Capítulo V: Malas decisiones

◦❥Lilibeth❥◦

Después del turno en el bar, me despierto al mediodía. Tras una larga noche de trabajo, me siento agotada, pero sé que no puedo quedarme más tiempo en la cama. Si no me levanto, Marian entrará haciendo un escándalo para que me ponga a hacer los quehaceres de la casa. Así que, para evitar esa situación, decido salir antes de que ocurra. 

Me pongo un conjunto deportivo y unos tenis azules que ya están algo viejos. Cierro la puerta de mi habitación con llave; no confío en el novio de mi madre. La última vez que no lo hice, desaparecieron veinte dólares de una pequeña caja de princesas que mi papá me regaló en mi quinto cumpleaños.

Al llegar al primer nivel, escucho el ruido de la televisión, lo que me confirma que no me equivoqué: está aquí.

Owen, el novio de mi madre, está sentado en el sillón con una cerveza en la mano. Siempre lamentaré el día en que lo conoció, hace tres años, mientras lo asistía en el hospital. Había tenido un accidente por conducir bajo los efectos del alcohol, y desde entonces está con nosotros. 

No me gusta que esté cerca. He notado cómo me mira y odio la forma en que intenta jugar el rol de padre con mi hermano. No es un tipo feo, a pesar de su edad, pero sus canas, que ya se asoman entre lo que fue una cabellera rubia, junto a sus ojos verdes y complexión fuerte, debieron atraer a mi madre.

—Hola, Owen —lo saludo desde lejos, intentando evitar cualquier tipo de contacto con él, ya que siempre busca tocarme o coquetear cuando tiene la oportunidad. 

—Hola, Lili. ¿Quieres ver una película con nosotros? —cuestiona con una sonrisa que me da escalofríos.

—No, gracias —respondo con tono pausado, dejando claro mi total desinterés hacia él—. ¿Dónde está mi madre? —pregunto, notando que no está en ningún lado. En una casa tan pequeña no es fácil perderse.

—Fue al supermercado por la despensa. 

Sigo parada frente a él, y me doy cuenta de cómo me observa de pies a cabeza. Me siento tan incómoda que decido salir lo antes posible.

—Dile a Marian que salí a correr. No me esperen para el almuerzo —aviso con rapidez.

Justo cuando paso a su lado para dirigirme a la puerta, Owen se levanta y me agarra de la muñeca.

—Insisto, linda... quédate a disfrutar de la película —susurra cerca de mi oído, asegurándose de que Logan no lo escuche—. O... podríamos hacer cosas de adultos en la habitación, ¿entiendes a qué me refiero, no? —Luego se aparta y me guiña un ojo, como si su asquerosa propuesta fuera algo atractivo.

—¡Suéltame! No entiendo qué le vio mi madre a un pervertido como tú —le digo furiosa, intentando controlar el temblor de mi voz. A veces creo que solo atraigo a hombres de su tipo.

—¿Estás molestando a Lili? ¡Le voy a decir a mi mamá! 

Logan, quien hasta ahora estaba absorto en la película, se da cuenta de lo que está ocurriendo y habla desde el sillón con su peluche de dinosaurio entre las manos.

—No estoy molestando a Lili. Estamos teniendo una charla de adultos, así que no te metas, mocoso —le grita Owen, frustrado.

Aprovecho su distracción para jalar mi muñeca y liberarme de su agarre. 

—¡No le hables así a mi hermano, gusano infeliz mantenido! —le advierto, con el corazón acelerado.

El rostro de Owen se pone rojo de ira y levanta la mano para golpearme. Instintivamente, giro la cara esperando el impacto, pero en ese momento la puerta principal se abre.

—Owen, amor, ayúdame con las bolsas —dice mi madre, entrando con varias compras en los brazos.

—De esto, ni una palabra, ¿entendido? —me susurra al pasar a mi lado. Lo maldigo internamente, pero me callo.

Me despido de mi madre sin siquiera mirarla a los ojos y salgo corriendo de la casa. No le he contado nada a Marian sobre el comportamiento de Owen, porque sé que me llamará envidiosa y dirá que solo busco atención, que no quiero verla feliz. Lo intenté una vez, y las cosas se volvieron en mi contra.

Tengo un celular viejo, apenas enciende, pero sigue siendo útil para llamadas y mensajes. Me pongo los audífonos y comienza a reproducir música que me ayuda a relajarme y pensar con claridad. 

Llego a un parque cercano a mi casa. Me detengo y me siento en una banca para descansar, sintiendo cómo las gotas de sudor recorren mi frente. El sol está muy fuerte hoy, y mi piel se enrojece rápidamente.

—¿Me pasas la pelota? —grita un niño.

La pelota ha caído cerca de mis pies. Me levanto y la pateo con fuerza para que pueda alcanzarla. El niño me agradece y sigue jugando con sus amigos. 

Observo a las personas que pasan por el parque: ancianas caminando en grupos, niños revoltosos correteando y adultos que parecen apurados, probablemente de camino a casa. Los sábados son días para pasar en familia, dejando atrás el caos de la semana laboral y estudiantil.

Después de un rato de descanso, me pongo de pie y comienzo a estirarme. Mientras lo hago, veo que Nicholas se acerca a mí. Viene vestido de forma similar, con ropa deportiva, corriendo y sudando. 

Cuando se percata de mi presencia, me saluda y se acerca a darme un beso cerca de la comisura de los labios, lo que me pone nerviosa. Trato de disimular arreglándome el cabello, aunque sé que está desordenado y sudoroso. A Nicholas nunca le ha importado verme despeinada; casi nunca me arreglo.

—¿Qué haces aquí? Estás bastante lejos de tu casa —le digo, sabiendo que vive en un barrio mucho más acomodado en el centro de la ciudad.

—Vengo de la playa. El calor allá es más intenso que aquí en la ciudad. Me gusta correr por estos lados; es más tranquilo y agradable —me responde con una sonrisa. 

Es más alto que yo, así que debo levantar la cabeza para mirarlo a los ojos.

—¿Vamos por una malteada? —le propongo.

—Me encantaría, yo invito —dice adelantándose antes que me niegue a que pague por mí.

Me siento un poco mal por haberlo rechazado tantas veces antes, pero hoy es diferente. Si Owen está en casa, Marian también estará, y no tengo que preocuparme por Logan.

No puedo negar que Nicholas me parece atractivo, con sus ojos verdes y los hoyuelos que se le forman al sonreír, capaces de enamorar a cualquier chica. Además, se ejercita, y bajo su camisa se puede notar su cuerpo bien trabajado. Sin embargo, él nunca pareció fijarse en mí de otra manera que no sea la amistad. 

De niña, intenté varias veces llamar su atención. Incluso le escribí cartas de amor. Recordarlo ahora me da un poco de vergüenza. En una de esas veces, él me dejó claro que solo me veía como una amiga. 

Con su última novia duraron juntos cuatro años. A pesar que actualmente está soltero, nunca ha mostrado interés en conquistarme, así que aprendí a aceptarlo. Aprecio mucho nuestra amistad. Cuando era pequeña y mi madre me dejaba sola en casa durante horas, Nicholas siempre me invitaba a jugar al parque o a tomar un helado.

No me considero una chica atractiva, así que no me sorprende que no quiera nada conmigo, por más indirectas o cartas que le haya enviado. Lena siempre estuvo equivocada.

Corremos juntos por media hora más. Después de tomar una malteada, insiste en que vayamos a la playa, pero lo vuelvo a rechazar amablemente. Marian me espera en casa para cuidar a Logan; hoy tiene turno de noche.

Cuando el reloj marca las cinco de la tarde, me despido de él y regreso a casa. Mañana es domingo, y lo pasamos en familia. Vamos a la iglesia y luego almorzamos con la señora Campbell, nuestra vecina de sesenta años, dos veces divorciada y sin hijos.

Logan y yo la consideramos como nuestra abuela, ya que siempre nos consiente con dulces y postres cuando la visitamos.

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El lunes me dirijo a la preparatoria. En la mañana no escuché la alarma, así que salgo corriendo de mi casa, apresurada y con el corazón latiendo de prisa. 

Cuando estoy llegando a Belmont, tropiezo con algo. Grito del susto y cierro los ojos, esperando el impacto contra el suelo. Sin embargo, antes de caer, alguien me jala del brazo, aunque lo hace con poca delicadeza.

Mi mochila, sin la misma suerte, termina en el suelo y, antes de recoger mis cosas, me disculpo rápidamente. Me acuclillo para levantar lo que ha caído, y mientras junto mis libros, noto cómo el chico con el que tropecé se agacha también para ayudarme a arreglar el desastre que hice.

—Lo siento mucho, hoy llego tarde a la prepa y no vi que venías —me disculpo con prisa, guardando los libros de forma apresurada en mi mochila.

Al levantar la vista, me encuentro con un chico muy guapo. Tiene los ojos de un azul profundo que, por alguna razón, me resultan familiares. Aunque quisiera observarlo más detenidamente, la vergüenza me gana, y agacho la mirada de nuevo, incapaz de sostenerle la vista por mucho tiempo.

Me levanto alisando mi falda con nerviosismo. Justo cuando estoy a punto de seguir mi camino, él me detiene con voz suave:

—No te preocupes, pero deberías tener más cuidado. A la próxima podrías lastimarte.

Me dedica una sonrisa, pero algo en la manera en que me mira me provoca un estremecimiento. Su expresión parece vacía, sin brillo en los ojos. Solo le devuelvo una sonrisa educada y apresuro el paso. 

Llego a Belmont y voy directamente al salón de arte. Me siento en una silla junto a Megan, quien está conversando con su nueva amiga... ¿Helen?, ¿Eli?, no lo sé con certeza. 

Megan nos presentó hace unos días, pero nunca me ha interesado mucho aprender los nombres de los demás, mucho menos los del grupo de élite.

—¿Qué haces aquí? —le susurro a Megan—. Deberías estar en el curso de actuación. 

—Logré cambiar mi horario para estar con ustedes en esta clase —dice emocionada. 

El profesor nos entrega un lienzo en blanco. No soy buena dibujando, así que solo trazo algunas figuras geométricas al azar, usando varios colores. Al terminar, le pido permiso al profesor para ir al baño.

Luego de hacer mis necesidades, salgo del pequeño cubículo y me lavo las manos. De pronto, una de las puertas se abre, y de ahí sale Helen. Se lava las manos también, pero su mirada se encuentra con la mía y, por alguna razón, me pone nerviosa.

—Eres más bonita en persona de lo que imaginé —comenta con un tono irónico que no logro descifrar del todo.

—Gracias... supongo —contesto en un murmullo, confundida.

—¿Sabes? Me caes bien, un poco al menos. Lástima que no lleguemos a conocernos como me hubiera gustado —añade con una sonrisa enigmática, mientras cierra el grifo y se seca las manos con una toalla de papel.

—¿De qué estás hablando? —pregunto, cada vez más desconcertada.

Helen se acerca despacio, coloca una mano fría en mi mejilla y se inclina para susurrarme al oído:

—Cuando todo esto termine, espero que no me odies tanto. De verdad, me agradas. 

Me suelta, se da media vuelta y se marcha del baño. Quedo petrificada, incapaz de moverme por varios minutos. ¿Está loca? Si su intención era asustarme, lo ha conseguido. Regreso al salón, pero no dejo de evitar hacer contacto visual con Helen durante el resto del día. No me equivoco al pensar que emite una vibra extraña.

Después de cinco largas horas de estudio, vamos juntas a la cafetería. Al buscar mi credencial de estudiante, me doy cuenta de que no la tengo. Probablemente se cayó cuando tropecé con ese chico. Hoy pago la comida de mi propio bolsillo. Con la bandeja en mano, nos sentamos en nuestro lugar de siempre.

—Lili, Helen y yo estábamos pensando que sería divertido ir las tres a su casa el viernes. Podemos quedarnos a dormir —me propone Megan emocionada. 

—Mis padres están de viaje, así que podremos ver películas toda la noche.

No me agrada la idea de ir a la casa de Helen después del extraño episodio en el baño, pero cuando me sonríe, parece que todo está bien entre nosotras. La verdad es que me vendría bien salir y despejarme un poco; hace tiempo que no hago nada divertido con Megan.

Además, mi hermano Logan me consume mucho tiempo, y este viernes Marian no tiene turno, aunque quizás no le guste la idea de que la deje sola. Pero tendrá que entender que aún soy adolescente y tengo derecho a divertirme de vez en cuando.

—Claro, me gustaría ir. El viernes pediré cambio de turno en el bar —respondo, aceptando la invitación.

Noto cómo ambas parecen respirar aliviadas. Tal vez pensaban que diría que no, ya que casi siempre rechazo este tipo de planes.

—Comeremos palomitas, helado, y hasta podríamos ver esas películas eróticas que tiene mi padre escondidas —comenta Helen, soltando una carcajada.

Trato de no mostrar incomodidad ante el comentario, sabiendo que Helen solo lo dice para hacerme sentir incómoda. A diferencia de ellas, que ya han tenido experiencias con chicos, yo soy más reservada en esos temas.

El profesor de química se acerca a nuestra mesa y le extiende un sobre a Helen.

—Señorita Relish, este es el tercer citatorio del mes para sus padres. Si no se presentan, lamentablemente tendré que reprobarla.

Veo de reojo a Megan al escuchar el apellido de Helen, dato que me toma por sorpresa. 

—Gracias, Zac. Lo tendré en cuenta —responde Helen con un tono despreocupado, guardando el sobre en el bolsillo de su falda.

—Para ustedes soy el Sr. Sánchez. Buen día, señoritas —dice antes de darse la vuelta y continuar su recorrido por la cafetería. 

—Es curioso que ustedes dos tengan el mismo apellido, siendo las únicas Relish en este lugar —comenta Megan de repente, mirándonos con interés. 

—Tienes razón —responde Helen con rapidez—. Tal vez seamos primas lejanas, ¿no crees, Lili? —añade, guiñando un ojo con complicidad.

En San Agustín hay pocas familias con el apellido Relish. De hecho, los únicos que lo llevan son los parientes de mi padre. Probablemente los padres de Helen no sean originarios de aquí y vengan de alguna parte de Inglaterra, donde el apellido es más común.

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Quedo impresionada al llegar a la casa de Helen. Es al menos cuatro veces más grande que la mía. Tiene una piscina, una fuente con una estatua de ángel en el jardín, y varias habitaciones tanto en el primer como en el segundo nivel. 

Los muebles están elaborados con la madera más fina del mercado, y, por si fuera poco, nos recibió un mayordomo muy cortés, acompañado de varios empleados de servicio que se mueven con total discreción. 

Después de pasar toda la tarde en la piscina, comer helado y ver películas de terror, subimos a la habitación de Helen. 

Me sorprendo aún más cuando entramos: ¡Es tan grande como mi casa en un solo espacio! Con su enorme cama en el centro, acompañada por una chimenea, una pantalla plana, y una pequeña sala con sillones y muebles que combinan perfectamente con el color de las paredes. Toffy, su perrita Shih Tzu, se emociona al vernos, saltando alrededor de nosotras con alegría.

Mientras ellas preparan la cama para que las tres podamos dormir juntas, me dirijo al baño para cambiarme, que es igual de impresionante que el resto de la casa. Me lavo la cara en uno de los dos lavamanos disponibles, y al levantar la vista, veo el enorme espejo que refleja toda la habitación detrás de mí.  

En el fondo del baño hay una tina grande, un jacuzzi y un mueble lleno de productos de higiene de todo tipo, muy distinto a lo que yo tengo en casa: un simple champú y un jabón. Además, un vestidor repleto de ropa de diseñador. 

Me pongo un short y una blusa de tirantes para estar cómoda durante la noche. Al salir, noto que, de inmediato, tanto Helen como Megan se quedan en silencio. Sentadas en la cama, Megan me hace una señal para que me una a ellas.

—Lili, tengo que contarte algo, pero debes mantener una mente muy abierta. —Comienza diciendo Megan, con un tono serio—. No puedes decir que no sin pensarlo bien. 

Me siento al lado de Helen, mirando directamente a Megan, intrigada por lo que está a punto de decir. 

—Te tenemos una propuesta —continua Megan—. Le conté a Helen sobre tu situación, espero que no te moleste...

 Claro que me molesta, pero no digo nada, prefiero escuchar.

—Helen tiene una idea que podría ayudarte mucho... Nos propone que entremos al mundo del modelaje webcam.

¿Modelaje qué? No tengo ni idea de lo que están hablando. 

—No entiendo lo que significa eso —añado confundida—. ¿Se trata de vender cámaras o algo así? 

Las dos se ríen, cortando el ambiente tenso.

—Te lo dije, es muy inocente para saber de esto —señala Megan a Helen.

Después de las risas, me explicaron en qué consiste el trabajo: modelar frente a una cámara y realizar transmisiones en vivo. La idea no me convence en absoluto, pero ambas insisten en que la paga es excelente y que yo, más que nadie, lo necesito.

Estoy atrapada entre la necesidad y la duda, sabiendo que debo tomar una decisión, probablemente una muy mala decisión.

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