Capítulo VIII: Arrepentimientos
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◦❥Lilibeth❥◦
Estoy en mi habitación, dándole vueltas a lo que voy a hacer en unas horas. Mi mirada está perdida en el reflejo de mi cuerpo desnudo, donde el leve enrojecimiento en mi piel, resultado de la depilación que Megan me hizo, ya ha desaparecido.
Me observo de pies a cabeza, intentando encontrar respuestas. ¿Realmente estoy preparada para desvestirme frente a los ojos curiosos y lujuriosos de hombres desconocidos?
Suspiro, y mejor dirijo mis pensamientos hacia lo que ocurrió en la oficina de la directora. Desde entonces, una sonrisa persistente ha estado en mi rostro, sobre todo cuando las imágenes de cómo me defendió llegan a mi cabeza.
Pensándolo bien, cada vez que me pasa algo, este chico siempre aparece. Como en el bar, o aquel día en la plaza cuando mi madre destrozó mi mundo. ¿Será que el destino se apiadó de mí y me envió un ángel... o un demonio disfrazado de ángel?
Hoy, por fin, es sábado. Le dije a mi madre que iría con Megan a comprar ropa y después a comer helado. Al escuchar eso, Logan se emocionó tanto que insistió en acompañarnos. Mi madre, viendo la oportunidad de tener un momento de tranquilidad, me pidió que lo llevara conmigo.
Sin embargo, como ya se me ha vuelto costumbre, le inventé una excusa: «Megan se enfermó a última hora», así que le dije que debo ir a la librería por un nuevo libro. Sabía que eso sería suficiente para que Logan no quisiera acompañarme.
Lleno mi pequeña mochila con la ropa que Helen nos indicó que debíamos llevar para la ocasión. Me visto con un conjunto deportivo para no levantar sospechas, y me despido de mi madre antes de salir de casa.
Camino hacia el auto de Megan, que está estacionado a una cuadra de distancia para que mi madre no me vea subir. Me siento en el lado del copiloto y antes de que pueda decir algo, Megan me mira con una ceja levantada.
—¿Traes la ropa que te presté? —pregunta sin rodeos.
—Si, aunque preferiría algo más... conservador —respondo, pensando en lo mucho que hubiera preferido quedarme con mi conjunto deportivo.
—Ya lo hablamos por mensaje, Lili. Si no llegamos "presentables" para la ocasión, no nos van a tomar en cuenta.
Suspiro, derrotada. —Tienes razón —mascullo.
Comienzo a morderme las uñas por los nervios. Trato de calmarme, a diferencia de Megan que parece completamente relajada. Mientras conduce por la ciudad en busca de la dirección, empiezo a cambiarme. Cada vez que el semáforo se pone en rojo, me quito una prenda y me pongo otra.
El proceso termina con los tacones, que nunca me he acostumbrado a usar. Después de unos veinte minutos de trayecto, llegamos a un edificio imponente. En la entrada, un gran cartel dice: "Arquitectos Ziegler S.A.".
—Megan, ¿estás segura de que es la dirección correcta? —pregunto, con un nudo en el estómago.
Un edificio de arquitectura no parece ser el lugar para lo que venimos a hacer.
—Es la dirección que me dio Helen —responde, con una ligera duda en su voz—. Incluso me mandó la ubicación por Waze... Vamos a estacionar y preguntamos en la recepción.
—¿Y qué les vamos a decir? "Disculpe, señorita, ¿nos podría indicar dónde está el lugar de 'modelos webcam' en este lujoso edificio?" —le suelto con sarcasmo.
—Es eso o nos perdemos la oportunidad de ganar un montón de dinero —comenta Megan, sin perder la calma.
—Mejor llamo a Helen.
—No creo que sea posible. Sus padres le quitaron el celular después de que llegó tarde de una fiesta. Son bastante estrictos.
Resignada, suspiro de nuevo sin otra opción que entrar. Megan estaciona en el sótano, y antes de que me baje del auto, me detiene.
—Espera, te falta maquillaje.
—Me puse brillo labial, con eso basta.
—Solo será un poco —me dice divertida.
Me aplica rímel y un labial mucho más fuerte de lo que hubiera preferido. Me miro en el espejo del auto. El maquillaje que me puso no está mal, pero definitivamente no es mi estilo. Suspiro otra vez, intentando ordenar mis pensamientos mientras nos bajamos.
Nos subimos en el ascensor, y cuando las puertas se abren en el primer nivel, lo primero que noto es la elegancia del lugar: gente vestida con trajes formales, yendo de un lado a otro con paso seguro.
Me siento completamente fuera de lugar. Llevo unos jeans de cuero ajustados, un top que escasamente cubre lo necesario y unos tacones altísimos que apenas sé manejar. Gracias a Dios traje mi chaqueta, de lo contrario ya estaría deseando que la tierra me tragara. Megan, por su parte, parece confiada, luciendo su falda de cuero.
Nos acercamos a la recepción y me aferro al brazo de Megan, tratando de no tropezar, o en el peor de los escenarios, caer sobre mi trasero.
—Hola, venimos a una cita con el señor Tyler Miller —le menciona Megan a la recepcionista.
La mujer, cuyo nombre dice "Angélica" en la credencial, asiente y levanta el teléfono. Mientras ella habla, aprovecho para observar el lugar: los pisos blancos están impecablemente brillantes, las paredes en tonos fríos añaden aún más sofisticación, y las plantas y estatuas decorativas realzan el ambiente. Todo en este lugar grita lujo.
Después de un breve intercambio de palabras por teléfono, Angélica nos informa que el guardia de seguridad, John, nos llevará al piso correcto. Parece que no estábamos tan perdidas como pensábamos. Sin embargo, antes de alejarnos, noto cómo la recepcionista nos mira de manera despectiva y murmura algo a su compañera.
—Hola, señoritas —nos saluda el guardia. Su aspecto me recuerda un poco a Big Boy, excepto por una pequeña cicatriz en su ceja izquierda—. Soy John. Las acompañaré con el señor Miller.
Seguimos al guardia en silencio, mis nervios comienzan a intensificarse. Me aferro con más fuerza al brazo de Megan, como si eso fuera suficiente para mantener mi compostura. Entramos en el ascensor, y el hormigueo en mi cuerpo aumenta conforme nos acercamos al piso doce.
Las puertas metálicas se abren, revelando un amplio salón que, a primera vista, está decorado con lirios morados y cuadros de mujeres desnudas en poses sugerentes. Alrededor de una pequeña mesa de té, se distribuyen sillones de cuero. Las paredes, pintadas de un blanco hueso, contrastan con la audaz decoración. Ingresamos al lugar, y justo antes de que se cierren las puertas, el guardia nos dice:
—Buena suerte, chicas.
Nos lanza una sonrisa lasciva mientras su mirada recorre nuestros cuerpos de manera incómoda. Las puertas finalmente se cierran, y siento un escalofrío.
Me giro para ver a Megan, queriendo decirle algo, pero antes de poder pronunciar palabra, una mujer muy atractiva se nos acerca.
—¡Bienvenidas! Las estábamos esperando —exclama con una sonrisa radiante—. Mi nombre es Jessica, y seré su mentora. Pueden tomar asiento en los sillones mientras preparo todo —nos indica con amabilidad.
Nos sentamos donde nos señaló, y desde ese lugar, puedo ver dos puertas más al fondo. Los nervios siguen dominando mi cuerpo; no puedo evitar mover las piernas incesantemente de arriba hacia abajo, mis manos están sudorosas, y siento pequeñas gotas de sudor deslizándose por mi frente.
¿Qué demonios estoy haciendo aquí? Si Marian llegara a enterarse de esto, me mataría; o peor aún, si la directora de la preparatoria se entera de nuestras actividades, no dudaría ni un segundo en expulsarnos.
Mi vida, mi futuro, mi sueño de estudiar en Harvard penden de un hilo. Me repito constantemente que no puedo perder esa beca; no, no puedo permitirlo.
Antes de poder salir corriendo, Jessica regresa y nos señala que pasemos a la habitación de la izquierda. Me levanto con dificultad; mis piernas parecen haberse convertido en plomo, así que me apoyo en Megan para no caer.
Al entrar en la habitación, lo primero que veo es una cama grande, cubierta con una manta de peluche en tonos rosados, y varias almohadas desparramadas por encima. En la pared lila, estantes llenos de juguetes sexuales se alinean como si fueran adornos.
Mi rostro se torna de un rojo intenso al instante, y las náuseas me invaden. Intento concentrarme en mis respiraciones, tratando de calmarme. No tengo idea de cómo voy a sobrevivir a esto.
—Antes de explicarles cómo funciona todo, necesito que se quiten la ropa —dice Jessica con total naturalidad, como si fuera algo completamente rutinario. Megan y yo intercambiamos miradas.
—Es un proceso de evaluación para saber si son aptas para el trabajo —añade sin inmutarse. Al parecer, está acostumbrada a ver cuerpos desnudos a diario.
Megan, como si no fuera nada del otro mundo, comienza a desvestirse sin el menor rastro de vergüenza. Yo, en cambio, siento cómo el pánico se va apoderando de mí. No me siento cómoda con mi cuerpo. Desde pequeña, siempre me han molestado por mi cabello rojo, llamándome "zanahoria" o "fósforo". Mi piel pálida se enrojece fácilmente, y poseo unos pechos, pequeños y cubiertos de pecas.
Cierro los ojos y cuento hasta tres en mi mente, tratando de armarme de valor. Finalmente, me quito la chaqueta. Un frío repentino recorre mi piel, erizando cada centímetro de mi cuerpo. Ignorando esa sensación, me quito los tacones y desabrocho los jeans, quedando solo en ropa interior.
Luego, con manos temblorosas, me deshago del crop top y el sostén. Ahora estoy desnuda frente a mi mejor amiga y una extraña. Jessica nos observa atentamente, escudriñando cada detalle de nuestros cuerpos, como si estuviera evaluando una obra de arte. Me esfuerzo por no cubrirme, aunque jamás me he sentido tan expuesta en toda mi vida.
Cuando termina su inspección, nos pide que nos pongamos unos conjuntos de encaje rojo, llamados babydolls, que están sobre la cama. Me pongo el mío lo mejor que puedo, sintiéndome aún más vulnerable bajo la atenta mirada de Jessica.
El material transparente no oculta prácticamente nada; mis pezones están a la vista y la diminuta tanga apenas cubre lo esencial. Agradezco en silencio que Megan me ayudara con la depilación, porque esta prenda deja muy poco a la imaginación.
Jessica nos entrega unas máscaras negras en forma de gato para cubrir nuestras identidades frente a los espectadores, junto con unos tacones azul marino. Después de terminar de vestirnos, Megan se dirige al cuarto de al lado mientras yo me quedo en la misma habitación donde entramos. Jessica se queda conmigo para darme las últimas indicaciones.
—La cámara está conectada a esta laptop. Cuando estés lista, simplemente presiona el botón de encendido.
»No te preocupes por el programa, todo está automatizado. Tú solo tienes que actuar frente a la cámara y usar los juguetes que quieras.
La ansiedad se apodera de mí. —Creo que no puedo hacerlo —confieso con la voz temblorosa.
Jessica me observa por un momento, como si midiera mi nivel de miedo, y luego busca algo en el bolsillo de su falda. Me entrega una pequeña pastilla.
—Son solo los nervios. Esto te ayudará a relajarte —dice con una sonrisa que intenta ser tranquilizadora—. Será más fácil de lo que crees.
Me desea suerte y se retira de la habitación. Quedo completamente sola. Las paredes comienzan a cerrarse a mi alrededor, o al menos eso es lo que siento. Todo el aire del cuarto parece desaparecer. ¿Cómo he llegado hasta aquí?
Miro la pastilla en mi mano y, sin pensarlo demasiado, me la llevo a la boca y la trago. En cuestión de minutos, los efectos comienzan a surtir efecto; mi cuerpo se relaja, mis músculos se distienden y mi mente se siente levemente adormecida.
Nunca me he tocado a mí misma. No es algo que haya hecho, no en una casa donde la privacidad es casi inexistente. Y ahora, aquí estoy, a punto de hacerlo frente a una cámara. No tengo ni la más mínima idea de cómo actuar de manera sensual, y mucho menos de cómo darme placer.
Con la mente en blanco y el cuerpo relajado por los efectos de la pastilla, me coloco frente a la cámara. Tiemblo, pero ya no hay vuelta atrás. Aprieto el botón de encendido y el espectáculo comienza.
Sentada en el borde de la cama, comienzo a jugar con mis sensibles pezones a través de la tela. Jadeo, de forma inconsciente, despertando sensaciones de placer. Abro las piernas, bajando la mano por mi vientre plano, hasta tocar mi punto sensible.
Me ayuda un poco recordar los vídeos eróticos que vimos en casa de Helen, tratando de imitar los movimientos que hacían las mujeres. Al empezar a sentir una extraña sensación al tocarme, me atrevo a explorar más allá de la tela, haciendo círculos en mi palpitante clítoris.
—¿Te gusta lo que estás viendo?
A pesar de la vergüenza, logro controlar mi voz para que no se quiebre. Después de un largo tiempo, me atrevo a ver a la cámara, e introduzco dos dedos en mi resbalosa entrada.
Con ágiles movimientos, desaparece la tanga, y me acuesto en la cama. Antes de abrir mis piernas, vuelvo a tomar respiraciones profundas para alejar la timidez. La pastilla que me dio Jessica no ha logrado relajarme del todo.
Regreso a la tarea de darme placer, mis manos recorren mi cuello, el pecho y por debajo de las costillas, hasta llegar a mi vagina. Cierro los ojos buscando la forma de transportarme a otro lugar, precisamente a mi habitación, junto a un chico de ojos azules.
Su cuerpo caliente sube a la cama conmigo. Me besa en los labios de forma desesperada, mientras mis dedos siguen aumentando el ritmo. Mi cuello se vuelve su centro de atención, descendiendo por mi piel, hasta llegar a los pezones, que no duda en morder y succionar. Mi espalda se arquea al no poder controlar más mi excitación.
Siento algo viscoso que cubren mis dedos, mi respiración se detiene unos segundos y estrellas parecen flotar detrás de mis párpados cuando obtengo mi primer orgasmo. Abro mis ojos al recordar dónde me encuentro. Me toma unos segundos asimilar lo que ha sucedido.
Con torpeza me levanto de la cama, aun temblando por el intenso orgasmo, y fijo la vista en la pantalla. Al parecer, Maxen es mi primer cliente. La sorpresa de ver que ha pagado mil dólares por verme, desaparece cuando me invade una oleada de arrepentimiento.
De repente, Jessica entra en la habitación sin avisar, interrumpiendo mis pensamientos. Se acerca para felicitarme por el buen trabajo que, según ella, he hecho. Mientras intento ordenar mis emociones, ajusto el traje rojo que me cubre, tratando de preservar la poca dignidad que siento que me queda.
Jessica me entrega la ropa con la que llegué, y bajo su atenta mirada, comienzo a vestirme lo más rápido que mis manos temblorosas me permiten. A pesar de que ya me ha visto desnuda, el rubor de la vergüenza aún persiste en mis mejillas.
Cuando por fin estoy lista, salgo de la habitación y me encuentro con Megan, quien me sonríe con entusiasmo. Se acerca a mí y me envuelve en un abrazo.
—¿Cómo te fue? —pregunta con una naturalidad asombrosa, como si estuviera hablando de un examen de la escuela.
—Bien, creo —respondo con duda—. Mi primer cliente pagó bastante por mí —añado con una pizca de orgullo que no debería sentir. Mis emociones están completamente enfrentadas. —¿Y a ti?
—Igual me fue bien. Creo que un viejo árabe pagó por verme.
—¡Felicidades, chicas! —Jessica nos interrumpe, extendiéndonos un cheque—. Aquí está su primer pago. Me comunicaré pronto con ustedes para hacerles saber la fecha de la siguiente sesión.
Nos despedimos de Jessica y salimos del lugar. Entramos al ascensor para bajar al primer piso, y durante el trayecto, pienso lo irreal que fue todo. Hace apenas unos minutos, estaba en una habitación dándome placer frente a una cámara, y ahora, aquí estoy, caminando entre trabajadores para salir de este lugar.
—Y bien —rompe el silencio Megan, divertida—, ¿lo volverías a hacer?
—Esto ha sido lo más vergonzoso que he hecho en toda mi vida.
—Lo importante es que sobreviviste —se burla mi amiga.
«¿Lo volvería a hacer?» La pregunta resuena en mi cabeza una y otra vez. Quizás sí. Después de todo, no fue tan terrible.
Ya sentadas en el auto, la realidad me golpea como una cachetada. Giro para mirar a Megan, que parece completamente imperturbable por lo que acabamos de hacer. Y, en realidad, no me sorprende. Ella siempre ha sido valiente y desinhibida en estos temas.
Por otro lado, yo no estoy segura de poder mirar a mi madre a los ojos después de lo que acabo de hacer. Pero, al final, ¿importará tanto si esto me permite pagar las facturas pendientes de casa?
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