CAPÍTULO 11
—Lo siento.
No sabía que más decir, pues toda la energía y mal humor que había despertado en mí minutos antes había desaparecido completamente. Metí la pata hasta el fondo intentando explicar a Sonia lo que estaba pasando, no fui consciente de lo absurdas que sonaban mis palabras hasta que vi su reacción.
—Sé que lo sientes —contestó el profesor mientras cogía su teléfono—, pero tienes que empezar a confiar un poco más en nosotros.
—Pensaba que lo entendería...
—Fue un arrebato provocado por un enfado infantil, Anna. Tú la conoces mejor que nosotros y deberías haber sabido que esa chica no aceptaría una explicación tan fantástica. Además, por lo que he visto parece que tenéis asuntos pendientes, ¿no es así?
Agaché la cabeza, avergonzada. Tenía razón, la reacción de Sonia era lógica teniendo en cuenta nuestras discusiones anteriores. Si, en su momento, hubiese sido ella quien me contase todo sobre el mundo de los hechiceros posiblemente el mismo pensamiento relacionado con la venganza hubiese cruzado mi mente.
Peter nos miraba en silencio con una expresión neutra. Estaba segura de que no quería inmiscuirse en esta discusión, a no ser que fuese totalmente necesario y una parte de mí lo entendía, pero la otra quería decirle a gritos que se pusiese de mi parte.
—Profesor, ha dicho que lo siente. Ya no hay marcha atrás. Además, si hubiese solucionado este problema al principio, tal y como le pedimos, nada de esto habría pasado —dijo Peter con su voz ronca, como si me hubiese leído el pensamiento.
—Tenéis que traer de vuelta a esa chica —replicó el profesor ignorando las últimas palabras de Peter—. Cuanto antes, mejor. Traeré a algunos compañeros, a ver si así podemos hacerla entrar en razón.
Asentimos en silencio y salimos de la habitación sin replicar. El profesor Sanderson estaba enfadado y no lo había visto tan alterado en estos meses. Asumí mi responsabilidad en todo esto y esperaba poder enmendar mi error.
—Menudo desastre... —dije mientras dejábamos atrás el imponente edificio.
—No es tu culpa, Anna. Todo esto sigue siendo muy nuevo para ti y no estamos ayudándote a adaptarte.
—No digas eso —respondí tomando su mano—. Estáis apoyándome muchísimo y os lo agradezco. También es algo nuevo para vosotros, que personas de fuera de vuestro mundo comiencen a entrar.
Soltó mi mano y con una sonrisa pasó su brazo por encima de mis hombros. A pesar de que el verano se estaba acercando las mañanas seguían siendo frescas y caminamos en silencio por el campus sintiendo como el sol comenzaba a acariciar poco a poco nuestra piel en los pocos huecos en los que los edificios y árboles le dejaban asomarse.
—Deberíamos separarnos para cubrir más terreno —dijo Peter mientras miraba alrededor—. Avisaré a Lily para que nos ayude. Seguro que los mellizos han salido a correr y no estarán disponibles hasta media mañana y Kevin estará dormido. Además, Lupin sigue en nuestra habitación y no quiero levantar sospechas.
—¿Sigue durmiendo con vosotros? —pregunté, extrañada.
—Pasa casi todo el tiempo en la casa de la hermandad y duerme allí, pero sus cosas aún están en la habitación, pues la facultad no le aceptaron el cambio a estas alturas del curso. No solemos coincidir, pero algunas mañanas pasa a coger ropa y no quiero arriesgarme para nada, pues Kevin seguro que no se despierta aunque lo saque de la cama a la fuerza.
Asentí, tiene toda su lógica. Nadie en la facultad sabía lo que había pasado, incluso Sonia tuvo que usar sus influencias para conseguir otra habitación y aún seguía mudándose pues se la aceptaron hace unos días.
—Nos vemos en la puerta de la facultad de filosofía en, —Miró su reloj, pensativo— ¿una hora?
—De acuerdo —respondí.
Me di la vuelta para alejarme, pero Peter tomó mi brazo haciendo que me girase y dio un pequeño beso en mis labios justo antes de irse. Continué mi camino con una sonrisa, sintiendo como mi magia luchaba por escapar de entre mis dedos. Conseguí controlarla, cosa que hizo que me sintiese orgullosa de mi misma y el mal estar que llevaba instaurado en mi cuerpo desde la conversación con el profesor comenzó a desaparecer poco a poco.
Decidí dirigirme hacia la nueva habitación de Sonia, que estaba en nuestro mismo edificio. Pensé que podría estar allí, ya que por muy alterada que estuviese seguro que sus ganas de cambiarse de ropa y arreglarse habían sido mucho más fuertes. Aceleré el paso y, tras subir un gran tramo de escaleras, me planté en la puerta con la respiración entrecortada. Esperé unos segundos para recuperar el aliento que mi némesis, las escaleras, me había hecho perder y llamé con fuerza.
—¿Quién es? —dijo una voz malhumorada y aguda.
—Soy yo. —Y al no recibir respuesta, continué— Anna Ludwig.
La puerta se abrió lentamente y apareció Esther Lang, la nueva mejor amiga de Sonia, enfundada en un pijama tan rosa que hacía daño a la vista. Imaginé que estaba recién levantada, pero nadie lo diría. Su pelo rubio estaba perfectamente recogido en un moño y su rostro sin maquillar no tenía ningún defecto de los que cualquiera de los mortales tenía después de una noche de sueño.
—¿Qué quieres? —preguntó con acritud.
—Estoy buscando a Sonia.
—¿Se te ha perdido? Me escribió diciendo que pasaba la noche contigo, para que no me preocupase. Dijo que ibais a solucionar la cosas o algo así. No se por para qué, está bastante claro que no fuisteis buenas amigas para ella.
En el tono de su respuesta pude entender el por qué de su actitud: estaba celosa. Había conseguido tener a Sonia para ella sola y temía que volviese a ser su segundo plato, pero nada más lejos de la realidad. Por mí podía quedársela para ella sola, sin ningún problema.
—No llegamos a hablar, se ha ido esta mañana temprano y quería saber si se encontraba bien. —Mentí esperando sonar convincente.
—Pues aquí no ha venido, por lo menos no la he visto —respondió cruzándose de brazos.
Me di cuenta de que Esther había dado por finalizada la conversación y no quise alargarlo, pues el tiempo era importante y estaba claro que Sonia no se encontraba en la habitación. Intenté sonreír mientras comenzaba a despedirme, pero la rubia cerró la puerta en mis narices antes de que pudiese terminar.
Caminé fuera del edificio de peor humor, pues estaba casi segura de que encontraría a Sonia en la habitación y al ver frustradas mis sospechas comprendí que no tenía un plan alternativo. Además, hablar con esa chica siempre me ponía nerviosa, pues no podía evitar comparar su físico con el mío sabiendo que había estado con Peter. Las inseguridades siempre habían sido mis peores enemigos y aunque sabía que todo eso era irracional no podía evitar que esos pensamientos intrusivos apareciesen con frecuencia en mi mente.
Sin darme cuenta, perdida en mis cavilaciones, llegué a la zona donde se encontraba la casa de la hermandad de mi hermano. Sin un plan mejor decidí entrar a buscarlo para ver si, por algún casual, había visto a Sonia. Puede que le resultase sospechoso que preguntase por mi antigua amiga, sabiendo lo que había pasado entre nosotras, pero a estas horas estaría adormilado y no haría muchas preguntas. En definitiva: no tenía nada que perder.
Entré a la casa en silencio, no quería despertar a nadie y la puerta siempre estaba abierta. Normas de la hermandad, para que cualquiera que olvidase las llaves no tuviese problemas para entrar si nadie le abría. Las habitaciones, donde los inquilinos guardaban sus pertenencias, estaban cerradas con llave. Así evitavan que se repitiesen accidentes provocados por jóvenes borrachos que intentaban entrar por las ventanas de los pisos superiores después de una noche de borrachera.
Miré hacia mi derecha, donde estaba el salón principal y lo que vi me heló la sangre, pues no había pensado en esa posibilidad, a pesar de ser bastante evidente.
—Hola, Anna.
Stu y Sonia estaban sentados en el sillón, mirándome fijamente. En ese momento lo primero que pensé es que ojalá Peter estuviese a mi lado, pues iba a necesitar fuerza y ayuda para enfrentar esto.
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