8. El calor del hogar
Comencé a rodar por la cama al ver la pantalla del móvil iluminarse, en seguida la imagen de Flavio apareció avisándome y lo cogí rápidamente para descolgar.
—¿Si?
—¡Alma! ¿Te apetece venir a mi casa?
—¿A tu casa? —pregunté cortada al recordar la última escena—. Seguro que tu hermano me odia ¿Ya ha regresado?
Me sonrojé al escucharle reír, podía imaginármelo echado en la cama con esa sonrisa que le caracterizaba de oreja a oreja y el pelo revuelto. «Mierda, Alma, ¿qué estás haciendo?» suspiré, esa imagen en mi cabeza me estaba poniendo nerviosa.
—Para nada, entendía la situación y además le caíste bien, estará encantado de verte nuevo cuando regrese, aún no lo ha hecho —contestó en tono alegre—. ¿Qué dices? ¿Te he convencido? Sino siempre puedo recurrir a las palomitas y una buena película.
—Bueno si hay palomitas y película de por medio...—hice que me lo pensaba—. Está bien, me has convencido, le diré ahora a Álex que me acerque hasta allí.
—Genial, te espero con los brazos abiertos —dijo antes de despedirse.
Colgué con una sonrisa en la cara, no podía evitarlo pero me alegraba muchísimo de haber conocido a Flavio, me contagiaba su alegría y esas son las mejores personas, las que sin quererlo te hacen sonreír a cada momento.
Bajé las escaleras de dos en dos intentando no matarme y me acerqué hasta el salón, donde Álex se encontraba tirado en el sofá con los pies encima de la mesita viendo la televisión. Al mirar por la ventana me percaté de que estaba lloviendo a chuzos, parecía que se acercaba una tormenta.
—¡Álex! Te necesito de taxista.
Al escuchar mi voz se giró y esbozó una sonrisa en su rostro, sus ojos marrones me miraron divertidos, podía imaginarme lo que estaba pensando y no me gustaba nada.
—¿Una cita, Almi? ¿Algo que contarme?
—Noo... solo me invitó Flavio a su casa —suspiré.
—¡Ohh! A su casa —dijo mostrando una sonrisa perversa—. Seguro que está solo, chico listo. Además, si encima hay tormenta...
—Álex —Le reñí fulminándole con la mirada—. Es solo un amigo.
—Es broma, es broma —sonrió—. No me mates.
—Te perdono si me llevas ya.
—Trato hecho, espero que te lo pases bien.
Me subí al coche en silencio, no podía parar de pensar en Daniel y cómo se tomaría mi amistad con Flavio. No estaba haciendo nada malo pero me daba miedo lo que se pudiera interpretar, incluso Ana parecía molesta cada vez que salía con él.
Antes de arrancar vi como Álex se me quedaba mirando fijamente con gesto preocupado, le conocía lo suficiente para saber que le rayaba mucho herirme con sus palabras o gestos, de pequeño venía enseguida corriendo a mi habitación a pedirme perdón cuando me hacía de rabiar.
—Almi, sabes que me meto contigo en broma, ¿verdad?
—Sí, lo sé, no te preocupes. Es solo que me da miedo que se malinterprete mi relación con Flavio, aún tengo una conversación pendiente con Daniel, estábamos empezando algo.
Al acabar la frase le miré y vi como arrugaba su frente mientras giraba el volante. Me acomodé en el asiento mientras él pensaba qué decirme.
—Tampoco es así, llevas un año sin él y aparte no tuvisteis una relación increíblemente amorosa que yo sepa —me miró fijamente un instante—. No te digo que hagas nada que no quieras, solo que te relajes y disfrutes de su amistad, a veces creo que te cohíbes por el qué dirán y son muchos años los que le quedan aún, tienes derecho a rehacer tu vida si es lo que quieres.
—Puede ser, sabes que no me gusta defraudar a nadie ni que hablen de mí —suspiré.
—¿Flavio te gusta?
—¡No! —Respondí con brusquedad—. A ver, es buen chico y estoy a gusto con él, me lo paso bien.
—¿Te parece guapo?
—Bueno... —me sonrojé—. No es feo.
Miré hacia el suelo avergonzada, no estaba mirando el rostro de Álex pero podía asegurar que tenía una sonrisa triunfante, me estaba dando cuenta a dónde quería llegar.
—Alma, eres libre y estás soltera, no tienes que sentirte culpable por gustarte dos chicos, son completamente diferentes y cada uno te provoca sentimientos distintos ¿O me equivoco?
—No... —murmuré—. Pero mejor dejamos el tema por ahora, ya estamos llegando.
No tardamos mucho en aparcar y llegar al bonito piso que Flavio compartía con su hermano, aunque este no apareciera mucho por ahí. Miré a Álex para despedirme de él antes de pulsar el timbre, la conversación me había dejado nerviosa.
—Avísame cuando quieras que regrese a por ti —dijo antes de darme un beso en la mejilla.
—Claro, gracias por hacer de taxista.
—No hay de qué —sonrió antes de desaparecer.
Después de ver el coche de Álex desapareciendo por la carretera, aunque me estaba mojando entera me gustaba quedarme tranquila viéndole marchar, me acerqué para avisar de que había llegado, Flavio no tardó en pulsar para que la puerta del portal se abriera. Subí las escaleras jugueteando con las mangas de mi chaqueta, en estos momentos estaba algo confundida respecto a mis sentimientos por él.
Al llegar hasta su piso y levantar la cabeza para ir hacia su puerta mis pensamientos y preocupaciones se desvanecieron. Flavio estaba apoyado en ella con una camiseta blanca y unos vaqueros ajustados, su pelo negro estaba algo revuelto y sus ojos azules me miraban alegres, pero lo que me hizo bloquearme por completo fue su sonrisa cautivadora, me dejaba completamente desarmada.
—¡Estás empapada! Entra para coger calor, seguro que estás helada —sonrió—. Por cierto, me alegro que hayas venido, tenía una película preparada y no se me apetecía verla solo.
—¿Cuál es? —pregunté con curiosidad mientras me quitaba la chaqueta y Flavio la colocaba en el perchero de la entrada.
—IT.
—¿En serio? ¿Acaso quieres que no duerma? —protesté.
—Bueno...puedes quedarte a dormir conmigo si quieres, yo te protegeré —contestó mirándome furtivamente.
—Muy gracioso.
—Ponte cómoda, voy a preparar la chimenea, ¿quieres un chocolate caliente?
—Si, por favor —contesté animada, adoraba el chocolate calentito en una tarde fría.
Mientras Flavio preparaba todo decidí acomodarme en su sofá y observar el salón con más detenimiento que la otra vez. Era bonito y acogedor, con suelo de madera, blancas paredes y sofás y una alfombra marrón y mullida con una mesa negra encima. Solté un leve silbido al apreciar la gran televisión y el equipo de sonido, otra cosa no, pero parecía que adoraban ver películas en esta sala, estaban altamente preparados.
Lo que más me gustaba de todo era la chimenea, me recordaba a la típica escena de película americana en una cabaña de madera formando un ambiente íntimo y romántico. Además, no podía negarlo, Flavio se veía muy atractivo en cuclillas con rostro concentrado preparándola. El frío estaba recorriendo todo mi cuerpo, traté de darme calor abrazándome a mí misma, pero parecía un móvil en modo vibración de lo mucho que estaba tiritando, además el tener la ropa mojada no ayudaba, era muy desagradable que el tejido se pegara a la piel.
—Alma vas a enfermarte como no te cambies —me advirtió con ternura—. Sería mejor que te dieras una ducha de agua caliente y te cambiases de ropa.
—Pp-pe...
—Ni se te ocurra seguir así, sino Álex te matará por tener que hacer de médico contigo —sonrió—. Te preparo ahora mismo la ropa, seguro que mi hermano tiene algo de alguna ex, se ha traído ropa de ellas, sinceramente no sé para qué.
—¿Colecciona la ropa que dejan sus ex en vuestra casa? —pregunté con expresión curiosa.
—Supongo que todos tenemos algún hobby extraño —rió—. El suyo es de agradecer en estos momentos, aunque sino siempre podría dejarte alguna camiseta mía.
—La ropa de ellas estará bien —Me sonrojé—. Gracias.
—No es nada.
Me levanté del sofá pensando qué hacer, podía entrar ya al baño pero me daba miedo que él entrara a dejar la ropa y me pillara a mí sin ella, no podría volver a mirarle a la cara si eso sucediera. Al poco regresó él con gesto alegre y me apartó una gota que estaba cayendo por mi mejilla.
—Te he dejado la ropa en el baño y he colocado un mini radiador para que caliente un poco el sitio, el radiador que va adherido está jodido y es el lugar más frío de la casa, no quiero que te congeles los pies —me guiñó un ojo divertido y añadió—. Más de lo que ya están.
—Gracias —musité—. ¿Las toallas y todo eso...?
—Está todo preparado, no te preocupes.
—Oye... ¿de verdad que no es molestia?
—Para nada, Alma. Mi casa es tu casa. Además no quiero que te congeles y te enfermes, me sentiría culpable y tendría que llevarte sopas calentitas y paquetes de kleenex.
—Está bien —accedí—. No tardaré.
—Sin prisa, así aprovecho y preparo los chocolates calientes.
Avancé por el pasillo al ver que él ya se había puesto manos a la obra. Se me hacía extraño ducharme en una casa que apenas conocía estando a solas con un chico pero Flavio era un buen chico y sabía que no haría nada malo. Tenía que reconocer que desde el secuestro me había vuelto muy sensible y miedosa, estar con chicos me provocaba mucha inseguridad.
Por suerte era una casa pequeña, básicamente se componía de la habitación de Flavio, la de Marco, el salón, la cocina y un baño. Al entrar aprecié que tenían todo perfectamente colocado, me esperaba algo completamente diferente. No había bañera pero la ducha era bastante amplia y tenía un pequeño estante con cajones donde guardaban los champús y los geles de baño. En seguida noté el calor del mini radiador que Flavio había colocado en el suelo.
Me apresuré en desvestirme, aunque me había recuperado bastante de lo vivido en ese antro, aún no podía mirar mi cuerpo sin darme arcadas y recordar todas las imágenes, el sufrimiento que había pasado en manos de esos hombres, esos asquerosos hombres...
Enseguida el agua comenzó a calentar mi cuerpo congelado, provocando una sensación extraña, como si me estuviera quemando, era como un cubo de hielo siendo derretido ante el fuego. Me fijé en un aparato que había colocado en la pared y mi cuerpo se contrajo del susto, nunca lo había visto y tenía miedo que fuera una cámara, aunque no le encontraba el sentido. Al acercarme respiré aliviada, era un aparato de música que funcionaba podías conectar al móvil para escuchar las canciones.
Una vez mi cuerpo había cogido la temperatura adecuada, salí de la ducha envolviéndome con una suave toalla roja, secando las gotas que se habían quedado por mi piel. Me vestí con agilidad y salí del baño, no sin antes apagar el mini radiador.
Al regresar al salón ya estaba todo preparado, Flavio había reducido la intensidad de la lámpara principal y en la mesase encontraban dos chocolates calientes y una napolitana de chocolate, se me hacía la boca agua solo de pensarlo.
—Como me consientes —sonreí.
—Tienes que engordar un poco, Alma, estás muy delgada.
—Y no me has visto al salir de...
—Prefiero no imaginármelo, tuvo que ser horrible —me cortó con tono triste.
—Un poco... —suspiré—. Por suerte me rescataron y estoy sana y salva.
—Por suerte, sí. Me alegro mucho de haberte conocido.
Bebí un sorbo del chocolate, agradeciendo el sabor dulce pasando por mi garganta, no lo tomaba muy a menudo.
—Bueno, ¿ponemos la película?
—Está bien —accedí—. Pero como luego tenga pesadillas caerá sobre tu conciencia.
—Puedes llamarme siempre que me necesites, a cualquier hora, yo ahuyentaré tus miedos —contestó sonriendo con dulzura.
Sentí como mis mejillas se ruborizaban pero él no comentó nada más, sencillamente se acomodó en el sofá y dio al play con el mando. No se acercó, no colocó el brazo discretamente ni hizo nada intencionado, se relajó mirando la televisión con cara de concentración.
A lo largo de la película me venían cientos de dudas, había frases de él que me hacían pensar que le gustaba pero luego actuaba normal y pensaba que quizás solo estaba intentando ser amable y le caía bien, como amiga.
No sé cómo pero acabé acurrucada a su lado, acomodando mi cabeza en su pecho. Poco a poco fue entrándome el sueño y mis ojos se cerraron, quedando como último recuerdo su mano acariciando mi cabello.
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