Capítulo XI: Hermanastros Relish
◦✧Ashton✧◦
Cuando cumplí diez años, Frank y Claire se casaron en una hermosa ceremonia, casi mágica. Nos rodeaba un bosque lleno de lirios en múltiples colores, cada uno más vibrante que el otro, mientras un lago cristalino al fondo completaba ese paisaje perfecto.
Mi madre salió por unas puertas dobles de cristal, avanzando con una elegancia etérea que hacía que pareciera flotar. Cada paso suyo parecía ralentizar el tiempo.
Mi pecho se apretó, como si fuera a estallar, al verla. Era como un ángel, un ser de luz con un brillo especial que la envolvía, iluminando a todos los presentes con su presencia.
El vestido blanco que le caía hasta los tobillos le daba un aire de pureza y perfección, mientras caminaba hacia su futuro esposo, Frank, quien la esperaba con una sonrisa emocionada en el altar, vestido impecablemente con un elegante traje negro.
En mis brazos, Vannia, con su vestido rosa, se agitaba emocionada, y yo, vestido igual que Frank, me sentía parte de algo grande.
Un arco blanco decorado con flores rodeaba a los futuros esposos, enmarcando el momento que cambiaría nuestras vidas para siempre. Frente a ellos, un hombre de avanzada edad recitaba las palabras sagradas que los unirían bajo la ley de Dios, proclamando lo que todos esperábamos oír: "Hasta que la muerte los separe".
—Los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia —anunció con solemnidad.
Los aplausos estallaron con fuerza cuando se unieron en un beso, sellando su amor frente a los testigos. Vannia se tapó los ojos con sus pequeñas manos, mientras yo no podía evitar sentir una felicidad indescriptible.
Por primera vez, sentía que tenía una familia completa junto a mi madre, Frank y mi hermana. Al concluir la ceremonia, corrimos hacia nuestros padres, y en sus miradas brillaba el orgullo y la dicha.
—¿Estás feliz con tu nueva familia? —preguntó mi madre. Asentí con una sonrisa radiante, rodeando su cuello con mis pequeños brazos, aferrándome a ella.
Después de la boda, nos dirigimos a una acogedora cabaña donde se celebraba la unión de los recién casados. Devoré tantos cupcakes que terminé con un fuerte dolor de estómago. Frank se acercó y, con una sonrisa, me limpió la cara cubierta de chocolate. Se agachó hasta quedar a mi altura, y sus ojos me miraron con una ternura que jamás había sentido antes.
—Ahora eres un Relish, como tu padre —dijo, con una firmeza que me hizo sentir más orgulloso que nunca.
Lo rodeé, lo más que mis brazos me permitieron. Sin embargo, de repente, algo cambió. La realidad que me rodeaba comenzó a desmoronarse. Las paredes, el rostro de mi padre, incluso los invitados y todo lo que me rodeaba empezaron a desvanecerse. Era como si la promesa de "felices para siempre" se esfumara junto con ellos.
Todo esto no era más que un sueño.
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Me despierto sobresaltado, sintiendo un profundo vacío, como si una parte de mi alma hubiera quedado atrapada en ese recuerdo lejano. Desde que empecé con esta obsesión por corregir el pasado para mejorar el futuro, mis sueños se han vuelto una tortura incesante. Me obligan a revivir momentos de felicidad solo para que luego, la angustia me devore por completo.
Conservé el apellido de Frank hasta que, al cumplir la mayoría de edad, decidí cambiarlo legalmente por el de mi madre. Un fuerte dolor de cabeza, acompañado de un zumbido persistente en los oídos, me hace fruncir el ceño. Me levanto de la cama, esperando que moverme me ayude a alejar esas imágenes que mi mente insiste en proyectar.
Voy al baño de mi habitación para asearme. Lilibeth sigue inconsciente en la cama de Helen. Nunca me imaginé que algún día tendría una mujer en mi apartamento para algo más que una aventura pasajera.
Después de una ducha caliente, me siento más despejado. Salgo del baño y encuentro a mi hermana sentada en la cama, devorando un cuenco de palomitas. No escuché la puerta principal ni el más mínimo ruido que indicara su llegada. A veces, Helen tiene el sigilo de un ladrón.
—¿Qué haces aquí? Creí que mis tíos no te dejaban salir de la casa.
—Siguen de viaje, así que el personal de servicio no tiene idea de dónde estoy —responde con una sonrisa traviesa.
Me pongo una camisa y unos pantalones de chándal. Me recuesto a su lado y enciendo la televisión para ver a los Chiefs contra los Saints.
—Hazte a un lado, no cabemos los dos aquí —se queja cuando la empujo un poco para hacer espacio.
—Es mi habitación —le recuerdo—, si quieres ver el partido vete a la tuya.
—Para tu información, hay una pelirroja desmayada en mi cama —responde con tono desafiante.
—Al parecer ella se porta mejor que tú. Quizás debería cambiarte por Lili y quedarme con ella como hermana.
—¿Así son las cosas ahora? Sólo aparece otra chica y ya tienes favoritismos. —Me mira fingiendo un dolor profundo—. Lleva aquí, ¿qué?, ¿dos días? Y ya la prefieres.
—No seas dramática. Solo ha estado unas pocas horas, y sabes bien que la única mujer que amo eres tú.
Le jalo las mejillas con los dedos para molestarla más. Ella, en respuesta, me lanza el cuenco de palomitas encima, esparciéndolas por toda la cama.
—Corre antes de que te obligue a comerlas del suelo —le advierto con un tono serio.
—No eres capaz. Me amas demasiado —dice subiéndose sobre mí, y luego, para colmo, me pasa la lengua de manera asquerosa por la mejilla.
—¡Eres insoportable! —grito, empujándola lejos de mí.
Helen cae al suelo con un ruido sordo. Se queja mientras se levanta y, al verme acercarme furioso, sale corriendo. La persecución que comienza es digna de una caricatura de "Tom y Jerry"; gato y ratón persiguiéndose hasta que uno caiga. A pesar de nuestra edad, seguimos peleando como cuando éramos niños.
—Tú empezaste, Ashton Adriel —refunfuña. Corre hacía la puerta, pero reacciono más rápido y la detengo antes de que pueda abrirla.
La sujeto con firmeza por la cintura y le inmovilizo los brazos con el otro brazo. Empieza a gritar, pero no de miedo, sino en una mezcla de frustración y risa. Me divierto con su patético intento de liberarse.
—¡Bien! ¡Me rindo! —se queja finalmente, con un falso sollozo, cuando sus esfuerzos fallan.
—Pide perdón —le ordeno. Niega con la cabeza—, entonces no te suelto.
—¡Lo siento! —exclama irritada—. ¿Contento?
La suelto satisfecho. Se arregla la ropa y se acomoda el cabello, que se le ha soltado del moño. Un silencio incómodo se instala en la habitación, interrumpido únicamente por un sonido proveniente de alguna parte del apartamento. Ambos nos giramos al mismo tiempo hacia la puerta.
—¿Crees que ya despertó? —pregunta Helen en un susurro.
—No lo sé. Iré a ver.
—Te acompaño.
Salimos al pasillo, dirigiéndonos hacia la habitación donde todo este tiempo ha permanecido Lilibeth.
Puedo imaginarme sus grandes ojos verdes llenos de pánico al encontrarse en un lugar desconocido. Ese simple pensamiento me provoca una extraña satisfacción. No sé si es su miedo lo que me atrae o simplemente el hecho de tenerla tan presente en mi mente.
Cuando abro la puerta, me llevo una sorpresa. No está allí. Automáticamente, las alarmas en mi cabeza se encienden. Mil pensamientos me invaden de inmediato:
¿Se escapó?
¿Llamará a la policía antes de que podamos explicarle la situación?
Sin embargo, todas esas dudas se desvanecen al escuchar pasos detrás de nosotros. Volteamos y vemos a Lilibeth, desorientada, con un cuchillo en la mano, lista para atacar.
◦❥Lilibeth❥◦
Mar.
Playa.
Obscuridad.
Silencio.
Estas imágenes se repiten una y otra vez en mis sueños, trayendo consigo un peso insoportable de soledad y desesperación.
No sé cuánto tiempo llevo dormida, ni cuánto tiempo he estado atrapada en este lugar. ¿Un día? ¿Dos? ¿Tres? Todo se siente como una eternidad interminable.
Me quito las mantas que cubren mi cuerpo sudoroso y, con esfuerzo, me siento en la cama. El dolor de cabeza, al menos, ha disminuido. Paso mis manos sobre mi piel, buscando algún signo de daño, alguna herida que justifique mi confusión. Pero no, no hay dolor físico.
Mi estómago gruñe, recordándome que hace mucho no como. Mis labios resecos ruegan por un sorbo de agua, pero el miedo, esa angustia paralizante, me impide siquiera considerar levantarme de esta cama para pedir ayuda.
¿Por qué están Ashton y Helen juntos en el mismo lugar? Y peor aún, ¿qué hago yo aquí? Nada tiene sentido. Siento como si estuviera atrapada en un mal sueño, uno tan absurdo que ni siquiera sé si debería reír o llorar. Tal vez ambas cosas.
Intento razonar. Marian no podría pagar un rescate, ni mucho menos. Pero, ¿qué estoy pensando? ¿Acaso esto es un secuestro? No tiene sentido. Ellos no necesitan dinero, sus vidas están muy lejos de las carencias.
De repente, un ruido fuerte proviene de la habitación contigua y mi corazón se acelera. ¿Estarán torturando a alguien? ¿O quizás se están preparando para hacerme lo mismo? Trato de mantener la calma, pero cada fibra de mi ser grita que no puedo quedarme aquí esperando. No, no puedo.
Coloco mis pies desnudos en la suave alfombra. La camisa enorme de Guns N' Roses que llevo puesta me cubre hasta los muslos, y por debajo, unos shorts apenas visibles.
Camino hacia el baño y cierro la puerta con seguro; la sola idea de que podrían venir por mí me hace temblar. Reviso el baño en busca de algo que pueda usar como arma. Escarbo en los cajones con cuidado, evitando cualquier ruido.
Al levantar la vista, me encuentro frente al espejo. No me reconozco. Unos ojos verdes, perdidos y asustados, me miran desde una piel pálida y un cabello enmarañado. Apenas soy la sombra de quien solía ser. Entonces, otro sonido fuerte interrumpe mis pensamientos, y siento cómo una chispa de pánico se enciende en mi pecho.
No puedo quedarme aquí.
Coloco la oreja en la puerta, tratando de escuchar algo, pero todo está en silencio. Tomo una respiración profunda, apoyando mis manos temblorosas en la fría madera. Debo armarme de valor.
Destrabando la puerta con cuidado, abro y salgo al pasillo. Mis pasos son sigilosos, mis sentidos están en alerta. Avanzo hasta una sala, pasando rápido sin detenerme a observar lo que me rodea. Mi única meta está al frente: la salida.
Veo la puerta de entrada y, con un estallido de emoción, recorro los diez pasos que me separan de mi libertad. Tomo la perilla y la giro con desesperación, pero nada sucede. La puerta no cede. Lo intento una y otra vez, con más fuerza cada vez, como si en algún momento, milagrosamente, se fuera a abrir.
Retrocedo, tambaleándome, hasta que mi espalda choca con un mueble. Es entonces cuando las lágrimas que he estado reprimiendo empiezan a caer, desbordándose por mis mejillas.
El miedo me obliga a moverme nuevamente. Corro hacia la cocina, buscando algo que me dé una ventaja, un arma. Abro los cajones con cuidado y encuentro un juego de cuchillos. Tomo el más grande, pero mis manos sudan, mis nervios me traicionan y el cuchillo se me resbala, cayendo con un estruendoso golpe al suelo.
Contengo la respiración, el corazón a punto de estallar. Rápidamente recojo el cuchillo, agarrándolo con más fuerza, y me dispongo a volver al pasillo. Y entonces, los veo.
Helen y Ashton están allí, de pie, mirándome. Sus rostros reflejan sorpresa y confusión. Al ver el cuchillo en mis manos, sus ojos se agrandan.
—¡Suelta eso! —grita Ashton, dando un paso hacia mí.
Retrocedo instintivamente, levantando el cuchillo como si fuera mi única defensa.
—¿Qué hago aquí? —pregunto, mi voz firme, aunque temblorosa. Mi miedo comienza a transformarse en una extraña sensación de valentía.
—Podemos explicártelo, pero primero baja el cuchillo —responde él, su tono suave pero autoritario.
Los miro a ambos, con mis ojos llenos de lágrimas, mi mente luchando por mantenerse clara. Ashton avanza con calma, sus manos levantadas en señal de paz. Mis brazos empiezan a perder fuerza y, antes de darme cuenta, el cuchillo cae de mis dedos.
Alzo la mirada, encontrándome con sus ojos. Todo a mi alrededor gira de nuevo y el sudor frío corre por mi sien, producto del terror que me provoca estar frente a él, la figura que ha llenado mis pesadillas desde hace días.
—Tenemos que hablar.
—Eso está claro, pero... —tartamudeo, señalándome a mí misma—. Necesito... necesito arreglarme.
—En el baño tienes todo lo necesario. Te esperamos en la sala —dice Ashton, antes de girarse y dejarme sola.
Cierro la puerta del baño tras de mí, como si ese pequeño refugio pudiera protegerme. Me lavo la cara, intentando despejar mi mente. ¿Qué está pasando? ¿Qué están esperando de mí?
Me visto con la ropa que llevé a la fiesta, y una vez lista, salgo de la habitación. A medida que me acerco, la incertidumbre comienza a devorarme; mis pasos se vuelven lentos, inseguros. Al llegar a la sala de estar, ellos ya están ahí, esperándome con una inquietud palpable.
Nadie dice nada cuando entro. El silencio llena el espacio, pesado, como una losa sobre el pecho. Siento que mi respiración se entrecorta mientras aprieto la falda a ambos lados, resistiéndome a la urgencia de salir corriendo. Trago varias veces, intentando deshacer el nudo que se ha formado en mi garganta.
Los observo sin moverme, como si mis pies estuvieran pegados al suelo y el tiempo se hubiera detenido a nuestro alrededor. El miedo y la confusión me envuelven, y aunque quiero hablar, no sé cómo hacerlo sin desmoronarme.
—¿Dónde estoy? —pregunto con voz vacilante—. ¿Qué hago aquí? —insisto, luchando por mantener el control de mis emociones.
Mis ojos se desplazan de uno a otro, tratando de captar algún indicio que me explique la situación. El pánico sube y baja en mi garganta, como si quisiera sofocarme, y de repente, una absurda pero aterradora idea cruza mi mente.
—Esperen... ¿son novios? —reflexiono al articular mis pensamientos—. Porque mi intención nunca fue pasar de un simple coqueteo con Ashton. Si es así, no me meteré en su relación...
— ¡No, qué asco! —exclama Helen, su rostro se contorsiona en una mueca de repulsión—. No es lo que crees. Ashton y yo nunca seremos más que hermanos.
Me quedo helada. La revelación me toma por sorpresa; nunca mencionó tener un hermano, y menos uno que fuera tan...guapo. No, no puedo pensar así de él después de lo que ha hecho. Mis mejillas arden de vergüenza al recordar mi confesión y no me atrevo a mirarlo.
—Entonces no entiendo qué hago aquí. ¡Secuestrar a personas es un delito! Si no me dejan ir en este momento, llamaré a la policía —amenazo, aunque mi voz sale temblorosa y rota, más como una súplica que un desafío.
—Te contaré todo, pero necesitas calmarte —demanda Ashton.
—¿Es en serio lo que acabas de decir sobre estar enamorada de mi hermano?
—No dije eso —susurro avergonzada.
—¡Helen! —la reprende Ashton con severidad—. Mejor tomemos asiento.
Resignada, me dejo caer en el sillón, evitando sus miradas. Siento a Ashton sentarse a mi lado; su cercanía me desconcierta, su presencia tan tangible que es casi abrumadora. Helen, en cambio, permanece de pie, a una distancia segura.
—¿Qué sabes de Frank?
Lo miro, aturdida. ¿Qué tiene que ver mi padre en todo esto?
—¿Mi padre? Solo sé que está muerto.
—Lili, lo que tengo que decirte cambiará nuestras vidas. Hace muchos años, tu padre tuvo otra familia. De la relación entre mi madre y Frank nació Helen.
—Lo que me convierte en tu media hermana. —Interrumpe Helen.
—Esperen, ¿de qué están hablando?
Ashton se levanta y toma un sobre del mueble. Lo abre y me entrega una fotografía. A pesar de estar un poco desgastada, puedo distinguir claramente a mi padre, sonriente junto a una mujer y dos niños pequeños.
—Somos nosotros.
Ashton vuelve a sentarse junto a mí, pero mis ojos no se apartan de la imagen. Mi dedo traza el contorno del rostro de mi padre. Hace tanto que no lo veía que casi había olvidado sus facciones.
—Sé que debes tener muchas preguntas, pero no me corresponde a mí darte todas las respuestas —continúa Ashton con un tono sombrío.
—¿A quién le corresponde, entonces? —pregunto.
—A Marian. —Al escuchar su nombre, levanto la vista, confundida—. Ella sabe más de lo que imaginas.
—Quiero ir a casa —le ruego después de unos instantes de silencio. Siento que, si sigo preguntando, no obtendré más respuestas y solo aumentaré mi dolor.
—No eres nuestra prisionera, podemos irnos ahora mismo si así lo deseas.
Los ojos de Ashton reflejan comprensión y algo más que no logro descifrar. Se levanta y me entrega el sobre, pero mi mirada se dirige a Helen y no puedo dejar de encontrar similitudes entre nosotras. Con esfuerzo, limpio las lágrimas de mis mejillas que salieron después de comprender todo.
Dolor.
Angustia.
Confusión.
Ojos azules.
Todo en ese orden.
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