6. La cena

Regresamos a casa cansados, Ana estaba ayudando a Zeus a preparar la cena y Luna estaba limpiando el salón. Me enternecí al recordar los momentos en los que Álex y yo nos ayudábamos para acabar antes las tareas del hogar y poder jugar juntos a los videojuegos, siempre me ganaba.

Decidí ponerme a ayudar a Luna con las labores, no me apasionaba limpiar pero no quería que hiciera todo ella sola, el salón era bastante amplio. Mientras estaba pasando el trapo por los estantes noté mi móvil vibrar en el bolsillo de mi pantalón y paré para cogerlo.

—¿Si?

—Alma, soy Flavio. ¿Álex tocaba en un grupo, verdad? —preguntó en tono alegre.

—Sí, lo disolvieron hace un tiempo ¿por qué lo preguntas?

—Por si puedo acercarme a hablar con él, tengo una propuesta que puede interesarle.

—Eh...claro, ven, acércate si quieres —me mordí el labio inferior, me apetecía verle—. Está conmigo en casa.

—Genial, mándame la dirección y en nada voy hasta allí, un beso.

—Hasta ahora —sonreí contenta.

Al girarme pude ver como Luna me miraba con curiosidad y sonreía ligeramente al escuchar la conversación. Dejó la aspiradora a un lado y se acercó hasta mí con ojos de diversión.

—¿Vamos a tener visita? ¿Algo que deba saber?

—Sí, un chico que conocí en teatro y no, no hay nada que debas saber —me sonrojé—. Viene a hablar con Álex.

—Ya, ya —contestó con una sonrisa socarrona—. A hablar con Álex...

Al escuchar su nombre, Álex asomó la cabeza por la puerta del salón.

—¿Me he perdido algo?

—Viene un chico a verte —canturreó Luna.

—¿Un chico? ¿Eh?

—Viene Flavio —suspiré—. Me dijo que tenía algo que proponerte, creo que algo relacionado con la música.

—Ah, pues genial —contestó animado—. Tengo ganas de volver a tocar, lo echo mucho de menos.

—¿Quién viene? —preguntó Ana corriendo hasta nosotros.

—Oh...genial, ya lo sabe toda la casa —me quejé—. Viene un chico de mis clases de teatro.

—¿Y qué quiere? ¿Es guapo? —preguntó elevando una ceja.

—Viene a hablar con Álex —contesté entornando los ojos.

—¡Voy a arreglarme! —chilló Ana corriendo hasta la habitación.

Miré a Álex con sorpresa, con las ganas que tenía Ana de ver a Mauro y lo pillada que estaba por él me parecía una reacción extraña por su parte, de todas formas a esa edad las hormonas fluían por el ambiente a una velocidad vertiginosa.

—Esto va a ser interesante —rio Álex.

Resoplé y seguí ayudando por casa hasta que escuché el timbre de la puerta, seguramente Flavio ya había llegado. Fui caminando hasta el pasillo pero Ana se me adelantó bajando las escaleras, corriendo con unos pantalones ajustados y una camiseta algo apretada que denotaba lo mucho que había crecido.

Cuando abrió la puerta se quedó tan helada como yo, Flavio estaba muy atractivo con una camiseta granate y una bufanda a juego, además de unos pantalones negros ajustados. Me sonrojé al darme cuenta de que yo llevaba la misma ropa que usé para la clase de teatro, unos leggins negros y una camiseta básica de deporte, todo muy de sport, todo lo contrario a cómo iba él ahora.

—Sí que has aprovechado bien el tiempo —sonreí roja como un tomate.

—Tenía el chándal todo sudado, así que preferí cambiarme —me guiñó un ojo—. Hola ¿y tú quién eres? —saludó mirando hacia Ana.

—Soy Ana, una amiga de Alma, casi como su hermana —sonrió jugando con un mechón de su cabello.

—Encantado, Ana. Yo soy Flavio, ¿puedo pasar?

—Sííí, claro, pasa —contestó haciéndose a un lado.

El perfume de Flavio llegó hasta mis fosas nasales, generando una evidente atracción hacia él, era increíble lo que era capaz de hacer un buen olor.

—¿Y Álex?

—Estoy aquí, encantado de conocerte —se acercó para ofrecerle la mano.

—Igualmente, Alma me ha hablado mucho de ti.

—Lo mismo digo —contestó Álex en tono burlón mirándome—. Acompáñame si quieres a mi habitación y me cuentas.

—Claro —sonrió Flavio.

Los dos desaparecieron subiendo las escaleras y yo me quedé mirando a Ana, tenía la mirada perdida, clavada en el sitio por donde subieron los dos.

—Tierra llamando a Ana.

—Sí, perdona —contestó parpadeando—. Me quedé...

—En trance, ya lo veo —sonreí divertida—. ¿Y bien? ¿Es guapo?

—Sí pero tú estás con mi hermano.

—Y tú con Mauro ¿no? —repliqué—. Aparte que no estoy saliendo con Daniel, Ana, no pudimos hablar sobre eso porque le metieron ahí.

—Pero os gustáis y os queréis, seguro que Dani quiere estar contigo cuando consiga salir —exclamó.

—Ana... ¿te contó por qué le metieron ahí?

—Sí... te secuestró pero ¡lo hizo porque te quería!

—Ahí quería yo llegar —suspiré—. Ven, vamos al salón.

Me dirigí con ella hasta los sofás para hablar con calma, era un tema delicado y más siendo su hermana y teniendo catorce años, no tenía la madurez suficiente para comprender ciertos aspectos y aparte adoraba a Daniel, eso lo hacía aún más complicado.

—A ver... —empecé con voz serena—. Tú quieres a Mauro ¿verdad?

—Sí y él a mí.

—Vale, a ver, y si se enfadara contigo y no quisiera verte ¿tú qué harías?

—Hablaría con él para que me perdonara —contestó cruzando los brazos.

—Bien, pues eso es lo que tendría que haber hecho tu hermano. Cielo, no se puede secuestrar a nadie, está mal y por algo es delito —le acaricié el pelo—. Él podía haber tratado de insistir hablando conmigo pero no haber hecho eso porque es en contra de mi voluntad.

—Pero él te quiere y se arrepintió —insistió.

—Aun queriéndome, ¿a ti te gustaría que un chico te secuestrara sin poder salir de su casa y no pudieras ver a Daniel o a Cristo? ¿Qué no pudieras continuar estudiando teatro? Tu hermano se pondría muy triste, tanto como Álex, se volvió loco buscándome, se pensó que estaba muerta.

—No... —musitó bajando la cabeza—. Tienes razón.

—Pero me alegro que tu hermano se diera cuenta que hizo mal y se arrepintiera, sé que es buen chico y no quería hacerme nada —dije tratando de animarla—. Lo importante es que no lo vuelva a hacer.

—Me voy a la habitación.

No me dio tiempo a responderle porque se fue corriendo, pero no la seguí, era una conversación complicada e intuía que necesitaba tiempo para reflexionar. Me quedé mirando por la ventana sumida en mis pensamientos hasta que escuché unos pasos acercándose hasta donde me encontraba.

—Bueno, será mejor que me vaya, ya he molestado lo suficiente.

—¿Ya te vas? Pero si estamos a punto de cenar —contestó Luna desde la cocina—. ¡Cena con nosotros!

—Yo... —respondió avergonzado—. No quiero molestar.

—No molestas, los amigos de mis hijos son siempre bienvenidos a nuestra casa, anda ven.

Flavio me miró ruborizado, me crucé de hombros y le hice un gesto con la cabeza para que me siguiera. Esperaba que Luna se comportara, sabía que le preocupaba que apenas tuviera amigos y al parecer estaba ilusionada con que hubiera conocido a Flavio, tendría que controlarla.

Mientras que todos se iban colocando y sentando en sus respectivos asientos, decidí subir para avisar a Ana de que la cena ya estaba. Al acercarme hasta la puerta escuché unos sollozos y al abrirla me encontré a Ana echada en la cama, tapándose la cara.

—Ana... ¿qué ocurre?

—N-no es n-nada... solo e-echo de menos a-a Dani —balbuceó—. A veces me siento algo sola.

—Lo siento, imagino que debe ser duro, lo que menos quiero es que te sientas así —la abracé.

—No tienes la culpa, Almi. Tú y tu familia sois muy amables cuidándome. Luna y Zeus son lo más parecido a unos padres que he tenido en estos años.

—Y cuando vuelva tu hermano podrás venir a visitarles si quieres, estarán encantados —sonreí—. Vamos a cenar, anda, sino se va a enfriar.

Le di un beso en la mejilla y bajamos hasta la cocina donde ya nos esperaban todos. Me fijé que quedaba un sitio al lado de Flavio, que es donde generalmente se sentaba Álex, pero él ahora estaba al lado de Zeus. Al verme, me miró furtivamente y se mordió el labio para intentar disimular una sonrisa. «Nota mental: Matar a mi hermano después» pensé para mis adentros.

Para no quedarme de pie como una estatua, me apresuré para sentarme y esperar a que Zeus cortara los trozos de comida para repartirlos, en mi familia era muy común que alguien sirviera a los demás, era como un gesto de afecto. Hoy le tocaba hacerlo a Álex pero Flavio le frenó.

—Yo sirvo, es lo mínimo que puedo hacer al haberme invitado —sonrió.

—Eres un encanto —contestó Luna con voz dulce—. Te han educado muy bien.

—Mi abuela ha ayudado mucho en eso, lo más importante para ella era que fuéramos buenas personas.

—Que gran acierto, eso es muy importante, tanto o más que un buen trabajo y ganar un buen sueldo —sonrió.

Estuvimos conversando mientras cenábamos, Flavio estaba encantado devorando la comida, parecía que estaba compitiendo con mi hermano por ver quien acababa antes, ambos parecían igual de tragones.

Cuando acabamos todos acompañé a Flavio hasta la puerta para despedirme de él, había sido muy agradable tenerle en casa, no estaba acostumbrada a tener muchas visitas. Nos quedamos el uno enfrente del otro, como expectantes para ver quien se despedía primero.

—Gracias, ha sido un rato muy agradable.

—No es nada, yo también lo he pasado bien —sonreí nerviosa—. Puedes venir más veces si te apetece.

—¿Por qué no te la devuelvo para mañana? Ven a mi casa a comer.

—Pero... —contesté avergonzada—. No quiero molestar.

—No molestas. Además, ha venido mi hermano para estar un par de días, así puedes conocerle y quedarte tranquila. Estará encantado de verte por fin.

—Bueno...está bien —accedí resignada.

—¿Vengo a recogerte a la una? —preguntó expectante.

—Eso ya es mucha molestia, Flavio, no tienes por qué hacerlo.

—Para nada es molestia, no me cuesta nada llevarte —insistió con una sonrisa que hizo que me temblaran las piernas.

—V-vale...—accedí, me costaba vocalizar.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana —repetí, cerrando acto seguido la puerta.

Mañana iba a ser un día interesante, por fin iba a conocer a su intrigante hermano mayor, Marco.

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