Capítulo IV: Un nuevo comienzo

◦✧Ashton✧◦

Me estaciono al otro lado de la calle, justo frente al bar. Cuando la veo entrar, salgo de mi auto y comienzo a seguir sus pasos sin que note mi presencia. No es la primera vez que lo hago; desde que supe que trabaja aquí, vengo una vez por semana. Saludo al guardia de seguridad y me dirijo a la esquina más alejada de la entrada, procurando no llamar la atención.

El bar está lleno de gente, como cada viernes. Vengo aquí para relajarme después de una semana de trabajo, pero no es casualidad que elija este lugar. Saber dónde y con quién estará Lili es fácil.

Las luces apenas iluminan, y eso juega a mi favor. En esta pequeña ciudad, todos conocen los sucios secretos de los más influyentes, y no es raro ver a algunos políticos aquí, cuando todo lo ilegal está permitido.

Conozco al dueño del negocio, el señor Jones. Es un exmilitar cuya esposa lo dejó tras varias infidelidades. Ahora se dedica a las apuestas ilegales y contratar jóvenes para atender a sus más perversos clientes. No entiendo cómo Marian permite que Lili trabaje aquí, pero ese no es mi asunto.

—Hola, guapo. ¿Qué vas a ordenar? —Lena se acerca para tomar el pedido, y no puedo evitar notar cómo intenta mostrar más de su escote.

El detective que contraté me dio un informe detallado de las personas cercanas a Lili, incluyendo a Lena. Tiene dos hermanos mayores que están casados, una madre adicta a las sustancias, y un padre que desaparece durante meses. A pesar de todo, esta chica siempre parece tener una sonrisa en el rostro. Trabaja desde los quince, así que no me sorprende verla aquí.

—Tráeme una cerveza negra y unas alitas de barbacoa —le indico sin ponerle mucho interés a su coqueteo. 

Lena se aleja. Reviso mi celular para matar el tiempo. No vengo aquí por diversión, solo sigo los pasos de Lili, esperando a alguien, que sé que aparecerá tarde o temprano. Tal vez no precisamente en este bar, pero es tan impredecible que todo es posible.

Observo a Lili mientras limpia el lugar. Son más de las tres de la mañana y, aun así, no tengo intención de regresar a mi apartamento. La última vez que me enfrenté a alguien aquí fue al hijo de Jones, por haberla tocado. Estuve a punto de matarlo a golpes. 

Terminó en el hospital con múltiples fracturas, y cada vez que lo recuerdo, no puedo evitar sonreír con satisfacción. Pero no lo hice por Lili; no la protejo y nunca lo haré. Lo hice por él, porque sé que algún día se lo voy a cobrar.

Tuve suerte de que no me reconociera. No es la primera vez que la acosa; lo he visto hacerlo en varias ocasiones. Nunca intervine porque no soy niñera de nadie, pero le dejé una advertencia. No tolero que les hagan daño a las mujeres, sin importar quién sea. Pese a eso, debo ser más cuidadoso; si me involucro demasiado, podría terminar en la cárcel.

Cuando veo que Lili sale del bar, me levanto y dejo un billete de cincuenta dólares en la mesa, sin tocar la comida. La sigo desde mi Porche, manteniendo una distancia prudente. No quiero que se dé cuenta de que la estoy vigilando.

A veces me pregunto por qué hago esto. No es como si me importara su bienestar. Me convenzo de que solo es parte de mi vigilancia hasta que llegue el momento de poner en marcha mi plan y vengarme de quienes, hace doce años, me encerraron en un internado. En momentos como este, recuerdo el día en que finalmente recuperé mi libertad.

━━━━━━ ◦ 🌷 ◦ ━━━━━━

Ashton, 17 años.

Más que un instituto, parece un reformatorio. Me abandonaron aquí cuando apenas era un niño, y desde la última vez que vi cómo se alejaba el auto de mis tíos, nunca regresaron a visitarme. Perdí todo contacto con mi hermana. 

Al principio, nos enviábamos cartas, pero llegó un momento que dejaron de llegar. En una de ellas, me contó que nuestra madre fue internada en un hospital psiquiátrico; la depresión la consumió de tal manera que necesitó asistencia médica.

Desde los doce hasta los diecisiete años, tuve más que suficiente tiempo para planear mi futuro. Este lugar me convirtió en alguien fuerte, me enseño que los sentimientos están prohibidos. Cuando era pequeño, lloraba todo el tiempo por mi madre y mi hermana, y por eso recibí golpes de varios compañeros. 

Además, los castigos que nos imponen las autoridades si no obedecemos son brutales; golpes con palos diseñados para causar dolor. Incluso más de una vez, me encerraron en una habitación sin comida durante días.

Aprendí que para sobrevivir aquí no basta con ser fuerte; también hay que ser ágil e inteligente. La fuerza no siempre resuelve los problemas. 

Hoy es un día insoportablemente caluroso. Me estoy ejercitando en las barras del patio, donde más de veinte hombres sudorosos entrenan, tratando de despejar sus mentes. En una semana cumpliré la mayoría de edad, y finalmente seré libre. Ya no tendré que seguir viviendo aquí. 

Las clases terminaron hace dos meses. No hubo ceremonia de graduación ni pastel para celebrar por haber completado nuestros estudios. Por supuesto, lo celebramos a nuestra manera; con drogas, alcohol y chicas metidas a escondidas.

Después de levantar pesas, me dirijo a las duchas para refrescarme, donde las paredes están cubiertas por grafitis y palabras obscenas. Una vez que estoy aseado y cambiado, me encamino hacia la habitación donde comparto el espacio con otros cuatro adolescentes, cada uno de una edad distinta. 

Nunca he sido de hacer amigos, y aquí solo he ganado enemigos. Sin embargo, me respetan y me temen; desde que llegué, tuve que aprender a defenderme. De lo contrario, ya estaría muerto. 

El único amigo que tengo es Tyler. Tenemos la misma edad y es quién se encarga de tatuarnos ilegalmente, en esta prisión. A las autoridades no les preocupa demasiado lo que hacemos, así que, después de realizarme diez tatuajes, dejé de contar. Me hacen sentir bien. El dolor me ayuda a concentrarme y, de alguna manera extraña, me proporciona cierto placer. 

Me recuesto en un colchón viejo y desgastado, lleno de resortes que sobresalen, y saco de mi almohada una fotografía envejecida y deteriorada por los años. En ella, una pequeña niña sonríe a la cámara. Vannia me envió esta foto en una de sus cartas, tras revisar la casa de mis tíos. Sé exactamente quién es.

De repente, la foto desaparece de mis manos. No es la primera vez que lo hace para fastidiarme. Dormir bajo el mismo techo que él solo me ha traído problemas, aunque debo admitir que casi nunca soy yo quien inicia los conflictos.

—¿Qué tenemos aquí? —dice Isaac, burlón— ¿La foto de tu hermanita? Debe ser igual de rara que tú.

Todos los presentes se ríen mientras sigo tumbado, observando a Isaac, de padres inmigrantes mexicanos, que no debe de medir más de un metro sesenta. Contengo mi furia y comienzo a contar mentalmente: uno, dos... Antes de llegar a tres, salto de la cama y lo agarro del cuello. La sonrisa desaparece de su rostro en cuanto comienzo a apretarlo con fuerza. 

—Suelta la maldita foto —le advierto— Antes que meta tu cabeza en el trasero de Manuel.

Lo miro directamente a los ojos y noto cómo estos empiezan a volverse blancos debido a la presión que ejerzo en su tráquea, pero no veo ni el más mínimo rastro de arrepentimiento o miedo en su mirada. 

Lo siguiente que pasó fue que él me escupió en la cara y a pesar que le costaba respirar suelta una fuerte carcajada. Después de eso perdí el control total de mis acciones.

Deciden expulsarme del internado una semana antes de cumplir la mayoría de edad. No me arrepiento de haberle quebrado cada hueso de su cuerpo. Tuve suerte de que no llamaran a la policía; de lo contrario, ya estaría preso antes de cumplir mi "sentencia" en este lugar. 

Camino por los pasillos como si fuera el dueño del universo. Acabo de salir de la habitación de Tyler por última vez para despedirme. Le prometí que pronto nos volveremos a ver. Me hice el último tatuaje, uno que me recordará para siempre este infierno. 

Un guardia de seguridad llega a buscarme a la habitación para escoltarme fuera de estas paredes. No voy a decir que extrañaré este sitio, así que recojo mis pocas pertenencias y las meto en un bolsón negro. 

Durante todos estos años, sin la ayuda de mis tíos, tuve que buscarme la vida por mí mismo, ganando dinero con apuestas y haciendo trabajos para los guardias. Las drogas son el negocio principal.

Sigo al guardia por los pasillos llenos de adolescentes alborotados. Todos me aplauden por salir de este maldito infierno. Mantengo la cabeza en alto, sin hacer contacto visual con nadie. Al llegar a la entrada principal, puedo sentir el aire fresco llenar mis pulmones. Se siente bien, como si volviera a nacer.

—Hey, chico, espero no verte de nuevo por aquí o en prisión. Encuentra un buen oficio y una bonita esposa —opina el guardia, un hombre alto y calvo, mientras me abre la puerta. 

Paso a su lado sin prestar atención a su comentario. Ya tengo mis propios planes, y no precisamente es jugar a la casita con una mujer.

Una vez afuera, saboreo la libertad. Antes de tomar un vuelo con destino a San Agustín, hago una última parada: el Hospital Psiquiátrico McLean, aquí en Los Ángeles. 

Mi madre ha estado en ese hospital durante más de cinco años. Esa es la razón por la que mis tíos se hicieron cargo de mi hermana, y a mí encerrarme como si fuera un animal rabioso.

Al llegar, le pago al taxista, bajo del auto y subo las escaleras que conducen a la entrada principal. Al abrirse las puertas, el característico olor a hospital me invade. Me acerco a la recepcionista y pregunto por mi madre. 

—Cuarto nivel, ala dos —me indica—, tiene veinte minutos antes que acabe la hora de visita.  

Al encontrar su habitación, la observo por un momento, provocándome escalofríos. Todo es lúgubre y triste; no soporto ver a mi madre aquí. El cuarto está casi vacío, con pocos muebles para evitar que los pacientes se lesionen. Solo hay una cama y un ropero con sus pertenencias. 

Allí está ella, postrada en la camilla, durmiendo plácidamente. Los medicamentos han hecho efecto y no despertará por horas. Me acerco a su lado; luego de tanto tiempo, la tengo frente de mí. 

Al principio, sentía dolor y resentimiento porque nos entregó a mi tío, un hombre con el corazón tan frío que no le importa el sufrimiento de los demás. Pero ahora, verla tan frágil me hace desear sacarla de aquí y huir lejos.

—Mamá, te prometo que regresaré por ti cuando tenga la edad y los recursos para luchar contra mi tío.

Agarro su mano. Está helada, su piel se siente seca, casi sin vida. No puedo evitar que las lágrimas caigan de mis ojos.

—No permitiré que las personas que te hicieron daño se salgan con la suya. Es injusto que tengas que permanecer aquí. —Respiro hondo antes de continuar—. Algún día regresarás a casa conmigo y con mi hermana.

Me despido de ella con un beso en la frente. Una enfermera entra y me informa que la hora de visita ha terminado. Antes de irme, la miro una última vez, haciendo promesas en silencio. 

Una vez que llegue a Florida, deberé comenzar con mi plan.



Después de siete horas de vuelo, finalmente llego a San Agustín. No puedo esperar para ver la cara de sorpresa de Greg y Margareth cuando me presente en su casa. El dinero que ahorré durante mi estancia en el internado, gracias a las apuestas ilegales que hice con mis compañeros, me permitió llegar hasta aquí.

De no haber sido por eso, probablemente estaría viviendo en las calles de Los Ángeles. Le pago al taxista que me trajo desde el aeropuerto hasta la casa de mis tíos.

Debo admitir que la mansión donde residen me deja impresionado. Greg heredó una gran fortuna de mi abuelo, ya que mi madre, al estar "incapacitada", no pudo recibir su parte. 

Poco tiempo después de que internaran a Claire, mi abuelo comenzó a tener problemas cardíacos y falleció en el asilo donde mi tío lo dejó abandonado. Parece que Greg es experto en deshacerse de su propia familia. 

Enciendo un cigarrillo para calmar los nervios. Fumo desde los quince, y aunque sé que es un mal hábito, realmente no me importan las consecuencias. Hay cosas peores en este mundo, comenzando por las personas que viven en esta casa.

Me detengo frente a la puerta de la mansión. Apago el cigarro bajo mi zapato y toco varias veces. Ojalá disfruten esta "sorpresa" que les traigo, si pueden notar mi sarcasmo. Justo cuando creo que no me van a abrir, una pequeña niña se asoma. Sus ojos verdes me ven con curiosidad, pero sin reconocerme. 

He cambiado mucho en los últimos cinco años que pasé en el internado. Ya no soy el niño delgado y temeroso que tenía miedo de la oscuridad y fue separado de su madre sin compasión. Con dieciocho años, mido un metro ochenta, y mi cuerpo está cubierto de tatuajes.

Me agacho para darle un beso en la mejilla a Vannia. Lleva un vestido blanco, su cabello rubio está recogido en una coleta alta y calza unos pequeños zapatitos rosados. Ahora tiene doce años, y cada día se parece más a Claire. Al envolver su frágil cuerpo en un abrazo, me devuelve el gesto. Es tan delicada que siento la necesidad de protegerla de todo el mal que nos rodea. 

Admiro a mi hermana. Es muy inteligente y me ayudó mucho enviándome cartas mientras estaba en el internado. Incluso seguía mis instrucciones para buscar entre las pertenencias de Greg. 

A veces me mandaba cosas sin importancia, pero siempre valoraba su esfuerzo. También escuchaba conversaciones privadas que me mantenían informado sobre el estado de nuestra madre.

—Hola, princesa —le digo con una sonrisa, rompiendo el abrazo. A pesar de que no me reconoce, no parece tener miedo de mí.

—Hola, ¿quién eres tú? —pregunta, mirándome con confusión y curiosidad al mismo tiempo. 

—Soy Ashton, tu hermano. ¿No te acuerdas de mí?

—Mis papás me dijeron que estabas muy lejos y que nunca ibas a regresar.

—Tus padres... es decir, tus tíos son unos mentirosos. Ya estoy aquí y voy a llevarte conmigo —le respondo, apartándole un mechón de cabello de la cara con ternura.

—¡Aléjate de la niña! —grita una voz desde el interior de la casa.

Me pongo de pie de inmediato y atraigo a Vannia hacia mí, mientras ella me abraza por la cintura, asustada por el arrebato de mi tía.

—También me alegra verte, tía Margareth —declaro con ironía, disimulando el profundo desprecio que le tengo—, sigues tan encantadora como el día que me abandonaron.

—No sé qué haces aquí ni qué es lo que buscas, pero si no te marchas ahora mismo, llamaré a la policía.

Agarrando a Vannia de la mano, la aparta de mí con brusquedad.

—Es mi hermana y tengo derecho a verla.

—Lo siento, pero nosotros tenemos la custodia. Si la quieres, tendrás que hablar con un juez. Aunque dudo que alguien como tú consiga que se la den —señala, mirándome de arriba abajo con desprecio—, vete antes que llame a las autoridades. 

—No será necesario, tía —respondo, esbozando una sonrisa para dejar claro que sus amenazas no me intimidan—, solo quería darles una grata sorpresa, pero parece que no te gustó.

Margareth cierra la puerta de forma amable, por supuesto, me refiero a todo lo contrario viniendo de ella. Enciendo otro cigarro mientras me alejo de la casa, sabiendo que esto es solo el comienzo. Una vez más, me han demostrado que no son dignos de mi perdón. Ahora es momento de comenzar con mi venganza.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top