9. El pasado

—Alma.

La voz de Flavio resonó en mi oído haciéndome despertar, no sabía dónde estaba, ni siquiera recordaba haberme dormido.

—Alma, cielo, despierta —susurró moviéndome con cuidado.

—Hmrrmg... —gruñí—. ¿Qué hora es? ¿Dónde estoy?

—Es la hora de cenar y estás en mi casa.

Abrí los ojos despacio parpadeando al notar la luz artificial del salón, fuera ya estaba oscuro, parecía que había dormido unas horas. Me levanté y me desperecé levemente, no quería parecer un gato estirándome.

—¿Me he dormido viendo la película? —Me sonrojé.

—Sí, nunca había visto a alguien durmiéndose con una película de terror —sonrió—. ¿Qué quieres para cenar? ¿Pizza, burguer, comida mexicana o china? Mmm, bueno, o sushi, esa es otra opción.

—¿Te gusta todo tipo de comida?

—La verdad es que sí, no le hago ascos a nada.

—Pues...no sé qué elegir —susurré—. Quitando la pizza, lo demás nunca lo he probado.

—¿Perdón? —exclamó Flavio abriendo mucho los ojos—. ¿Nunca te has comido una hamburguesa? ¿No has probado la comida basura?

—No... con mis padres vivía en un sitio pequeño y no había eso —contesté—. Y cuando comencé a vivir con la familia de Álex no les gustaban esos sitios porque decían que no es sano, así que nunca nos llevaron. La verdad... es que nos acostumbramos y nunca fuimos a probarla.

—Dios... —silbó Flavio impresionado—. Eso hay que solucionarlo ahora mismo.

Se acercó hasta la mesita donde había dejado el móvil y pulsó en un icono de su pantalla, sus ojos azules se movían con rapidez posándose a veces en mi rostro.

—¿Qué haces? —pregunté con curiosidad.

—Pedir por la aplicación, así te lo traen a casa, es muy cómodo.

—¡Oh! Pensé que ibas a cocinar tú.

—Eso otro día, así tengo excusa para que vuelvas de nuevo para alegrarme la tarde, preparo unos platos que necesitarías babero de toda la baba que te caería —contestó con una sonrisa cautivadora.

—¿Cocinas de verdad?

—Sí, mi abuela y mi madre se encargaron de enseñarme desde pequeño, querían que me convirtiera en un buen hombre y supiera hacer las tareas del hogar —dijo melancólico.

—Sabias mujeres, eso os da muchos puntos con las chicas.

—Sí, por eso mi hermano no aguanta con novia más de dos semanas, es un desastre en todos los sentidos.

—¿Marco? —pregunté sorprendida.

—Sí. No quiere sentar la cabeza, prefiere divertirse y claro...las chicas acaban enamoradas y sufriendo por él, no sería la primera vez que tuviera que consolar a alguna de ellas —sonrió—. Se toman mi trabajo muy a pecho.

—Vaya, no sabía que trabajabas. ¿De qué? Si puede saberse, claro.

—Actualmente no ejerzo pero soy psicólogo. Trabajé unos años en un hospital.

—Pero ¿Cuántos años tienes?

—Veintiséis, ¿y tú? —sonrió—. Nunca te lo había preguntado.

—Veintitrés, acabé la carrera este año.

—¿Este? ¿Repetiste? —preguntó extrañado.

—El secuestro...

—Oh claro, qué estúpido, perdona —contestó negando con la cabeza—. Mejor pausamos la conversación para pedir, acércate para ver qué prefieres.

Me acerqué a su lado y mi pulso comenzó a acelerarse, su olor a vainilla me relajaba, era muy agradable. Tan cerca de él podía notar su respiración y cómo tragaba saliva, cualquiera diría que parecía que estaba nervioso.

—Este de pollo me vale —contesté señalando una de las imágenes.

—Genial, ¿patatas y bebida quieres?

—Claro, ya que me has hecho pecar —bromeé.

—Aún no has probado todos los placeres que hay en el infierno, querida.

Mis mejillas se encendieron al escuchar la intensidad de sus palabras, Flavio me descolocaba por completo, su forma de ser me atraía, su alegría era realmente contagiosa y eso...me preocupaba, me daba miedo dejarme llevar.

La comida que pedimos no tardó en llegar y cubrimos la mesa del salón con todas las bolsas y comidas del burguer, se me hacía la boca agua viéndolo todo, me moría de ganas por averiguar cómo sabría todo. Di un mordisco a mi hamburguesa de pollo y cerré los ojos por el placer, era de las comidas más jodidamente deliciosas que había probado nunca y no pude evitar soltar un pequeño gemido de placer.

Escuché a Flavio carraspear y le miré con curiosidad, él no había probado aún la suya y me sonreía divertido, seguramente estaba alucinando conmigo, una chica gimiendo por comer una hamburguesa... debía de parecerle la chica más rara del mundo.

—Perdón —dije completamente roja.

—¿Perdón por qué?

—Por ponerme así comiendo una hamburguesa, a saber qué has pensado de mí —contesté mirando al suelo.

—Alma —contestó serio levantándome la barbilla con delicadeza para que le mirara—. Has sufrido bullying, ¿verdad?

—¿Có-cómo lo sabes? —Nunca nadie, excepto Álex, conocía tanto de mí sin recurrir a las palabras.

—Soy psicólogo, cielo —sonrió—. Además, yo también sufrí de pequeño y se te nota, tus gestos te delatan, tu forma de pensar, tu inseguridad... son muchas cosas.

—¿Tú has sufrido bullying?

No pude evitar sorprenderme, Flavio no parecía la típica persona que sufre algo así, era tan alegre, tan positivo, tan...feliz, éramos dos personas completamente distintas.

—Sí, por desgracia muchas personas sufren hoy día, y parece que cada vez más pequeñas. Es incomprensible que haya cada vez más casos en una sociedad que se llena la boca de educación emocional y no al acoso escolar —bufó molesto—. Pero bueno, el caso es que veo que te ha influido con creces en tu vida y no lo has podido superar, ¿me equivoco? —preguntó acomodándose en el sofá.

—¿Me estás psicoanalizando? —Levanté las dos cejas sorprendida, desde luego no mentía respecto a su profesión.

—Perdona, la costumbre. Si te molesta cambiamos de tema.

—No, está bien, me siento cómoda hablando contigo. Y sí, supongo que no lo he superado.

—¿Sucedió algo más en tu pasado que te haya hecho ser así de insegura? ¿Tu familia te apoyó? —inquirió.

—Sucedieron muchas cosas en mi pasado —suspiré—. Perdí a mis padres en un accidente de tráfico, me acogieron los padres de Álex y fue cuando comencé a sufrir bullying. Además, me sentía tan sola que...conocí a un chico por internet e hice ciertas cosas de las que no estoy orgullosa.

—Entiendo. Fueron demasiadas situaciones dolorosas unidas como para saber afrontarlas. ¿Qué te decían en el colegio?

Las imágenes del pasado comenzaron a amontonarse en mi mente, eran como flashes dolorosos que me recordaban todo lo que había sufrido y lo que había tratado de ocultar para que no me hicieran más daño. Imágenes mías de pequeña sintiéndome un fantasma en los recreos, rostros burlones de mis compañeros riéndose de mí, comentarios hirientes continuamente sobre mi aspecto físico y mis debilidades, soledad en casa...

—Se metían con mi aspecto físico, que si era fea, que si acaso no conocía lo que era un peine para peinarme, que si era rara y sosa, que me gustaba aislarme y estar sola, que ningún chico me iba a querer... —sollocé.

Tuve que parar, me estaba costando relatar todo lo que había vivido, la de veces que había llorado deseando encontrar a alguien afín a mí, alguna amiga para poder contarle mis secretos y sentirme apoyada.

—Ey... —susurró acercándose hasta mí para abrazarme—. No te quiero ver llorar.

Nos quedamos así un largo rato hasta que conseguí calmarme. Era extraño pero después de llorar me sentí más calmada, parecía que me había quitado un peso de encima.

—¿Estás mejor? —preguntó quitándome una lágrima que estaba bajando por mi mejilla.

—Sí, gracias —sonreí—. Eres un buen psicólogo.

Sus ojos azules se iluminaron ante el cumplido y su amplia sonrisa hizo agrandar la mía, soltó un suspiro y se reincorporó a mi lado. Al contemplar su camiseta me miró con ternura, la había mojado con mis lágrimas y le transparentaba parte de su piel.

—Un minuto, la cambio y te digo mi opinión si quieres —dijo guiñándome un ojo.

Estaba a punto de asentir con la cabeza cuando se la quitó, mostrando su torso definido y cuidado. No quería quedarme mirándolo fijamente así que le contemplé de reojo mientras se iba hasta su habitación y aparecía con otra camiseta, una negra que se ajustaba a su piel.

—Mira, lo que tienes que empezar a hacer es quererte a ti misma y entender que, por muchas cosas malas que te digan, no puedes hundirte y pensar que tienen razón, porque no es así.

—Haces que parezca fácil cuando no lo es —protesté.

—Lo es. ¿Quieres saber que me llamaban a mí?

—Dime...

—Jorobado, camello, dromedario...en fin, todo lo que tuviera que ver con jorobas, me decían que era tan feo que nunca iba a conseguir una chica. Había tenido una lesión tiempo atrás y me hacía estar un poco encorvado, les resultó gracioso y fui objeto de burla hasta que se dieron cuenta de que me daba igual y se cansaron, aparte que de niño me comenzó a salir el acné y bueno, ya sabes, todo lo negativo lo usan para atacar.

—¿Cómo...? ¿Cómo se cansaron?

—Se cansaron porque vieron que no estaban logrando nada. Alma, cielo, por desgracia las personas que se meten con las demás es por inseguridad, celos, envidia... porque ven algo en la víctima que quieren. Por eso lo que pretenden es que te duela, porque así se sienten más felices, se sienten más tranquilos. Son otro tipo de vampiros emocionales.

—¿Vampiros emocionales?

—Sí, son aquellas personas que chupan tu energía para quedársela ellos, te consumen poco a poco hasta que no te queda nada, te destruyen. Suele aplicarse a las relaciones tóxicas pero también puede aplicarse a esto. Y ambos casos tienen la misma solución: Decir basta —sonrió—. ¿Por qué te crees que siempre van a los más débiles? Porque los fuertes, los que tienen seguridad en sí mismos, les enfrentan, no tienen reparo en contestar.

—¿Tú qué les decías?

—Que mi joroba y mi acné tenían solución, su falta de cerebro no, y para conseguir una chica de verdad es lo más necesario. La belleza tiene fecha de caducidad, la inteligencia no —Me guiñó el ojo—. Además, en la fiesta de fin de curso mi espalda se había recuperado y baile en la actuación escolar, la novia del chico que más se metía conmigo no paró de mirarme y...en fin, le dejó e intentó liarse conmigo. La rechacé pero no pude evitar alegrarme de la situación, como te dije la inteligencia es lo más importante.

—Vaya...menudo cambio —contesté sorprendida.

—Alma, la gran mayoría hemos pasado por algo así, unos más suave y otros más fuerte, pero se pasa. Incluso mi hermano lo ha sufrido.

—¿¿Marco??

—Sí, de niño estaba algo gordo, tenía ansiedad por...bueno, algo que nos sucedió e intentó suplir su sufrimiento así, era lo que le calmaba. Además usaba gafas y se burlaban de él —contestó mientras masticaba una patata.

—Pues...

—Sí, lo sé, quien lo iba a decir teniendo ahora la agencia de fotografía, incluso fue modelo un tiempo —rio—. Las chicas que se habían burlado de él prácticamente le acosaban para que saliera con ellas, le mandaban cartas y hacían cola para los casting de modelaje. Qué triste e irónico... —bufó—. A donde voy es que lo importante es tener autoestima y no dejar que te influencie.

—No es fácil, Flavio.

—Alma, con excusas no conseguirás nada, hay que esforzarse. Todos tenemos algún defecto, unos son objeto de burla por ser altos, otros por ser bajos, por ser muy delgados, por ser gordos, por tener los ojos saltones, rasgados, llevar gafas, tener las orejas grandes, la nariz grande... y puedo tirarme todo el día con los rasgos que nos sacan —dijo mirándome con gesto serio—. Pero debemos estar orgullosos, todos somos diferentes y tenemos algo que nos hace especial y además es una etapa que se pasa, son unos críos con los que por desgracia das pero que no volverán a aparecer en tu vida una vez dejes el colegio atrás.

—Supongo que tienes razón —contesté bajando la cabeza.

—¿Supongo? No, cielo —sonrió levantándome el mentón—. Mira, vale más que hablen de ti, aunque sea malo, porque eso es que has hecho algo que les has causado envidia o molestia, si no hablaran de ti pasarías desapercibida. Y tú, Alma, eres muy especial, brillas más que cualquier estrella y por eso la tomaron contigo, no dejes que esa luz se apague, de verdad. Si no me veré obligado a hacerla brillar de nuevo.

—¿No lo estás haciendo ahora? —sonreí.

—Ahora lo que intento es abrirte los ojos, que puedas dejar todo atrás y ser feliz, no me gusta verte mal por unas personas que no lo merecen y hablaban envenenadas, no decían enserio lo que pensaban. Y créeme, he tratado también a chicas así adolescentes que estaban pasando por algo malo y por eso se metían con una chica.

—¿Eh? Concreta

—Había una chica, llamémosle Paula por ejemplo, cuyos padres se habían divorciado recientemente y ella estaba muy unida a su padre. Pues en el colegio, que era la que comúnmente se llama la popular —Flavio hizo el gesto de las comillas con los dedos—. Estaba frustrada porque no se sentía feliz y, como había una chica callada y tímida cuyos padres la iban a recoger y se mostraban felices tuvo envidia y la tomó con ella, la insultaba, la humillaba, se reía de ella...pero luego lloraba en mi sala de consulta porque quería ver a sus padres tan juntos como los de ella. La vida es así, no somos capaces de alegrarnos por el bien ajeno, queremos que esas personas sean tan desdichadas como nosotros, es falta de empatía y de educación emocional.

—Nunca lo había pensado así.

—Por eso no dejes que te afecten, las personas que ves que pasan de todo no es por pasotas o altanería, es que les han enseñado que son personas que no se van a quedar en su vida y no les aporta nada unas palabras vacías. ¿Piensas que a mí me importa que me llamen pelota en teatro? Si me lo llaman porque no tienen los huevos de pasar de todos y disfrutar del momento que nos ha dado la profesora, solo lo hacen cuando uno lo ha hecho. Filosofía de la oveja la llamo yo —contestó guiñándome un ojo.

—Te admiro por todo lo que sabes...de verdad, quisiera tener tu mentalidad. El mundo sería más sencillo.

Flavio me sonrió y se levantó de golpe, ofreciéndome la mano para levantarme del sofá. Lo que le había dicho era verdad, le admiraba, tenía un carácter fuerte, de esos que solo les importaba su propia felicidad, me recordaba a Álex.

—Ven.

—¿Dónde vamos?

—Quiero enseñarte algo —contestó con ojos brillantes.

Acepté su mano y me dirigió hasta su habitación. Me sorprendí al ver un lugar amplio, con una cama grande de color azul cielo y rodeada de libros por todos lados, parecía que amaba leer. Me llamaron la atención dos cuadros que tenía colgados en las paredes de su cuarto, al acercarme aprecié que tenían su firma, al parecer también amaba pintar, tenía diplomas en sus estantes de pintura y también alguno de escritura.

—Sí, me gusta expresarme con mi corazón usando mi cuerpo, la pintura y la escritura me ayudan cuando estoy mal y me relaja.

—¿Eso era lo que me querías enseñar? —sonreí—. ¿Cómo te olvidas de todo lo que te hace daño?

—Sí, pero aún falta algo, siéntate en mi cama.

Me acomodé en una esquina mientras veía como Flavio cogía una guitarra española que tenía pegada al armario y se sentaba a mi lado, a escasos centímetros de mí. Después de mirarme un instante, clavando sus ojos azules en mis pupilas, empezó a deslizar sus dedos por las cuerdas. No podía parar de mirarle, realmente estaba fuera de este mundo cuando hacía cualquier cosa que le gustaba, Flavio era un artista en todos los sentidos.

Y nena, tu sonrisa estará por siempre en mi mente y mi memoria. Estoy pensando en cómo la gente se enamora de formas misteriosas, y quizás sea todo parte de un plan, yo solo seguiré cometiendo los mismos errores, esperando que tú lo entiendas...

Al acabar la canción me miró, la intensidad con la que había cantado había acelerado mi corazón, realmente mis mejillas se habían sonrojado y me había puesto nerviosa, Flavio me desarmaba por completo, era capaz de traspasar mis barreras y escudos y eso me asustaba, nunca nadie lo había hecho.

—Cantas muy bien —dije con voz ronca, tragando saliva.

—Gracias. Creo que la música sana las heridas, por eso quería enseñártelo.

—Tienes razón, me siento...más relajada.

—Me alegra mucho escuchar eso, he cumplido mi objetivo entonces.

Revisé mi móvil nerviosa, sin saber muy bien qué hacer. Al contemplar la hora me sobresalté, eran ya las doce de la noche, había estado tan a gusto que había perdido por completo la noción del tiempo.

—Será mejor que me vaya —contesté levantándome de su cama—. Es tarde y no me gusta que Álex conduzca de noche.

—¿Por qué no te quedas aquí a dormir?

—Eh... ¿a dormir? —pregunté completamente desprevenida.

—Sí, me encantaría llevarte mañana a un sitio muy especial para mí y así Álex no me odiará por estar haciéndote ir y venir todo el rato —sonrió.

—Pero... ¿Có-cómo dormiríamos? Me refiero...tú y...—Mi piel se había erizado solo de pensarlo.

—¡No! Tranquila, yo dormiré en la cama de mi hermano. ¿Aceptas?

—Es-está bien —asentí, consciente de que esto me iba a confundir más.

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