Capítulo XII: El pasado que me atormenta

◦❥Lilibeth❥◦

Me distraigo observando la pantalla con los números rojos que indican los niveles por los que pasa el ascensor. Baja a una velocidad considerable, y no sé si el mareo que siento es por el movimiento o por estar atrapada en un espacio tan pequeño junto a Ashton.

Agarro con fuerza el sobre que tengo en mis manos; una parte de mí teme que, al abrirlo, desataré una serie de acontecimientos de los que no podré escapar, como si fuera la mismísima caja de Pandora.

Cuando llegamos al tercer sótano, las puertas se abren y salimos al estacionamiento. Hemos permanecido en silencio todo el tiempo, y aunque en otras circunstancias esto me habría inquietado, ahora lo agradezco porque no quiero hablar. Cada paso que doy se siente más pesado que el anterior, como si mis pies se hundieran en arenas movedizas.

El suelo comienza a moverse bajo mis pies, y mi cuerpo cede ante la combinación de hambre, cansancio y la carga emocional que llevo encima.

—¿Estás bien? —pregunta Ashton, preocupado, mientras logro sostenerme de su brazo antes de desplomarme.

—No —susurro con sinceridad, sintiendo que toda mi energía se desvanece.

—¿Qué sucede? ¿Te sientes mal? 

Sus manos se posan a ambos lados de mi rostro, inspeccionándome con una expresión que refleja preocupación. Por un instante, quiero creer que le importa, pero sé que debe ser mi imaginación.

—No me sentiría mal si no me hubieras tenido secuestrada sin agua y sin comida. —Mi voz se eleva, y noto cómo su rostro se transforma, mostrando un atisbo de culpa.

—Lo siento, lo resolveré camino a tu casa. 

Retrocedo un par de pasos, poniendo distancia entre nosotros cuando me doy cuenta de que nuestros ojos han estado fijos el uno en el otro. Ashton desbloquea el auto, y me subo del lado del copiloto, con el corazón aún latiendo con fuerza.

—Era necesario.

—¿A qué te refieres? —le increpo, con la molestia evidente en mi voz— ¿Era necesario engañarme y drogarme para traerme aquí? ¡Si me hubieras explicado...!

—No es fácil de explicar. Creí que tú sabías algo.

—¿Saber qué? —Lo mira confundida, tratando de entender qué está pasando.

Ahora que lo tengo tan cerca, puedo ver en sus ojos un dolor que solo quien lo ha vivido podría reconocer, el mismo que veo reflejado en el espejo cada mañana. Es un brillo apagado, o más bien la ausencia de él, que nos caracteriza a quienes hemos sido marcados por la pérdida. 

Pero no por eso voy a compadecerlo. Aunque ahora sé que compartimos una herida similar, no significa que lo entienda o que esté dispuesta a perdonarlo. Decido abrir el sobre. Si no lo hago ahora, no tendré el valor para enfrentarlo después.

Son fotos; la mayoría muestra a mi padre con su otra familia, y algunas cartas de su puño y letra. Sabía algo de esto, o al menos eso creía, porque Marian nunca fue clara al respecto. Cada vez que intentaba preguntar sobre mi padre, ella se cerraba, evitando cualquier mención sobre él. Pero hoy voy a enfrentarla; no soy más una niña a la que puede seguir ocultándole cosas con sus mentiras.

Ashton me entrega mi celular. La pantalla me indica la hora y el día de hoy: domingo, nueve de la mañana. Pensé que había estado más tiempo encerrada.

Todavía no asimilo todo lo que ha ocurrido en las últimas horas. Solo sé que estaba bailando con un chico rubio en la fiesta y luego desperté en una cama que no era la mía, para descubrir que, además de los medios hermanos que ya tenía, ahora hay dos personas más en mi vida.

«Aunque técnicamente Ashton no lo es», pienso, y una sonrisa tonta se dibuja en mi rostro, pero la borro de inmediato. No debería alegrarme de saber que no es mi hermano.

—Ve y habla con tu madre. No me voy a interponer en un asunto familiar.

No recuerdo el recorrido, ni cuándo me compró comida. Al girar, veo mi casa frente a mí. No quiero preguntar cómo sabe dónde vivo, así que susurro un simple «gracias» y salgo al frío de la mañana. 

Me quedo quieta, con los pies clavados en el suelo, tratando de procesar todo lo que ha sucedido cuando la puerta se abre, revelando a una Marian desaliñada, con los ojos hinchados de tanto llorar.

Nunca la había visto así. Siempre está impecable, incluso antes de salir de su habitación, y por alguna extraña razón, siento alivio al saber que se preocupó por mí.

—¡Oh, por Dios, Lilibeth! ¿Dónde has estado todo este tiempo? —me agarra del rostro para inspeccionarme, buscando algún signo de que estoy bien—. ¿Sabes lo preocupada que he estado por ti?

No sabía que podía preocuparse por alguien más que por ella misma. La observo por un momento y me doy cuenta de que su vientre ya se está notando. Aún no ha nacido el bebé, pero ya me imagino cuidándolo como hice con Logan cuando nació.

Tenía apenas trece años, pero aprendí a cambiar pañales y alimentar a un bebé cuando mi madre desaparecía por días. Siempre mentía a los vecinos y a mis maestros de la escuela cuando me preguntaban por ella y por qué no la habían visto en tanto tiempo.

Estaba tan distraída mirando su abdomen que no sentí cuando sus brazos me rodearon, estrechándome contra su pecho. Preocupada, murmura:

—No vuelvas a desaparecer sin avisar o sin llamar antes.

—Mamá, debemos hablar de papá —susurro. 

Las palabras apenas logran salir. Su abrazo se debilita y finalmente me suelta. Me mira directamente a los ojos, y veo pasar en su rostro una mezcla de sorpresa y rabia.

—¿Quieres saber cómo tu padre se acostaba con la que consideraba mi mejor amiga? —dice, alzando la voz con cada palabra—. ¿Cómo me engañó desde antes de que nos casáramos?

—¡Sí, sí! Quiero saberlo todo, la historia completa hasta el día en que mi padre murió.

Entro a la casa, pasando junto a Marian. Si ella no me cuenta la verdad, la buscaré por mi cuenta; en esta pequeña ciudad parece que todos saben algo menos yo. Ella entra detrás de mí.

Me siento en el sillón de la sala, y mi madre se sienta a mi lado. Luego, entrelaza sus dedos con los míos. Aún no logro sentir nada con el repentino afecto de Marian. Con la mirada la insto a contarme la verdad; de alguna manera, quiero asegurarme de que no se arrepienta de hacerlo.

Su rostro está pálido y su mirada perdida en algún punto de la sala. Pareciera como si, en estas pocas horas que estuve fuera, hubiera envejecido. Con cuarenta años recién cumplidos, aún irradia juventud, pero es alguien que no acepta que la vejez está a la vuelta de la esquina. Me observa y, con una sonrisa amarga, comienza a contarme todo.

━━━━━━ ◦ 🌷 ◦ ━━━━━━

San Agustín, 2004.

Marian, 24 años.

Parte I

Las dos rayitas en la prueba de embarazo hacen que mis manos tiemblen al recoger el pequeño pedazo de plástico. Un bebé no estaba en mis planes. Aún soy muy joven para enfrentar una responsabilidad como esta. Me levanto del suelo y me acerco al lavabo, dispuesta a lavarme el rostro con agua fría, intentando borrar los rastros de lágrimas que han comenzado a salir. 

Sin embargo, no puedo evitar una sonrisa de felicidad. Estar embarazada del hombre que amo me llena de una esperanza que nunca había sentido. Me siento motivada a empezar una carrera universitaria, a prepararme profesionalmente para, algún día, irnos lejos de aquí y comenzar una nueva vida, lejos de la sombra de mi familia.

De repente, escucho un golpeteo constante en la puerta de mi habitación. Debe ser alguna de las empleadas que viene a buscarme para bajar a comer. Rápidamente apago las luces del baño y salgo corriendo, ocultando la prueba debajo de mi almohada. Me aseguro de que todo esté en su lugar y salgo al pasillo, respirando hondo antes de dirigirme al comedor.

Al llegar al primer piso, siento un nudo en el estómago al escuchar la voz de mi padre, Frederick Sallow, que se encuentra desayunando con un periódico en la mano. Es el hombre de negocios más influyente aquí en San Agustín, y además de poseer varias propiedades, se dedica a la arquitectura y a la venta de inmuebles.

A la derecha de mi padre, se encuentra mi madre, Susana Wright, que ha sido ama de casa toda su vida, aunque en los últimos tres años ha sufrido de cáncer en los huesos, limitándola a estar postrada en la cama. 

Frente a mí, en el corredor hay un espejo de cuerpo entero que me permite imaginar mi vientre creciendo en unos meses, la vida que se está gestando dentro de mí. Arreglo mi vestido, e intentando aplacar mi cabello, con una coleta alta, tratando de mantener la compostura.

Desde pequeña, me enseñaron a guardar las apariencias. Pertenecer a una familia respetable conlleva sus obligaciones. Mis padres, dueños de una gran fortuna, compraron esta enorme mansión en esta pequeña ciudad hace ya veinte años. Poco a poco, varios familiares se han asentado aquí, pues somos originarios de Inglaterra.

Cuando entro al comedor observo a mi madre por unos segundos, como siempre, luce impecable, incluso en su estado de salud. Las paredes del comedor, cubiertas con un tapiz caro de estampado floral, reflejan su buen gusto. Cada habitación de la casa está adornada con lámparas de araña, y todos los muebles fueron traídos de Inglaterra, porque, según mi padre, no debemos olvidar nuestras raíces.

Pese a la amplitud del lugar, comienzo a sentirme sofocada al sentarme junto a mi madre para desayunar. A pesar de su enfermedad, ella insiste en levantarse de la cama y comer con nosotros.

—Hola, cariño —dice mi madre con su inconfundible acento inglés, irradiando elegancia.

—Buenos días, familia Sallow.

Antes de que pueda responderle, una voz detrás de mí me sobresalta, erizando mi piel. Frank entra al comedor con su característica sonrisa de galán. Esa sonrisa, junto con sus rizos dorados que le caen sobre los ojos, fue lo que me cautivó desde el primer día.

La familia Relish, a la que él pertenece, proviene de una generación de campesinos ingleses que han trabajado para mi padre desde mucho antes de que yo naciera. Hace dos años, mi padre trajo a Frank de Inglaterra para que dejara el campo y comenzara a trabajar como chófer. 

A mis veintidós años, me enamoré perdidamente de él e hice todo lo posible para que se fijara en mí. Sin embargo, él siempre me ha visto como la hija de su patrón, y nuestras conversaciones han sido escasas.

Recuerdo la noche en que se decidió a abrirme su corazón. Me contó cada uno de sus sueños, sus anhelos de futuro, y deseé ser parte de ellos. Aún me sonrojo al recordar lo que sucedió hace un mes en mi habitación, cuando perdí mi virginidad con él, un hombre cinco años mayor. Mi madre siempre me dijo que debía esperar hasta el matrimonio, pero esa noche fue tan intensa, tan especial.

Aún no le he dicho nada del bebé, pero tengo la certeza de que se alegrará. Una vez que mi padre se entere, nos pedirá que nos casemos. Considera a Frank como un hijo más, y yo no puedo esperar a unir mi vida con la suya.

Mi padre lo invita a desayunar con nosotros. Se sienta en la silla que queda justo enfrente de mí, sin embargo, mi decepción es que él en ningún momento me dirige la mirada mientras come de su plato.

—Cuéntame, hijo, ¿cómo van los estudios? —pregunta mi padre con tono paternal.

—Señor Sallow...

—Hijo, llámame Frederick. Sabes que eres parte de la familia —le dice mi padre, interrumpiéndolo con una sonrisa.

—Lo siento, señor... Frederick. Mis estudios van bien, siempre obtengo buenas calificaciones.

—Me alegro por ti. Tus padres estarán muy orgullosos cuando vayas a visitarlos.

Instintivamente, llevo mi mano al vientre mientras observo a Frank conversar con mi padre. Me imagino un bebé en mis brazos, con sus ojos verdes y mi cabello rojizo, criándolo en una casa solo para nosotros, lejos de las presiones sociales y de las expectativas familiares. Sueño con tener más hijos en el futuro, con construir una familia feliz y unida.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por el timbre de la casa. Segundos después, nuestra ama de llaves entra al comedor con Claire detrás de ella. Al volver la vista hacia Frank, noto que sus ojos brillan de una manera extraña al ver a mi mejor amiga, pero trato de no darle importancia. Deben ser celos infundados, me digo a mí misma.

Conozco a Claire desde hace muchos años. Pertenece a una de las familias más influyentes de San Agustín. Su padre, Kennedy Ziegler, es socio de mi padre en la empresa, y por eso siempre está en nuestra casa. Me levanto de la mesa al verla, y Claire saluda, nerviosa, cuando llega el turno de enfrentar a Frank.

Frank es un hombre atractivo, elegante a pesar de su origen humilde. Su sonrisa, adornada por hoyuelos a cada lado de su rostro, y su altura imponente de casi un metro ochenta, lo hacen resaltar en cualquier lugar. Debe ser esa la razón por la que Claire luce tan nerviosa, pero no debería preocuparme. No hay nada de lo que temer.

—Marian, ¿podemos hablar? —me dice Claire en un susurro, acercándose con cautela.

—Claro, vamos a mi habitación.

Igual que toda la casa, mi espacio tiene un aire elegante, con papel tapiz en las paredes, muebles finos, espejos gigantes y cuadros importados de Italia. Mi ropa, diseñada a medida, cuelga ordenada en el armario.

Nos sentamos en mi cama y observo a Claire. Nunca se lo he confesado, pero siempre he sentido cierta envidia por ella. Sus ojos azules pueden cautivar a cualquier hombre. A pesar de ser cinco años mayor que yo, la considero como una hermana, siempre dispuesta a cuidarme y aconsejarme.

Claire tiene un hermano llamado Greg, pero rara vez se le ve en la mansión. Es un hombre de negocios que viaja por todo el mundo. Debo admitir que fue mi primer amor, pero la diferencia de edad siempre fue un obstáculo. Él solo me ve como una niña.

—He encontrado al hombre de mi vida —anuncia Claire con una sonrisa que ilumina su rostro—. Es alguien que no le importa mi pasado y ha aceptado a Ashton como su propio hijo.

Hace siete años, un escándalo sacudió a San Agustín. Una joven de buena familia había quedado embarazada fuera del matrimonio. Claire fue esa joven. Siempre ha sido de espíritu libre y no le importó enfrentarse a la sociedad sola, criando a su hijo sin el apoyo del hombre que le prometió tanto y nunca cumplió.

—¿Cómo sabes que es un buen hombre? ¿Y si solo busca algo pasajero? —pregunto con preocupación.

—Esta vez es diferente —responde con convicción, y en un susurro añade—. Es alguien humilde, pero muy trabajador y cariñoso conmigo y con Ashton.

—¿Lo conozco? —pregunto, con un nudo en el estómago.

—¡Claro que sí! Es Frank —dice, y siento como si un balde de agua fría cayera sobre mí—. Y la buena noticia es que estoy embarazada.

El mundo a mi alrededor se derrumba. Me pongo pálida, las náuseas me invaden y, segundos después, estoy vomitando en el suelo de mi habitación. Claire, preocupada, sujeta mi cabello y me pregunta repetidamente si me encuentro bien.

Cuando logro recuperarme, la furia me consume. Salgo disparada de la habitación, bajo las escaleras tan rápido como puedo, y al ver a Frank en la sala, hablando animadamente con mi padre, me acerco a él y, sin pensarlo, le doy una fuerte bofetada. 

Todos se quedan atónitos. Sin embargo, no me detengo a ver las reacciones. Corro hacia la salida, con lágrimas brotando de mis ojos y deseando que la tierra me trague.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top