias por contármelo, Anna.

—Ojalá lo hubiese hecho antes.

—Las cosas llegan cuando tienen que llegar, ni antes ni después —responde con una sonrisa apoyado en la puerta—. Si alguno consigue localizar a tu amiga, avisadme al teléfono. Puede que no esté hoy en el despacho.

—De acuerdo.

—Por cierto —dijo haciendo que me diese la vuelta—. Hay una persona que puede ayudarte con esto pero... bueno, no se será una buena idea. Hace un tiempo contó que le había pasado algo parecido y, la verdad, no le dimos mucha importancia. Le voy a decir que hable contigo.

Asentí y continué mi camino. Abandoné el edificio con la sensación de haberme quitado un peso de encima. Me sentía más liviana, incluso un poco feliz por haberle contado esta parte de mi vida que estaba escondiendo. Además, puede que alguien pudiese ayudarme con ello y eso me daba fuerzas. Lo siguiente era enfrentarme a Peter y, después de la noche anterior, esperaba que quisiese escucharme.

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